La metamorfosis universal

La metamorfosis universal 

 

Sebastiano Mónada

 

 

 




 

 

 

 

El prodigio aberrante de la historia 

se transforma conteniendo anterioridad padecida,

emerge de sus crisálidas renovadas,

cambia de aspecto en los ciclos experimentados,

renueva su composición inherente en procesos 

de envolvente larga duración

y de barroca composición,

cuando parece que ha cambiado tanto, no se la reconoce

en dilatada metamorfosis que acontece,

rasgos antiguos manifiestan la restauración del pasado.

Retorno de harapientos fantasmas inesperados.

 

Las fabulosas máquinas de la civilización,

artificiales dispositivos de la asimilación,

mamotretos que parecen basureros metálicos,

apabullantes depósitos anacrónicos,

muestran persistentes funcionamientos chirriantes,

adaptadas al ambiente pestilente 

de la acumulación del derroche.

 

La formación antigua despótica reaparece, terquedad abrumada,

encuentra en su sinuoso recorrido la encrucijada.

El peso de la memoria gravita resguardando 

las capas de sus sedimentaciones.

Se da lugar la genealogía de las dominaciones 

en publicitada apariencia transformando, 

pero preservando su núcleo constitutivo.

 

Todo tiene que cambiar para que nada cambie, 

todo tiene que ser distinto para que siga igual.

Eterno desarrollo de lo mismo que no agobie,

mutaciones que mantienen lo usual.

 

El gatopardo es la sombra donde todo es gris,

bajo el manto de luz diseminada por la luna,

para que el cambio vuelva a su matriz.

De esta manera no hay alteración alguna.

 

El gatopardo conjuga todos los contrastes 

con destreza de arte ecléctico alucinante,

logra en el bricolaje armar artefacto monstruoso,

ingeniería inventora de instrumento meticuloso

de la continua adaptación a los cambios.

Cruza la encrucijada a través de desvíos.

 

El insestuoso déspota inaugural reaparece

en la moderna descendencia vestida a la moda.

Los boyardos se convirtieron en monarcas constitucionales,

después en proliferantes imitaciones burguesas

para metamorfosearse en celosos e inútiles burócratas,

ahora convertidos en hedonistas oligarcas posmodernos,

que van a la guerra dejando a sus pueblos abandonados.

 

Las azañas conquistadoras del imperio antiguo,

gereatrico régimen de bricolaje ambiguo,

son retomadas por la fabulosa restauración constante

de la máquinaria militar moderna arrogante,

conjugando exterminios combinados.

En unos casos, especialmente focalizados, 

en otros extensivamente abarcadores,

completando dominación absoluta.

Aguardado en el horizonte alambrado

la apocalíptica exterminación masiva.

 

Todo ha cambiado y nada ha cambiado,

órbita recurrente que modifica su ubicación 

y multiplicado corpus viajero,

volviendo a repetir su movimiento elíptico 

aunque en una nueva condición de galaxia extraviada,

solitaria constelación perdida y abandonada.

 

Nuevas invasiones son perpetradas 

por los herederos de los boyardos,

esperando cadavéricos en la balaustrada,

olvidados nobles terratenientes gallardos,

equivalentes a las invasiones de sus contrincantes

del vacilante agónico imperio global 

que deja un hueco para una vacante,

orden mundial de las dominaciones circunstancial.

 

Entre ambos se reparten la geografía del mundo,

la manzana de la discordia,

apetecida con gesto iracundo,

sin embargo, inalcanzable como fantasía.

 

A veces la diputan beligerantemente,

en tortuosa convulsión inconveniente,

otras veces negocian acuerdos,

que casi siempre derivan en desacuerdos.

 

Los amos del mundo en concurrencia,

apoyados por aparatos de la tecnocracia,

siguen montando sus corceles de la muerte,

cabalgando hacia desenlaces del desastre.

Jinetes del Apocalipsis atacando a los pueblos,

para decapitarlos y dejarlos acéfalos,

en voluptuoso cielo ensangrentado,

crepuscular agonía de la civilización moderna,

huyendo de la luz, hundiéndose en las cavernas.

 

 

 

 

 

 

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