El esquematismo vulgar de héroes y villanos
El esquematismo vulgar de héroes y villanos
Raúl Prada Alcoreza
El esquematismo vulgar de héroes y villanos
La literatura mediática, incluso la literatura política, peor aún, la
literatura de la diatriba, se mueven en un esquematismo
vulgar, que opone héroes a villanos. Reproduciendo
superficialmente, mas bien, como imitación,
que se parece a los gestos o muecas del mimo, copian
personajes de la epopeya; por un lado,
los héroes, que adquieren la
connotación del estereotipo del semi-dios,
ya sin espesores humanos, limpio de
contradicciones, casi elocuencia divina de conducta perfecta. Por otro lado,
los monstruos, las aberraciones morales, políticas, históricas, hasta naturales.
Se trata, si se quiere, reduciendo al máximo la expresión figurativa, que exalta por su inocencia común el
contraste más evidente, el héroe que
enfrenta al dragón de dos o más cabezas, el caballero que rescata a la dama
raptada por el monstruo insensible,
incomprensible y trágico por su condena irremediable, determinada desde los
comienzos de los tiempos mismos más remotos.
Este esquematismo trivial es
el que, sin embargo, funciona como estructura
de la trama de las narrativas provisionales del sentido común, que perduran, mas bien,
por su proliferante variación. Aparece en la ideología, hermenéutica
esquemática y dualista de la historia, entendida como escenario donde se enfrentan héroes
y villanos. Aparece en las versiones
de las narrativas escazas de los
medios de comunicación, donde se hace hincapié más en el villano, monstruo moral y
adulteración política, anomalía social. Reaparece en la diatriba, donde el héroe, por gracia ungida por las marcas que conlleva como señal de elegido, destaca desde sus actos más intrascendentes
hasta sus actos más sobresalientes, anunciando la llegada del mesías civil y político. El villano también es destacado a través de
sus marcas, sus rasgos inconfundibles, que lo delatan como manchado por el pecado
original, como condenado desde que nació; fatalidad del mal.
Los “análisis”, si es que podemos llamarlos así, a las evaluaciones que
se hacen y a las conclusiones que se sonsacan, son como preformados; ya están,
en su condición de germen, en el formato del esquematismo en uso; por eso, sus derivaciones no sorprenden. El héroe habría sido la consagración del bien, en cambio el villano es la constatación del mal.
Ya todo está resuelto en esta recurrencia discursiva que opone contrarios y
antagonismos; lo único que hay que hacer es repetir el formato de la trama en distintas versiones.
El tema es que los unos y los otros utilizan el mismo esquematismo
vulgar de héroes y villanos para legitimar sus prácticas y discursos, para legitimar sus hábitos e ideologías; la diferencia estriba en que
para lo que para unos es el héroe, para otros es el villano. Se
esmeran por describir al villano lo
más abominable posible, lo más parecido al demonio
o hijo del demonio, lo más cercano al
endemoniado execrable. También se esmeran por limpiar toda adherencia compleja, contradictoria, ambivalente o abigarrada, de los rasgos y el perfil del héroe, para que sea presentable como esas figuras patriarcales del arte
del socialismo real; figuras
parecidas a las imágenes de los santos
mártires; solo que son parecidas no tanto por la forma de la expresión, que en el caso del arte del socialismo real se presentan como portavoces irradiantes
de la alegría demostrativa auto-satisfecha del socialismo, y en el caso del imaginario religioso se presentan con el
dramatismo del lenguaje del dolor,
acogido como sacrificio. Las
versiones conservadoras de estos estereotipos
también hacen presentable a sus protagonistas
de la historia en su esplendor patriarcal; solo que en este caso,
se presentan como profetas de
la nación olvidada o excluida, que retorna por los causes de la patria
recuperada.
En lo que respecta a Ernesto “Che” Guevara, la literatura ideológica,
mediática y de la diatriba, hace gala del apego de este esquematismo dualista de héroes
y villanos. La propaganda socialista se ha esmerado por presentar al nuevo hombre, vaciado de sus contenidos
humanos; es el héroe por antonomasia.
La propaganda contrainsurgente, conservadora, chauvinista, se ha esmerado por
presentarlo como monstruo, como afectado por inclinaciones sádicas,
recientemente como enfermo del placer de matar. Como se puede ver el esquematismo dualista de héroes y villanos reaparece ritualmente en la diatriba que enfrenta a “izquierda” y “derecha”. Lo hace en toda la
holgura de su simpleza, escasa en argumentos, vacío que llena con la
interpelación sensacionalista. Estas recurrencias comunes y triviales están
lejos de los esfuerzos descriptivos, analíticos, interpretativos, incluyendo
toma de posiciones del libro de Taibo II Ernesto
Che Guevara, también conocido como el Che; libro, que en principio iba a ser compartido
con Jorge G. Castañeda, pero tuvieron desacuerdos y quizás otros conflictos, lo
que llevó a escribir al segundo otro libro La
vida en Rojo[1].
Ambos libros tienen entre sus fuentes los desclasificados de la CIA y la KGB;
esto les otorga cierta proximidad a situaciones desconocidas para la opinión
pública y para la población de lectores. El segundo libro intenta una biografía
crítica del connotado guerrillero. Antes que estos libros, la trilogía de Críticas a las armas de Regis Debray ya
efectuaba un análisis crítico de la experiencia guerrillera; lo hacía a partir
de la propia experiencia en “la guerrilla del Che”, tal como se denomina a la guerrilla
que comandó Ernesto Guevara en el sudoeste de Bolivia, elaborando un análisis
teórico. Sin mencionar a la minuciosa biografía Che Guevara: Una Vida Revolucionaria escrita por
Jon Lee
Anderson[2], sustentada en amplias fuentes directas e indirectas,
además de su experiencia en reportajes, podemos pasar a descripciones menos
exigentes, como las que derivan de los partes y fuentes militares; uno de ellos
es Como capture al Che de Gary Prado
Salmon[3],
que, por lo menos intentan una descripción a partir de cómo ven los hechos los
militares que participaron directamente en la guerrilla, desde su posición
contrainsurgente. Sin extendernos en la bibliografía, dejando en suspenso otros
libros notorios, pues el propósito es otro; no un balance de la bibliografía
sobre el Che. El propósito es auscultar en la estructura de prejuicios de la
literatura que se basa en el esquematismo
vulgar de héroes y villanos.
Además de
esta estraficación en la formación discursiva epopeica o, en
contraste, descalificadora, al estilo
de una inquisición civil y política
trivial, que lleva a cabo el recalcitrante
conservadurismo, se halla otro estrato
discursivo, que pretende seriedad, que analiza el acontecimiento Che
Guevara como hito o pedrada en el estanque, que parte el estanque en dos aguas; un antes y un después. Este estrato de
la literatura al respecto, no deja el esquematismo
dualista del que hablamos, solo que lo hace, si se quiere temporalmente; habría un evento parte de aguas, un hito constitutivo, a partir del mismo la
historia es distinta, los jóvenes se radicalizan, incluso la izquierda se
habría radicalizado. ¿No eran antes los jóvenes radicalizados? ¿Cómo
interpretar entonces la reforma universitaria y el movimiento estudiantil
cordobés y con este proceso las subsiguientes reformas universitarias en el
continente? ¿Los trabajadores mineros no eran jóvenes, en su mayoría, y
radicalizados, contando con una expresión
radical de la revolución en la
Tesis de Pulacayo? ¿Los que participaron en la guerra civil de 1949 no eran
jóvenes radicales, para su tiempo; lo mismo y con mayor alcance, los jóvenes
que participaron en la revolución de 1952? ¿La resistencia obrera a las gestiones
de gobierno del MNR, que comenzaban a destilar un camino regresivo, no era
efectuada por jóvenes rebeldes en su mayoría? Sin seguir con una lista de
ejemplos, que cuestionan la tesis de la “radicalización” a partir del Che, con solo los que mencionamos, se
evidencia la delgadez de la argumentación de esta tesis del hito constitutivo, en la prosa que
pretende más seriedad en la elaboración de evaluaciones retrospectivas sobre
las incursiones del Che.
El problema de estos estratos discursivos es que al deshumanizar
al Che, más el primer estrato que el segundo, le quitan no
solo posibilidades a la comprensión e
interpretación, sino que le quitan
meritos al hombre. Un héroe consagrado desde nacimiento, un hombre fuera de serie, tiene sus hazañas
como si formaran parte de su propia consistencia, sus propios atributos; un héroe es un héroe y realiza hazañas heroicas.
Olvidan que lo sorprendente es que un hombre
como todos los hombres de la tierra,
un humano demasiado humano, realice gastos sin retorno, derroches
corporales, sensibles e intelectuales; en otras palabras, efectúe actos heroicos, como los define Georges Bataille. Por otra parte, en contraste, la versión
opuesta del esquematismo de héroes y villanos, al convertirlo en monstruo, en asesino, en anomalía social, lo que hacen es repetir
la tautología de otra manera; un monstruo es un monstruo, dicho de manera pedestre, un villano es un villano, lo
que hace es villanerías. No hay por qué
sorprenderse entonces.
El segundo estrato discursivo, que hemos reconocido
por su mayor elaboración y por su pretensión de seriedad, reduce el acontecimiento histórico-político a los
contornos del perfil de un personaje-protagonista, que por sí solo
puede cambiar el curso de la historia.
Por eso decimos que incluso este estrato
discursivo no deja el imaginario
epopeico. La historia no la hace
un hombre o un grupo de hombres, por más singulares que fuesen, sobre todo, en lo que respecta a su papel
destacable; la historia, que es un relato, pero, que vamos a utilizar como metáfora de lo que pretende el mismo relato histórico, ser una descripción de los acontecimientos sociales, no la hacen ni siquiera los hombres, como mencionaba Karl Marx en su
famoso enunciado, bajo determinadas condiciones
históricas, sino se trata de realizaciones de efectos masivos de acciones, asociaciones, composiciones,
relaciones, de singularidades
sociales, territoriales, ecológicas. Donde la paradoja del azar y necesidad se efectúa en el devenir constante e incontrolable del mundo efectivo.
Desde nuestra
interpretación, hablando de Ernesto
Guevara, el Che, inmiscuyéndonos en
su biografía efectiva, nos parece,
mas bien, un ejemplo del humanismo
desenvuelto en sus propios avatares, dilemas y laberintos. El enunciado del hombre nuevo no puede ser sino un
enunciado que emerge de las tradiciones humanistas
y renacentistas. Sus gestos para con
los soldados que lo combatían, muestran sus sentimientos e inclinaciones humanistas. Hasta podríamos decir que su
concepción del socialismo era, mas
bien, humanista. Que alguien
contra-argumente y diga que el humanismo
no puede ser violento, tiene una acepción del humanismo circunscrito a la utopías
cristiana de los primeros tiempos, los del cristianismo colectivista del
desierto. No se trata de debatir esta interpretación,
sino de decir que es una entre muchas interpretaciones del humanismo. No olvidemos que el humanismo,
como matriz histórico-cultural de la civilización moderna, ha dado lugar a
las historias más cruentas de
violencias desatadas, al mismo tiempo a las historias
más prometedoras de utopías buscadas
y realizadas a medias. Negarle este rasgo sobresaliente a Ernesto Guevara es
caer en los prejuicios de los estratos discursivos que mencionamos.
Ingresando a
los ámbitos histórico-políticos y de
la guerra de guerrillas, lo que
parece que hay que comparar analíticamente es el papel cumplido por el insigne guerrillero en la toma de Santa Clara
en Cuba y el papel cumplido en la guerrilla en Bolivia, anticipada abruptamente
y fracasada. En el primer caso, no se
puede negar la audacia y la eficacia de la estrategia militar; en el segundo
caso, asistimos a una guerrilla anticipada, atrapada en su premura, enfrentándose
a un ejército que la perseguía y la emboscaba, en condiciones de escasez de
armas, de logística, de apoyo. Lo que asombra en la derrota de la guerrilla es
el diferimiento del tiempo, mientras perduró y resistió, el esfuerzo corporal y militar de los guerrilleros que sobrevivían a
las emboscadas militares. Por último, la victoria frente al ejército, al
gobierno y al Estado, del escape del grupo de guerrilleros donde se encontraba
el Pombo; en lugar de ellos podía haberse encontrado el otro grupo, donde
estaba el Che, que se refugió en la quebrada.
La diferencia
de los papeles cumplidos radica no tanto en el hombre, en lo que podía haber
cambiado, hipotéticamente, sino en el contexto, las condiciones y la coyuntura
en la que se dieron los dos acontecimientos guerrilleros. En resumen, de una
manera simple, con peligro de esquematización,
empero, ilustrativa, se puede decir que en un caso había un pueblo dispuesto a
combatir y realizar actos heroicos, en el otro caso no había tal pueblo, como
ocurrió en la guerra civil de 1949 y en la revolución de 1952. El proletariado
minero sindicalizado no tomó las minas, como corresponde cuando la guerra de guerrillas estalla; la
izquierda solo donó algunos militantes, sin jugarse el todo por el todo, como
corresponde.
La guerrilla
del Che en Bolivia no es ningún hito
constitutivo, tampoco ninguna epopeya,
sino es una de las gramáticas de la insurgencia continental, que se reitera desde los primeros
alzamientos de la guerra anti-colonial,
en distintos contextos, escenarios
histórico-políticos-culturales, coyunturas en crisis. Debemos aprender de
esta experiencia lo que somos, los
pueblos del continente, lo que buscamos, lo que perdemos y ganamos, interpretar los recorridos de la guerrilla
como escritura fáctica de pre-narrativas todavía indescifrables.
Ante el acontecer de acontecimientos insurgentes, en constante devenir y metamorfosis,
las interpretaciones epopeicas y las descalificadoras aparecen como balbuceos
circunstanciales y fugaces. Se trata de gritos de consciencias desdichadas, sujetos desgarrados, consciencias
culpables, atiborradas de espíritu de
venganza o, en su caso, de búsquedas de notoriedad al decir algunas otras
banalidades más exultantes. El discurso del conservadurismo
recalcitrante, que quiere convertir al Che
en un asesino, en un sádico, que le gustaba matar, muestra sus miserias en el
más descalabrado sentido. Quieren dar lecciones de moral, asentados en la herencia de la más descarnada elocuencia de
la violencia y el terrorismo de Estado. Los voceros de este discurso
extremadamente endémico y pueril se desnuda en su retórica sin recursos,
plagada de prejuicios, odios y miedos insoslayables. Creen, que la experiencia
barroca del populismo gobernante, denominado “gobierno progresista”, hace
olvidar lo acontecido en lo que se viene en llamar la dramática historia
política del país. Se equivocan enormemente, la experiencia inscrita en
la corporeidad popular, son entramados de huellas hendidas, que sostienen la memoria social.
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