Sueño filosófico

Sueño filosófico

 

Sebastiano Mónada 

 

 

 




 

 

 

 

 


 

 

Soñé con un desierto parecido al del Sahara o al de Atacama, no se cual, no importaba, cualquiera de ellos o, quizás ambos;  pero estaba en un desierto, debajo de las arenas se encontraba enterrado un esqueleto. No entiendo cómo lo sabía, pero tenía certeza del esqueleto enterrado, hasta parecía que lograba mirarlo. ¿Cómo? No lo sé, pero ocurre esto en los sueños. Uno, cuando sueña, sabe lo que se esconde. Cuando desperté, lo que me dejó perplejo es el sentido mismo, el sentido inmanente del mensaje del sueño. Tenía la sensación del sinsentido, pero también de la nada. Lo asombroso es el mensaje, que queda como sensación. Estamos como en un desierto, no hay nada, salvo las arenas del desierto y el esqueleto que nos espera. Nada tiene sentido o, quizás, todo tenga sentido; el sentido final, el de la muerte, el de la nada.  

 

Recuerdo también que, en el sueño, miraba desde el desierto el firmamento, entonces, me preguntaba cómo podemos perder el tiempo en banalidades cuando tenemos la maravilla del universo, estamos inmersos en esta maravilla. Esta era la otra sensación que me quedó. Seguramente que, ahora, interpreto la sensación;  esta interpretación es, más bien, racional, incluso filosófica, aunque su materia prima, por así decirlo, es solamente sensación y sorpresa.

 

Después, a lo largo de mi trayectoria de vida, estas dos sensaciones han permanecido en el substrato de la memoria. El rescate de ellas, sus recurrencia, ha sido intermitente. Aparecían como aves negras, cuervos o tordos, trayendo algo en su ojos brillantes, nuevamente el mensaje de aquel sueño. Me decían que no se puede perder tiempo, que había que dedicarse a lo importante, a lo prioritario, a lo primordial, a lo que habíamos venido; por eso estábamos aquí vivos. 

 

Esos dos pájaros negros me visitan en la noche, mientras duermo, para hacerme recuerdo del mensaje, que no me olvide. Cuando despierto, los pájaros negros se vuelven palomas invisibles, que remontan la atmósfera. Son parte de la brisa de la mañana y de la tarde. Siempre están presentes, de una u otra manera, en el sueño o vigilantes en el entorno; se hacen presentes cuando las necesito, cuando tengo que escuchar sus consejos.

 

Interpretando de nuevo el sueño, el desierto y el firmamento parecen oponerse en una dualidad asimétrica, así como la muerte parece oponerse a la vida y la nada al todo. Pero el desierto no se opone al firmamento porque el desierto se encuentra en el planeta tierra y la tierra se encuentra en el universo. Tampoco la muerte se opone a la vida porque la muerte forma parte del ciclo de la vida. Así como tampoco la nada se opone al todo porque la nada forma parte del todo. 

 

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