Los dispositivos políticos de la máquina capitalista
Los dispositivos políticos de la máquina capitalista
Raúl Prada Alcoreza
El sistema-mundo
capitalista, que contiene a la economía-mundo capitalista y al sistema-mundo
cultural de la banalidad, así como al sistema-mundo político,
mediante el que gobierna y ejerce el poder en distintas tonalidades, variadas
formas gubernamentales, usando distintas formas ideológicas y expresiones
discursivas, funciona articulando un conjunto de máquinas de poder, máquinas
económicas, máquinas extractivistas, así como máquinas de guerra;
también en el lado oscuro del poder, máquinas de la economía política
del chantaje. Entre sus dispositivos maquínicos se encuentran lo que antes
se llamó aparatos ideológicos, que, ahora, en la coyuntura, aparecen en
su instrumentalidad más descarnada en los medios de comunicación, que hacen
gala de su elocuencia en las propagandas y publicidades espectaculares. Ya no
son exactamente aparatos ideológicos, más bien se presentan con toda la
indumentaria apabullante de los espectáculos; entonces, también se
presentan no solo en la formación discursiva y enunciativa, por más
chabacana que sea ésta, sino en la coreografía política, es decir, en el
escenario político, pero también, si se quiere arquitectónico. Pues se requiere
no solo de montar el escenario, contando con las técnicas del montaje y los
armazones, incluso andamiajes, sino también con edificios que no solamente
responden a la coreografía y al escenario, sino al desplazamiento espacial de
lo que quiere ser la ciudad del poder.
Cuando se
construyó Brasilia, proyectada como la sede de la República Federal de Brasil,
el proyecto urbano correspondió a una ciudad capital plenamente planificada. La
arquitectura moderna concibió y después materializó la urbe
ultramoderna, en aquél entonces, que cobija a la ciudad-Estado o, mas bien, la
ciudad del Estado, es decir, la urbe o metrópoli que hace de espacio
arquitectónico de la fabulosa máquina administrativa y política del Estado.
Bueno, con el correr del tiempo, la ciudad de la planificación absoluta
fue desbordada por el ímpetu sociodemográfico de las dinámicas poblacionales;
no solamente en los bordes y entorno de la ciudad ejemplo de la planificación,
sino incluso en su interioridad; los tejidos sociales, desordenaron,
para decirlo de esa manera, el diseño y la estructura de la planificación
urbana. Este fenómeno de desborde enseña que la planificación urbana,
por más monumental y, a la vez, minuciosa que sea, no controla la pluralidad de
factores y variables intervinientes en las dinámicas sociales y
políticas, así como en las dinámicas económicas y culturales.
Se puede
decir que, al ser construida Brasilia en los espesores articulados de la
formación social brasilera, la ciudad planificada no podía mantenerse en
la burbuja arquitectónica y urbana, erigida como centro de una proyección
geopolítica. La ciudad planificada es notoria por sus grandes ejes de
desplazamiento y de circulación, por el orden espacial, que distribuye funciones,
por la presencia visible de las edificaciones destinadas a cobijar a la
población de funcionarios de la extendida división administrativa política, orden
espacial, que, a su vez, distribuye funciones espaciales a la
población urbana que se asentaría en la ciudad planificada. Espacios
comerciales, espacios residenciales, espacios educativos, además de lo que
podríamos llamar las venas y arterias de los circuitos del transporte. Sin
embargo, esta notoriedad de la planificación urbana ha sido invadida por
redistribuciones espaciales ocasionadas por asentamientos demográficos y por la
movilidad espacial impulsadas por las dinámicas mismas de la formación
social. Brasilia es un gran ejemplo de planificación urbana y
geopolítica, pero, también es un ejemplo de los límites de la planificación
urbana ante el desborde de las dinámicas moleculares sociales,
económicas, políticas y culturales de la formación social.
Podemos tomar
como parodia, en otra escala, mucho menor, la edificación de “La Casa del
Pueblo”, que es el nuevo palacio construido, adyacente al “palacio quemado”,
como arquitectura que cobija al núcleo de funcionarios de los aparatos
administrativos del “Estado Plurinacional” de Bolivia. Después de su
inauguración el presidente hace conocer su intensión de seguir construyendo, en
los alrededores del casco viejo de la ciudad de La Paz, más edificios que hagan
de asiento urbano a la población de funcionarios del Estado. Ciertamente esto
no tiene que ver con la planificación urbana, ni responde a alguna geopolítica
concurrente, sino, mas bien, responde al estilo de la forma de
gubernamentalidad clientelar, la improvisación. Por otra parte, no
podemos hablar de arquitectura moderna, como era el caso de la
arquitectura desenvuelta en el diseño y la construcción planificada de
Brasilia, pues esa modernidad es ya parte del pasado en el presente.
Ni tampoco parece responder a una propuesta moderna, en el sentido
arquitectónico, ni de antes, ni de ahora. El nuevo palacio de
gobierno parece, mas bien, improvisar una edificación barroca,
que mezcla lo común en los edificios, que se pretenden rascacielos, y la
fachada de ostentación simbólica, muy lejos del muralismo, muy
cerca del folclore. La arquitectura moderna, de la modernidad
tardía, ha tomado otros rumbos; en principio, como irradiaciones de un superrealismo,
que se ha venido en llamar arquitectura posmoderna; recientemente como
desborde de la monumentalidad espectacular, rompiendo esquemas de
tamaño, de composición, imponiendo una estética luminosa, rompiendo, incluso,
con los esquemas de lo que fue la arquitectura moderna. Entonces el
nuevo palacio, que no sabemos si va a volver a ser quemado, lo que se llama
propagandísticamente “La Casa del Pueblo”, no corresponde exactamente a una arquitectura
moderna, tampoco a una arquitectura posmoderna. Es, mas bien, algo
que podemos llamar, por el momento, arquitectura del barroco populista.
Bueno pues,
uno de los dispositivos politicos, entonces, tiene que ver con esta ocupación
urbana, que emplea un modelo arquitectónico de inspiración; en el
caso de Brasilia, la arquitectura moderna; en el caso de “La Casa del
Pueblo”, la arquitectura barroca populista. En el caso que nos ocupa, el
sentido político e ideológico de la edificación del nuevo palacio de gobierno, podemos
decir que la arquitectura barroca populista es un dispositivo de
poder del Estado rentista, en su etapa crepuscular, y del modelo
colonial extractivista del capitalismo dependiente. En el momento presente,
que forma parte del periodo del capitalismo tardío, es decir, de la fase
de clausura del sistema-mundo capitalista y quizás de la civilización
moderna, de dominación del capitalismo financiero especulativo,
la dominación de clase pasa por el dominio de la hiper-burguesía de la
energía fósil y de las burguesías nacionales rentistas, que la
circundan. Para comprender los fenómenos políticos singulares, en
los espesores coyunturales del presente, es menester
desembarazarse de los esquematismos ideológicos usuales, por ejemplo,
los relativos a las “derechas” e “izquierdas”, incluso, “conservadurismos” y
“progresismos”, así como también liberales y socialistas, neoliberales y
populistas. Estos nombres referenciales forman parte de los discursos en boga;
ahora bien, el discurso, como dijimos, no solamente cumple una función
enunciativa, dice lo que trasmite en la emisión discursiva, sino también
cumple otra función, dice lo que no transmite la función enunciativa,
dice lo que se hace efectivamente. Mas o menos ocurre lo siguiente, que
se expresa de la siguiente manera: puedo decir lo que sea, pero lo que vale es
lo que hago; lo que digo forma parte de lo que hago y lo que hago no es la
consecuencia del discurso, sino todo lo contrario.
Si se embauca
a la gente con el discurso de convocatoria populista, teñido de
convocatoria “izquierdista”, además, con ribetes “indigenistas”, se lo hace no
para adelantar lo que se va a hacer, sino para hacer lo que se
tiene que hacer, que tiene que ver muy poco con el discurso político. Lo
que se tiene que hacer tiene que ver con el modelo colonial extractivista
del capitalismo dependiente; tiene que continuar la expansión intensiva de
lo que los economistas llaman modelo primario exportador. Tiene que
continuar la efectuación de la geopolítica del sistema-mundo capitalista,
que separa centros de periferias, que, en las condiciones y
circunstancias del periodo que nos toca, incluye a los puentes o transiciones
de las llamadas potencias emergentes, BRICS. El “gobierno progresista” de
Bolivia es un engranaje en la heurística de las máquinas de poder
de la dominancia del capitalismo financiero, especulativo y
extractivista.
Se entiende
pues, desde esta perspectiva expuesta, entendiendo que se trata de la forma
de gubernamentalidad clientelar, como dispositivo de la dominación
mundial de la hiper-burguesía de la energía fósil, que es coherente lo
que hace: las concesiones a empresas trasnacionales extractivistas en el
TIPNIS; la proyección de demoledoras represas que alimentaran al crecimiento de
la potencia emergente de Brasil, que, a su vez, forma parte de la geopolítica
del sistema-mundo capitalista, centros cambiantes, potencias emergentes,
periferias; la apertura al capital internacional a través de concesiones
dadivosas y de mecanismos jurídicos tan comprometedores como en el periodo
neoliberal; la promulgación de la Ley Minera, que continua ostensivamente el
entreguismo a las empresas trasnacionales saqueadoras y depredadoras; las
disposiciones forestales que permiten la continuidad devastadora de la destrucción
de bosques; la práctica de inversiones que se evaporan y construyen elefantes
blancos o, en su caso, peor, elefantes fantasmas. Sin hablar de la corrosión
institucional y la galopante corrupción que acompañan. Todo esto
forma parte del ejercicio del poder del Estado rentista y del modelo colonial
extractivista del capitalismo dependiente.
En contra de
lo que se esperaba, las gestiones del “gobierno progresista” expandieron el
carácter extractivista de la estructura económica. ¿A qué se debe esto? Según
Henry Veltmeyer se debe al carácter al desarrollismo voluntarista y al carácter
pragmático del extractivismo. Sin dejar de compartir lo que dice Henry
Veltmeyer, para nosotros, tiene que ver con la aceptación de la geopolítica del
sistema capitalista y la continuidad del círculo vicioso del poder. El
“gobierno progresista” es un dispositivo jurídico-político-institucional de
la dominación global de la hiper-burguesía de la energía fósil y de la
dominancia del capitalismo especulativo-extractivista.
La dominación
del capitalismo financiero, especulativo y extractivista se efectúa de manera
pragmática. No importan mediante qué ideología o discurso se efectúa; lo que
importa es que se efectúe; puede darse mediante el ejercicio del ajuste
estructural neoliberal o mediante el ejercicio político barroco de la forma
de gubernamentalidad clientelar. La realización de esta dominación
imperial, del orden mundial, puede investirse de las pretensiones
técnicas neoliberales o de las pretensiones de justicia social populistas; lo
que importa no es tanto la manera de presentarse, sino el desenvolvimiento
de la facticidad. El hecho es que el despliegue de la dominación
mundial se da, en cualquiera de las formas que se presente, que la huella
ecológica se extiende por el planeta y en la geografía de los países,
encubierta en cualquiera de las formas ideológicas y de las formaciones
discursivas políticas.
De acuerdo a
los datos que nos ofrece Henry Veltmeyer en 2011, la minería participaba con el
6,2% del PIB, que corresponden la 37,3% de las exportaciones, en tanto que el
rubro de los hidrocarburos participaba con el 6,9% del PIB, que corresponden al
45% de las exportaciones. En lo que corresponde a la participación de la
empresa estatal minera, COMIBOL, ésta lo hizo en el 8,9% de las exportaciones;
en cambio, las empresas trasnacionales mineras, las empresas privadas
nacionales, grandes y medianas, participaron con el 60% de las exportaciones;
por último, las empresas cooperativas mineras participaron con el 30,7% de las
exportaciones. Al año siguiente esta estructura de la participación minera se
modifica; COMIBOL participa con el 6,6% de las exportaciones; el variado sector
privado reduce su participación relativa, llegando al 48,7% de las exportaciones;
en cambio el sector cooperativista sube su participación, llegando al 44,6% de
las exportaciones. El autor hace, al respecto una anotación sobresaliente,
dice:
A pesar de la nacionalización de los recursos y de algunas de las
empresas en los sectores mineros y de hidrocarburos – y de la evidente
tendencia hacia un mayor papel del sector social de cooperativas pequeñas y
medianas (cuyas operaciones podría decirse tienen implicaciones desarrollistas
mayores que las del capital extractivo) -, el gobierno sigue dependiendo de la
inversión extranjera y de las compañías trasnacionales tanto para la obtención
de capital como de tecnología. La dependencia del gobierno de la Inversión
Extranjera Directa se refleja en la política gubernamental de ampliar sus reservas
de divisas – que es una señal clara hacia los inversionistas de que el país
está abierto a los negocios y que es un puerto seguro para la inversión
productiva -, así como en el número de concesiones mineras otorgadas desde el
2006 (258 hasta el año 2010).
Como se puede
ver, lejos de salir del modelo colonial extractivista del capitalismo
dependiente, el “gobierno progresista” lo ha ahondado, extendiéndolo
intensivamente, haciendo al país más dependiente. No tiene pues mucho
sentido perderse en las distinciones entre “gobiernos progresistas” y gobiernos
neoliberales, entre “izquierdas” y “derechas”; estas distinciones son
ideológicas, incluso pueden corresponder a diferentes estilos de gobierno; sin
embargo, asistimos a distintas modalidades de lo mismo, del despliegue de la
dominación de la hiper-burguesía de la energía fósil y de sus aliados,
las burguesías rentistas, las burguesías nacionales, las formas cooperativas
empresariales extractivistas, además de otras burguesías, como las que corresponden
al lado oscuro de la economía.
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