Interpretaciones de la guerra del Chaco
Interpretaciones de la guerra del Chaco
Raúl Prada Alcoreza
¿Cómo responder a la
pregunta? ¿Desde dónde, sobre todo, desde qué locus? No puede ser otro que desde la propia experiencia; pues si no se la hace desde ella o de la misma, cuando
se intenta desde una exterioridad
ajena, no se hace otra cosa que forzar y simular, dicho de manera suave. En
concreto, no se está en condiciones de responder la pregunta. La pregunta
solo puede ser respondida con sinceridad, con honestidad, desde la misma experiencia, mejor dicho, la propia memoria. Si se quiere, se da lugar a una
interpretación desde los códigos
logrados por la propia experiencia. Si lo que se tiene que interpretar está o se
encuentra lejos de la experiencia,
sobre todo de la memoria, resulta
difícil sino imposible descifrar el referente
desafiante. Empero, solo se tiene los recursos de la experiencia y de la propia memoria;
también, si se quiere, de la formación o aprendizaje. Se trata de instrumentos
de aproximación para lograr la interpretación.
Un grave error sería sustituir lo que se tiene a mano, es decir, en el cuerpo, la propia fenomenología de la percepción, por simulaciones o paradigmas
teóricos aprendidos, al margen de la experiencia.
Pues de este modo se cae en deducciones abstractas, que no tienen sostén
empírico, vale decir, sentido, sensible, vivido. De esta manera se está
expuesto a cometer errores crasos, como inferir, desde la teoría abstracta, sin
base sensible, sin substrato de la experiencia, deducciones lógicas; las cuales están lejos de
parecerse a los fenómenos dados.
No estamos contra la teoría; no se entienda así lo que
decimos. La teoría es un recurso
importante, en la medida que comprendemos que ésta es un instrumento de interpretación;
de ninguna manera una verdad. Cuando
confundimos la teoría con la
enunciación de la verdad, caemos en
la ilusión filosófica de las esencias, sustancias, núcleos espirituales de la realidad. La teoría es una interpretación adecuada, si se quiere, incluso, una
explicación pertinente; pero, no se puede convertirla en un sustituto del acontecimiento. Pero, el tema, de este
ensayo, no es exactamente la teoría,
sino de cómo respondemos a la pregunta;
cualquiera sea ésta. Para hacerlo fácil, la pregunta
sobre lo que es, lo que ocurre o ha ocurrido, incluso, volviendo a la pregunta,
eufemísticamente filosófica, la pregunta
por el ser.
La respuesta a la pregunta no puede partir de la teoría; ésta es, como dijimos, un instrumento hermenéutico. Tiene que
partir del substrato existencial. No
es pues desde la recuperación de la memoria
del olvido del ser, como apunta Martín Heidegger, que es un enunciado de la
divagación filosófica. Sino es desde el substrato
sensible de la existencia, desde
la memoria sensible, desde la vida. ¿Qué tenemos como vida para responder a la pregunta? En
otras palabras, ¿qué dice la vida al
respecto?
Ninguna vida, en la única manera que se da, en
su singularidad, sincronizada con la
integralidad misma de la potencia de la vida, es pobre, tiene poco que decir;
toda vida, al ser la manifestación
singular de la complejidad dinámica,
sinónimo de realidad, es memoria sensible de la sincronización planetaria y de la sincronización del multiverso, en sus
distintas escalas. La vida singular
tiene que preguntarse sobre su singular
forma de vivir, y desde ahí, tratar de comprender
lo que ocurre a partir de la experiencia.
Para no seguir con la
exposición general, que, de todas maneras, tiene su valor y sus alcances, vamos
a tocar, mas bien, ahora, referentes concretos, por lo menos uno. Por ejemplo,
¿cómo interpretar ahora, en los espesores de la coyuntura, lo que nos pasa como
bolivianos? Si seguimos lo que dijimos antes, debemos acudir a nuestra experiencia – aunque esta definición
siga sonando a generalidad insostenible, pues ¿cómo puede haber una experiencia nuestra, colectiva, social?;
a partir de sus substratos o la geología de sus sedimentaciones, tratar de evaluar el momento presente: ¿Cómo hemos llegado a ser lo que somos en el
momento presente? Es aconsejable.
Quizás, comenzar por nuestras experiencias
dramáticas, por lo menos consideradas como tales por la memoria colectiva social, aunque ésta sea sustituía por la memoria institucional estatal. Se dice que las experiencias dramáticas se encuentran en las guerras que padecimos,
en las guerras que perdimos. Una de esas experiencias
dramáticas es la guerra del Chaco.
Dicho de manera
directa, sin mayor discusión o duda, entre otras, la pregunta sería: ¿Por qué
perdimos la guerra del Chaco? Aunque haya quienes pongan en duda si es que la
perdimos. A partir de esta pregunta, que no es necesariamente inicial o la
primera, se puede derivar en otras, quizás más pertinentes: ¿Por qué nos
involucramos en esa guerra? Bueno,
independientemente de las respuestas tentativas, que no dejan de ser
importantes, lo que parece ineludible es responder al padecimiento de los
combatientes en la guerra. ¿Qué
significa lo que experimentaron? ¿Cómo interpretar
esta experiencia colectiva, en sus
distintas escalas y planos de intensidad? Esta es parte de las preguntas
implícitas que se hace Paul Tellería Antelo en Sed y sangre, aunque haga hincapié en los alcances de la
narrativa, es decir, de la literatura[1].
La pertinencia del
libro que citamos, en relación a las preguntas que hicimos, es que se pregunta
desde una actualidad, mejor dicho,
una coyuntura, la presente, que hace de referencia del texto, que trata de usar
la interpretación literaria, no como
un sustituto de ninguna verdad, sino
como, precisamente, la incompletud de
la narrativa, respecto a la totalidad o multiplicidad del acontecimiento.
Este
acercamiento al acontecimiento de la guerra a través de las narraciones, del
trabajo, podríamos decir, literario sobre el referente de los fantasmas, la memoria, las distintas miradas y situaciones, centrales y periféricas,
ayuda a sugerir interpretaciones desde los distintos lugares de la experiencia social, desde distintas
coagulaciones de la memoria social,
sobre todo, desde distintas composiciones sensibles.
Entonces lo que
somos, lo que hemos llegado a ser en el momento
presente, no corresponde a una
perspectiva privilegiada o centralizada, sino a una distribución somatizada y semantizada de experiencias sociales. Se podría decir, como primera
tentativa, de que somos esa
diversidad de experiencias y memorias rescatadas y aludidas por las narraciones expuestas. Lo que también
quiere decir que somos eso que se
escapa a las narraciones que no
pudieron, a pesar de todo, nombrar lo innombrable, el acontecimiento mismo de la guerra.
Lo importante de lo
que acabamos de escribir radica en que lo que se menciona desbarata las verdades ideológicas y políticas sobre
la guerra del Chaco. No puede sostenerse pues la hipótesis que resume semejante
acontecimiento a la tesis del nacionalismo-revolucionario de que en
las trincheras del Chaco se forjó la consciencia
nacional, por más sugerente que sea esta hipótesis ideológica. Esta
hipótesis, la del discurso del nacionalismo-revolucionario,
por más implicativo que haya sido,
sobre todo, considerando las consecuencias ideológicas, incluso teóricas, que
haya tenido en la consciencia nacional,
pretende absorber en su enunciación
el núcleo de la verdad de lo
acontecido, es más, de lo histórico-político
nacional. Que se lo haya hecho de este modo, que haya adquirido, incluso,
tono teórico, interpretativo y académico, no termina resolviendo el problema. La hipótesis histórico-política de la formación de la consciencia nacional no
absorbe ni resume el conjunto de las interpretaciones
posibles de la experiencia social de
semejante acontecimiento.
Las pretensiones de verdad teóricas, sobre
todo, de las interpretaciones ideológicas,
incluso académicas, jurídico-políticas, son exageradas. Formaron parte de la
lucha ideológica y política contra lo que se denominó la oligarquía minera y terrateniente. Tuvieron utilidad política; empero,
en la coyuntura presente, se han convertido en obstáculos
epistemológicos, a decir de Gastón Bachelard. Para no dar muchas vueltas, como se dice comúnmente,
ir al grano, si en la coyuntura no es
fácil sostener la hipótesis de la
formación de la consciencia nacional, entonces la misma hipótesis histórica-política del nacionalismo-revolucionario parece
contrastada.
Partamos de lo
siguiente: es indiscutible que la guerra del Chaco fue un acontecimiento dramático y trastrocador en la experiencia social y en la memoria social boliviana. Pero, de aquí
ha sostener - no enunciar, que se lo puede hacer - que la guerra del Chaco forjó
la consciencia nacional hay mucho
trecho que resolver. Se entiende que esta tesis forma parte de la legitimidad de la revolución nacional de 1952; empero, queda pendiente lo que
efectivamente haya ocurrido. El ejercicio de la investigación histórica entra aquí,
ayuda a contrastar la hipótesis; también ayuda a encontrar otras hipótesis
interpretativas; ayuda abrir una gama de interpretaciones. Sobre todo, nos
enfrenta ante las descripciones
minuciosas, cuadros y narraciones que
nos enfrentan sino a hechos, por lo menos a sus aproximaciones representativas.
Sin embargo, tampoco
las interpretaciones históricas, en
el sentido descriptivo, incluso en el sentido teórico, explicativo, pueden cubrir
lo innombrable del acontecimiento. La literatura puede ayudarnos a mejorar esta
carencia de los recursos lingüísticos ante el acontecimiento; pero, acordémonos,
que ella misma confiesa, de entrada, que está lejos de sustituir al acontecimiento; se concibe estéticamente
como expresión lúdica del acontecimiento.
Entonces, ¿quedamos sin respuestas, carentes, ante la pregunta? Sería exagerado
concluir en esto. Como se dice, hay avances.
Lo que importa es comprender que la respuesta a la pregunta no es ideológica, teórica,
histórica, tampoco literaria; la respuesta no se halla en los enunciados o interpretaciones, en las descripciones o narraciones, sino que solo
puede ser de la misma índole del acontecimiento;
la respuesta solo puede ser existencial.
Somos lo que queremos ser y lo
realizamos en los actos. ¿Qué somos? Si no hacemos nada, si nos
conformamos, si aceptamos lo que dice el poder
que somos, entonces terminamos siendo lo que dice el poder que somos. En contraste, si no aceptamos esta modelación del poder, no somos lo que dice, sino lo que buscamos ser. Yendo más lejos, si actuamos, si nos movilizamos, si
buscamos ser la otredad, la diferencia creativa, entonces somos, en
el momento presente, lo que buscamos,
ese camino a la utopía.
El acontecimiento de la guerra del Chaco no
ha dejado de estar presente en
nosotros, en el momento presente, en
lo que hemos llegado a ser. Sigue cuestionándonos, a pesar que nos hagamos a
los desentendidos o como si se tratase de algo pasado, peor, de algo superado. No ha habido una reflexión colectiva sobre semejante acontecimiento; se ha aceptado pasivamente
las interpretaciones ideológicas, incluso, mejor, las interpretaciones teóricas.
No hablemos de otras guerras perdidas; quedémonos en ésta, la más reciente; el
problema puede ser presentado de la manera siguiente: nos negamos a reflexionar sobre la experiencia y la memoria social de la guerra.
Preferimos asumir las interpretaciones
en boga; peor aún, las dadas en la escuela. Estamos lejos de cuestionarnos
sobre nuestro involucramiento y actuación en semejante acontecimiento.
Teóricamente no
podemos responder a una pregunta simple: ¿Por qué nos involucramos en una
guerra entre países y pueblos víctimas del colonialismo y después del imperialismo?
La tesis marxista de que la competencia imperialista empujó a nuestros países a
la guerra puede sonar coherente, pero
no exime de la responsabilidad. Fuimos
a la guerra; morimos y matamos a hermanos. ¿A dónde apunta todo esto? No es
ciertamente a golpearse el pecho. No hay culpables,
sino responsables, como dijimos
antes. Sino a una crítica a este nosotros;
somos lo que hacemos. Una pregunta: ¿seremos capaces de hermanarnos con el
pueblo paraguayo y hacer un solo país de poblaciones víctimas del imperialismo,
de la competencia capitalista? Esta sería una manera elegante de lograr un desenlace sublime de esa guerra fratricida.
¿Podemos hacer lo mismo con los otros países con los que hemos estado en
guerra? Si no somos capaces de hacer esto no somos capaces de asumir nuestra responsabilidad histórica-cultural-civilizatoria.
Volviendo al libro de
Paul Tellería Antelo, la literatura ayuda a enfrentar o decodificar las
versiones heredadas o asumidas a medias desde la fenomenología de la escritura; vale decir, desde la confesión misma de la imposibilidad de nombrar lo innombrable, sin embargo, nombrado en la narrativa. Sin desmerecer
los aportes de otras interpretaciones, ideológicas, teóricas, históricas, la
literatura nos cuestiona sobre lo que somos desde las perspectivas de las
experiencias y memorias sensibles.
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