Coyuntura descoyuntada y mundo al revés
Coyuntura descoyuntada
y mundo al revés
Raúl Prada Alcoreza
Por qué convocar a una Asamblea Constituyente si se tiene una Constitución bolivariana.
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¿Por qué convocar a una Asamblea Constituyente si se
tiene una Constitución bolivariana? Parece que los que gobiernan a nombre de
esta Constitución y en la República Bolivariana de Venezuela, la que fundo
dicha Constitución, perdieron los ejes cardinales. No se encuentra coherencia a
esta decisión gubernamental; tampoco parece tener asidero político, en el
sentido de encontrar un marco o contexto donde sostenerse, sin hablar de
horizonte, que sería mucho pedir. La responsabilidad de los llamados “chavistas”
es precisamente defender la Constitución y la República Bolivariana de
Venezuela, recientemente constituida; sin embargo, asistimos a un contrasentido político; los mismos “chavistas”
deciden convocar a una Asamblea Constituyente. Esto solo tendría coherencia si
los que convocan fuesen los que se opusieron a la constituyente y después a la Constitución bolivariana, incluyendo a
la institucionalidad constituida e instituida, la República Bolivariana de
Venezuela. Es más, los que defienden la Constitución son los de la llamada
“oposición”. Es como si asistiéramos a las manifestaciones
de un mundo al revés.
En el análisis
de la crisis política de Venezuela,
sobre todo, del partido gobernante, no se puede soslayar la derrota sufrida en las elecciones
legislativas; el partido de mayorías,
incluso absolutas, desde la lectura de la representación
y delegación congresal, terminó
siendo una minoría en la representación popular parlamentaria. Esto es no solamente una derrota contundente, que no quiere
aceptar el oficialismo, tampoco la “izquierda” apologista, aduladora y
caudillista, sino es un aplazamiento
político. Los sucesores
de Hugo Chávez acabaron con la revolución
bolivariana; son el termidor de la revolución. Lo lamentable es que lo hagan a nombre de la “revolución” misma. Ahora, después que acabaron con
la revolución, detuvieron el “proceso
de cambio”, llegando a un punto de
inflexión, desde donde retrocedieron, convirtiendo el proceso en regresivo,
quieren también acabar con la República Bolivariana de Venezuela; desechando el
logro jurídico-político, que es la
Constitución. La misma que se efectuó en pleno asenso popular y multitudinario; ahora, con las fuerzas
debilitadas, sin orientación política, sin capacidad para enfrentar la crisis,
con gran parte del pueblo, que apoyó, sucesivamente al proceso de cambio, en pleno desencanto, incluso, desplazándose
fuera del “chavismo”, llaman a una Asamblea Constituyente, en pleno desbande y
desmoronamiento de la revolución.
¿Qué puede salir de semejante engendro forzado? Por cierto, hay que descartarlo,
no una Constitución más avanzada que la bolivariana. Estamos ante el
desmantelamiento de la Constitución bolivariana, de la República Bolivariana de
Venezuela, por los autodenominados “bolivarianos”, que incluso se pretenden “socialistas”.
Lo que no solamente parece un mundo al revés, en una coyuntura,
no solamente momento intenso de la crisis política y económica, sino coyuntura descoyuntada, podríamos
imaginar, para continuar con esta sucesión de hechos, que parecen de ficción política, a una “oposición” que
lo único que tiene que hacer para que sus deseos
conservadores se cumplan, es dejar hacer
a “chavismo” gobernante, dejar que desmantelen los propios logros de la revolución. Ciertamente eso no va
ocurrir. La “oposición” está tan obcecada como el oficialismo; la ventaja
comparativa que tiene la “oposición” es que conserva cierto principio de realidad, por lo menos,
ciertos referentes, que de todas
maneras orientan en el quehacer
político; paradójicamente, defiende la Constitución y su institucionalidad.
Pocas veces, en la historia
política de la modernidad, se asiste a algo semejante; a la total perdida del principio de realidad. Al desborde descomunal y perverso del principio de placer hedonista, narciso y
compulsivo. Los que se sientan en el poder
o lo ejercen desde el gobierno, desde
los aparatos de Estado controlados, son los propios sepultureros de su gubernamentalidad.
Se trata del desenfreno de la conducta
política desorientada, imbuida de imaginarios
insostenibles. Como los de la convocatoria
popular, perdida hace un tiempo; como cuando creen hablar desde el monte de
la historia para salvar a los desposeídos. A los únicos que hablan es a sus propios fantasmas.
Esto no solamente es muestra de las consecuencias de
una derrota no aceptada, sino del desmoronamiento político más decadente.
Los símbolos mismos de toda revolución, sobre todo, de la combinación singular de la revolución nacional-popular y social,
son tirados al suelo, manoseados por impostores,
que están muy lejos de la conducta revolucionaria, así como están distantes
de lo que fue notoriamente la convocatoria
del mito encarnada en Hugo Chávez.
Tantas veces hemos repetido y nos hemos acordado de
una lúcida apreciación de Karl Marx en el 18
de brumario de Luis Bonaparte; que
la historia no se repite dos veces;
si lo hace, una es como tragedia y la
otra como farsa. Nunca está de más
volverlo hacer, sobre todo, en estas circunstancias tan elocuentes en lo que
respecta a lo que señala el enunciado.
Sin embargo, habría que anotar que, cuando se repite por tercera vez, sin haber
aprendido las lecciones de la historia política,
sobre todo, de las revoluciones, se
repite como comedia grotesca,
espantosa; perdiendo no solamente el encanto
y el entusiasmo que suscitaba en el
pueblo, sino incluso las tibias y
superficiales analogías, que todavía
conservaba la comedia o la farsa. Sin entusiasmo ni encanto,
tampoco sin analogías, la revolución hecha por las multitudes
sublevadas en el Caracazo, pues ahí
comenzó todo, por así decirlo, se derrumba de la manera más calamitosa.
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