Lo qué es el padre y una interpretación entre otras
Lo qué es el padre y una
interpretación entre otras
Desde el asombro de los
hijos
En el nombre del Padre
Para el Oso, Jorge Raúl Prada Mendez
En el nombre del Padre, en referencia a historia
de vida y memoria familiar, la escritura emana desde las entrañas
geológicas del afecto de hijos, que
admiran la armoniosa fulguración de tu
perfil en el tiempo. El equilibrado
carácter que expresa madurez ante los
avatares de la vida cotidiana y de
los desafíos sociales. Este rasgo dibuja tu perfil
humano transmitido en gestos y actos, en palabras sabias modulantes de predisposiciones descendientes. Tu presencia multiplicada en los hijos,
nietos y bisnietos, es herencia inconmensurable dejada por tu transcurrir
honesto. No es fácil descifrar tus mensajes en su integralidad conjugada, pues hay expresiones explicitas y expresiones
implícitas; hay lo que se dice en la voz
cariñosa o, en su caso, de orientación, incluso de llamada de atención; hay lo
que se manifiesta en el comportamiento
transparente y ético; pero, también hay, lo que se emite sin pronunciarlo, lo
que connota varias proyecciones en distintos recorridos, que contiene la influencia
de la actitud paterna. En este caso, lo que importa es intuir la complexión
plena de las denotaciones y connotaciones de tu acontecer como padre y como amigo, como referente y atmósfera
cobijadora de nuestras trayectorias.
No es suficiente decir cuánto te queremos y
admiramos; esto lo hemos hecho antes, en las oportunidades dadas. Lo importante
es compartir contigo la textura de tu
incidencia en el mundo que compartimos; eres el eje
con el que participamos familiarmente en el mundo
efectivo. Aprendimos a interpretar
el mundo con los signos que nos donaste, desde tu experiencia. Aunque aprendimos otros signos en los registros, archivos y bibliotecas del mundo, con los cuales también descifrábamos las
marcas, señales y signos emitidos por el devenir
mundano, los signos que nos regalaste son como el núcleo ordenador afectivo del sistema
de signos que hacen al lenguaje
aprendido.
No se trata de ninguna apología al padre, a
nuestro padre concreto, específico y
con nombre propio, sino del reconocimiento
asombrado de tu trayectoria
consecuente; amor a la familia y a tu profesión. Escepticismo a las promesas utópicas, sin embargo, apertura a las búsquedas honestas como las
de Sergio Almaraz Paz y Marcelo Quiroga Santa Cruz. Preocupación por las
aventuras del hijo “vanguardista” y por el porvenir de los hijos y de la hija,
que enriqueció el bagaje de la familia nuclear. Cuando tenías que serlo, tu
severidad era siempre sostenida por un cariño inmenso y plagado de apertura; tu
pedagogía abierta era conformada por
la exigencia de disciplina y coherencia. Desprecias las demagogias y las
charlatanerías, las poses y las fintas, los teatros dramáticos. Te detienes a meditar
cuando parece darse la consecuencia, aunque esté impregnada de barroquismos o bocetos todavía no logrados. Me demostraste que el equilibrio no es el punto medio aristotélico, sino la ecuanimidad de las ponderaciones ante circunstancias cambiantes. Es
difícil seguirte cuando, en la inmadurez innata, uno se deja llevar por las
pasiones y la ideología. Empero, se
aprende con los años.
Nadie es perfecto en el sentido absoluto, sin
embargo, hay algo más eficaz que la perfección
y es la armonía. La perfección absoluta es un ideal ortodoxo; la armonía es
el constante aprendizaje realizado en
esquemas de comportamientos. La
perfección para dejar de ser ideal, es decir, abstracción, para hacerse concreta,
tiene que ser desenvuelta como armonía;
como composición sinfónica de
conductas, prácticas, concepciones, afectos y relaciones incluyentes en los entornos del mundo efectivo. Lo admirable es la armonía desplegada en tus recorridos por los territorios del mundo
que te tocó, tocas y atraviesas. Por eso, otra enseñanza tuya es la de que el valor o la valoración no está en el ideal
o los ideales, sino en la coherencia.
No es posible lograr coherencia cuando se tiene rencores, cuando se odia, cuando se
actúa por resentimiento; hemos aprendido de tí que primero es el afecto, donde se asienta el pensamiento y de donde emerge la práctica adecuada. No te dejas llevar
por sentimentalismos, tampoco por idealismos; prefieres el sentido práctico de la idea
o el ideal. Lo que no es lo mismo que
el pragmatismo del sentido común, sino se trata de la viabilidad de los ideales. Después de los avatares aventureros de mi “radicalismo”,
que enseñan por experiencia, atemperando
las exacerbaciones, entendí que se trata, sin dejar de ser radical, de no dramatizar la incidencia de las acciones ni de las
palabras. Creo que también tus hijos y tu entrañable hija, nuestra hermana,
también aprendieron que de lo que se trata es de actuar articulando todos los planos de intensidad, dicho
matemáticamente, todas las variables.
Esta integración es, además de ser
abarcadora, incluyente de la complejidad
de los desafíos. Esa es la otra lección aprendida desde la elocuencia de la
atmósfera que irradias.
Entonces, el problema no radica en las distintas
cosmovisiones de cada quien, sino en la capacidad y el logro de la integración de los distintos planos de intensidad, que componen el recorte de realidad, donde nos movemos.
Actuar en consecuencia es actuar en la complejidad,
no actuar según deducción de paradigma
teórico o ideología; lo que sería
excesivamente restrictivo. Como anotamos antes, no se trata ni de pragmatismo ni de realismo del sentido común,
sino de un existencialismo consecuente,
si podemos hablar así. Esta es otra lección aprendida de tu manera de ser en
el mundo.
Los denominados “intelectuales” reducen el mundo a las representaciones; esta reducción es idealista, por más que se proclamen, los de la corriente
correspondiente, “materialistas”; pues el mundo
efectivo no se mueve solo en el campo de las representaciones, sino que el plano
intenso de las representaciones
es posible como intersección de los múltiples planos no representativos
o no reductibles a la representación.
Por eso, es idealista, en el sentido
que definen los materialistas a esta
definición, cuando se circunscribe la complejidad
del mundo efectivo, sinónimo de realidad, al paradigma de la representación
“materialista”. En cambio, se es plenamente materialista
cuando se logra interpretar la complejidad dinámica de la realidad, leyendo las distintas gramáticas, los distintos lenguajes, en los distintos planos de signos de la semiótica, no solamente la del lenguaje propiamente dicho, la del
idioma y la palabra. Por eso, se puede decir, que transmitiste tus enseñanzas
no solamente en el lenguaje conocido,
el de la voz, las palabras y la escritura
gramática propiamente dicha, sino en el lenguaje
de los comportamientos, de las
conductas, de los gestos, de la trama o, mejor dicho, entramado, de las composiciones de
trayectorias de vida, que hacen la continuidad
de un perfil y una conducta. La tarea es
pues hermenéutica, interpretar tus mensajes en su complejidad y complementaria totalidad.
Ciertamente no es fácil hacerlo; pues no se
tiene a mano ni las herramientas
hermenéuticas, ni los códigos
apropiados, tampoco la experiencia;
pero, se aprende. Sobre todo, se aprende que el mundo efectivo no se muestra en el lenguaje humano institucionalizado,
sino que lo hace en múltiples formas de manifestación, que hay que aprenderlas
como huellas constitutivas de la
misma escritura de los signos. La pregunta es: ¿cómo nos
enseñaste a ser lo que somos? No es, ciertamente, solo a través
de la pedagogía emitida en el lenguaje conocido y hegemónico, sino a
través de distintos lenguajes, que,
aunque no sean conocidos, transmiten efectivamente el bagaje de mensajes que tienen que ser descifrados
perceptualmente.
Importa, entonces, el aprendizaje, por una parte, y la enseñanza, por otra parte. Algo que solo puede ocurrir si hay
predisposición para hacerlo, en lo que
respecta al aprendizaje, y experiencia transmisible, en lo que
corresponde a la enseñanza. Ambas condiciones de posibilidad se dan en la
espontaneidad de la actitud y de los actos; no es posible aprender nemotécnicamente o de manera mecánica, tampoco por
obligación. No es posible enseñar por
simulación de que se enseña, como repetición de los mismo, de alguna específica
tradición, paradigma o, en el peor de
los casos, manual. Se enseña, en la
inmediatez de la praxis, en la
espontaneidad de la actitud, en la composición armónica de los actos. Nos
enseñante en esa inscripción, en distintos planos
de intensidad de lo que eres. Abusando de la filosofía, se podría decir que desplegaste en la enunciación
múltiple en plurales planos de intensidad del acontecer, una ontología
familiar.
Antes dijimos que no se trata de ninguna apología, ahora podemos decir claramente
que no se trata tampoco de ninguna alabanza,
menos del ritual ceremonioso de
fechas imprescindibles de la historia
familiar; que aunque sean lindas por sus desbordes emotivos y su función
cohesiva, no dejan de rebosar la excedencia de la retórica. Sino se trata de responder a preguntas cardinales; ¿Quién
eres para nosotros? ¿Cómo has incidido en nuestra constitución estructural subjetiva? ¿Cómo configurar el campo gravitatorio que creas, en el que
nos movemos como órbitas, incluso como saltos orbitales o, mucho más, como líneas de fuga, que definen otras
trayectorias? Estas preguntas son fundamentales; no dejan de serlo, aunque no
se las responda. Es abrir horizontes
el buscar responderlas; es experimentar
el mismo horizonte en toda su
longitud no responderlas, aunque asumirlas vivencialmente.
Puede haber una inclinación “intelectual”,
por así decirlo, querer responderlas, que no pueden reclamar pretensión de verdad; o puede haber, mas
bien, una inclinación sentimental, más directa existencialmente que la búsqueda
teorista; lo que importa es saber, de una u otra manera, la incidencia profunda y constitutiva de tu
presencia en los itinerarios de
nuestras vidas.
¿Para qué todo esto? Este meandro reflexivo.
Tan solo para buscar continuar tus recorridos
en otras tramas y narrativas, las nuestras, de una manera inteligible, aunque sea exageradamente
conceptual.
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