Reflexiones en la encrucijada

Reflexiones en la encrucijada

 

Raúl Prada Alcoreza 

 

 

 




 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

¿Qué es lo que mueve en lo que se juega, lo que impulsa,  en el espesor del conflicto social?¿Son los instintos, los deseos, también las angustias, las frustraciones, así como los estallidos de emociones, la convulsión de las pasiones? Durante la modernidad las ciencias sociales han estudiado a las clases sociales, al conflicto social, desarrollando teorías interpretativas, entre ellas una bastante conocida, que corresponde al transcurso abierto entre el siglo XIX y siglo XX.  Esta teoría ha delucidado el conflicto en los términos de la lucha de clase, concepto heredado, que viene de una tradición histórico-política, que supone el acontecimiento de la consanguíneidad. Se trata de la recurrente etimología, del sentido aludido del nacimiento, nos referimos a la nación, que viene de nacer. Se ha idealizado a la nación, enunciada desde la perspectiva histórico-política. En la memoria de esta formación discursiva se inscribe la lucha entre conquistados y conquistadores, dada en el continente y en la historia universal. Se cuestiona la legitimidad de las instituciones. De esta manera, la formación discursiva jurídico-política ha desarrollado las teorías de la dominación.

 

¿Son las ideologías, en el sentido más amplio del término, lo que mueve, motiva, el conflicto social? Si retomamos la anterior pregunta tenemos dos campos de motivaciones, las pasiones y las ideas. ¿Cuál de los campos motivacionales prepondera? Antes de responder,  hay que volverse a preguntar de lo qué son las ideas. Antoine Destutt de Tracy decía que el núcleo de las ideas son las emociones. Con esta tesis aparentemente resolveríamos el problema, porque al final las emociones son las que mandan, de acuerdo a esta interpretación desimonónica.  

 

Sin embargo, no queda ahí la elucidación de la cuestión. Emmanuel Kant concibe a la idea como constructo racional, incluso como utopía. Un constructo racional que orienta y hace de referente. Con lo que no quiere decir, de ninguna manera, que es la razón la que prepondera, puesto que el filósofo de Königsberg concibe que la razón es una de las facultades humanas. Lo que mueve al humano son un conjunto de facultades, que se articulan de distintas maneras, dependiendo de si se trata de la intuición sensible, de la comprensión, del entendimiento, del conocimiento, también de la estética, entendida como desenvolvimiento de la intuición sensible, de la dinámica de lo sensible, de la integración sensible, que después Maurice Merleau-Ponty denominó fenomenología de la percepción.

 

Si bien Emmanuel Kant concibe a la idea como constructo de la razón, esto no quiere decir que la idea nos lleva a la verdad, puesto que la idea cae en antinomias, cae en contradicciones, cuando se pretende autónoma, independiente del mundo efectivo, sobre todo de la composición y combinación del juego de las facultades. Con el juicio estético volvemos a lo que de alguna manera había predicho Destutt de Tracy, a la labor de lo sensible. 

 

No hay que olvidar que lo sensible no solamente está vinculado a la intuición, sino también a la conjugación de la sensaciones. Tampoco hay que olvidar a la facultad enigmática de la imaginación. Cuando lo sensible, la imaginación y la razón se articulan, integrándose de una manera dinámica, se crea.

 

Volviendo a nuestro tema del conflicto social, podemos decir que, en la medida que el cuerpo interviene en el conflicto, interviene empujado por lo que ocurre en la interioridad del cuerpo, en su inmanencia, dando lugar a trascendencias, que corresponden a combinaciones singulares de las facultades humanas. 

 

Partamos de la siguiente premisa: Los humanos no controlan las dinámicas inherentes del cuerpo, tampoco la fenomenología de las emociones. Cuando estalla el conflicto sencillamente ocurre, como una explosión volcánica o como un tormenta climática. Aunque todo puede tener explicación, esto, de la explicación, ocurre después de la explosión volcánica y del desencadenamiento de la tormenta.

 

Varios filósofos conocidos, vinculados a la filosofía crítica, se han ocupado de reflexionar sobre la violencia. La violencia no solamente conmueve sino que impresiona, aparece descomunal y destructiva. En cierto sentido la violencia no se puede representar, es sublime, en el sentido que daba Kant a este término, sublime, que implica lo que desborda, que implica también lo inexplicable. La violencia no se puede explicar, empero ocurre, se desencadena, siendo el recurso desesperado de la gente involucrada.

 

Ciertamente no se puede explicar el conflicto social por lo que le pasa a la gente con sus pasiones, con el juego espontáneo de sus facultades, pues los humanos se mueven en un contexto de instituciones, que cuando se encuentran en crisis, ocasionan la incertidumbre. La incertidumbre ocasiona inquietud y la inquietud resuelta con el recurso desesperado de la violencia. 

 

¿Cuándo podemos decir que las instituciones están en Crisis? Cuando no funcionan, cuando se descomponen, cuando se desmoronan. Solo se mantiene su arquitectura desgastada, como maquinaria desvencijada. Sin embargo la siguen usando los que quieren mantener a las instituciones. Hay los que quieren mantener a las instituciones desde la promesa del cambio. ¿Pero como se puede dar lugar al cambio con las mismas instituciones desvencijadas? Hay los que dicen que las instituciones están bien, a pesar de todo, que son los funcionarios las que la usan mal, los que se aprovechan, dando lugar a un mal funcionamiento. Esta interpretación cae en el supuesto de la maldad humana. Lo que se tiene que hacer es cumplir con la ley, hacer que funcionen las instituciones. Todos se convierten en un tema de disciplina. El problema es que esta reforma institucional cae una y otra vez en lo mismo, en el mal funcionamiento institucional. Con lo que se contrasta esta interpretación heredada de Tomás Hobbes.

 

Lo más conveniente es, que cuando entran las instituciones en crisis, cambiarlas. Inventar otras instituciones más adecuadas, que resuelvan los problemas que no han podido resolver las anteriores instituciones. Pero esto no se hace, puesto que hay un apego al mito de las instituciones. Un apego religioso como el apego a los caudillos, que es un añoranza a la venida del mesías. Esta vez se trata del mesías político.

 

Así como hay que cambiar las instituciones cuando entran en crisis, es también menester no caer en la herencia de la promesa religiosa de la salvación para salvarse de la crisis social, política, económica y cutural. Se recurre al mito del mesías por desesperación, por la incertidumbre llevada a extremos, por angustia. El problema es que la creencia no va a resolver el problema de la crisis social, política, económica y cultural. Peor aún cuando un caudillo ha caído en desgracia, cuando ya se ha conocido todas sus limitaciones y contradicciones, cuando se encuentra desnudado de los oropeles del poder, cuando se recurre nuevamente al mito, a la convocatoria del mito, para ilusionarse de que, esta vez, puede resolver los problemas que no ha resuelto en su tiempo cuando gobernaba. 

 

Como se puede ver hay varios problemas que no se han resuelto, los problemas de las instituciones perdurables, los problemas de las creencias arcaicas, los problemas de los mismos sujetos sociales, que siguen convulsionando sus interioridades corporales, sus estructuras subjetivas maltrechas, pues no se quiere madurar, no se quiere asumir el problema en propias manos. Se prefiere recurrir a sacerdotes, políticos, a lo más dependiente, a recurrir a caudillos, peor aún si ya han caído en desgracia, en una anterioridad inmediata, dramática y comediante.

 

En vez de resolver los problemas que se tienen acumulados en la experiencia social, en vez de recurrir a la memoria, en vez de reflexionar sobre la experiencia y la memoria, en vez de desenvolver la crítica y hacer uso crítico para liberarse de dependencia subjetivas y objetivas, se opta por el eterno retorno de lo mismo, la inmadurez, la dependencia, el sometimiento a las ilusiones políticas.

 

La pregunta: ¿Qué hacer para cambiar esta condena y fatalidad de caer en lo mismo, en la subordinación, en la dependencia, en la inmadurez social y política? Este ¿qué hacer? parece recurrente, antes lo han hecho otros. Antes que Vladimir Ilich Lenin lo hicieron los populistas radicales, llamados naródniki. Después de Lenin lo ha vuelto a hacer uno y otro marxista, que ha querido retomar el curso perdido. Ahora, recientemente, alguien sin preguntarse ¿qué hacer?, sin haber reflexionado sobre lo ocurrido, sin crítica y menos autocrítica, dice que va a volver para retomar la revolución perdida que el mismo asesino, sin darse cuenta o conciencia de lo que se hacía, pero se prefería ignorar y ocultar.

 

No hay retorno a la revolución que no se hizo. No hay reconducción del proceso de cambio al que se asesinó, prefiriendo el camino de la impostura, del teatro político, de la usurpación de la victoria del pueblo por parte del entorno paraciego y los sátrapas. Se trata de la repetición inconcebible de la promesa de un caudillo caído en desgracia, que pretende retornar, enfrentando a los eunucos que lo traicionaron, a pesar del pacto de lealtad. Como se puede ver, para decirlo de ese modo, se trata de un problema familiar, de un conflicto interno, del partido que ha gobernado durante dos décadas. Lo ha hecho asesinando el proceso de cambio, desmantelando la Constitución, entregando los recursos naturales a las transnacionales, aunque esta vez se lo hacía a nombre del pueblo, ampliando demoledoramente la frontera agrícola contra la madre tierra, contra la Pachamama, entregándola a la vorágine de sus violadores, el conglomera burgués. Aparece como protagonista la burguesía rentista, que gobierna, acompañada por los nuevos ricos, ahora ya ricos consolidos, acompañanda por los avasalladodores, que retoman la posta de los conquistadores, antiguos y modernos, para destrozar los territorios indígenas, para despojar nuevamente a las naciones y pueblos indígenas de sus territorios. Esto ocurre en la Amazonia y en el Chaco por medio del procedimiento inaudito de la incineración descomunal de bosques y pastizales. Llevando a cabo este apocalipsis ecológico, entregaron las cuencas y los ríos, los parques y las áreas protegidas, al capitalismo salvaje de susodichas cooperativas mineras, que envenenan las aguas, depredan las cuencas, contaminan los aires, asesinando diferidadamente a las poblaciones humanas y orgánicas.

 

Se quiere volver para hacer lo mismo, sólo que con un patriarca caído en desgracia, perdido en su laberinto otoñal. Frente a esta pretensión hay más de lo mismo también, los que defienden al gobierno, atacado por una marcha financiada, aprovechando la ocasión del malestar social, debido a la crisis económica desplegada. Se invisten de conductores del proceso de cambio ya muerto. Sólo asisten al velorio y al réquiem de un Estado Plunacional que nunca se construyó. Por otra parte, los que se reclaman de oposición, repiten, balbuceando, los supuestos heredados y decimonónicos de las tesis de Hobbes. Hay que volver a las instituciones. No se puede volver a ellas cuando ya están en ruinas. Esto es precisamente lo que no entienden.

 

Entonces tenemos un panorama gris en lo que respecta al campo político. Todas las opciones, ubicaciones y disposiciones en el campo político repiten lo mismo, a su manera, reproduciendo sus propios prejuicios, en el sentido de previos juicios, anclados en los recovecos de mentalidades anacrónicas, que desconocen el uso crítico de la razón.

 

Esto se va a repetir una y otra vez en tanto que lo que llamamos pueblo, en realidad, conglomerado de multitudes, así como masas, no se libere de sus propias limitaciones, de las ataduras, subjetivas y objetivas, a las que ha sido condenado por las ideologías decimonónicas, por las instituciones desvencijadas, por los diagramas de poder incrustados en su carne.

 

Sólo cuando se anime a liberar su propia potencia social se podrá vislumbrar otros horizontes, se tendrá la posibilidad de recorrer otros caminos que hayan tocado el umbral, hayan cruzado el límite del confín de un mundo crepuscular, que es el del sistema mundo capitalista, que es el de la civilización moderna, que se despide ensangrentando el cielo y la tierra.

 

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