Los ángeles exterminadores
Los ángeles exterminadores
Sebastiano Mónada
Desvencijados arlequines de reyes muertos,
ahora sirven a presidentes estrafalarios,
que imitan a monarquías desaparecidas
haciendo espectáculos sin medida,
para convencer al público adormecido
sobre la trascendencia de su gobierno.
Propagandistas de modelos obsoletos,
presentándolos como si fueran nuevos;
vendedores de baratijas y abalorios,
prestidigitadores del circo político.
Comediantes de la trama repetida,
recurrente leyenda desgastada,
desde antiguos tiempos del despotismo,
como estructura narrativa preconcebida.
Sacerdotes tardíos de iglesias inexistentes,
ortodoxias fosilizadas y deficientes,
encubiertas en barrocos partidos totalitarios,
intolerantes y perseguidores de adversarios,
difundiendo religiones en clave ideológica.
Son crepusculares inquisidores ante herejías,
despiadados verdugos contra enemigos endemoniados,
perversos torturadores de prisioneros yacentes,
olvidados en recónditos calabozos pestilentes.
Guionistas triviales de programas sensacionalistas,
banalidad de la descompaginada comedia dramática,
para consumo adictivo de espectadores capturados.
Cosificación generalizada de contenidos mediatizados.
Colonización de imaginarios sociales en franca decadencia,
desmesurada enajenación social en plena turbulencia.
La guerra avanza destruyendo ciudades,
asesinando sin escrúpulo a habitantes y rebeldes.
Los arlequines, propagandistas, sacerdotes y guionistas,
compulsivamente avalan matanza y destrucción masiva,
con la retórica vácua del funcionario indolente,
que emite confusos argumentos inconsistentes.
Los analistas de toda laya descubren la pólvora
reencontrando sorprendidos estrategias geopolíticas.
Los gobernantes se muestran preocupados
o, en su caso, aludiendo defensa, iracundos,
mientras despliegan columnas interminables
de tanques,
en el país vulnerando, invadido implacablemente,
o desenvuelven listas interminables de sanciones,
ocultando con la otra mano, en la espalda,
misiles de la exterminación y del juicio final,
desatando la condena del castigo infernal.
Los pueblos miran sorprendidos y vulnerables,
sin atinar a decir nada o protestar en las calles
en exiguas manifestaciones abochornadas,
reprimidas por las guardias pretorianas.
Las madres lloran preocupadas por sus hijos
mandados a la masacre sin haberles preguntado.
Mientras hacen lo suyo los amos del mundo
enfrascados en juegos de guerra por el dominio.
En el umbral espera el desenlace.
Los dados están lanzados al cielo,
caerán a la tierra por gravedad
y mostraran el número que resume
la condición y el destino humano
tejido por las hilanderas de la luna.
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