Expectación, a pesar de todo


Expectación, a pesar de todo

 

Sebastiano Mónada

 

 

 

 

 


 


 

 

Dedicado a los hombres y mujeres del pueblo

 

 

 

 

 

 

Tú, hombre y mujer del pueblo,

de ojos curvándose en el aire,

mirando la cadencia de la temperatura

de las cosas que pasan como estaciones

en el largo recorrido de los trenes,

en las tareas repetidas del día.

Relojes inexactos no de horas

sino de voluminosos actos apagados.

Machacones en su forma y ritmo

y en los sueños olvidados de la noche,

que solo nos dejan al despertar su fragancia,

reteniendo las imágenes en las cavernas

de la escrupulosa memoria retraída.

 

Tú, hombre y mujer de estaño

de una comunidad con nombre

o de un barrio con recuerdos

de la ciudad donde llegaste un día

para hacer en algún sitio tu hogar.

 

Tú, hombre y mujer de corazón grande,

quien todavía tiene sosegada confianza

a pesar de todo lo ocurrido.

Quien no quiere creer de todas maneras

en el desmoronamiento de los mitos,

en el crepúsculo de los caudillos,

en la fatalidad inscrita en el poder.

Quien considera los deplorables episodios

con el optimismo de voluntad paciente,

gota oradando la piedra perdurable.

Dices después de todo han cambiado

los colores de los celajes reflejados

en las abatidas piedras de la plaza de armas,

a pesar de las herencias del pasado.

Certeza contemporánea,

irremediables fechas del calendario.

Ésta, la de pesar en la balanza,

tu situación pasada y presente

cuando registras el alejamiento

de  profusos hechos sin control,

cuando no se te tomaba en cuenta

ni como remota alusión

en relación a los discrecionales lapsos,

cuando se adjudicaba dócilmente todo

a los inverosímiles consorcios imperiales,

al fetiche del equivalente indeterminado,

adorado como a un dios crispado,

por aquellos gobernantes de entonces.

 

Certeza vigente ante la acometida,

inmisericorde antigua lanza desolada

en la pierna herida o en el organismo,

abierto a tajos por verdugos cuchillos

o por los cuernos ondulados

de toros negros del corral evadidos.

Novelesco imperturbable destino

o bala repentina incrustada en el pecho

en una manifestación, marcha o bloqueo.

Estando ante el disturbio de los obrados,

exhibiéndote el perverso sarcasmo.

Risa fúnebre en ambiente helado,

fantasma quejumbroso del payaso

de la órbita lujuriosa de cometa,

de las sorprendentes analogías.

Parecidos de perfiles gobernantes,

aberraciones brotadas como enfermedades

de hábitos corrosivos frecuentados.

Farándulas burocráticas, bullangueras

y pronunciadamente pretensiosas.

Premuras en sus pulsiones afanosas,

egos revelando como síntomas delatores

la abismal vulnerabilidad ocultada.

Vanidad contemplativa como vaho

fugaz y repentino,

dibujada en el espejo

de las pantallas oficiosas.

 

Certeza cándida, piadosa

de hombre y de mujer del pueblo.

Recurrente quimera candorosa

en la ratificación de tu gozo.

Haber granjeado con tu osadía valerosa

estos cambios soñados

en la guarida de tu morada.

Dulce hogar a pesar de su sencillez

en los climas inexorables del taller.

Espacio de amistades y solidaridad

a pesar de la acusada explotación

donde trabajas esperando dar pan

y mejor vida para tus hijos,

en las atmósferas acogedoras

de las conversaciones amistosas

con compinches como tú.

De trenzas largas como tus melancolías,

de polleras abultadas como las de tu madre,

de pantalones desusados como los de tus hermanos,

de cabellera peinada como la de tu padre.

 

Esta expectativa tuya es admirable,

Luminoso advenimiento de la primavera,

que llega con la brisa de los madrigales.

Develamiento de las flores de la papa,

pregonando la rauda cosecha del tubérculo.

En esta certidumbre manifiestas tu entereza

encarnada en tu conducta leal,

en tu comportamiento fiel,

en tus palpitaciones amorosas.

Tambores y quenas percutiendo

en las faldas de la jubilosa cordillera

o en las orillas de ciudades somnolientas,

que limitan con la puna del altiplano inmenso

o en los umbrales de ciudades tropicales.

Que se confunden con las enredaderas promiscuas

de los voluptuosos bosques invasores.

 

Por eso tú mujer y hombre del pueblo

eres el armazón corpóreo del país soñado.

Horizonte presente en tus madrugadas,

horizonte presente en tus vísperas nocturnas.

Nadie debe aprovecharse insólitamente

de tu inocente colosal entusiasmo,

de tu firme convicción política,

de tu confianza ciega.

Nadie debe abusar inescrupulosamente

de tu afable franqueza llana.

Nadie debe usarte abusivamente

para salvaguardar su jerarquía.

Nadie debe herir

tu espíritu puro.

 

Vivimos un mundo cambalache

Atiborrado de discordancias crueles,

de incongruencias desvergonzadas

Un mundo mordaz,

que toma las tristes tragedias

y los penosos dramas como noticias.

Mundo encantado,

habitado por errantes fantasmas,

acechadores constantes de mandos,

de engreídos gobernantes,

que se parecen cada vez más

a las caricaturas de los periódicos.

Quienes creen

en su pliego adjudicado,

inventadas tablas escritas en el desierto.

Fuerza de ley instaurada por la espada,

durante la guerra de conquista.

Repetida sutilmente en la independencia,

cambiando solo su ornamento.

Restituida después de las revoluciones,

que pasan como tormentas imprevistas

para luego replegarse en las profundidades

del suelo o en las lejanías de la concavidad

de la atmosfera curvada en sus penas,

para bien de la mantención del orden.

 

Gobernantes considerándose juglares

de un drama ya escrito hace tiempo

por los fundadores sacerdotes

de todas las celosas iglesias,

coreando los gestos antaño catalogados

en el envejecido paraje ocupado

de la fabulosa maquinaria chirriante.

Recorrida en sus venas por filudas navajas

de inconmensurables violencias,

dolorosos picotazos de aves de rapiña,

que te atacan antes de la muerte.

Convergiendo con regularidad compulsiva

en los aletargados desenlaces acopiados,

en los almacenes y depósitos del Estado.

Clara sentencia fidedigna

cuando no se demuele la fortaleza estatal,

antiguamente subyugante.

 

Hombre y mujer del pueblo,

siendo ineludible lo que ocurre

en el cuadro cambiante pintado

por colores que hablan de pasiones

y de pinceles que interpretan las luces,

que juegan como cándidas ideas

en nuestras musicales percepciones,

en la constelación de hechos concurrentes,

en la espalda de los ansiosos territorios.

Espesores de anhelos donde imaginamos

el tejido de múltiples procedencias.

 

 

Awayu cobijo de la pluralidad de voces

de ancestrales naciones emergentes.

Matria y patria ansiada,

musculatura y fibra labradora,

Campesina adosada a la siembra

y a la esperada cosecha

de mudas y vibrantes esperanzas.

Lucidez creativa como la madrugada,

que abre el camino de la jornada.

Lucidez de apertura y memoria

de nuestros saberes,

nuestras canciones,

nuestras danzas.


Siendo chuyma

de las pulsaciones rítmicas

de los vertiginosos circuitos

del lenguaje de los cuerpos.

Caudales de lluvia consumidos

por los minerales enajenados.

Siendo la conjetura emotiva del presente,

es menester tomes en tus manos colectivas

la destrucción del patriarcal palacio absoluto,

la construcción de un auditórium para todos,

donde el lenguaje plural de las multitudes

hable por sí misma.

Logrando consensos.

hilvanando itinerarios concertados,

armonizando el estallido misceláneo,

heterogéneo

de las cooperaciones singulares

 

 

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