¿Dualidad de poderes en Venezuela?
¿Dualidad de poderes en Venezuela?
Raúl Prada Alcoreza
Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, se
autoproclamó como presidente interino de la República Bolivariana de Venezuela,
considerándose presidente en sustitución constitucional, en pleno vacío de
poder, una vez que se posesiona ilegítimamente Nicolás Maduro. A su vez,
declara Maduro de instrumento de la conspiración imperialista a Guaidó. Por
cierto, parece que asistimos a una versión reciente de lo que se definió como poder dual. Esta vez no desde la
perspectiva bolchevique, de las tesis
de abril de 1917, sino desde la interpretación de Juan Guaidó de la propia Constitución
bolivariana. Varios gobiernos, sobre todo los vinculados al Grupo de Lima,
además, claro está, del gobierno de Estados Unidos de Norte América, reconocen
a Guaidó como “presidente legítimo” de Venezuela. Lo que parece evidente es que
asistimos al conflicto de poderes, entre el instaurado en Miraflores y el
establecido en la Asamblea Nacional.
A Juan Guaidó no le faltan argumentos para tipificar
de ilegitimo al gobierno de Nicolás Maduro. Después de la imposición de una
Asamblea Constituyente apócrifa, que vulnera la Constitución Bolivariana de
Venezuela y desconoce el momento constitutivo de la Asamblea Constituyente de 1999.
A Nicolás maduro le faltan argumentos para justificar su posesión en el
gobierno, no debido a la apócrifa Asamblea Constituyente, que impone por la
fuerza, sino debido a que su elección se da en condiciones de imposibilidad democrática. Sin embargo, Maduro
cuenta todavía con la lealtad del ejército y parte de las organizaciones
sociales chavistas. Guaidó cuenta con el respaldo multitudinario de la
población, movilizada en contra de Maduro, fuera del apoyo de gobiernos, que no
gozan precisamente de expresar el sentido democrático, tampoco hablan desde un locus ético moral. Para muestra basta un botón: el anacrónico gobierno ultraconservador
y racista norteamericano no es precisamente el referente adecuado para criticar
al gobierno dictatorial de Maduro; tampoco el gobierno neoliberal tardío de la
Argentina, mucho menos el gobierno fascista criollo del Brasil.
Pero, vayamos a la nuez del problema. La crisis política, que es, en el fondo, crisis de legitimidad, no solamente corresponde
al “gobierno progresista” de Nicolás Maduro, sino también a lo que representa
la “oposición” venezolana. Ambas referencias políticas corresponden al círculo vicioso del poder; en
consecuencias, ambos perfiles políticos, por más que se proclamen enemigos, son cómplices de la reproducción del poder, tal como se
ha dado en las genealogías políticas de
América Latina. Es demasiado ingenuo creer que se va a salir de la crisis múltiple del Estado nación, liberándose
de Nicolás Maduro y su régimen neopopulista, abriendo las compuertas a cualquier
figura de una “oposición” enclenque, que solo es fuerte porque el pueblo
venezolano está cansado de la demagogia, de la impostura, de la corrupción
galopante de los “revolucionarios” de pacotilla. La crisis atraviesa todo el
espectro político, toda la gama de la casta
política, de “izquierda” y de “derecha”. En la crisis múltiple política se encuentran todas las expresiones políticas
e ideológicas, que disputan el poder. Salir de la crisis implica resolverla,
resolver la problemática compleja de
la crisis múltiple del Estado-nación.
Las opciones que ofrece la “oposición” están muy lejos de ser algo aproximado
de las soluciones del problema político y
de legitimación. Menos aún, la continuidad del régimen neopopulista.
Se puede entender que cuando un pueblo se cansa de dar
de sí por una promesa que no se
cumple, busque cualquier salida a la crisis, aunque, en el fondo no lo sea. Más
temprano que tarde se evidencian los límites
estrechos de las opciones de “derecha”. Esto se patentiza en la reciente experiencia
política de la Argentina y más recientemente en la experiencia política de
Brasil. Empero, como se sabe, la premura no es nunca una buena medida para
solucionar problemas álgidos. No se
trata, de ninguna manera, de defender a gobiernos de la simulación y la
impostura como fueron y son los llamados “gobiernos progresistas”, sino de comprender el desafío de la problemática compleja de la crisis política. En conclusión,
anticipada, se puede decir que la salida a la crisis múltiple del Estado nación no se encuentra en el círculo vicioso del poder, en las
distintas versiones de la reproducción
del poder, sean de “izquierda” o de “derecha”, sino en la posibilidad de la
madurez histórico-cultural-política del
pueblo. Cuando el pueblo sea capaz de tener como autoridad a la razón,
sobre todo a la razón crítica, es más, a la crítica
de la razón; cuando el pueblo se capaz del uso critico de la razón y de ejercer
su autonomía y autogobierno, entonces podremos decir que ha abandonado la condición de inmadurez y de dependencia. Que es plenamente soberano
y que puede construir alternativas creativas, más allá del círculo vicioso del poder.
No sabemos, no podemos adelantarnos, no somos
adivinos, lo que va a pasar en Venezuela; no podemos acertar, a ciencia cierta,
sobre los desenlaces de la trama política. Sin embargo, podemos
evaluar los límites dramáticos de
cualquier salida que se encuentra orbitando en el círculo vicioso del poder. A modo de corolario, podemos decir que
cualquiera sea la salida, en el marco
estrecho definido por el círculo vicioso del poder, la crisis de la política y
de legitimación continuará carcomiendo las columnas de un Estado nación, que no
ha resuelto sus problemas congénitos de nacimiento. No hay república ni democracia,
en pleno sentido de la palabra, cuando se instauran teatros políticos republicanos y democráticos sobre cementerios indígenas.
Para continuar con los términos referenciales del
discurso político, inadecuados pero ilustrativos, las “derechas” se regocijan
con la caída de los “gobiernos progresistas”, creen que por esto se confirman
sus vernáculares prejuicios recalcitrantemente
conservadores. No entienden, que, si ahora se ventilan sus esquematismos
extremadamente elementales, patriarcales, racista y de supremacía blanca, es
por casualidad, por una imprevista situación catastrófica a la que arrastraron
los gobiernos neopopulistas. No están
donde están por sus propios méritos, porque no los tienen, sino por los crasos
y grotescos errores de estos gobiernos
neopopulistas. Fueron la mejor propaganda, no solamente para la “derecha”
en general, sino para estas expresiones anacrónicas y reaccionarias del conservadurismo recalcitrante. Los gobiernos neoliberales tardíos y el gobierno fascista criollo no tardan
mucho en develar sus extremas debilidades, sus insoportables levedades, además
de sus grotescos anacronismos. No subsistirán a los embates de la continuidad
de la crisis.
Obviamente, el tema político no puede plantearse en el
simplismo esquemático y argumentativo de los voceros de los “gobiernos
progresistas”: O nosotros o ellos. Ni los unos ni los otros. El chantaje
emocional neopopulista no es otra cosa que eso, chantaje de paternalistas políticos, que manipulan los sentimientos
populares y su expectativa en la promesa
milenarista. Se presentan como “amigos
del pueblo”. Este discurso es excesivamente pretensioso y extremadamente
demagógico, además de compulsivamente manipulador. Adquieren ventaja sobre sus
adversarios, los neoliberales, quienes se presentan como técnicos neutrales
ante la insoslayable objetividad económica, que convierten en núcleo de la realidad misma, pues resultan demasiado aburridos
e incoloros, además de contar con poca gracia. Sin embargo, esta ventaja es meramente
imaginaria y emocional. No tiene asidero en las dinámicas sociales y subjetivas
de las masas. Del entusiasmo el pueblo pasa al desencanto; en un tiempo más
puede pasar a la interpelación a quienes lo engañaron.
El “análisis político”, encumbrado por los medios de
comunicación, no entiende que se maneja con referentes inadecuados, como los
relativos al esquematismo dualista y simplón de “izquierda” y “derecha”. Los proclamados enemigos, en realidad, efectivamente, en la genealogía del poder, son cómplices;
se necesitan. El amigo necesita del enemigo para legitimar su posición de
poder y viceversa.
La crisis política y de legitimación de Venezuela
tiene, por un lado, la crisis de la forma
de gubernamentalidad clientelar; tiene, por otro lado, la crisis del retorno endémico a las formas insustanciales
del criollismo colonial. Para decirlo, en sentido popular, la caída del
régimen “chavista” es una construcción de la propia derrota de esta militancia
delirante, enamorada de la convocatoria
del mito, el caudillo. La asunción probable al gobierno de cualquier perfil
de “derecha” será el desenlace de la trama de la dominación imposible de las oligarquías y de los estratos criollos
en el continente indígena de Abya Yala. Ambas expresiones histórico-políticas conforman el cuadro de la genealogía de una colonialidad que se desplaza sin poder lograr
la hegemonía. No puede, es imposible,
pues la hegemonía implica contar con
la connivencia de todos, en el asunto de la administración y realización del
poder. La hegemonía solo puede
realizarse si reconoces al Otro. La dominación criolla se basa en lo contrario,
en el desconocimiento del Otro.
Ponderamos el grito de los compañeros que proponen una
salida distinta a la propuesta por el imperio
y el Grupo de Lima, empero, lo que define los desenlaces es la correlación
de fuerzas. Los compañeros, aunque pueda que tengan razón – es discutible
-, no tienen suficiente fuerza como
para convocar, memos para incidir en los desenlaces políticos. Para decir algo, como poniendo en la mesa de
discusión, consideramos que la crítica al régimen “chavista”, desde la “izquierda”,
debería haber comenzado antes, mucho antes de los pronunciamientos, cuando ya
era tarde. No se construyó, desde un principio, otra posibilidad distinta a la convocatoria del mito, del caudillo. Se
esperó demasiado tiempo, para emprender la crítica, que no deja, hasta ahora,
de ser tibia; por lo tanto, ineficaz ante la envergadura de la crisis política. El desenlace político no depende de la razón que puedan tener compañeros, indiscutiblemente
revolucionarios, sino, otra vez, de la correlación
de fuerzas.
Ante lo que ocurra, no tiene mucho sentido seguir
insistiendo en la razón teórica. La lógica de las fuerzas es implacable. Es menester la autocrítica, antes de
recomenzar una nueva era de crítica teórica, política y cultural, de activismo comprometido. No se puede
eludir la corresponsabilidad de los compañeros probos, críticos y
comprometidos, en el derrumbe de los procesos políticos, abiertos por la
insurgencia popular, como el Caracazo. ¿Qué se ha hecho anticipadamente para
evitar que ocurra lo que ya está ocurriendo? Muy poco. Hubo como una autocomplacencia de la superioridad del intelectual crítico; la razón crítica sobre las prácticas chabacanas
de los funcionarios. La crítica, en sentido pleno, es decir, radical, no deja piedra sobre piedra;
derrumba todos los muros, todas las edificaciones del poder. Además, hace activismo, se comunica con el pueblo,
hace pedagogía política; no se
satisface en la autocomplacencia de
reuniones de intelectuales convencidos, que hacen gala de sus certezas
teóricas.
Si se dice lo que se dice, no es para echar piedras a
los compañeros, ni creerse el que dice una verdad
superior a las verdades conocidas, sino
porque se tiene consciencia de que
nos equivocamos juntos. Esto no quiere decir que aquí termina todo y que nos
vayamos a dormir, sino que la experiencia
vivida puede servir en el aprendizaje
de los activismos radicales contemporáneos
de los nuevos combatientes. Hay que transmitir la experiencia honestamente,
develando la arqueología de las
contradicciones que nos constituyeron.
Una de la frases más bonitas y expresivas es la que
dice: ¡La lucha continúa! Bueno pues, hay que continuar la lucha, cuan viejos
estemos. Pero, no olvidar, la lucha es crítica consecuente y consecuencia de la
crítica en las prácticas. Otros jóvenes combatientes retomaran la posta; mejor
si lo hacen irreverentemente a los que los precedieron. Es menester trasmitir a
estos jóvenes luchadores la experiencia,
sin ocultar las contradicciones evidenciadas.
Para no generalizar al mundo, solamente atreviéndonos hablar
del continente, contamos con colectivos de jóvenes vitales, que comprenden
mejor que nosotros el drama y la tragedia de la crisis ecológica. Es menester comunicarse con estos colectivos y compartir
experiencias y memorias, sobre todo con la honestidad, para decirlo de una manera
ilustrativa, de las confesiones.
Estos colectivos no deben cometer los errores que cometimos; por eso es
indispensable contar la historia
paradójica de las revoluciones.
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