Sueños paradójicos

Sueños paradójicos

 

Sebastiano Mónada

 

 

 

 




 

 

 

 

 

Sensaciones mezcladas me embargaban al despertar, después de escuchar una música, emitida por la radio. No acontecía esto porque la melodía era triste, al contrario, parecía alegre. La tristeza, la melancolía y la nostalgia mezcladas emergían del regreso del sueño. Volvía de un largo viaje de años, quizás de siglos o milenios, no lo sé. Este regreso me entristecía profundamente. Algunas veces vuelvo de los sueños con las mismas sensaciones. ¿Dónde estuve? No lo sé, no hay memoria de este viaje ni de dónde estuve. 

 

Otra vez hice un gran esfuerzo, mientras dormía, para no hundirme más en la absorción gravitatoria de algo que se encontraba en el sueño mismo. Al final, después de grandes esfuerzos, lo logré, pude evitar ser tragado por ese agujero negro, que me esperaba en el fondo del fondo, en el hueco del hueco, en la nada de la nada, en la desaparición absoluta. 

 

Entre ese despertar, ese retorno melancólico, y ese hundirse en el sueño y dentro del sueño en algo más profundo, hay diferencia, con certeza, no solamente porque lo primero es el regreso del sueño a lo que comúnmente llamamos realidad y lo segundo es perderse mucho más en el sueño, ¿en la irrealidad? El regreso y el alejarse son experiencias distintas. Pero, la diferencia no solamente radica en esto; la diferencia radica en la experiencia, en el hundirse más en las profundidades desconocidas y en el emerger de nuevo a la superficie. 

 

Se ha dicho que lo más profundo es la piel, que es como decir que lo más profundo está en la superficie; aunque las dos proposiciones no son lo mismo. En la primera, la piel no es exactamente la superficie sino el contacto entre la interioridad y la exterioridad; en la segunda, se trata de una proposición que aparece en forma contradictoria, paradójica. La piel puede ser lo profundo porque la profundidad puede encontrarse precisamente en el contacto, en esa conexión entre interioridad y exterioridad, en ese contacto de uno con la otredad, con la alteridad, con otro, con otra. Podría ser una tesis esta proposición, aparentemente paradójica. La superficie es lo que no tiene profundidad, si se quiere, espesor, visto desde una perspectiva geométrica; es bidimensional, no tiene volumen. Decir lo más profundo es la superficie es como decir no hay espesor, no hay profundidad, solo superficie. Interpretando, ya no geométricamente, puede sugerir otra tesis, la de que no hay honduras, solo superficies. Otra consecuencia, en otra perspectiva, que no hay pasado sino presente. Por más discutibles que sean estas proposiciones, lo que interesa es su ilustración respecto al dilema expuesto. 

 

Paradoja de la piel y el espesor corporal, paradoja de la superficie y el volumen; pero ¿en el sueño son paradojas? ¿No ocurre, mas bien, en la curvatura del sueño que, lo aparentemente contradictorio, se encuentra en un movimiento circular o esférico? ¿Qué pasa con el contraste entre hundirse más profundamente en el sueño y el despertar? ¿El sueño es diametralmente diferente a la realidad? ¿No forma parte de la realidad, como una de sus profundidades, como uno de sus misterios? ¿O la realidad es un sueño? Lo que seria demasiado aceptar. En todo caso, ¿por qué hay sueño y vigilia? Se complementan. 

 

Volviendo al sueño, donde, en un viaje interminable, se da la extraña experiencia de ir más lejos, quizás sin retorno, y a los primeros instantes del despertar, una especie de puente entre el sueño y la vigilia, ¿no hay también otro encuentro, circular o esférico, entre el hundirse profundamente en el fondo del sueño y el regresar a la vigilia, el despertar, sobre todo en los primeros momentos del regreso a la vigilia, cuando todavía nos llevamos las telarañas del sueño? ¿No dejamos de soñar acaso cuando imaginamos? ¿La realidad no es un producto de la imaginación? No hay realidad sin imaginación

 

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