Mi padre

Mi padre

Sebastiano Mónada








Solía mirar con sus ojos de valle en primavera,
sonreír como brisa de alborada
con el rostro placentero donde se dibujan
huellas sabias de antiguos tiempos
inscritos en rocas pulidas por vientos,
barcos viajeros en océanos impetuosos.

Solía hablar pausadamente domesticando al aire
divagante,
pronunciar la palabras como olas constantes,
decir frases claras como manantiales brotados
en las cumbres de la cordillera ondulante
al caer la tarde.
Despedida de pétalos de rosas
desprendidas como mariposas
meditando sus vuelos liberados.

Solía recordar a sus padres con afecto entrañable
recordando en su ausencia
la fragancia del paraíso perdido.
Volvía a la niñez,
a la inocencia de los comienzos
cuando se cuida a la madre
y al ausente padre.

Solía compartir con los amigos, afable
pues importaba el momento del encuentro
amistoso y entrañable.

Solía decir sentencioso
nadie muere en la víspera.
Murió en la víspera
cuando todavía no le tocaba.
El destino le jugó una adelantada
sorprendiéndolo en una emboscada
improvisada por el azar
jugando en la mesa de la necesidad.

Solía querer más que nadie la charla
acompañando con café tinto
la conversación meditada,
tejedora de narrativas rememoradas,
cuadros de árboles frondosos del valle,
sabor a choclo jugoso y dulce
como el néctar que roban las abejas
de las flores seductoras.

Se fue sin decirnos nada,
ya lo había dicho antes
en toda su intensa historia afectiva
en toda su construcción arquitectónica de la familia
en todos sus pasos previsores y sabios.
Ya no tenía que hablar
sino sorprendernos con su abrupta desaparición
para enseñarnos lo vulnerables que somos,
lo expuestos que estamos
a los juegos aleatorios del drama
cotidiano
y de la tragedia del siglo crepuscular.

Ahora que no está
llenaremos el vacío sin fondo
con inscripciones de la memoria,
archivo y registro de experiencias inolvidables.
Por eso volverá
en nuestros recuerdos y nostalgias
en nuestra manera de quererlo
en las enseñanzas que nos dejó.

Sabremos entonces que nadie muere
sino que persiste en nosotros
cuando seguimos sus pasos
cuando escuchamos su voz
cuando intentamos repetir sus gestos
en nuestros actos.

Mi padre es ese canto a la alegría,
esa sinfonía de Ludwig van Beethoven,
mensaje de esperanza en la humanidad,
confianza en su razón y estética
a pesar de sus desavenencias
e intermitentes violencias.
Confianza en el porvenir
Construido con ladrillos de afectos
Y emociones.

Todos hemos tenido un padre o lo tenemos;
no solamente es único
sino nuestro puente con el pasado,
vinculo denso con el presente,
posibilidad proyectada al futuro.
Fundamento en el caminar en el laberinto
de la soledad que oculta multitudes
solidarias y acompañantes.

Cuando perdemos un padre
perdemos el zócalo donde nos edificamos,
el padre ya no está pero el zócalo sigue todavía.
Es cuando descubrimos que el padre sembró el zócalo
para que cosechemos virtudes,
el padre vuelve con el viento
aunque el molino haya desaparecido.

















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