Lecciones desde Ecuador: el progresismo caníbal

EDUARDO GUDYNAS

   

Las recientes elecciones generales en Ecuador ya ofrecen varias lecciones que deben ser atendidas en los países vecinos, incluida Bolivia. En primer lugar, se debe destacar el triunfo del movimiento político del Gobierno, Alianza País, logrado con un candidato distinto al actual presidente Rafael Correa, Lenin Moreno (39 por ciento de los votos). No se forzó una reforma para permitir una re-re-re elección de Correa, quien a su vez aceptó dejar la presidencia. Esto vigorizó al movimiento político más allá de los personalismos.

El segundo aspecto es que los sectores conservadores votaron divididos en por lo menos dos grandes corrientes (Movimiento Creo de Guillermo Lasso, 28 por ciento, y el Partido Social Cristiano con C. Viteri, 16 por ciento). No es descabellado pensar que si se hubieran unido posiblemente triunfaban en la primera vuelta.

Pero enseguida se entra en el tercer aspecto, y uno de los más llamativos del caso Ecuador. En las zonas más golpeadas por la minería y las petroleras, ubicados en la Amazonia, se votó abrumadoramente contra el Gobierno. Son regiones donde predominan colonos y comunidades indígenas, y muchos han sufrido impactos sociales y ambientales, o una creciente violencia, todo eso de manera muy similar a lo que ocurre en Bolivia.

Parecería que las promesas de beneficios económicos y sociales a cambio de aceptar a mineras o petroleras no tuvieron mayor efecto, o bien, esos comunarios ya saben por su propia experiencia que eso no tiene sustento.

Sin embargo, como cuarto aspecto, hay que señalar que en esas regiones los votos de esos descontentos fueron al candidato conservador, y no necesariamente a los grupos políticos de la izquierda independiente opositora a Correa. Por ejemplo, hay provincias amazónicas donde el candidato de oposición Lasso casi duplica al gubernamental Moreno. Es como si la resistencia social local sólo encontrara una salida caminando hacia la derecha.

Eso contrasta con lo que sucedió en varias zonas rurales de los Andes y la costa, donde el candidato del gobierno tuvo muy buena votación. Esto ocurrió a pesar de que persisten muchos problemas rurales, varios de ellos similares a los que se observan en Bolivia, como la desigualdad en el acceso a las tierras, limitada rentabilidad, avance del agronegocio, deterioro de suelos y aguas, etc. Son problemas que el Gobierno Correa no ha logrado solucionar y que por momentos no están en el centro de su atención. A pesar de ello, muchos votantes rurales apoyaron al candidato del gobierno.

La última lección se refiere a la importancia de la independencia y rigurosidad de la autoridad electoral. En Ecuador todo el proceso está bajo fuerte controversia, desde la marcha de los conteos a las denuncias de irregularidades por toda la oposición; por si fuera poco, hasta el propio movimiento de gobierno lo cuestionó. Recordemos que ese consejo electoral fue el que trabó de distintos modos una consulta ciudadana sobre la explotación petrolera en la Amazonia.

La lección es que cuando un Gobierno juega a incidir sobre la autoridad electoral la democracia pierde, pero también se afecta su propia legitimidad. Es otro efecto boomerang, ya que esa mala imagen afectará al propio candidato del gobierno si es que gana la segunda vuelta.

Todos estos ejemplos muestran que el progresismo gobernante tiene una veta caníbal. Devora sus propias bases políticas, las que reaccionan corriéndose hacia la derecha. Procesos de ese tipo se han observado en Brasil y Argentina. A la vez golpea a la izquierda independiente que está por fuera del Gobierno. La ataca, calificándola como infantil y con ello impide alianzas con ella para renovarse genuinamente hacia la izquierda. A su vez, el progresismo se presenta a sí mismo como la única y verdadera izquierda, y por ello sus propios errores, retrocesos y corrupciones alimentan imágenes populares tan negativas que hace que mucha gente se vuelque a votar por “todo lo contrario”.

El autor es analista en temas de ambiente y desarrollo.