Populismus
Populismus[1]
Raúl Prada Alcoreza
La convocatoria
al pueblo; ese referente donde reside la soberanía o, por lo menos, la potencia social, de donde emerge esa condición de posibilidad jurídica y política
que se nombra como soberanía. La
convocatoria ha levantado a los populistas rusos, durante el siglo XIX, que
son, en realidad, campesinistas y no
como se significa en América Latina, como caudillos,
que encarnan la convocatoria del mito.
La convocatoria al pueblo se ha
convertido en el substrato político de estos caudillos. Por lo tanto, la convocatoria al pueblo no se
circunscribe a las connotaciones populistas,
en el sentido latinoamericano. Por otra parte, pueblo es el referente primordial de la democracia. En griego demo
es pueblo y cracia es poder o
gobierno; entonces, democracia
significa e implica gobierno del pueblo.
La convocatoria al pueblo ya se
encuentra, en su sentido inaugural, en la democracia
misma.
Pretender descalificar la convocatoria al pueblo mediante una
supuesta crítica al populismo, usando además el término populismo en su tonalidad ya
descalificada, es asumir la posición de la aristocracia
o de la oligarquía, en el sentido
griego antiguo; es decir, de los que tienen título de nobleza y de los que tienen
riqueza. La discusión en la esfera de la filosofía política griega era sobre
cuál es el mejor gobierno; ¿el
gobierno de la aristocracia, el gobierno de la oligarquía o el gobierno del
pueblo (democracia)? La posición de Aristóteles y de Platón es notoriamente
conservadora; critican el gobierno del
pueblo; incluso llegan a decir que el gobierno
del pueblo lleva a la tiranía, en
determinadas circunstancias. Fue en el periodo de Pericles cuando se establece
la democracia en Atenas; también
cuando se constituye Atenas en una metrópoli antigua; lo que se denomina
Ciudad-Estado. Fue cuando Pericles se vio obligado a llevar los huesos de los
antepasados, que moraban enterrados en el campo, a la ciudad, para que las
familias campesinas vinieran a radicar a la ciudad. Pericles demostró, en los
hechos, que el mejor gobierno es la democracia,
a pesar de las críticas filosóficas posteriores de Aristóteles y Platón.
Esta discusión se renueva en las condiciones de posibilidades históricas y
culturales de la modernidad. Para
resumir, de manera ilustrativa, los liberales
constituyen la democracia moderna,
pero restringida a los que tenían propiedad y sabían leer y escribir; es decir, restringida a los estratos
privilegiados masculinos, excluyendo a las mayorías y a las mujeres. Son los gobiernos populistas de mediados del
siglo XX los que establecen el voto universal, la reforma agraria y la reforma
educativa, implantando la enseñanza pública y gratuita. En consecuencia, fueron
los populistas los que extendieron
los derechos democráticos, civiles y políticos, los derechos del trabajo, los
derechos sociales, retomando estas nuevas generaciones de derechos de los socialistas. Entonces, los liberales no se pueden reclamar per se
como demócratas, menos como ejemplo
de la democracia; al contrario,
encarnan la “democracia” restringida de la pretendida aristocracia criolla latinoamericana, heredera de los
conquistadores y de la oligarquía, los ricos mineros y comerciantes, sobre todo
portuarios.
La democracia
moderna se instituye con los populismos
del siglo XX. Esta versión nacional-popular
de la democracia en América Latina
corresponde al ejercicio de la democracia
mediante la convocatoria al pueblo.
Ahora bien, estos gobiernos
nacional-populares vivieron sus ciclos. Se clausuraron ataviados por las
contradicciones inherentes desatadas; contradicciones relativas no solo a los
avatares de la forma de gubernamentalidad
populista, sino también y sobre todo correspondientes al círculo vicioso del poder[2],
que atinge a toda forma de
gubernamentalidad[3].
En algunos casos, como en Bolivia, se clausuran con un golpe militar, que abre
el ciclo de las dictaduras militares, en plena intensidad de la guerra fría.
Los gobiernos
populistas muestran elocuentemente el desarrollo de la forma de gubernamentalidad clientelar. Después del entusiasmo del
principio viene el desencanto, entonces, una vez perdida la convocatoria
espontánea, pretenden preservarla con la expansión de las redes y circuitos
clientelares. No preservan la convocatoria, pero sí conforman una gran masa
clientelar, que incluso les ayuda a ganar las elecciones. Esto no quiere decir
que los gobiernos conservadores y los
gobiernos liberales no conformaron
sus clientelas; lo hicieron en escalas menores, pues no necesitaban más ante el
reducido contingente electoral. Las dictaduras militares continuaron con las prácticas clientelares, convirtiendo al
ejército y a las fuerzas armadas en un gran aparato clientelar corporativo. De
avanzada corrosión institucional y galopante corrupción.
Hay que distinguir la crítica de la práctica populista,
crítica en el sentido kantiano, de la
pretendida “crítica” liberal reciente. Aquélla crítica sitúa al fenómeno
político populista en las condiciones
de posibilidad históricas y culturales de donde emerge; en cambio, la
pretendida “crítica” liberal descalifica, de entrada, al populismo. Lo hace desde el núcleo de sus prejuicios de casta y de clase. Tampoco se trata, por lo tanto, de
descalificar a esta pretendida “crítica” liberal, sino situarla en el contexto, así como identificar lo que es y describir
lo que hace, en el marco de su ideología.
La pretendida “crítica” no busca comprender,
tampoco entender, menos conocer, el fenómeno populista; sino que lo considera enemigo. Puede añadir que se trata de un “enemigo de la
democracia”. Lo trata en el discurso político y en la retórica política como enemigo, a quien hay que atacar y del
que hay que defenderse. Esta actitud forma parte del debate ideológico, pero no del análisis,
menos si se trata del análisis crítico;
el análisis supone investigación. Se entiende que en plena crisis de los
llamados “gobiernos progresistas”, en pleno derrumbe y decadencia, se den estas
ofensivas ideológicas conservadoras,
de parte de las castas y de las clases dominantes, de los intelectuales a su
servicio. Se trata, en América latina, como dijimos, de una ofensiva neo-gamonal.
Esta distinción entre crítica y diatriba no
busca, como es obvio, ninguna defensa del populismo.
Nos remitimos, al respecto, a los escritos de crítica del populismo,
tomando en cuenta sus genealogías y la crisis múltiple del Estado-nación[4].
Lo que buscamos, ahora, es comprender el funcionamiento de la pretendida
“crítica” liberal reciente, en los contextos
de la crisis política y la caída de los gobiernos
populistas. Se trata de un discurso ideológico liberal, que busca restaurar
las formas de dominación de las
castas y las clases dominantes, a nombre del Estado de Derecho. La problemática
democrática, como tal, como situaciones que la limitan y como
porvenir mismo de la democracia, los
tiene sin cuidado a estos “críticos” del populismo
de última hora. Lo que se pone en mesa es la institucionalidad, como debería funcionar; no como funciona
efectivamente, tampoco como ha funcionado durante los gobiernos liberales y
neoliberales. Tampoco interesa discutir las condiciones
de posibilidad para que la institucionalidad
funcione como debería funcionar. Lo que interesa es tener como referente el ideal del Estado de Derecho, para
restregarlo en las caras de los caudillos
e ideólogos populistas, aunque este Estado de Derecho no funcione
efectivamente, en ninguna forma
gubernamental, como debería funcionar.
Incluso aunque no llegue a funcionar como debería, si es que estas
versiones liberales de los últimos tiempos ejerzan el gobierno. Esto se observa
patentemente en el gobierno neoliberal
de Temer, en Brasil, y en el gobierno
neoliberal de Macri, en Argentina. Lo que interesa es descalificar al enemigo. No dejar nada de lo que se
pueda decir algo positivo. Esta es la guerra
política, que arremete contra el enemigo,
al que se tiene que destruir. Son los clarines de guerra que llaman a la
batalla para desterrar al populismo de la faz de la tierra.
Debate y no diatriba
Ahora bien, lo que decimos no quiere decir
que no hay análisis liberal, fuera de
la diatriba atrapada en la estrategia
de la descalificación, que es como un a guerra
ideológica ordinaria. Lo hay, aunque se da de manera escasa, en comparación
con el apabullante traqueteo de la diatriba.
Por el momento, basta citar dos nombres connotados; el de Mario Vargas Llosa y
el de Hugo Celso Felipe Mansilla; el primero peruano, premio nobel; el segundo
boliviano, filósofo liberal, formado en la escuela de Frankfurt, siendo
partidario de la corriente conservadora de la Escuela y no de la tradición
marxista, a la que pertenecían Max Horkheimer y Teodoro Adorno. Mario Vargas
Llosa publica una serie de ensayos críticos, donde sobresalen los dedicados a
la crítica del socialismo, también a
las tradiciones caudillistas
latinoamericanas. Aparte de estos ensayos, cuenta con una investigación teórica
y literaria, de donde elabora un análisis crítico del indigenismo. Se puede considerar la ensayística crítica de Vargas
Llosa como parte de lo mejor del ensayo contemporáneo; así como se puede
considerar esta crítica al indigenismo como un aporte riguroso al
debate sobre la problemática aludida, que en términos no de Vargas Llosa se
denomina de la herencia colonial y de
la colonialidad, por más que termine
considerando la “cuestión” indígena
como victimización. De lo que se
trata es de considerar la crítica vertida en los ensayos y en el análisis sobre
el indigenismo. Crítica que
considera, a su modo, los contextos
donde se desenvuelven las historias tratadas; contextos históricos
culturales que pueden aproximarse a las condiciones
de posibilidades históricas y culturales. Contextos bien manejados y bien descritos por la pluma del
escritor; contextos descifrados a
partir de sus tramas; que son
interpretados desde el postulado liberal de la libertad; además de ser ponderados en las premuras de la
modernización.
La crítica de Hugo Celso Felipe Mansilla, en
cambio, se desenvuelve desde la reflexión filosófica. Se coloca, desde un
principio, en la perspectiva de una crítica
de la modernidad, podríamos decir,
desde claves ecológicas. La crítica
adquiere, en su exposición, una tonalidad irónica cuando se refiere a las “modernidades
imitativas” de las sociedades latinoamericanas. En otros textos, Mansilla
critica tanto al indigenismo como al indianismo, distinguiendo las dos
variantes de la cuestión social nativa de la herencia colonial; siendo el indianismo una expresión político
cultural radical, según el filósofo liberal, “fundamentalista”. La crítica al socialismo efectivamente dado es elocuente y polémica, sobre todo
en lo que respecta a los estilos burocráticos de un exacerbado estatalismo y
una patética modernización. Ambas críticas tocan temáticas y problemáticas
rememoradas y recurrentes en América Latina. Es posible un debate no ideológico con esta crítica liberal y
análisis académico.
Del otro lado, del lado del populismo y también del lado del socialismo, se han dado reflexiones
profundas y penetrantes, así como investigaciones históricas políticas y
análisis iluminadores. Citemos solo algunos nombres; Sergio Almaraz Paz y René
Zavaleta Mercado, de Bolivia; Abelardo Ramos,
de Argentina, y Eduardo Galeano de Uruguay. Estas reflexiones, ensayos,
investigaciones y análisis son más conocidos que los otros; nos remitimos a las
obras de los nombrados autores. La pregunta es: ¿Por qué no se ha dado un
debate saludable?
Recientemente, Hugo Celso Felipe Mansilla ha
publicado un libro crítico del
pensamiento de René Zavaleta Mercado[5].
Se puede decir que ya es ya un aporte para el debate, aunque el libro se circunscribe a una interpretación
esquemática del pensamiento de
Zavaleta; se considera como enfoque
de partida la contradicción entre nacionalismo
y coloniaje, definida por Carlos Montenegro, para entender la paradoja señorial[6].
De entrada, se recorta la mirada,
ocultándose los distintos enunciados referidos a otras contradicciones,
definidas por el teórico marxista. También, de manera presurosa, se ponderan
los “aportes” conservadores y liberales, sobre todo y esto es lo que llama la
atención, antes de la revolución nacional de 1952. No parece necesario caer en
esta exaltación conservadora poniéndose vulnerables ante el hecho de la igualación de los hombres, como dice el
mismo Zavaleta Mercado, mediante la reforma
agraria. El autor mencionado se concentra en Lo nacional-popular en Bolivia, libro póstumo, que reúne varios
ensayos del último periodo en vida de Zavaleta; ensayos, por cierto, que
desbordan su intensidad reflexiva. Se notan los requerimientos demandantes del
teórico marxista de lo nacional-popular,
que aborda la cuestión colonial y de la colonialidad, sobre todo a partir de la
insurgencia indígena. No observar las
tensiones en Lo nacional-popular en
Bolivia es patentizar la falta de sensibilidad lectora ante los avatares de
la escritura apasionada y crítica, auscultadora de las condiciones de posibilidades históricas-sociales-económicas-culturales
de la formación social boliviana[7].
Nos preguntamos por qué no se dio el debate
entre ensayistas, teóricos y analistas, compungidos por sus realidades
históricas, que les tocó padecer, precisamente, al encontrarse en enfoques distintos y contrapuestos. Sin
embargo, éste, el de ignorarse mutuamente, no es un problema solamente latinoamericano,
sino mundial. Es sorprendente que esta mutua ignorancia se haya repetido
incluso en corrientes teóricas hasta afines; por ejemplo, entre la Escuela de
Frankfurt y las teorías nómadas
francesa, siendo la primera antecesora de la segunda. De entre las corrientes
teóricas que se ignoraron mutuamente, algunas prácticamente se desconocieron, a
pesar de coincidir en los temas y hasta compartir los mismos periodos. Otra
buena pregunta es inquirir sobre esta conducta de los intelectuales.
En todo caso, hemos querido dejar constancia
de que sí se han dado reflexiones y análisis teóricos que abren las puertas del
debate. Sin embargo, también hay que
anotar que es indispensable la pedagogía
política, es decir, la construcción colectiva las comprensiones y saberes
sociales. Por otra parte, el debate
adquiere claridad cuando se lo hace a la luz de las condiciones de posibilidades históricas y culturales y de los procesos desatados en el acontecimiento político. Empero, cuando
nos referimos a la pretendida “crítica” liberal
reciente, no hablamos de esto, del debate,
sino de la diatriba, de la descarnada
lucha ideológica; cuando los grupos,
las instituciones, las organizaciones, los apologistas, de un lado y de otro,
no se ignoran, al contrario, se tienen en cuenta constantemente. Son los enemigos
y confunden esta exacerbada enemistad
con la lucha de clases, que es, mas
bien, una teoría. El enemigo es
inolvidable; es el sentido de vida del amigo,
del que está en guerra permanente con el enemigo.
Los populistas, generalizando, a
pesar de las diferencias contenidas en el fenómeno político mentado, consideran
al neoliberal como execrable, poco más o menos como un canalla, que ha
entregado las riquezas nacionales. Así mismo, los neoliberales consideran a los populistas
como encarnación misma del mal de la corrupción, desbordada en el marco de
una mala administración pública, tanto de las empresas como del Estado. La
reciente “crítica” liberal de los últimos tiempos considera al populismo como el mal que atraviesa la historia política latinoamericana. La falta de
desarrollo se debe a la incidencia descalabrada de la demagogia populista; los
rezagos en la modernización se deben al despilfarro y la corrosión institucional, irradiadas por el populismo. Con este tipo de explicaciones todo está resuelto; no
hay necesidad de nada más, sino de expulsar al execrable animal político. El problema es que estos acertijos ideológicos no
se contrastan; el discurso ideológico
no requiere de contrastación; sus
interpretaciones esquemáticas son tomadas como verdades en sí mismas. Sin embargo, las incursiones políticas de
conservadores, liberales, nacionalistas, neoliberales, populistas, las padecen
los pueblos.
La clase política
Conservadores, liberales, nacionalistas,
neoliberales y populistas no son expresiones políticas de la lucha de clases, son formas de
convocatoria y formas organizativas ideológicas embarcadas en la lucha por el poder. Si las clases sociales estuviesen en lucha, como dice la teoría marxista, no
entablaran la lucha a través de
intermediaciones, ni por medio de interpretes; lo harían directamente, por así
decirlo. La lucha de clases, tal
cual, no tendría que pasar por la toma de consciencia
de clase, pasar de la consciencia de clase en sí a la consciencia de clase para sí. La lucha de clases, como tal, sería
inmediata. Si esta lucha de clases no
se da “naturalmente”, para decirlo metafóricamente, es porque tampoco las clases sociales son “naturales”; son históricas. Es decir, son construcciones sociales; así también la lucha de clases es una construcción
social, una construcción teórica; es decir, una interpretación. Si bien la teoría
de la lucha de clases ha permitido interpretar
la sociedad, conformada históricamente a partir de la guerra, desde la inaugural,
siguiendo con las recurrentes, guerra
que hace inteligible la formación social, guerra que atraviesa la institucionalidad estatal, esta
interpretación de la lucha de clases ha dejado pendiente explicar por qué la
guerrea es madre de la institucionalidad estatal; así como ha dejado pendiente
la explicación de las dinámicas sociales que conforman a las clases sociales como bloques contrapuestos. En todo caso,
tendrían que contrastarse las
hipótesis interpretativas de la teoría de
la lucha de clases empíricamente. La contrastación,
para corroborar las hipótesis, se tendría que encontrar estos bloques de clase empíricamente. Si no los halla es porque estos bloques de clase no están.
Lo que se muestra, mas bien, es una distribución de singularidades sociales en los contextos variados de la geografía
humana, que combina densidades
demográficas con dispersiones
demográficas, además de flujos
poblacionales, en distintas escalas. Donde se pueden observar diferencias
en los hábitats. Las diferencias son, para decirlo rápidamente, de calidad de vida. ¿Estas diferencias
hablan de clases sociales o, mas bien, de ocupaciones territoriales
diferenciales, de variados controles de recursos, de congregados controles de
medios de producción, distribución y servicios, así como de centralizadas y
descentralizadas formas de administración y de gestión, también, en
consecuencia, de distintas formas de apropiación de la producción social? Esta
observación nos lleva a mirar las complejidades
de las dinámicas sociales, no bloques estancos de clases sociales. Se
puede decir que la teoría de la lucha de
clases fue una aproximación a la complejidad
social, sinónimo de realidad social.
Pero no se puede confundir la teoría
con la realidad.
El tema es que en el acontecimiento social, de multiplicidades singulares, de
pluralidades de procesos singulares concatenados, se conforman e instituyen prácticas sociales de diferenciación, no solo de clases, sino
de grupos, asociaciones, corporaciones, así como de mandos, de formas de
administración, incluso coagulando simbolizaciones
institucionalizadas en el imaginario
social. La complejidad social no
se presenta bajo la configuración de bloques
de clase, sino de actividades,
cualitativamente diferenciadas, que tienen que ver tanto con dinámicas moleculares sociales y con dinámicas molares sociales. Dinámicas que producen y reproducen las diferenciaciones sociales singulares en
los distintos planos de intensidad. Las
diferenciaciones se dan en sus plurales y múltiples singularidades
proliferantes; no como generalizaciones estadísticas y homogéneas. Esta
exposición sobre el acontecimiento social
puede ser más extensa y detallada; para aludir el alcance, por lo menos
teórico, nos remitimos a lo escrito en Imaginación
e imaginario radicales[8].
A donde apuntamos en esta exposición es a hacer comprensible y entendible,
de otra manera, las funciones y los
papeles de los intermediarios políticos y de las mediaciones ideológicas
respecto al conglomerado de las estratificaciones sociales, en constante
dinámica y devenir.
Si siguiéramos usando el término de clase, que es un término taxonómico,
diríamos que hablamos de la “clase política”, como lo hemos hecho antes, en
anteriores ensayos. Esto equivaldría decir que hay varias maneras de clasificar
clases sociales; si se trata del campo político, si se trata del campo económico, si se trata del campo cultural, retomando la concepción
de los campos de Pierre Bourdieu. Pero,
a pesar de la complejización de la taxonomía social, llegaríamos a algo
parecido a lo que criticamos, solo que en distintos planos de intensidad. La categoría de “clase política” es homogénea
en su acepción; en cambio lo que efectivamente es la hace heterogénea. Esto
ocurre no solo porque pregona distintas variaciones ideológicas, porque postula
distintos programas políticos, incluso porque acciona en distintas formas gubernamentales, sino que sus
variadas composiciones responden a asociaciones
singulares, de acuerdo a contextos, a coyunturas, periodos, incluso, se
puede decir, múltiples historias. Entonces estamos ante mapas de predisposiciones, disposiciones, dispositivos, políticos,
que funcionan como instrumentos de la máquina
abstracta de poder. La distinción, en este caso, es decir, la economía política particular, se da
entre los representantes, voceros, intermediarios e intérpretes políticos y sus
bases. Las bases delegan sus voluntades
y sus potestades a los delegados y representantes.
Ahora bien esta distinción se apoya en otra separación,
en la separación de intelectuales y no-intelectuales, que podríamos llamar economía política del saber, que distingue al que sabe del que no
sabe. Toda economía política
establece una dominación sobre la
base de la valorización abstracta. Entonces,
la dominación no es única en la economía política generalizada, sino que
comprende múltiples dominaciones
singulares entrelazadas. Aunque la dominación
del intelectual sobre el no-intelectual aparezca más como prestigio no deja de ser dominación, basada en el prestigio simbólico de la intelligentsia y en el control institucional del saber. El
político de profesión o circunstancial apoya la legitimidad de su intermediación en este halo intelectual; aunque
también puede apoyarse en el prestigio que conlleva la dirigencia, que es otra
manera de ser intelectual, como anotó ya Antonio Gramsci.
No hay pues la dominación única, absoluta, homogénea, como si fuera una entidad
reconocible o un instrumento detectable inmediatamente. Lo que hay son múltiples dominaciones singulares que convergen, se entrelazan, se
refuerzan, dando lugar a formaciones de
dominaciones singulares. La “clase política, sosteniendo todavía el término
discutible, con fines de exposición y de ilustración, refuerza su dominación, apoyándose en otras dominaciones singulares, proliferantes
en las prácticas sociales.
Conservadores, liberales, nacionalistas,
neoliberales, populistas, entonces, forman la gama variopinta de la “clase
política”. No deberíamos incorporar en esta gama a los socialistas, quienes deberían propugnar y luchar por lo que dicen,
una sociedad sin clases; sin embargo,
han convertido al socialismo, es
decir, la preponderancia absoluta de lo social, el substrato de las dinámicas sociales, la facticidad del
empoderamiento de lo social, en un estatalismo.
Hablando con propiedad, lo que hacen y practican los “socialistas” no es socialismo sino estatalismo. Por lo tanto, los incorporamos también en esta gama
variopinta de la “clase política”. En este sentido, también están embargados en
la lucha por el poder, no en la lucha de clases, como dicen. Pero, el
tema de fondo no es encontrar nuevas clasificaciones,
nuevas clases en distintos campos, ni saturar el entramado clasificatorio para descifrar
las conductas sociales, sino comprender
los funcionamientos de las máquinas de poder, de los juegos de poder de las distintas
conformaciones asociativas, entrabadas en la lucha por el poder. Lo que hay que comprender es cómo funcionan las prácticas de dominación polimorfas; cómo son usadas,
cómo se las enlaza para reforzar determinada forma de dominación singular.
Las historias
efectivas en América Latina, sobre todo las historias políticas, no pueden
circunscribirse a la historia de las narrativas políticas, tampoco a las teorías, que toman como fuentes estas narrativas. Si las narrativas
políticas conforman la recurrencia ideológica, las teorías, que se
sustentan en estas fuentes,
consideran que estas fuentes, es
decir, estas narrativas, como si
fuesen el referente incontestable de
la realidad; cuando solo se trata de
otras interpretaciones más
inmediatas, menos elaboradas, más descarnadamente ideológicas. Entonces, la
teoría repite la ideología en una
versión más elaborada. Para descifrar
las mismas narrativas políticas es
menester inmiscuirse en las prácticas;
decodificar sus lógicas, develar sus modos
de funcionamiento, sus sentidos prácticos. Dicho de manera directa,
los discursos políticos e ideológicos encubren prácticas de dominación. El liberalismo
latinoamericano ha encubierto prácticas
de dominaciones coloniales y patriarcales, fuera de legitimar formas de
explotación de la fuerza de trabajo, en las formas concretas y particulares
dadas en la periferia del sistema-mundo-capitalista. Es decir, en
los términos de la sobreexplotación permitidos por las relaciones coloniales.
El nacionalismo
revolucionario ha ampliado los derechos ensanchando la “democracia”
restringida liberal, sin embargo, no sale del horizonte de la colonialidad.
La modernización nacional-popular, si
bien arranca con el voto universal, con la reforma agraria, la reforma
educativa y las nacionalizaciones de los recursos naturales y de las empresas
privadas que los explotan, solo concibe la ciudadanía
abstracta y generalizable del individuo
moderno. Aunque también retoma, haciéndolos mutar, los derechos corporativos. La modernización supone olvidar su origen colonial, como si lo acontecido
se borrara ante el avance del desarrollo capitalista. Esta actitud es solo una
pretensión. Lo acontecido no se borra de la experiencia
social y de la memoria social; no
es pasado, como lo entiende la historia; es presente, constantemente actualizado, de manera dinámica. Mientras no haya descolonización, aunque esta palabra
haya sido desgastada por el discurso y las prácticas populistas, no se puede
aseverar seriamente que se ha logrado la mentada soberanía, mucho menos la independencia. Tampoco se habría
constituido e instituido efectivamente la república;
para que tal suceso ocurra se requiere de condiciones
de posibilidades históricas y culturales de fusión de horizontes.
El proyecto
neoliberal banaliza y reduce la modernización al espacio abstracto restrictivo
de realización de la competencia
económica, del libre mercado y de la libre empresa; haciendo que la
modernización se mida cuantitativamente por la estadística del acceso al
crédito. Se desentiende, con un gesto
que pretende ser “técnico”, de los problemas heredados; como si solo los
problemas relativos al equilibrio
económico fuesen los únicos y reales. El discurso neoliberal no solo es
pretensioso, sino trivial en lo que respecta al análisis de la problemática
económica y de la crisis. En la práctica, el Estado, del que dice
desentenderse, despliega las mismas prácticas correspondientes a la colonialidad.
El llamado neo-populismo de los “gobiernos progresistas”, retoma, en parte, lo
que podríamos nombrar como las tradiciones
populistas, empero, las banaliza al extremo. Convirtiendo aquellos actos
heroicos de las nacionalizaciones en comedias espectaculares, empero, sin efecto estatal, como aconteció con los gobiernos nacional-populares de mediados
del siglo XX. Paradójicamente, es con los “gobiernos progresistas” cuando se
hace más evidente la dependencia, la
reiteración expansiva e intensiva del modelo
extractivista colonial del capitalismo periférico.
[1] Este ensayo forma parte de un ensayo mayor, que contiene dos partes;
la primera, Populismus; la segunda, Ofensiva neo-gamonal. El ensayo mayor
tiene el titulo provisional de Avatares
ideológicos y políticos.
[2] Ver Círculo vicioso del poder.
ISSUU. Raúl Prada Alcoreza; La Paz.
[3] Ver la serie Acontecimiento político. ISSUU. Raúl Prada Alcoreza; La
Paz.
[5] Leer de Hugo Celso Felipe Mansilla Una mirada crítica sobre la obra de
René Zavaleta Mercado. Rincón Ediciones; Colección Abrelosojos. La Paz 2015.
[7] Ver Pensamiento propio. ISSUU. Raúl Prada Alcoreza; La Paz.
[8] Ver Imaginación e imaginario radicales. ISSUU. Raúl Prada Alcoreza; La Paz.
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