Avatares ideológicos y políticos
Avatares ideológicos y políticos
Raúl Prada Alcoreza
Las preguntas, podríamos decir, epistemológicas que se hizo Emmanuel
Kant, fueron: ¿Qué puedo conocer?, ¿qué puedo hacer?, ¿qué puedo esperar? Hoy
podríamos hacernos las preguntas: ¿En qué condiciones
de posibilidades puedo conocer más y mejor e ir más lejos?, ¿en qué condiciones de posibilidades puedo hacer
más y mejor e ir más lejos?, ¿en qué condiciones
de posibilidades puedo esperar más? Pero, también podemos entrelazar las preguntas: ¿Cómo incide
el conocimiento en lo que puedo hacer y en lo que puedo esperar?, ¿cómo incide
cuando mejora lo que puedo hacer y va más lejos en el conocimiento?, ¿cómo
incide cuando mejora lo que puedo hacer y va más lejos en lo que puedo esperar?
De todas maneras, todas las preguntas que podamos hacernos de esta manera
siguen siendo antropocéntricas, sino
son egocéntricas. Desde la perspectiva compleja ya no se trata de
nada de esto; se abandona el antropocentrismo.
De lo que se trata es comprender cómo
funciona la vida en su complejidad
dinámica e integral y como participamos reinsertándonos
en la proliferante creación de la potencia
de la vida.
En lo que respecta a la vida social humana, también se trata de comprender cómo funciona la vida
social en su complejidad dinámica e
integral, entonces, comprender
por qué las sociedades humanas han conformado mallas institucionales que separan
a la humanidad de la “naturaleza”,
por lo tanto, que la colocan como si estuviera sobre la vida, lo que es imposible; comprender
las consecuencias de esta separación
institucional de la “naturaleza”. Esta comprensión es útil para salir de la
crisis ecológica ocasionada por las
sociedades humanas modernas; sobre todo para comenzar a reinsertar a las sociedades humanas a los ciclos vitales del planeta.
Esta separación
tiene que ver con la economía política
generalizada; heurística de las máquinas de poder de la civilización moderna. La ideología que es una máquina de fetichización, responde a
esta economía política, pues funciona como máquina de legitimación de la economía
política generalizada, donde la dominación
es producto de la economía política del
poder; economía política que separa poder
de potencia, separando a la potencia de lo que puede, capturando parte de sus fuerzas,
utilizadas para la reproducción del poder.
Durante y a lo largo de la modernidad,
considerando sus distintos contextos, coyunturas y periodos, hemos asistido a
una variedad impresionante de la discusión interminable ideológica, discusión,
por cierto, sin salida y solución. Cada ideología
se encierra en sí misma, se encaracola;
se considera la verdad en sí misma.
Por así decirlo, la ideología no
tiene consciencia de su propio cuerpo, de todo el funcionamiento corporal para que se de el efluvio imaginario de la ideología. Se considera autosuficiente y
autónoma, como si tuviera vida
propia, cuando apenas es una elucubración fantasmática. Sin embargo, la ideología ha provocado acciones
sanguinarias; todo a nombre de la inmaculada verdad o de la religión o de la política. A nombre de Dios, de la
Libertad y de la Justicia se han cometido crímenes de lesa humanidad. La
pregunta es: ¿Por qué los pueblos son capaces de emprender campañas apasionadas
y hasta delirantes, incluso llegando a desencadenar guerras santas y guerras
políticas a nombre de una idea? Solo
se puede hacer esto en condición de enajenación,
usando este concepto psicológico y filosófico discutible, empero ilustrativo. Entonces,
la otra pregunta es: ¿Por qué y cómo llegan los pueblos a esta condición de enajenación colectiva, en
determinadas circunstancias? No parece adecuado encontrar la causa en la crisis, como se acostumbra, pues si se
desataran en la crisis estos
comportamientos, es por que ya anidaban antes de la crisis. Por lo tanto, lo que parece más adecuado es encontrar el problema en las mismas composiciones y estructuras sociales
institucionalizadas.
Comencemos con el mito moderno, el de el hombre
como el fin la evolución y destinado
a dominar la “naturaleza”. Mito que revela el substrato simbólico de las ideologías
de la modernidad; ideologías, que, a su vez, revelan la orientación
constitutiva de las sociedades modernas. Se trata de sociedades conformadas
contra la “naturaleza”; en otras palabras, contra la vida. ¿Cómo ha podido acontecer esta predisposición estructural social contra la vida? Se puede estar tentado a decir que esta orientación se halla en la misma “naturaleza” humana; pero, esta interpretación es parecida o derivada de
la que supone que el mal se encuentra
en la “naturaleza” humana. Enunciado dado como premisa de la religión.
Enunciado que llega a la conclusión anticipada sin darse el trabajo de conocer
la llamada “naturaleza” humana. Descartando estas “teorías” de la culpabilidad, sobre todo por su
insostenibilidad “científica”, para decirlo rápidamente, es indispensable
encarar el problema en las tecnologías constitutivas de las subjetividades humanas; subjetividades
que permiten hablar de esta “condición humana”, distinguiéndola de la “condición
animal”. La humanidad de la que se
habla es una producción y reproducción social. Por cierto, se trata del reconocimiento de la especie, pero este reconocimiento no sería posible sin los
bagajes imaginarios acumulados, que expresan la humanidad en sus realizaciones.
La humanidad se reconoce en el espejo, por así decirlo, de sus producciones. Sobre todo el arte desata sentimientos de reconocimiento y autosatisfacción. Por lo tanto, la humanidad no es un a priori, sino, mas bien, realización; si se quiere, exteriorización de capacidades,
facultades, es decir, de la potencia.
Lo que vamos a decir va parecer una tautología,
pero parece acertada: la humanidad
sería una hechura de los propios
humanos. Sin embargo, no es tautología,
pues los humanos no serían propiamente humanidad
antes de haberla producido. La humanidad es un arte, en el sentido de la techné,
concepto griego antiguo.
La otra pregunta es entonces: ¿Por qué los
humanos han producido una humanidad
paradójica, que se realiza en el arte,
pero también cae en la destrucción? En
pocas palabras: ¿Por qué produce y crea, en el sentido de techné, pero, también destruye? No parece adecuado recurrir a
las tesis del psicoanálisis, aunque sea de la versión más esquemática, que
habla de instintos o, mejor dicho, pulsaciones, tanáticas, contrapuestas a las de vida. Con estas tesis ya estaría resuelto semejante problema de la paradójica humanidad, mediante la conjetura de esta estructura básica instintiva y de pulsaciones. El ser humano estaría
condenado al juego eterno entre vida
y muerte. Esto se parece demasiado a
la estructura de la trama inaugural
del mito. Es difícil aceptar instintos enclavados en la carne,
diluidos en la sangre, cristalizados en los huesos; no vamos a hablar de inscritos en el genoma, esto sería ir
muy lejos, no solo de una manera especulativa, sino insostenible, dado el
avance de la biología molecular. Las tesis sobre los instintos está, ahora, muy cuestionada por la propia psicología,
fuera de no aparecer como tal en la biología contemporánea. Es preferible
observar la complejidad dinámica vital,
que comprende el entrelazamiento
entre estructuras, composiciones y combinaciones corporales con las dinámicas sociales que inciden en los esquemas de comportamientos y de conductas.
Entonces el problema planteado se
puede replantear del modo siguiente: ¿Por qué no solamente se constituyen esquemas de comportamiento tan
paradójicos como los mencionados, sino por qué se conforman condiciones de posibilidades corporales,
subjetivas y sociales como para que estallen las paradojas? Propondremos
hipótesis interpretativas prospectivas.
Hipótesis
sobre la humanidad paradójica
1.
Las claves
de una humanidad tan paradójica, que crea y también destruye, parece encontrarse en la conformación y consolidación
institucional de relaciones conflictivas
de las sociedades humanas con sus ecos-sistemas, con los ciclos vitales y el Oikos. Las rupturas institucionales con las armonizaciones ecológicas parecen haber conformado frentes de guerra de las sociedades
modernas contra lo que denomina la ideología
moderna llama “naturaleza”.
2.
Esta
acumulación de situaciones conflictivas
y saturación de frentes, en una geografía de
guerra, parece que se conforman las condiciones
de posibilidades que predisponen a la estructuración
de esquemas de comportamiento no
solamente conflictivos sino, incluso, hasta antagónicos, con la vida.
3.
La tendencia
conflictiva con la “naturaleza”, es decir, con la vida, no es, obviamente la única orientación de las conductas humanas, aunque sea, por así decirlo,
la hegemónica, por el momento. La
tendencia al arte y a la techné es
sobresaliente; tiene que ver con la potencia
creativa de la vida. Tiene que ver con las capacidades y facultades humanas
más desbordantes; aquellas capacidades y facultades que abren horizontes, que muestran la intrepidez
humana en su heroica hermosura.
4.
Se podría
decir que si el planeta y las sociedades humanas se han salvado de la destrucción anticipada, es por esta otra
tendencia creativa, muy propia de la potencia
de la vida. Lo que falta saber es si la tendencia destructiva va terminar de imponerse, trayendo como consecuencia la
destrucción planetaria y la desaparición de las sociedades humanas, o si, por
el contrario, la tendencia vital creativa de la potencia de la vida va desbordar, dejando atrás, como un ciclo
dramático y hasta trágico, la era de la hegemonía
de la tendencia destructiva.
5.
Este desenlace, por así decirlo, como que
depende de la posibilidad de de-construir
las narrativas de la ideología, de diseminar las mallas
institucionales, que hacen de máquinas
de poder, de desandar el camino
emprendido equivocadamente contra la vida.
6.
Esta no es
una tarea intelectual, sino una tarea
social y colectiva, donde el intelecto
general desborda a las ceremonialidades del poder, que ungen de plus-valor simbólico al intelectual. Es una tarea que tiene que
ver con la activación de la potencia
social, que se encuentra comprimida por las mallas institucionales.
7.
La reinserción de las sociedades humanas a
los ciclos vitales del planeta está
en manos de los propios humanos, de los pueblos y sociedades. Retornar a los procesos vitales, a la
potencia de la vida, creativa y proliferante, requiere de la diseminación de las mallas institucionales heredadas, convertidas en orígenes y fines, cuando apenas son instrumentos
de la sobrevivencia y el potenciamiento de la vida humana, así como requiere de devolver a las instituciones su carácter meramente instrumental y en constante mutación y
transformación, dependiendo de las adaptaciones, adecuaciones y equilibraciones
de las sociedades humanas en la armonización
y sincronización planetaria.
Avatares
ideológicos y políticos reflexiona
sobre las contingencias ideológicas y políticas en las historias políticas de la modernidad en el continente,
particularmente sobre los avatares de
las formaciones ideológicas y políticas que
incidieron en el decurso de las historias
singulares y de las genealogías
estatales; hablamos del liberalismo,
del populismo, del neoliberalismo y el neo-populismo. Encuentra analogías
y diferencias en las narrativas ideológicas, empero más analogías que diferencias en las prácticas
políticas de las formaciones
ideológicas y políticas mentadas. Distingue debate de diatriba y
encuentra que lo que más a proliferado es la diatriba, eludiendo el debate,
aunque éste se haya dado escasamente, dejando de todas maneras una referencia importante para que el debate sea retomado colectivamente,
sobre todo como pedagogía política.
Por otra parte, más que analogía, encuentra que las formaciones
discursivas ideológicas y las prácticas
políticas comparten un mismo paradigma
del mito de la modernidad, el paradigma del desarrollo. Al sur del Río Grande prepondera la práctica desarrollista del modelo extractivista colonial del capitalismo dependiente y al norte
preponderó, a lo largo de la historia
económica, el modelo industrial,
para derivar en la etapa decadente
del ciclo del capitalismo vigente a
la dominancia del capitalismo financiero y especulativo.
Estas expresiones ideológicas y
procedimientos políticos conformados se han turnado el ejercicio del poder, haciéndose cargo del Estado-nación e
implantando sus distintas formas de
gubernamentalidad, sin embargo, los pueblos padecieron los efectos masivos incontrolables de las prácticas políticas de estas formaciones ideológicas. Este
padecimiento hay que entenderlo no como sufrimiento
de la víctima, sino como renuncia a la potencia social, como subordinación
casi voluntaria a las formas de poder;
en términos filosóficos, como deseo del
amo. Entonces, la responsabilidad
de lo que ha acaecido y de lo que ocurre se encuentra en los mismos pueblos y
sociedades, que dejan hacer a los gobiernos de turno y dejan ejercer el Estado,
por lo tanto el poder, prácticamente al gusto y antojo de la “clase política”. Asumir
la responsabilidad plenamente es
hacerse cargo de la democracia, es
decir, del gobierno del pueblo; esto equivale a conformar autogobiernos y
desenvolver autogestiones.
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