La conquista reiterada
La conquista reiterada
Raúl Prada Alcoreza
La conquista
no se dio de un solo golpe. Mas bien, acaeció intermitentemente, de una manera
repetida, recurrente, como avalanchas. Quizás ni si quiera haya terminado. La independencia fue una ilusión y sigue siéndolo. La conquista vuelve como oleadas, solo que
transformadas. De la isla bautizada con el nombre de La Española, comprendiendo
el archipiélago caribeño, se pasó al continente. En esta inmensidad
territorial, que atraviesa la Tierra de Sud a Norte, que se encuentra entre dos
aguas, por eso Abya Yala, los argonautas conquistadores se perdieron en sus exuberantes
paisajes; en contacto con innumerables pueblos asentados en espesores
territoriales diversos, donde la prodigiosa agricultura alcanzó la producción y
la productividad no conocidas en Europa, sobre todo, la proliferante
diversidad. Contando con el maíz, alimento también desconocido por los
conquistadores, prodigioso cultivo de Mesoamérica y de Norteamérica del aquél
entonces.
Avanzaron a duras penas, batallando; si bien ganaban
las batallas, el ejército invasor iba mermando, hasta el punto que si esto
continuaba, iban a dejar sus esqueletos y armaduras en el camino, antes de
llegar a Tenochtitlan. Les salvó el
pacto con los señoríos que estaban contra la Triple Alianza de los mexicas.
Entró a Tenochtitlan un puñado de españoles a la cabeza, acompañados por un
ejército indígena enorme. Sin embargo, perdieron esa batalla. Tuvieron que huir
en el primer ingreso. Los conquistadores que pudieron escapar, reunieron sus
fuerzas y retomaron el pacto, volviendo a Tenochtitlan con un ejército indígena
muchísimo mayor que anterior. La esplendorosa ciudad atravesada de canales,
embellecida por plazas, recorrida por
grandes y limpias avenidas, había sufrido la epidemia de la viruela, que
prácticamente asoló a la ciudad y debilitó sus fuerzas. En esas condiciones Moctezuma
entregó la capital, por así decirlo, del bloque
territorial-social-cultural mexica a los conquistadores.
De Mesoamérica se incursionó hacia el Norte, ampliando
la extensión territorial de la conquista, que heredaba las expansiones
territoriales de los mexicas hacia el Sud. Después se financió la conquista del
Perú. La que hizo posible esto fue la rica oligarquía de los conquistadores y
naciente burguesía del virreinato de Nueva España. Los peregrinos británicos y
los cazadores franceses llegaron de a poco a las costas del Norte del
continente. Primero, subrepticiamente, comerciando con las poblaciones
autóctonas; que solo les permitían breves estadías. También, en este caso, la
viruela asoló a los poblados y confederaciones del Norte. En estas condiciones
los peregrinos pudieron establecer pactos y alianzas, además de conseguir
establecerse como residentes. Este fue el comienzo; lo que viene después, los desenlaces dramáticos, por así decirlo,
fue el recorrido de la conquista continua,
constante, repetitiva y expansiva, hasta copar todo el continente.
Desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII, los europeos
se apropiaron de inmensos territorios del continente, desconociendo todo
derecho a las naciones y pueblos indígenas. Hasta ahora no han repuesto y
respondido por los crímenes de lesa humanidad y por la apropiación indebida de
estos territorios. El derecho internacional, convenido por los Estado-nación
del mundo, no dice nada al respecto; queda ciego y mudo ante semejante crimen y
violencia descomunal descargada. A esto llaman “sistema democrático”.
La conquista suma y sigue; las verdaderas guerras de
la independencia, las guerras
anticoloniales indígenas y mestizas, dadas en el siglo XVIII, incluso
comenzadas antes, fueron acalladas. Eran
guerras anticoloniales que expresaban la revolución
social. En el siglo XIX se sustituyó esta subversión plebeya, por así decirlo, por una guerra de la independencia restringida en los límites de una revolución política, descartando la
revolución social. Estos límites llevaron a constituir los Estado-nación de
segundo orden, repúblicas de segunda clase, bajo el oropel de un liberalismo imitativo, pero no real.
Las oleadas de la conquista
perdurable, después de la independencia, no se desplegaron con tropas, como
ocurrió durante los siglos XVI y XVII, sino con inversiones de capital, a decir del lenguaje económico. Hablando
claro, se definió una geopolítica del
sistema-mundo capitalista, donde los Estado-nación secundarios, las repúblicas
segundonas, se encargan de abastecer de materias
primas a los Estado-nación de primer orden, las repúblicas modernas
propiamente dichas. En este caso, metafóricamente, la conquista no toma Tenochtitlan, sino que solo compromete a
Moctezuma. Las estructuras de los
Estado-nación forman parte del orden mundial establecido como geopolítica del sistema-mundo. Son las estructuras
políticas mediadoras en la transferencia
de recursos naturales. Ya no es
necesario ocupar militarmente territorios y conformar colonias, en sentido
pleno, porque la clase política y la clase económica, por así decirlo, ya están
colonizadas.
Paradójicamente, la conquista continua a través de los gobiernos nacionalistas, que se plantean la recuperación de la soberanía mediante medidas políticas de
las nacionalizaciones de los recursos naturales y de las empresas trasnacionales extractivistas.
Aunque el Estado-nación sea propietario de los recursos naturales, incluso de las empresas extractivistas, convertidas en empresas públicas, el funcionamiento de la maquinaria productiva del sistema-mundo capitalista le es ajeno;
no accede ni controla esta maquinaria.
El proceso de acumulación ampliada de
capital se concentra en los centros
de la geopolítica del sistema-mundo; entonces, el proceso recurrente de la acumulación originaria de capital,
aunque se dé in situ, escapa también al control
del Estado-nación rentista y extractivista. En este caso, aunque podamos
conceder, hipotéticamente, que las mentalidades del nacionalismo revolucionario no estaban colonizadas, resulta que el funcionamiento de las cadenas productivas, sus engranajes, su
ingeniería, la heurística de su maquinaria, ya es técnica colonial. En este
caso, la conquista se realiza en el proceso mismo de producción.
La conquista suma y sigue. La evolutiva colonización, que podemos llamar como ya la han
denominado, colonialidad, cuenta con
la estructura del Estado-nación, que
forma parte del sistema-mundo colonial-capitalista.
Entre sus dispositivos cuenta con sus
aparatos de emergencia, el ejército y la policía; mediante estos dispositivos, el sistema-mundo colonial puede acudir a su uso, en situaciones de
emergencia, instaurando regímenes que manifiestan abiertamente el cimiento y el
núcleo constitutivo del Estado, el Estado
de sitio. Los gobiernos de las dictaduras militares fueron los más
entreguistas en lo que respecta a la transferencia
de recursos naturales, incluso en
condiciones onerosas, aceptadas de antemano, como dadiva del imperio. En este caso, el colonialismo
se encuentra en las armas mismas, en el uso institucional de las armas; es más,
inmerso en los que las usan.
La evolución
de la conquista continúa. La
colonización puede ejercerse de manera eficiente, sin recurrir a ocupaciones
militares, sin exponer de manera explícita a los funcionarios del Estado o,
mejor dicho, a las estructuras
institucionales del Estado, puede prescindir, por el momento, de los dispositivos de emergencia, usando tan
solo los mecanismos de las políticas económicas, mediante una estrategia colonizadora como la
del ajuste estructural neoliberal,
mediante privatizaciones. El neoliberalismo
es una estrategia, proyecto y ejecución colonial “técnica”.
Increíblemente la conquista
suma y sigue con los “gobiernos progresistas”. En este caso, la colonización funciona mejor en la ideología. Empero, lo hace de una manera
barroca; no se trata de la ideología explícitamente colonial, sino,
paradójicamente, se expresa en discursos
“anti-coloniales”, “anti-imperialistas”, “socialistas”, incluso “comunitarios”.
Para decirlo de una manera ilustrativa, empero tosca, sin embargo, recurriendo
a una metáfora harto conocida y usada, ocurre como con el caballo de Troya. El
caballo de madera obsequiado por los griegos a los troyanos contiene en sus
entrañas el arma o la pequeña armada que los va a derrotar, justamente en el
festejo de la supuesta victoria. El discurso
populista, “socialista” y “comunitarista”, incluso “anti-colonial”,
contiene en sus entrañas enunciativas el paradigma
colonial que va a colonizar a los pueblos que festejan su supuesta
victoria. En nombre del Estado-plurinacional, en unos caso, en nombre del
Estado-nación soberano, en otros casos, en nombre de la descolonización se
efectúa la colonización en la forma más patética, comprometiendo las voluntades
populares en el ejercicio del poder
espectacular y rimbombante, que hace lo mismo que todos los gobiernos,
continuar con el modelo extractivista
colonial del capitalismo dependiente.
¿Qué tienen en común todas estas oleadas de conquista, posteriores a la llamada independencia? La ideología del “desarrollo”. Comparten esta visión, que es como la
meta y la misión de todas las formas de
gubernamentalidad dadas. Este prejuicio
por el “desarrollo” es lo que los aproxima, aunque sus discursos e ideologías políticas los diferencie. Todas estas formas de gubernamentalidad distintas
son dispositivos para cumplir con el
“desarrollo”. Son parte reproductiva de esta ilusión inventada por el sistema-mundo
capitalista. La colonización, en la modernidad
tardía se ejecuta mediante esta apertura y construcción del camino al
“desarrollo”.
Ya que la conquista
es persistente, repetitiva, la guerra anti-colonial, iniciada desde el comienzo
mismo de la colonización, también es permanente.
No se puede derrotar a la conquista
reiterada, por lo tanto, a la colonización
continua, sino se desmantelan sus máquinas
de poder, sus máquinas de guerra, sus máquinas
económicas. No hacer esto, es hacerle el juego, concomitantemente, a nuevas
olas de conquista y colonización.
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