La sorprendente muerte

La sorprendente muerte

Sebastiano Monada






¿Por qué la muerte nos sorprende?
Nos deja desarmados ante su acontecimiento
repentino y desolado.
Cuando nos expone tan vulnerables y exhibidos
la muerte parece una improvisación de la nada,
atacando los grandes esfuerzos de dar sentido
a la existencia desolada
al estar navegando en la ausencia,
al no estar detenido en el consumado
momento fijado en la memoria.

Somos vulnerables,
hilos endebles de telaraña
atrapando pedazos de formas
diseminadas en el espacio-tiempo
mientras atraviesan los vientos de ondas
las aberturas que deja el tejido
sutilmente espaciado.

La muerte es una paradoja,
es parte de la vida
no la culminación de la potencia creativa
sino momento de ciclos incesantes
y repetidos
de la reproducción constante,
invenciones variadas y proliferantes.

La muerte aparece como clausura
de una historia de vida,
cuerpo singular e irradiante,
crepúsculo del día que tuvo su alborada
su mañana, su medio día y su tarde.
Fin de un nombre apreciado,
querido por los suyos
y entrañables amigos,
amado por la esposa y los hijos.
Es el comienzo de la memoria,
el camino de la recuperación del tiempo perdido.

La muerte deja un hueco irremediable
en el diario vivir,
acostumbrado a repetir
el constante cronograma de la rutina cotidiana
de los fines de semana
de los meses recorriendo la esférica morada
y de los años dando la vuelta la rueda
del carruaje que nos traslada al horizonte
de la interminable espera.

La ausencia no se compensa,
es la presencia de la falta,
herida abierta en el mundo
hermético vacío sin fondo,
abismo insondable de lo desconocido.

Quedan las huellas de los recorridos
hendidos en la piel,
figuras guardadas en los ojos navegantes
fijadas en las laminas virtuales de la memoria.
Son como las señales del retorno al pasado
en un presente abrumado de nostalgias.

No se sabe, no se entiende, la repentina desaparición
del ser amado,
no se acepta que no esté nuevamente con nosotros,
nos rebelamos al destino
como Ulises perdido en los laberintos del océano.
Interpelamos a los dioses, quienes juegan a los dados
en la mesa del azar
cuya madera es la necesidad.
Nos dicen: los humanos no son nada sin los dioses.

Buscamos recuperar el tiempo perdido,
retornar a la añorada Ítaca,
rememoramos las hazañas del desaparecido.
Recordamos su perfil y su gracia,
su amor aposentados en los entornos
construidos por sus pasos firmes y robustos,
sus frases aladas y la pronunciación musical de su voz
y aliento cariñoso.

Ya no está, se ha ido para siempre
dejándonos solos en el páramo,
el mensaje de la brisa que lo traslada
nos dice que sigamos adelante
continuando el sendero abierto por sus sueños,
que prolonguemos el viaje realizado
por su cuerpo experimentado
reanudando la ruta de sus esperanzas.
Volando como aves migratorias,
inventando los ciclos climáticos
en un planeta girando en danza,
seduciendo a las galaxias nómadas
para que retornen nuevamente
al comienzo de todo.













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