El nudo de la dependencia
El nudo de la dependencia
Raúl Prada Alcoreza
La
dependencia es la condición subordinada, que se refiere o
se remite a la condición incumplida
de no haber logrado la autonomía, la independencia y la soberanía. Se ha
trabajado, por así decirlo, la condición
de la dependencia económica; la más lucida exposición al respecto es la
Teoría de la Dependencia. Sin embargo, no se puede circunscribir el fenómeno de la dependencia solamente al campo
económico, incluso tomando en cuenta sus connotaciones en el campo social, también en los campos político y cultural. La dependencia es una condición abarcadora
y comprometedora; absorbe distintos planos
de intensidad, que se conectan al definir la complejidad de la realidad
efectiva; incluso en sus recortes sociales, económicos, políticos y
culturales; sin tocar todavía la complejidad
dinámica e integral ecológica, donde
los campos mencionados se encuentran articulados. La dependencia compromete, por decirlo en lenguaje ontológico, al ser
mismo. Se puede decir, entonces, de manera directa y resumida, que el ser no es, en su condición de dependencia.
Este
no-ser de la condición histórica-política-económica-social de la dependencia, define de manera categórica
e ineludible los alcances y los límites de una composición social, atrapada en
el campo gravitatorio de la dependencia. Siguiendo a la Teoría de la dependencia, éste fenómeno de subordinación no se explica
sino en la estructura de poder y en
la geopolítica del sistema-mundo
capitalista. No se trata, entonces, solo de la convocatoria a la decisión
autonomista, independentista y soberana; sino de dejar de ser dependiente, en
la integralidad de los distintos planos
de intensidad, que componen la complejidad
social y política. La consecuencia de la Teoría de la dependencia es que no se
sale del campo gravitatorio definido
por la geopolítica del sistema-mundo
capitalista solo por desplazarse hacia otra forma de Estado; por ejemplo el
Estado socialista; mucho menos por desplazarse a una forma de Estado de menor
transgresión anti-sistémica, el Estado-nación correspondiente a la forma de gubernamentalidad populista. No
basta efectuar nacionalizaciones, materialidades políticas constitutivas del
Estado-nación, sino que se requiere romper
con el mismo campo gravitatorio que
genera la dependencia, es decir, con
la geopolítica del sistema-mundo
capitalista.
Los
denominados estados del socialismo real
no rompieron con el sistema-mundo
capitalista; continuaron en la geografía
estructurada por la geopolítica de la
dominación mundial del capital. De manera menos intensa y
ambiciosa, con menor proyección, los Estados-nación del nacionalismo revolucionario tampoco atinaron a romper con las
condicionantes impuestas por el orden
mundial, a pesar de la incidencia en la economía
mundo de las nacionalizaciones efectuadas. En el siglo XXI, los llamados
“gobiernos progresistas”, están más lejos de la ruptura con el orden impuesto por el imperio mundial, que lo que estuvieron
los gobiernos del nacionalismo-popular
de mediados del siglo XX.
Se
podría sugerir, comparativamente, solo de manera ilustrativa, de ninguna manera,
explicativa, un cuadro de ubicación de donde se encontrarían las
diferentes formas de Estado que se rebelaron
al sistema-mundo. De la variable menor dependencia a la de mayor
dependencia, podríamos situar, en primer lugar a los Estados del socialismo real; después vendrían, con
una distancia determinante, los Estado-nación del nacionalismo revolucionario, en todas sus versiones; continuando,
sin obviar la distancia que los separa de sus antecesores, con los denominados
“gobiernos progresistas”. En esta secuencia, los “gobiernos progresistas”
serían los más dependientes y subordinados de esta triada. Su única ventaja, serían los gobiernos neoliberales, formas concretas
de Estado, que se habrían entregado casi completamente a la condición
subordinada de la dependencia.
No
interesa, en este análisis, la jerarquía y, por lo tanto, ponderar a los menos dependientes, sino de señalar la gravitación determinante de la dependencia, en toda esta lista de
formas de Estado. No fue suficiente la transformación del Estado, en el caso de
las revoluciones socialistas, para
salir de la condición dependiente respecto a la composición estructural del sistema-mundo;
pues al no ser capaces de romper, salir, fugarse el campo gravitatorio de la geopolítica
del sistema-mundo capitalista, solamente lograron, por así decirlo, órbitas
privilegiadas en el sistema orbital
de sistema-mundo. Este hecho no puede
ocultarse por el despliegue de la más esforzada difusión ideológica. No se trata de demostrar la verdad de la ideología socialista, sino de efectivamente
construir, por lo menos, un mundo alternativo. El fracaso del proyecto socialista conocido, partidario, consiste en esto, en no
haber podido construir otro mundo
alternativo. Solo se mantuvieron en el mismo sistema-mundo que combatieron, bordeando sus perímetros, sin cruzar
sus límites y umbrales.
No
entraremos, en este ensayo, a la dramática historia de los estados socialistas,
sus terribles contradicciones, sus crímenes, a pesar de los alcances de justicia social; pues no es este el
referente del análisis. En todo caso, nos remitimos a anteriores ensayos y
otros análisis e investigaciones. Lo que importa, en el contexto del ensayo, es
señalar la condición de dependencia
de la que no salieron los estados del socialismo
real. Alguien puede cuestionar lo que decimos, refiriéndose a la República
Popular de China; la primera economía del sistema-mundo-capitalista. Sin
embargo, al señalar la evidencia del “desarrollo” abrumador de la República
Popular China, del “socialismo de mercado”, no hacen otra cosa, que patentizar que este logro de revolución tecnológica y científica, sea la demostración de que solo se
puede lograr “desarrollo”, crecimiento
económico, convertirse en la primera potencia emergente económica, en la medida
que se respeta la composición estructural
del sistema-mundo capitalista. Para
decirlo, en tono coloquial, el salto de la “China comunista” a primera potencia
económica solo fue posible en las condiciones
de posibilidad impuestas por la geopolítica
del sistema-mundo capitalista.
Los
líderes del Partido Comunista Chino, el comité central, no parecen darse cuenta
que su triunfo económico, incluso, tal vez, militar, que supone las revoluciones industriales,
tecnológica, científicas y cibernéticas, es una victoria a costa del proyecto comunista. La gran revolución socialista china, que fue
como la continuidad expansiva y profunda de la revolución bolchevique, que se convirtió, en el mundo pedestre de
la postguerra, en la posición radical de los no alineados; revolución que
transformó al mundo más que la revolución rusa; terminó en la deriva de el “socialismo de
mercado” y la derrota de la revolución
cultural de los guardias rojos,
en una asombrosa revolución científica y
tecnológica, restringida a la razón
instrumental, dejando avergonzados a los países de la colonización
interminable. China ha ganado la competencia
capitalista, pero ha perdido, inutilizando el proyecto comunista y la
utopía universal, por la que todos y todas las combatientes dieron su vida;
desecho su condición revolucionaria.
Ya no lo es; de esta pérdida irremediable, de esta muerte del espíritu
comunista, no la puede salvar el impresionante e inmenso Partido Comunista de
la China.
Si
algo queda con los miembros de los partidos comunistas, los que podemos nombrar
como tales, por haber sido máquinas de
guerra, militares y políticas, que enfrentaron a las máquinas de guerra hegemónicas del capitalismo y las vencieron, es la comunicación
respecto al sentido de lo que se
hace. Por más que se haya burocratizado el Partido Comunista Chino, por más que
el realismo político y el pragmatismo lo haya llevado a una
estrategia política, económica y militar, que aparece como eficaz, frente a la
desorientación estructural de la OTAN, a la compleja estructura máquina del
vigente capitalismo, no hace otra cosa que revivir el sistema-mundo capitalista contra el que combatió.
La
pregunta al Partido Comunista Chino es: ¿Cuánto de comunista le queda? No se trata de juzgarlo, tampoco de interpelarlo; el desafío ha sido inmenso, se han
desplegado todas las herramientas que se creían pertinentes. A diferencia del
Partido Comunista de la Unión Soviética, el Partido Comunista Chino gobierna no
solamente sobre la geografía china, sino sobre la geografía del mundo; sin
embargo, esta forma de gobernar no es de los condenados de la tierra, no es de los campesinos y proletarios, que
conformaron el ejército rojo, que
ingresó triunfante a Pekín en 1949.
La
responsabilidad del comunista - que entiende de manera
inmediata el militante comunista, de lo que está lejos de vislumbrar el
detractor del comunismo, que nunca se
ha dedicado a entenderlo, incluso para criticarlo - es para con los y la
explotadas de la tierra. El asombroso salto de la China Popular como primera
potencia económica, es portentoso para los economistas; hasta puede ser para
los condenados de la tierra, pero no
es un logro del comunismo; la sociedad
sin clases.
Dicho
de manera traviesa, que no pierde la forma transgresora y provocadora, podría
enunciarse de la manera siguiente: ¿comunistas chinos qué están haciendo? ¿La guerra al capitalismo o la demostración
de ser los primeros en la competencia capitalista? Si todavía son comunistas, tendrían, en el sueño
inocente del militante, responder honestamente a las preguntas. Si el término comunista se ha convertido,
reductivamente, en un logo, que sirve
para vender la producción industrial china, entonces han ganado a la competencia,
frente a las conformaciones sin ingenio de las burguesías europeas y
norteamericanas. Ese no es un tema que preocupa a los condenados de la tierra. Lo que preocupa es si lo que hicieron en
la larga marcha se convierte, ahora,
en liberación y realización de las
demandas humanas postergadas. Haciendo más simple y más maravillosamente
infantil el discurso, la pregunta es: ¿camaradas chinos siguen siendo comunistas?
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