La potencia constituyente
La potencia constituyente
Raúl Prada Alcoreza
La potencia
constituyente es la potencia social desbordada;
la potencia constituyente arrasa con
el poder constituido. Es la revolución misma como magma incandescente, que diluye las materialidades institucionales constituidas, las estructuras de poder establecidas y fosilizadas; las dominaciones incrustadas en la carne, los prejuicios ateridos, las poses
morales, las ceremonialidades del
poder. La potencia constituyente
des-constituye lo constituido y, al mismo tiempo, comienza a constituir otro mundo posible.
El proceso
constituyente desatado por la potencia
constituyente se genera o, mejor
dicho, emerge desde el substrato mismo de la sociedad, desde la
movilización de la sociedad alterativa,
desde el pueblo sublevado. Aunque en la historia
política de la modernidad hayan sido las élites las que se incorporaron al proceso constituyente para limitarlo y controlando, dando como resultado constituciones, que resultaban tanto del estallido insurgente como de las
intervenciones conservadoras de la élite jurista; de todas maneras, las constituciones que inauguraron las repúblicas iniciales, fueron expresión de la insurgencia, aunque también de su limitación por parte de las élites incrustadas en la revolución. Las constituciones que no nacen de la potencia social, de la movilización popular, son constituciones no constituyentes, sino legitimadoras
del orden establecido, nacional o mundialmente. Las reformas constitucionales, que han reformado las constituciones candentes, resultado de revoluciones, siempre han sido
revisiones conservadoras posteriores,
que buscaron nuevas limitaciones a lo ocasionado por la potencia constituyente.
¿Qué significa lo que pretende el “gobierno
progresista” en Venezuela, al convocar a una Asamblea Constituyente? No se
trata de una Asamblea Constituyente originaria,
pues no nace de las entrañas de la
movilización social, como ocurrió con la Constitución bolivariana. Es una
Asamblea Constituyente convocada desde el poder
constituido, desde el gobierno y los aparatos de Estado controlados, menos
uno. ¿Por qué convoca el gobierno “chavista” a una Asamblea Constituyente? No
es un mandato popular, no es un
mandato de la movilización social, no
es un mandato de los movimientos sociales
anti-sistémicos; es una medida desesperada de la casta burocrática, que se apoderó del proceso de cambio y de la revolución
bolivariana. Llamar a esto “defensa de la revolución bolivariana” es una
enunciación sin sostenimiento empírico, es un delirio de aquellos que creen que de lo que se trata es ponerse una
camiseta de manera deportiva y defender al equipo irracionalmente, porque es el equipo al que se adscrito. Esto es
comprensible en los equipos deportivos, además comercializados, por lo tanto,
banalizando el deporte mismo. Sin embargo, si esto se vuelve un hábito en la política, es muy grave. Pues, la política, que supone no solamente deliberación, sino. sobre todo, reflexión crítica, pedagogía política multitudinaria, se convierte en algo así como un
deporte de los oportunistas, que se suben a la cresta de la ola, disfrazarse de “revolucionarios”,
para hacer lo que siempre han hecho las castas
dominantes; convertir el Estado en un botín.
Cuando la “izquierda” pragmática y “realista política”
defiende esta calamidad política, cuando las “intelectuales izquierdistas”
defienden este bodrio barroco, además
sin gusto estético, como ocurre con las expresiones barrocas pictóricas, es que
están develando lo que son. “Intelectuales” conservadores
de “izquierda” no solamente moderada, pragmática y oportunista, sino “izquierda”
colonial. El membrete de “izquierda” se ha convertido en un logo que sirve para calificar al portador; el membrete de “intelectual crítico”,
incluso comprometido, “izquierdista”, sirve para otorgar prestigio y usarlo en las ceremonialidades
del poder intelectual, que llenan sus vacíos con la solemnidad vacua de
foros, reuniones, alocuciones, publicaciones, donde exaltan su compromiso con
los desposeídos. Repiten lo que han
hecho los monjes cristianos, sin
incluir a todos, ni generalizar, pues ha habido corrientes herejes que se
rebelaron contra de las simulaciones e
imposturas eclesiales, buscando recuperar el nacimiento comunitario del cristianismo
del desierto. Los monjes,
preponderantemente, han logrado disposiciones
dominantes y privilegiadas en la sociedad, precisamente hablando a nombre de los
pobres, del prójimo sufriente. Esta
“izquierda” es fenómeno parecido, solo que no lo hacen mediante un discurso de
la salvación espiritual, sino con un discurso terrenal que promete la justicia en un mundo injusto.
Se puede decir, jugando o sonriendo ante las anecdóticas circunstancias y sucesos históricos, que la historia efectiva o el mundo
efectivo se comporta irónicamente.
Los portadores del fuego sagrado, de
la antorcha liberadora, de la promesa de justicia, son el germen de la
nueva élite dominante, que al llegar
al poder, lo ejerce de la misma
manera que la élite derrocada;
solamente que lo hace a nombre de la justicia
social, no tanto a nombre de la libertad.
No se ha aprendido de las lecciones dramáticas de las revoluciones, que terminan recreando las dominaciones, aunque lo hagan, por lo menos, al principio,
ensanchando ciertos derechos reclamados.
Esa “izquierda”, de la que hablamos, esa “intelectualidad”
comprometida, que también hablamos,
ha sido históricamente, la
constructora de derrotas. Las revoluciones, que cambiaron el mundo, y
después se hundieron en sus contradicciones, han sido dejadas a su suerte,
precisamente por este estilo de defensas, que cierra los ojos; que hace epopeyas de experiencias contradictorias; que convierte en héroes a antihéroes,
envueltos en sus propias contradicciones no resueltas. Precisamente por este estilo de defensores, que lo que buscan
es el prestigio o el respeto, al disfrazarse de “revolucionarios”;
sobre todo, con poses y caretas que emulan a revolucionarios del pasado
trágico. Por este estilo de “intelectuales”, que han convertido la crítica en la diatriba contra una “derecha” que se parece al demonio de los fieles.
Además una “derecha” que no entiende el discurso de esa “izquierda”, pues cree
que se trata del otro demonio; el que
acaba con la familia, la moral, la propiedad privada y Dios. Tanto “derecha”
como “izquierda” tienen sus demonios,
que justifican, imaginariamente, las gesticulaciones delirantes entre unos y
otros, como si estuvieran en una guerra
santa.
El problema es que el pueblo o, mejor dicho, parte del mismo, para decirlo fácilmente, de
una manera esquemática y simple, por
razones de ilustración, cree en esta “izquierda” y considera a esa “intelectualidad”
sabia. Este es el problema, no tanto
porque el pueblo es encandilado, sino
porque se trata de un pueblo que no
cree, no valora, su propia potencia
social y creativa. Se entrega a
otras élites, que se presentan como salvadores, mesías, vanguardias. Tampoco,
en este caso se puede generalizar, pues hay que distinguir, cierta vanguardia, los menos, que se llegan a inmolar; estos actos heroicos hay que respetarlos. Pero, el otro problema aquí, es que esto actos heroicos son utilizados
oportunamente por los simuladores,
por los pragmáticos, por los que se
hacen efectivamente del poder,
después de la revolución.
Dicho de manera esquemática,
por razones de exposición, se puede resumir simplonamente, pero de manera útil,
las lecciones dramática de la historia moderna de las revoluciones. Primero, lo que dijimos,
las revoluciones cambian el mundo,
pero, después, se hunden en sus contradicciones; porque no salen del círculo vicioso del poder. Segundo, que
los héroes, hablamos de los que se inmolaron y se entregaron, incluso si
alguno de ellos haya sobrevivido, no serían nada sin el acto heroico multitudinario de los pueblos, que deciden, en un determinado momento, desafiar a la historia y a la realidad, desafiar a las condiciones
objetivas, desechar todo realismo,
entregándose a cambiar todo con la potencia
afectiva del querer y la voluntad popular insurrecta. Que los héroes, en parte son invención de los imaginarios
populares, en parte son entregas, gastos
heroicos, apasionados, en parte toman lugar en las narrativas colectivas y otras elaboradas. No se puede olvidar a
nuestros héroes por estas tres
razones.
En tercer lugar, que los que se suben sobre los cadáveres de los héroes son o sus asesinos
o unos impostores, unos comediantes que se aprovechan del halo enigmático y seductor que dejan los
héroes. En quinto lugar, que se
olvida fácilmente, que el acto heroico
transformador, la potencia constituyente desbordada, es
multitudinaria, colectiva, social; aunque dure el instante o el lapso
incandescente que demuele parte de las estructuras
de poder heredadas. En sexto lugar, que el “revolucionario puro”, intachable,
es una invención narrativa. Nadie lo
es, incluso los más encomiables héroes.
Todos estamos atravesados por contradicciones.
De lo que se trata es de superar las contradicciones,
sin ocultarlas, enfrentándolas. Tampoco hay un pueblo permanentemente insurgente, rebelde, insumiso y
transgresor; este es el mito construido por “intelectuales”
apologistas. El pueblo también es conservador; cuando el fuego de las
batallas se apaga, y los leños se convierten en cenizas, su pasión desbordada
se enfría; vuelve a casa, después de la catarsis,
a repetir la fatalidad de los hábitos y habitus, donde están cristalizadas las dominaciones.
Otra ironía
de la historia moderna de la revoluciones parece ser que los propios mitos de la revolución, los mitos
revolucionarios, terminan castrando a la misma revolución; cercenando su ímpetu,
su capacidad creativa. No se trata de
renunciar a la capacidad imaginativa
de crear mitos, que son trama interpretativa, sino de no
convertir a los mitos en ídolos, en fetiches. Hay que ser irreverentes
con los mitos; de lo que se trata es
de crear constantemente nuevos mitos; no quedarse en los conformados,
como si fuesen los únicos posibles. No se puede renunciar a la capacidad estética de crear mitos, no se puede osificar esta
capacidad, condensándose en unos cuantos mitos,
que se convierten en aburridos, nada
seductores, salvo para los eunucos
que están para la tarea de protegerlos.
Lo que se pretende hacer en Venezuela es erigir una
cruz sobre el cadáver de la revolución
bolivariana, hecha por las multitudes despertadas en el Caracazo.
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