Los otros perfiles del servilismo
Los otros
perfiles del servilismo
Raúl Prada Alcoreza
(Esta publicación salió en Bolpress el 13 de abril de 2015)
En el poder no se salvan siquiera los que tuvieron
formación militante. Éstos, a pesar de su formación política, a pesar de venir
de tradiciones de luchas, cuando se encuentran cumpliendo funciones
administrativas, como funcionarios, o como militantes oficialistas, como
propagandistas, incluso como difusores del programa de gobierno, se dejan
atrapar por las telarañas del poder. Pierden todo el sentido crítico, que, quizás
mantenían al principio de la gestión de gobierno. Se convierten como los otros,
en celosos e intransigentes defensores del gobierno, al que consideran fin de la historia, la apoteosis misma
de la “revolución”. En vez de hacer análisis, terminan haciendo cantos y loas a
todo lo que hace el gobierno, incluyendo sus crasos errores y evidentes
contradicciones. Lo aprueban todo como indulgentes militantes. ¿Por qué pasa
esto, en quienes se esperaría una actitud más atenta, si es que no pueden que
sea crítica? ¿El poder los
toma, los absorbe, los seduce, de tal manera, que pierden toda cordura?
Este es el tema crucial. Esta gente que tiene formación
militante no tiene capacidad de defenderse ante los cantos de sirena del poder. Son vulnerables a las atmosferas
y microclimas del poder;
atmósferas institucionales que se forman como burbujas, donde se encuentran. La
renuncia a la crítica los lleva a confundir la propaganda con la realidad, como
los otros, serviles consumados, que no gozan de formación militante, sino se
explayan en el “saber” astuto de los oportunistas. Terminan pareciéndose tanto,
los unos y los otros, lo militantes y los oportunistas, que acaban reforzándose
mutuamente sus propias miserias.
El problema que no ven los militantes oficialistas es que el poder es una maquinaria
organizadora de las fuerzas; las organiza de tal manera que la composición
deriva en un bloque conservador, restaurador de la institucionalidad,
reproductor de las dominaciones polimorfas. Lo peor ocurre cuando este bloque
tiene que ejecutar el papel represor, pues las protestas y las movilizaciones,
la crítica a lo que ocurre, a esta inflexión hacia lo anterior, no tardan en
dejarse sentir. Es cuando la actitud de los militantes adquiere tonalidades
patéticas; como se dice popularmente, hacen esfuerzos denodados por justificar
lo injustificable. Sólo convencen a los convencidos, entre ellos se alimentan,
se conceden, se hacen cómplices de esta repugnante labor de policías. ¿Cómo
funciona la mecánica de fuerzas en el bloque oficialistas como para que los
militantes pierdan la cordura?
Se produce como una seducción por esta condición de
disponibilidad de fuerzas, que es poder. Un dejarse afectar por la mayoría partidaria, que
tiene más apego a los mitos e
interpreta el mundo a través de los mitos. También se enamoran del caudillo, que, en realidad es
un imaginario colectivo. Se convierte este símbolo en el sentido de sus vidas; a quién dedican sus
esfuerzos militantes. Han convertido la militancia, que antes era de lucha, en
una labor de endiosamiento. Son los nuevos sacerdotes.
Para responder a las cuestionantes, es menester comprender que el poder no es algo externo, es también algo interno. Atraviesa los cuerpos,
des-constituye y constituye subjetividades. Un militante “revolucionario” en el poder, investido por el poder, no puede sino cumplir con su
investidura, con su nuevo rol. Por más que insista en declararse
“revolucionario” no lo es, ha dejado de serlo, a partir de sus nuevas tareas
asignadas, que no son otras que de preservar el poder. No se controlan estos acondicionamientos, estas
presiones de la maquinaria del poder, la afectación de estos microclimas burbujeantes del poder. Son muchos más fuertes que los
reparos que pueda oponer el militante.
El problema es haber optado por el poder y no por el desmantelamiento del poder. El poder es la historia misma de las sociedades; se constituyó en
todas y a través de todas las dominaciones inventadas por parte de las
sociedades, la dominante. El poder se hizo carne en los comportamientos, en las
conductas, en los habitus,
en los prejuicios, en los imaginarios, si se quiere, en los sujetos. Es una ilusión pretender
convivir con el poder,
usarlo para transformar.
Esta es una tesis ingenua. El poder está ahí, afuera y adentro, para ejercer poder, para dominar, para capturar, para apropiarse,
para despojar y desaposesionar, para investir a dominantes y dominados. Puede
acompañarse esta labor de dominaciones con discursos “revolucionarios”; empero,
estos discursos no cambian en nada la dirección, el efecto, el sentido del despliegue de las
fuerzas, organizadas por el poder. Por eso, los militantes, terminan envueltos en
dramas, hasta en crímenes injustificables, incluso cometidos a nombre de la
“revolución”. Es el momento que se hace ineludible la evidencia; los militantes
se han convertido en verdugos del pueblo.
La militancia fue una forma de organización para luchar más efectivamente
contra el poder;
la militancia no garantiza salvarse de la telaraña del poder, una vez que se está en funciones
de poder.
No se puede usar la militancia en sentido emancipador cumpliendo funciones de poder; es decir, de dominación. No solo
es una confusión, sino algo peor; es la forma más atroz de renunciar a un
pasado combativo. Las contradicciones saltan a la vista, la paradójica
situación del militante se convierten un drama, si es que no es una tragedia.
Quizás el militante retrocede poco a poco; al principio
resistiéndose, poniendo reparos; después, justificando sus primeros pasos; para
luego embarcarse vertiginosamente en la caída. Adquiere el perfil de todos los
políticos de Estado. Cínico, maquiavélico vulgar, pragmático hasta la médula.
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