Politización y vida cotidiana en tiempos de crisis
Politización y vida cotidiana en tiempos de crisis
Raúl Prada Alcoreza
Mientras el campo político
se agita en la turbulencia de la crisis, la vida
cotidiana sigue sus propios ritmos, apenas afectado por la turbulencia,
salvo cuando ésta cobra tal intensidad y magnitud que llega a incidir en los ritmos de la vida cotidiana. Cuando esto ocurre los límites entre el campo político y la vida cotidiana se hacen no solo porosos, sino que se rompen,
abriéndose a flujos entre los dos ámbitos, a tal punto que ya no se pueden
ignorar, tampoco se puede ser indiferentes, el uno respecto del otro. El
ciudadano común, como se dice por costumbre, aunque no sea correcto, pues es
una definición homogeneizante, es invadido por el evento político,
convirtiéndose este evento en una cotidianidad. Esto ocurre de varias maneras; una
de ellas de modo banal, cuando los medios de comunicación de masa “politizan”
el espacio comunicacional, “politizando” la economía, incluso el mercado y
otros aconteceres de este entorno. La información, si se puede todavía mantener
este término, que aparece como noticia, es “politizada” por las tendencias
implícita de los medios de comunicación. Pero también puede ocurrir de modo dramático, cuando la crisis
política irrumpe en los espacios de la vida
cotidiana; por ejemplo, cuando la politización
comienza a emerger de los propios espesores de las prácticas cotidianas, cuando
las decisiones que se toman comienzan a teñirse de halos políticos. En este
intervalo la “politización” adquiere distintas formas mezcladas, incluso
dramáticas. Empero, la politización
trágica, cuando el acontecimiento
político se traga todo, todos o casi todos los ámbitos de la vida cotidiana,
emerge cuando se llegan a los extremos de la experiencia social.
En la coyuntura boliviana de comienzos de 2019
la “politización” ha dejado de ser banal, a través de los medios de
comunicación, de sus modus operandi, y ha empezado adquirir las formas de la politización dramática, desde la
evidencia de la crisis política de la forma
de gubernamentalidad clientelar. Puede datarse este dramatismo de la politización
desde la crisis del “gasolinazo”. El dramatismo de la politización ha seguido
sus propios cursos en las distintas crisis
singulares del “proceso de cambio”. Estas crisis han adquirido nombre o
renombre: el conflicto del TIPNIS; las marchas y las movilizaciones especificas
en defensa de derechos concretos, consagrados en la Constitución; la tercera
guerra del agua; la movilización generalizada contra la ley inquisidora del
Código Penal; las marchas, movilizaciones, bloqueos y toma de espacios urbanos
por parte de ciudadanos y colectivos de Achacachi; los enfrentamientos con las
marchas y bloqueadores de los cultivadores de la hoja de coja de los Yungas;
también las movilizaciones, marchas y huelgas de hambre de los colectivos en
defensa del referéndum del 21 de febrero de 2016. El voto mayoritario por el No
a la repostulación del presidente, las anteriores elecciones de magistrados,
donde ganó el voto nulo, corresponden no tanto al dramatismo político, sino mas bien a las variaciones estadísticas
de la opinión pública y el voto ciudadano.
Todo esto es como el
antecedente del desenlace fatal: el golpe de Estado perpetrado por el
Tribunal Supremo Electoral (TSE), convirtiendo al “gobierno progresista” en decadencia en un gobierno de facto. Esta es la nueva coyuntura, experimentada entre fines de 2018 y comienzos de 2019. ¿En
estas condiciones
histórico-políticas-jurídicas, ingresaremos en la experiencia de la politización
trágica? Es decir, para decirlo resumidamente y de modo ilustrativo: ¿el
pueblo recurrirá a la subversión para
erradicar el gobierno de facto,
impuesto por un golpe jurídico-político?
Esta es la pregunta, pues la salida optada por los partidos de “oposición”, el
participar en elecciones, que no cuentan con las mínimas condiciones de posibilidad democrática, después del desconocimiento
de la voluntad popular, expresada en
el referéndum, no es otra cosa que habilitar a los inhabilitados, además de legitimar al gobierno de facto en elecciones fraudulentas.
¿Cuáles son las condiciones de posibilidad histórico-políticas-culturales de una sublevación generalizada del pueblo? Volviendo
a la imagen de la ruptura de los límites entre la vida cotidiana y el campo
político, se puede conjeturar que, en el caso de la coyuntura presente, de una singular
crisis política, donde el partido oficialista se ve obligado a recurrir a
un golpe de Estado jurídico-político, para desconocer el mandato constitucional
y el voto popular, se puede conjeturar que depende de la confluencia de las fuerzas que luchan por la recuperación
de la democracia, contra la corrupción galopante y la cínica impostura. Vale
decir, de manera directa, la confluencia entre las asociaciones ciudadanas y los movimientos
sociales anti-sistémicos re-emergentes.
Es más, cuando estas fuerzas
confluyan, pueden convertirse en atractores
de los otros estratos sociales descontentos, aunque pasivos, como se dice, del
campo y las ciudades.
Sin embargo, estos
desenlaces de la politización trágica
no se dan como consecuencia de ninguna astucia
de la razón, ni teórica, ni de la justicia. Como hemos dicho varias veces,
depende de las dinámicas de las correlaciones de fuerzas; sobre todo, en
el substrato de las fuerzas, de la configuración de las voluntades singulares, de sus
asociaciones, conexiones y concomitancias, conformando constelaciones de voluntades de la potencia social. Todo esto tiene que ver con la constitución-desconstitución-reconstitución
de las subjetividades. La pedagogía política emerge de la experiencia social, también de la memoria social; ambas, experiencia y memoria, laburan interpretaciones radicales en momentos de crisis. ¿De
qué manera llegan los distintos estratos sociales comprometidos a
interpretaciones equivalentes? Parece que un factor es, entre otros,
indispensable: el de la comunicación
intersocial y transocial.
No basta la denuncia, tampoco, yendo más lejos, la interpelación, así como lo más cercano a
lo que se requiere, el activismo
consecuente; parece menester, en las condiciones de la modernidad tardía y de la modernidad
barroca, el activismo integral,
que sea capaz de activar la potencia social. Lograr la pedagogía política participativa y
compartida. En pocas palabras, ya no son las vanguardias, de la modernidad clásica, las que pueden realizar esta
tarea, sino se requiere del aprendizaje
simultaneo de todos los componentes de la sociedad
alterativa. Pues ya no se trata, como antes, de cambiar unos amos por
otros, una élite gobernante por otra, sino de lograr salir del círculo vicioso del poder y de las genealogías de las dominaciones. ¿Podrán
los pueblos ingresar a la condición de madurez,
es decir, al uso crítico de la razón,
en términos políticos, a autogobernarse y a ser autónomos?
Preguntas que se
dejaron pendientes a lo largo de las historias
políticas de la modernidad; que no se respondieron, prefiriéndose repetir
los mismos errores, sin corregirlos. Amparándose en la suposición fácil de la
hipótesis de la “traición” o en los esquematismos pueriles de las teorías de la conspiración. No hay culpables, tampoco “traidores”, menos
super-humanos, como los que suponen las teorías
de la conspiración, capaces de controlar todas las variables de la complejidad, sinónimo de realidad. Aunque haya conspiradores y
actividades conspirativas, es más, organismos secretos de la conspiración, estos son parte de algunas
de las variables intervinientes en las dinámicas
complejas de la realidad efectiva.
El no haber salido del círculo vicioso
del poder radica en las mismas constelaciones de voluntades singulares, que se mantuvieron en los límites de la
pasividad y aceptación, que no se convirtieron en constelación de voluntades de la potencia social. En resumidas cuentas, en que las subjetividades se mantuvieron en el deseo del amo, con distintos discursos,
diferentes ideologías y actitudes.
Entonces, no hay que desear, hay que dejar el deseo del amo; hay que dejar de querer
ser dominando, también de ser mandado, así como de ser representado. De
renunciar a su propia voluntad singular, de transferirla a la conformación
abstracta de una voluntad general;
por lo tanto, de otorgar poder a otros, a sus voceros, representantes,
gobernantes. Optar por la soberanía y
la autonomía singulares, las propias,
al alcance de uno mismo, al alcance del propio cuerpo. Se trata de crear, de liberar la potencia, de inventar otros mundos posibles. De constituirse en mónada libre, abierta a asociaciones y composiciones, así como a
combinaciones de composiciones, libres. Se trata de que la potencia humana se conecte con la potencia de la vida planetaria.
Se trata de construir sociedades humanas
reinsertadas a las sociedades orgánicas,
rearticularse a los ciclos vitales
del Oikos. Por lo tanto, se trata de
abrirse a la subversión de la praxis
de manera integral.
Volviendo, parece que
los secretos de las genealogías del poder
y de las arqueologías del saber, que
sostienen aquellas genealogías, se encuentra en los espesores y dinámicas de
la vida cotidiana, donde los habitus campean por sus cristalizada
repetición y reiteración. ¿Entonces se requiere hacer una deconstrucción de la vida
cotidiana? La deconstrucción de
la vida cotidiana equivale a la
hermenéutica crítica de parte de la sociedad misma; hablamos de una hermenéutica participativa y compartida
colectivamente. Se trata de aprender
cómo hemos sido constituidos hasta el
momento presente, encontrar las capas
sedimentadas de estas constituciones
subjetivas, comprender las estructuras
de sus estratificaciones. En consecuencia, remover toda esta geología subjetiva, trastocar sus
espesores, para volver a constituirse de manera autónoma.
Obviamente, todo esto
no se da de manera rápida ni inmediata; no se produce, como se decía en la modernidad clásica, por toma de consciencia, por inoculación de las vanguardias. Sino que se trata de
procesos desenvueltos, donde las sociedades y los pueblos participan
activamente, aprendiendo de sus propias experiencias sociales políticas. Esto
no quiere decir que los colectivos
activistas no participen, sino que lo hacen de una manera horizontal, por
así decirlo, también aprehendiendo de las dinámicas
sociales y culturales. ¿Pero, entretanto qué; hay que esperar que los
procesos deconstructivos se den de
manera completa, antes de desplegar actitudes, conductas y comportamientos
autónomos y soberanos? Tampoco. Sino que hay que lograr transiciones consensuadas
colectivas, sociales y populares.
En conclusión, en la coyuntura presente, de crisis múltiple del Estado-nación, cuando
uno de sus desenlaces se manifiesta
en el dramatismo político de un golpe de Estado jurídico-político,
circunstancias y condiciones que definen un gobierno
de facto sui generis, la politización
de la vida cotidiana aparece de
manera fragmentada, intermitente, concurriendo en determinados momentos de intensidad,
como las movilizaciones, las marchas, los bloqueos, las interpelaciones; empero,
no concurre todavía su generalización al pueblo y la sociedad. La posibilidad de
la sublevación es todavía teórica,
aunque esté latente.
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