Enajenación política
Enajenación política
Raúl Prada Alcoreza
Dicho popularmente la
pregunta podría ser: ¿En qué momento se perdió la cabeza? Llega un momento en
que se la pierde; cuando se deja llevar por las ficciones que genera la cabeza.
A eso le ha llamado Karl Marx ideología;
esta máquina de la fetichización. Volviendo
al sentido común, se podría decir que
la ideología enceguece. Si se pierde
la cabeza también se podría perder la vista; se dice en los refranes populares
que la vista se nubla. Siguiendo las apreciaciones, se pierde la cabeza y se
nubla la vista cuando la “idea” toma el cuerpo,
se apodera de su voluntad, entonces,
el cuerpo responde a la voluntad de la idea. La “idea” separa del cuerpo
su voluntad, la sustituye por la voluntad de la “idea”.
Habíamos dicho que
las ideas, que son síntesis de la razón,
son instrumentos conceptuales de interpretación;
sirven para eso, para interpretar, para orientarse, en consecuencia, para
mejorar las prácticas, acciones y operaciones en la realidad efectiva. El problema es que las sociedades humanas han
convertido a las ideas en principio y
fin de sus prácticas y acciones,
invirtiendo la relación; las prácticas se convierten en medios y las ideas en fines.
Por lo tanto, el método y el juicio ocasionan el siguiente
procedimiento: la adecuación de medios a fines. Las actividades sociales
terminan subsumidas a la idea, ocasionando la acumulación y el
desarrollo de la idea, en detrimento
de la espontaneidad de las prácticas, acciones, operaciones sociales. En pocas
palabras, volviendo al sentido común,
que no deja de ser ilustrativo y expresivo, podemos decir que los humanos se
convierten en esclavos de sus ideas.
Hay “ideas” que no
son síntesis de la razón, mas bien,
responden a la construcción narrativa
de legitimación; tejen una trama
donde el desenlace es como la finalidad realizada, la realización
misma de la promesa. Estas “ideas”
son operativas, están vinculadas
estrechamente a las prácticas; las
acompañan y ayudan en las acción y ejecución. Se podría decir que son “ideas”
que se cristalizan como esquemas de
comportamientos. Hemos llamado a estas “ideas” ideología. Se podría decir que la ideología subsume las conductas
a la ideología, al desarrollo y
acumulación de la ideología. En el
caso de la ideología operativa, los
comportamientos se subsumen a una masa
ideacional un tanto ambigua y hasta mezclada.
Se podría decir que
la ideología obnubila la vista, la
percepción, también la razón, por lo tanto,
el juicio. No se piensa, por así
decirlo, con cabeza propia, sino desde los esquematismos
dualistas de la ideología. Dicho
de manera popular, se piensa desde el arsenal de prejuicios acumulados y
ateridos. Hay como una resistencia a reconocer lo que ocurre, la realidad efectiva; se prefiere construir
una realidad a imagen y semejanza de
la ideología. Se sustituye la realidad efectiva por la “realidad” que proyecta la ideología. Cuando la ideología
es contrastada por la realidad efectiva,
entonces los portavoces de la ideología
buscan hipótesis auxiliares para explicar la no corroboración de la trama ideológica. Entonces, la ideología no es cuestionada; al contrario,
se la reproduce con más ahínco, pues es la verdad
incontestable, así como antes lo era la religión.
Se puede concluir que la ideología es
la religión moderna.
Los ejemplos de estos
comportamientos ideológicos abundan en las historias políticas de la
modernidad. Nos concentraremos en la historia
reciente; sobre todo en la ideología
nacional-popular, particularmente en su versión neopopulista, más conocida
como “progresista”. Como se trata de ejemplos de versiones recientes de la ideología, también nos ocuparemos de lo
que se presenta como la ideología
opuesta al neopopulismo, hablamos de la ideología
neoliberal. Se trata pues de dos versiones opuestas de la ideología moderna, en sus versiones
recientes. Las formas expresivas de la modernidad se han caracterizado por
presentarse como dualidades opuestas,
incluso irreconciliables; sin embargo, comparten el mismo substrato ideológico. Lo que hace a estas dualidades opuestas, hermanas y enemigas o hermanas enemigas, así
como enemigas hermanas. Como dijimos antes, los opuestos duales son complementarios.
Como se sabe, en el esquematismo dualista hay dos polos, la
perspectiva ideológica se halla polarizada, en efecto, solo se tiene en cuenta la
perspectiva de uno de los polos; se pierde la visión del conjunto, no comprende el funcionamiento complementario de las polaridades. Se pierde en su
perspectiva sesgada. Una polaridad ataca a su opuesta como enemiga, busca su aniquilación; está lejos de entender la complicidad de los enemigos en la reproducción del poder, también en la reproducción ideológica, aunque
transcurra en dos versiones contrastantes. Por ejemplo, el neoliberalismo
sostiene que tiene como proyecto antagónico a lo nacional-popular, que
considera proteccionista, además de estatalista; de otro lado, el neopopulismo
considera al neoliberalismo como proyecto antagónico, partidario de la
privatización de los recursos naturales, de las empresas públicas, de los
ahorros de los trabajadores. Proyecto que hace concesiones onerosas al capital
trasnacional. Ambos discursos se elaboran en la perspectiva antagónica e
irreconciliable; radicando el sentido
inmanente de los discursos en el antagonismo
mismo. Es decir, los discursos se emiten porque se sostienen en el antagonismo. Sin embargo, lo que no ven
ambos discursos es que se sostienen en el substrato
de las formaciones discursivas de la
modernidad, en la episteme moderna, por
excelencia dualista.
Comencemos las
puntualizaciones. Primero, ambos discursos el neoliberal y el neopopulista
tienen como referente primordial la economía capitalista, sobre todo su
prejuicio fundamental, el desarrollo,
con su pragmático crecimiento. La
diferencia estriba en que apuntan a las mismas finalidades con dos “métodos” distintos; el neoliberalismo, a
través de la competencia, el libre
mercado y la libre empresa; el neopopulismo, a través, en el mejor de los
casos, de nacionalizaciones,
convirtiendo al Estado en el gestor de la economía, en un régimen jurídico-político
basado en los derechos sociales y del trabajo. Empero, ambos efectúan un mismo modelo económico, el colonial extractivista del capitalismo dependiente. A los
neoliberales les parece horroroso que se nacionalice, a los neopopulistas les
parece horroroso que se privatice; sin embargo, estos son los medios, aunque
distintos, que se ajustan a la misma finalidad.
En la economía-mundo, que es la perspectiva
global adecuada para entender el funcionamiento
del sistema-mundo capitalista, lo que
importa es la articulación, adecuación y subsunción de las economías nacionales
a la economía-mundo. Esto ocurre
tanto mediante los procedimientos neoliberales como por los procedimientos
neopopulistas; por lo tanto, son métodos
complementarios en el contexto de
la geopolítica del sistema-mundo
capitalista extractivista. Se podría decir que los discursos se esmeran en
destacar el antagonismo porque están
en competencia; buscan, cada cual, convertirse en la administración de la
economía nacional para cumplir con lo mismo, la subordinación de la economía nacional a la economía-mundo.
Volviendo a la
cuestión ideológica. El discurso neoliberal y el discurso neopopulista se
construyen sobre la trama del antagonismo.
En el fondo el antagonismo del que
hablamos data del esquematismo moralista
del bien y el mal; para cualquiera de los discursos, el antagónico es el mal, en tanto que se concibe a sí mismo
como el bien. Por lo tanto, en la trama el mal está de por sí descalificado, de antemano; el sentido
perseguido por la ideología
especifica es lograr vencer el mal.
Se puede decir que ambos discursos se alimentan de la tradición esquemática
religiosa. En consecuencia, en sus prácticas, ambos tienden a ejercer la inquisición
sobre los que consideran sus enemigos
o, si se quiere, en la tonalidad ideológica, enemigos de la sociedad.
Se puede, entonces,
comprender por qué ambas ideologías
especificas son incapaces de ver los errores de sus prácticas, mucho más, incapaces de crítica y, más aún, de autocrítica.
Mas bien, persisten en los errores, justifican
lo que hacen, peor aún, convierten en apología
sus recurrencias. Ocurre como si se prefiriera vivir en el mundo imaginario y renunciar a vivir en el mundo efectivo; peor aún, se efectúan prácticas como si se habitara en el mundo imaginario; sin embargo, estas prácticas desadecuadas se efectúan de todas maneras en el mundo efectivo. Las consecuencias son
funestas, pues esas prácticas están
diseñadas para el mundo imaginario,
como si fuese real. Por ejemplo, los
“gobiernos progresistas” diseñan sus acciones como si la realidad efectiva funcionara de acuerdo con la leyes y reglas del mundo imaginario de la ideología; las consecuencias son
atroces. Los gobernantes, al estar atrapados en las burbujas de las
ceremonialidades del poder, confunden el mundo
efectivo con el espectáculo
compulsivo de los ritos simbólicos del poder, y actúan en consecuencia,
creyendo que el pueblo es la misma
masa elocuente de llunk’us, que los adula zalameramente. No se dan cuenta que
el pueblo reside fuera de los
espacios ceremoniales del poder, que experimenta las leyes, por así decirlo,
del mundo efectivo, padeciendo los
entramados dinámicos de la realidad,
sinónimo de complejidad. Entonces, el
pueblo al ver repetirse síntomas parecidos a los gobiernos derrocados
comienza a desencantarse, después a perder el entusiasmo; retoma el escepticismo, para derivar, después en la
interpelación, la denuncia, la demanda, incluso la movilización social.
Cuando se evidencian
los desajustes, las incongruencias y las inconsistencias, entre el mundo
imaginario y el mundo efectivo, la explicación de los “gobiernos progresistas”
no deriva de una evaluación, no
interesa, por nada, encontrar los errores, sino de la trama ideológica; se recurre a la tesis de la conspiración, se deduce que se debe a la conspiración de la “derecha” y del
“imperialismo”. No se dan cuenta que
ellos mismos pueden ser los sepultureros de la susodicha “revolución”. Ocurre
como si se enamoraran del abismo, atraídos por su oscuro fondo,
inconmensurable, por eso mismo desafiante. No son aventureros, sino pragmáticos y oportunistas, pero, pasa como con los jugadores empedernidos,
enviciados por el propio juego; a pesar de que no tengan probabilidad de ganar,
insisten, pues quieren encontrar en el azar
el número de la suerte.
La sustitución ideológica
No se pueden cambiar
los hechos, sin embargo, los medios
de comunicación, que también pueden estar atravesados por los medios de
información de los gobiernos, así como por los servicios de “inteligencia”, los
servicios secretos, pero también por los intereses empresariales, pueden
ocultarlos o inventarse otros hechos;
vale decir, para hacerlo simple, diremos que lo que cambian son las interpretaciones de los hechos. Un campo apropiado para
semejante manipulación es el espacio dúctil de las noticias, el modo de
“describirlas”, de trasmitirlas, de contarlas y de interpretarlas. Donde se
hace visiblemente evidente esta manipulación
es en los medios y mecanismos de difusión de los gobiernos; de manera más
velada, pero eficiente, se da en los medios empresariales, sobre todo en las
grandes agencias de difusión internacional. Los usuarios están pues altamente expuestos a
las manipulaciones mediáticas. Entre
los hechos y los usuarios median los medios de comunicación de masa, sean gubernamentales
o empresariales.
Luis Althusser
hablaba de los aparatos ideológicos del Estado, pero habría que extender la acepción a todos los aparatos ideológicos de la sociedad; hacerlo explícito, a pesar de
que, de alguna manera se sobreentiende; empero, Antonio Gramsci fue explícito
al señalar que no se trataba de tomar el Estado, sino de transformar la sociedad. Bueno, en todo caso, la máquina de fetichización, la ideología, es la que incide en los comportamientos y en las mentes.
El Estado puede administrar sus propios medios de comunicación y propaganda,
pero también abundan los medios de comunicación empresariales, así como
religiosos y de otro tipo, incluyendo los llamados alternativos. Los medios de
comunicación se han convertido, en la modernidad tardía, en los aparatos ideológicos por
excelencia. Pero, también están los
partidos, dispositivos políticos, que pueden contar o no con medios de
comunicación propios o acceder a espacios comunicativos de manera
privilegiada. El conjunto de los aparatos ideológicos incide en los comportamientos y conductas, además de incidir en la constitución de subjetividades.
Cuando hablamos de sustituir a la realidad, lo hacemos metafóricamente; ciertamente no se puede sustituir a la realidad, además de que la ideología
misma forma parte de la realidad, en
este caso, del mundo efectivo. La
pregunta entonces estriba en cómo funciona
el mundo efectivo, concretamente el mundo social. La máquina de la fetichización al incidir
en los comportamientos y mentalidades afecta en las dinámicas del mundo social; al hacerlo construye un mundo, que, aunque no sea el mundo a imagen y semejanza de la ideología – esto sería como la imagen en el espejo, lo que no ocurre
plenamente, sino de manera parcial y mezclada -, deriva en mundo que tiene como los “genes” de la ideología, por así decirlo. En otras palabras, la realidad es deformada por la ideología.
Si bien la ideología no puede abarcar las dinámicas complejas de la realidad efectiva, lo que hace es incidir preponderantemente en los
comportamientos y conductas. En el campo
político esta incidencia aparece de manera patente. Los políticos creen
actuar según su voluntad, pero no es
así; actúan de acuerdo con la voluntad de
la ideología. Por ejemplo, prefieren cerrar los ojos ante la evidencia de
los hechos y tomar como “realidad” la
trama ideológica. Por ejemplo, es así
como los “gobiernos progresistas” se perdieron en el camino; antes de ellos lo
hicieron los gobiernos neoliberales. Se puede decir que hay como una enajenación ideológica, un apego
inaudito al mundo de las representaciones,
dejando de lado el mundo efectivo,
como si éste se encontrara descifrado en la esencia
de su representación. Llamemos a este
comportamiento metafísica ideológica. Sin embargo, pecaríamos de enfoque sesgado
si solo considerásemos a la ideología
como maquinaria de incidencia en las
conductas, comportamientos y mentalidades; no es el único factor y condición de
incidencia en los comportamientos y mentalidades humanas, ni mucho menos. Se puede
llegar a decir que el siglo XX, ultimatista, fue ideológico por excelencia, siguiendo a Alain Badiou. Pero, también va
preponderar lo que llama Enrique Santos Discépolo el “siglo XX cambalache
problemático y febril”. Podemos sugerir que esta característica, encontrada por
el compositor del famoso tango, se acentuó aún más en el siglo XXI; de mitad
del siglo XX para adelante el pragmatismo
exacerbado y el oportunismo
compulsivo se hizo cada vez más ostensivo en las conductas y en los comportamientos.
Empero, el pragmatismo no es
exactamente una ideología sino lo que
podemos definir como esquema de conducta,
enclavada en los cuerpos. Ocurre como si
se tomará consciencia que la ideología es como la religión, por lo tanto, no del todo
creíble, sino que aparece como fanatismo poco útil en la vida cotidiana. Puede ser utilizada para darse importancia, para
decir que hay preocupación sobre temas trascendentales, empero, al momento de
actuar aparecen como operativa.
El
oportunismo, entendido como actitud
de la persona que, en la acción social, se acomoda a las circunstancias para
obtener provecho, subordinando, incluso, sus propios principios; el pragmatismo, como tendencia
a conceder primacía al valor práctico
de las cosas sobre cualquier otro valor;
el utilitarismo, como tendencia a anteponer la utilidad a cualquier otra
cualidad o aspecto de las cosas; resultan las tendencias implícitas en la motivación de los comportamientos, por
así decirlo. Entonces podemos hablar como de un modus vivendi, incluso, mejor,
como un modus operandi, en el fragor de la vida
cotidiana. Entonces, no se trata exactamente de ideología, sino de una manera de apreciar las cosas, a la gente y a
la vida. Hay como se dice comúnmente una cierta “relatividad” en este punto de
vista o variación continua de puntos de vista pragmáticos y utilitarios.
Lo que queda es el pragmático “equilibrio”
del quehacer cotidiano. Lo que prepondera en esta actitud es la ponderación del beneficio propio, que es el único “valor”,
por así decirlo, que se mantiene. Por eso, es también útil aparentar, es decir simular,
porque es una máscara adecuada al momento de actuar pragmáticamente. Por ejemplo, el “progresismo”
del siglo XXI, no responde exactamente a la ideología,
como ocurrió con el socialismo del siglo XX, sino, mas bien, a este pragmatismo,
oportunismo y utilitarismo, actitud
proveniente del relativismo
circunstancial de la vida cotidiana. Si
se envisten de ideología es más para aparentar o, mejor dicho, para presentarse
adecuadamente de acuerdo con las circunstancias, cuando todavía tiene un halo
de romanticismo hablar de justicia, igualdad y libertad, luchar por los
derechos sociales y colectivos, mejor si se trata de los “derechos de la naturaleza”.
Por lo tanto, en el siglo XXI, estamos más cerca de la era de la simulación que de la era de la ideología; la ideología ha quedado como subordinada al oportunismo y pragmatismo campante.
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