Las palabras y los cuerpos

Las palabras y los cuerpos

Sebastiano Mónada





















I

Las palabras son eso, constructoras de mitos
y de fantasías insondables.
Ayudan a comunicar como lazos sensuales,
a extrañarnos como ángeles promiscuos,
en universos imaginarios, en pesadillas tropicales.
Dibujados por signos siderales
e interpretados por sueños calados.

Las palabras instrumentos soplados,
alientos de la voz enajenada,
ritmados por códigos matemáticos
de gramática corporal alucinada.
Barcos alejándonos del puerto amado.
Partida ilusionada en expectativa,
viaje y despedida, 
intención primera,
en persecución de la primavera.
Utopía de eterna alborada.
Añorando distancias trascendentes imposibles.

Caravanas en peregrinaje, recorriendo desiertos,
persiguiendo territoriales oasis proféticos,
encuentran espejismos racionales,
delirios filosóficos en abrumado calor
o aterido frío  de invierno glaciar.
Imagen detenida en el Miramar.

Los espejismos se deshacen como bruma en fuga,
perseguida por antorchas de alboradas,
desbocadas como estampidas equinas,
al tocar irradiantes sus bordes ilusorios.

Las palabras son palomas mensajeras,
cargando metamorfosis de sentimientos,
desprendidos de piel romántica,
destilando sudores enamorados.

Las palabras descubren estratos epidérmicos
y sedimentos de carne ensimismada.
Develando tramas indescifrables
de tejidos artesanos multicolores.
Narradores de mitologías populares
y portadores de desenlaces inesperados.

No es responsabilidad de lenguaje emitido
perdernos en desiertos plagados de espejismos.
Tampoco de gramática transcrita en enunciados.
La responsabilidad es solo nuestra,
cuando usamos las palabras como verdades,
reveladas en el monte bíblico.

Solo son instrumentos alados,
ecos pronunciados abismalmente.
Hendidos como huellas pasionales
en espesores sensibles acuáticos del alma.
Inventada por evangelios migrantes.


La responsabilidad es solo nuestra,
al forzar palabras fuera de curso poético,
pretendiendo describan realidad buscada.
Promesa religiosa incrustada.

Preferimos perdernos en vacío perturbado,
decodificar palabras que no dicen nada,
pretendiendo transmisiones de secretos.
Sentidos ocultos por magos eremitas,
descubriendo leyendas ungidas de dominio,
sepultado en tumbas de discursos despóticos.

Deseo de dominar con embrujo del lenguaje,
convencer con palabras como si fueran sustancias
de luz inaugural de divinidad ausente.
Esencias sagradas de revelación no donada.

Las palabras son extensiones corporales,
por eso existen como si fueran materias
elocuentes y hondonadas vibrantes.
Son vientos insuflados por órganos inquietos,
por corrientes sanguíneas compulsivas.

Las palabras son puentes entre cuerpos aislados,
puentes colgantes entre montañas andinas,
cruzando abismos infranqueables en caídas inmensas.
Pasos depositados con cautela sobre texturas de awayos,
entrecruzados de tejidos, hilados vegetales.
Escrituras depositadas en papiros antiguos,
vaho primaveral apasionado,
brisa matinal derrochando ternuras,
marcas como pisadas en la arena
o hendiduras en el barro.
Huellas petrificadas en registros sociales.

Busquemos el sentido inmanente,
no en los significados insinuados,
otros signos elaborados por sintaxis
y composiciones arbitrarias  sugeridas.
Conceptos estructurados en premuras,
esqueletos de alondra, de penumbra
y lobos fosilizados en sombra.
como llanto de Ignacio Sánchez Mejías,
al caer con asta desolada
en muslo ardiente inmolado.

Busquemos el sentido inmanente
donde emergen volcánicas las palabras
o como manantiales copiosos.
Busquemos en el cuerpo producente
que las exhala como geiser vaporoso.










II

No hay otro mundo, el de la verdad,
separado del mundo padecido.
El de la mentira.
Uno de las esencias,
otro de las apariencias.

El mundo efectivo es el que padecemos
e inventamos estéticamente en inspiración,
desatada por las musas inesperadas
de acontecimientos incontrolables.
Mundo del devenir heracliteano,
donde nada es verdad ni mentira,
donde todo es hilado de tejidos
del devenir en constante flujo literario.

Mundo de artesanos y tejedoras,
mundo de alfareros y artistas,
mundo de la Techné, arte y técnica,
mundo de inventores y científicos,
mundo de poetas desconocidos
y de nichos ecológicos primordiales.
Mundo real, supuestamente dominando
por el hombre, amo de la naturaleza,
ocupando el lugar de Dios.
Llenando el vacío de su muerte.

Hombre petulante y soberbio,
creyéndose dueño, destino de humanidad
y de sociedades orgánicas en naturalidad,
que la acompañan parentalmente.  
Hombre abominable, asesino de Dios
destructor del planeta entrañable.
Hombre suicida como Sísifo,
confundiendo el paraíso terrenal
con deleite de riqueza ansiada banal.

No es la mujer la costilla de Adán,
según mención de escritura sagrada,
que lee el patriarca otoñal,
sino el hombre como tal,
símbolo estéril de dominación,
implacable y paranoica de la modernidad.

Figura trivial de apología espectacular,
macho cabrío de mitología inaugural.
Leyenda contada por sacerdotes grises,
esmerados en convertir su esterilidad
en decantada fecunda promiscuidad.

La humanidad, utopía renacentista,
no se reduce a figura de macho cabrío estelar,
convocado por anhelo de dominación masculina.
La humanidad es metáfora filosófica auguradora.
Concepto universal voluntad de potencia.

Ser singular, compartiendo parentesco biológico
con plantas y animales, en filiación y alianzas,
continuando programa del genoma ancestral.
Artífice de formas de vida creativa
en planeta azulado por airosas aguas
y terrosas frondas barrocas.

Humanidad figurada como espera.
Ilusión ética de compromiso estético.
Única en cada quien singularizado.
Miscelánea en su diversidad multiplicada.
Humanidad que no es ni el hombre ni la mujer,
institucionalizadas como alegorías crepusculares,
sino el devenir diverso de formas entreveradas,
arrojadas en el cuadro del eterno renacimiento.

Un nuevo renacimiento se anuncia intrépidamente
En el soñar despierto, en el vivir dormido.
Copioso renacimiento ecologista.
Volvernos a encontrar los parientes,
el último ancestro persistente.






III

No descarguemos culpas en nadie,
tampoco en las palabras que no son culpables,
ni en el leguaje, ni en la razón, ni en la poesía.
Esta mea culpa elude responsabilidad inevitable.
No hay culpables ni enemigos abominables,
tampoco ángeles y demonios indomables,
menos fieles e infieles condenables.
No hay guerra santa, fatalidad inscrita,
en el destino humano texturado,
por desveladas hilanderas de la luna.
No hay guerra santa venga de donde venga.

Se ha dado lugar diferidamente desvarío
en un itinerario de momentos descalabrados.
La insensata inversión de valores,
la descalificación de la vida y el cuerpo,
la usurpación por parte del espíritu,
que no es más que hálito del cuerpo.
La usurpación por valores supremos
de lo que vale la vida.





IV

No se trata de palabras, de discursos, de filosofía.
No está puesta en  juego ninguna verdad.
Se trata de la vida integral,
composiciones de tejidos,
compleja como juegos ateridos
de alborozos estambres constantes,
de azar y necesidad en devenir.
Eternidad del instante en el vivir,
creando y jugando traviesamente.
Niño heracliteano,
constructor de castillos de arena. 

No se trata de obsesión nihilista,
compulsión destructiva de la vida,
que encuentra en el espejo
la imagen de sí mismo.
Apocalipsis de pesadilla religiosa.
Se trata de la vida, sueño vital
del devenir constante en flujos interminables,
creación proliferante de estallidos primaverales,
afectos transgresores como pedradas
de jóvenes rebeldes  heterodoxos e iconoclastas.





















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