No solamente de política vive el hombre
No solamente de política vive el hombre
Raúl Prada Alcoreza
Como escribió Jacques Derrida[1],
la política es de hombres, de las fraternidades masculinas. No
entran las mujeres, la sororidad no es reconocida en la
administración de la Polis. Si lo hace es como alteridad, es más, cuando
cuestionan el horizonte mismo de la política, lo atraviesan como alteridad
absoluta, interpelando a las fraternidades masculinas. Entonces, la política
es un ámbito de realización de los hombres, cuando las mujeres
participan lo hacen, prácticamente, asumiendo los roles asignados por la
masculinidad o lo hacen, como se dice, figurativamente, como floreros. Pero, a
pesar de estas circunscripciones, no solamente de política vive el hombre.
Ciertamente, lo que acabamos de decir tiene más validez si nos referimos al ser
humano, a su devenir. Incluso el hombre como tal, como
síntesis ideal de las fraternidades masculinas, no solamente vive de
política. El hombre, a pesar de la cultura patriarcal, cristalizada en
sus huesos, inscrita en sus habitus, tiene afectos, no puede
desentenderse de los mismos, a veces llora, también ríe y se alegra, goza de
los momentos de placer, se deleita en la contemplación, admira el arte y la
estética. Si bien, esto comparte también como ser humano, en su comletud,
concretamente, con la alteridad femenina, lo que queremos remarcar es que,
a pesar de sus pretensiones políticas, pretensiones de verdad, pretensiones de
legitimidad, pretensiones de jerarquía, en los ámbitos de las dominaciones
poliformas, el hombre también es humano, es decir, es el devenir
mismo de la humanidad, en la complejidad de la arqueología cultural.
A lo que apuntamos es a decir que incluso el hombre
como tal, como ideal, ya anacrónico, de la civilización patriarcal,
no se realiza en el ámbito político, por más que los juegos de poder
sean de su predilección. Es más, cuando hace política se estresa, sufre, se
vuelve paranoico; lo peor, odia, es rencoroso, teme a sus fantasmas que nombra enemigo.
Es cuando se pierde en sus laberintos insondables. Se vuelve asesino.
Si bien se puede retomar otra acepciones de la
política, por ejemplo, aquella que la concibe la política como democracia,
en sentido radical, es decir, como suspensión de los mecanismos de dominación,
como ámbito de realización de la igualdad, con todas los contrastes y
contradicciones que puedan aparecer, sigue la política estructurada por las esterificaciones
de las fraternidades masculinas, incluso cuando, como en la democracia
moderna, se haya otorgado el voto a las mujeres, además de su posterior participación.
La política no ha dejado de ser cosa de hombres. Pero, se trata no
solamente de lograr que la política sea también cosa de mujeres, sino de
comprender qué pasa cuando la mujer ingresa a la interpelación y a la acción
como alteridad, es más, como alteridad absoluta.
Jacques Derrida elucubra la posibilidad de un más
allá de la política. Más allá de la política es ir más
allá del amigo y del enemigo, de esta dualidad esquemática que define la
política, más allá de la invención del enemigo. La política no puede funcionar
sin la referencia del enemigo. Por eso, creer que es en el ámbito de la
política donde se va a conseguir la liberación es una ilusión, que
alimenta la tragedia de Prometeo. Entregar el secreto del fuego a los humanos
le valió el castigo de los dioses, ser martirizado eternamente por el
despellejamiento; las águilas le arrancan la piel, la carne, los órganos. La
política promete, entrega la ilusión de la liberación, empero, lo que se
obtiene es el eterno retorno de lo mismo, el eterno retorno de las
dominaciones. En el ejercicio de la política, sobre todo de la política
trivial, prepondera el espíritu de resentimiento, se desenvuelve la consciencia
desdichada, del sujeto desgarrado en sus contradicciones; rige la consciencia
culpable. Por eso, el círculo vicioso del poder redunda
intermitentemente en las emergencias acumuladas de los odios y las
frustraciones, que se manifiestan en los desplazamientos dramáticos de la
violencia. No nos perdamos solamente en algunas figuras determinadas del odio y
de la violencia, por ejemplo, el racismo, pues el racismo es una
de las formas de los despliegues abrumadores del odio y de la violencia. El
problema no radica en una de las formas, sino en las dinámicas perversas mismas
de las manifestaciones atroces de la consciencia desdichada.
Las fraternidades masculinas, en los momentos
de emergencia, no saben otra cosa que recurrir al arsenal guardado de los
instrumentos de guerra, pero también de tortura. Antes de encontrar otras
soluciones, prefieren optar por el recurso fácil de la violencia descarnada, la
prefieren desesperadamente, lo que devela sus propios miedos aterradores, matar
o dejarse matar. Lo que habla de por sí del fracaso de las fraternidades
masculinas en lo que respecta a la administración pública, el Estado, y el fracaso
del cumplimiento de las promesas a la sociedad. A estas alturas de las
dramáticas historias políticas de la modernidad se debería tomar consciencia
de este fracaso y en consecuencia abrirse a otros horizontes y ámbitos de
realización humana, abandonando la creencia que es indispensable el ámbito
político.
Para hacerlo fácil, en lo que respecta al sentido
inmanente de esta exposición, podemos comenzar con un desplazamiento
fundamental, liberar los afectos, liberar la capacidad de amar, de asombrarse,
así como, liberar la capacidad de aprender. Este desplazamiento tiene que ver
con una figura olvidada, la de la humildad, opuesta, obviamente, a la soberbia,
que campea en las instituciones políticas y sociales. No se trata, por cierto,
solamente del decantado, pero no cumplido, mandamiento del amor al prójimo,
sino del amor a la vida, en el devenir de su potencia creativa, por lo
tanto, en la configuración de sus proliferantes formas vitales. Para ir al
asunto: ¿por qué perder tanto tiempo en odiar, cuando por este camino, lo que
se consigue es retornar a los desenvolvimientos repetitivos de los dramas
humanos? ¿Por qué no se aprende de los errores reiterativos? ¿Por qué se los repite?
¿Hay una enfermedad congénita en el ser humano que lo obliga a repetir,
intermitentemente, su autodestrucción? Esta sería una hipótesis de
interpretación extrema que, sin embargo, es plausible, no es descabellada;
pero, no es la única hipótesis posible, hay otras; por ejemplo, esta que
estamos usando en el ensayo, la de que la práctica política limita y empobrece
al ser humano.
Parece que salir del círculo vicioso del poder,
de la reproducción proliferante y recurrente de las dominaciones, tiene que ver
con salir de la preeminencia de la política en el quehacer social, en lo que
respecta a sus formas de organización, administración y producción. Esto
implica varios descentramientos, desplazamientos y rupturas, no solamente
epistemológicas, sino culturales y civilizatorias. Un desplazamiento ya lo
mencionamos, la intervención de la alteridad absoluta, la mujer,
que se abre no solamente a la sororidad, que podría terminar siendo una
simetría a la fraternidad, sino abrirse a los decursos del devenir
distinto. El cultivo del amor a la vida y de los afectos corresponde a
la liberación de la potencia social, por eso, de la voluntad de
potencia. En términos filosóficos podríamos decir que se trata de pasar de
la consciencia desdichada a la consciencia dichosa, de aquella
desgarrada por las contradicciones profundas a aquella armonizada en sus
complementariedades dinámicas.
Se puede nombrar otros desplazamientos que
desestructuran la herencia política; ya no se trata del gobierno de uno
mismo, de la familia, de la ciudad, del Estado, del mundo; por lo tanto, en su
acepción antigua, no se trata de gobernar la fuerzas, sino del juego
de la complementariedad y armonización de las fuerzas. Lo que implica, de
por sí, la reinserción de las sociedades humanas a los ciclos vitales
planetarios, potenciando, a la vez, a las sociedades humanas y al resto de las
sociedades orgánicas. A propósito, una aclaración; no se trata de la ecología
política, sino de una ecología que va más allá de la política[2].
La crisis ecológica, que amenaza la
sobrevivencia humana, obliga a una actitud de emergencia de los pueblos del
mundo. No pueden seguir en los decursos de la civilización moderna,
civilización de la muerte, que arrastra a las sociedades humanas al abismo. La
actitud radical requerida corresponde a clausurar las genealogías y arqueologías
de esta civilización de la valorización abstracta. Abrirse a los horizontes alternativos
de las civilizaciones ecológicas.
En lo que respecta a la álgida coyuntura de crisis
múltiple, en el mundo, en el continente y en el país, crisis que hemos
nombrado, en el substrato superficial, es decir, visible inmediatamente, como
crisis constitucional y del fraude electoral; crisis que en un sustrato ya no
superficial, sino siguiente en profundidad,
corresponde a la crisis de legitimidad y crisis institucional; en el substrato
más profundo, la hemos denominado crisis múltiple del Estado-nación; es
menester no dejarse atrapar en las
soluciones inmediatas, que son políticas. Por más que éstas sean necesarias y
urgentes, en el momento, los planos de intensidad de la crisis, en
términos de espesores de las dinámicas de la crisis, desafían
encontrar soluciones no solamente inmediatas, tampoco solamente de alcance
medianos, sino de largo plazo. Esto implica transformaciones estructurales e
institucionales, acompañadas por transformaciones culturales y civilizatorias,
por lo menos, de comienzo.
Como hemos dicho, la crisis de la forma de
gubernamentalidad clientelar ha cruzado todo su ciclo, el del entusiasmo,
el de la economía política del chantaje, el de la violencia descarnada, el de
la decadencia desmesurada, que anuncia la clausura del ciclo. Lo que anuncia un
cambio de gobierno, si es que no es un cambio en la forma de
gubernamentalidad clientelar. No se sabe exactamente qué viene; si es un
retorno craso a la forma de gubernamentalidad neoliberal, como en el
caso de otros países, o si se va a incursionar en el intento de la invención de
otra forma de gubernamentalidad; sin dejar de considerar la posibilidad
de continuar en la forma de gubernamentalidad clientelar. Sin embargo,
aunque se dé, en el mejor de los casos, el intento de una nueva forma de
gubernamentalidad, no se puede dejar de responder al desafío de los espesores
constitutivos de la crisis; esto equivale a respuestas de transformaciones en
las estructuras de poder, que pasan por transformaciones estatales; pero, sobre
todo, supone cambios radicales en la relación de la sociedad boliviana con sus
ecosistemas.
Si consideramos, el darse la oportunidad a una
nueva forma de gubernamentalidad, a transformaciones estructurales e
institucionales, a la inauguración de relaciones armónicas y complementarias
con los ecosistemas y los ciclos vitales, entonces, es prioritario contar con
la capacidad de conformar consensos, que pueden dar lugar a transiciones
consensuadas. Esto mínimamente requiere del ejercicio pleno de la
democracia participativa, directa, comunitaria y representativa, establecida en
la Constitución. La construcción de consensos requiere de la
predisposición a escuchar, a acordar, a colocar en agenda los desacuerdos, para
su discusión y evaluación colectiva. Llamemos, en su cobertura, a este
ejercicio mayor, el ejercicio de la democracia de consensos. En pocas
palabras, optar por las transformaciones consensuadas, no por la
imposición de un programa, que termina siendo autoritario, sea cual sea éste,
tenga la tendencia que tenga; lo que deriva en la restricción de las
posibilidades para resolver problemas, además del empobrecimiento mismo de la
propuesta y el proyecto político. No es un ideal que se persigue a lo
que debe adecuarse el mundo efectivo, es más, la realidad efectiva,
sino que son las dinámicas de la realidad efectiva las que exigen
constantes adecuaciones, adaptaciones, renovaciones y transformaciones de los
instrumentos institucionales, administrativos, organizativos y programáticos.
No sabemos, por el momento, cual va a ser el desenlace
de la crisis constitucional y del fraude electoral en Bolivia. Obviamente,
depende de este desenlace el contar con la situación y condiciones de posibilidades
históricas-políticas-sociales-culturales para darse la oportunidad de
construir un país alternativo y alterativo a su dramática historia política.
Esperemos que la concurrencia de las fuerzas encontradas no desencadene costos
sangrientos. Lo que sí se puede lograr si no se insiste en la intransigencia
acostumbrada. Al final, la solución a mano es fácil, nuevas elecciones en
condiciones de transparencia democrática. Lo que el gobierno puede negociar es
la participación electoral del presidente, inhabilitado por el referéndum y la
Constitución, dándose un acuerdo perentorio. Lo que no pueden negociar las
otras fuerzas, puestas en escena, que no se restringen a la llamada
“oposición”, pues hay otros actores sociales que han ingresado al escenario, son
los Comités Cívicos y otras organizaciones sociales y de defensa de la
democracia, es lo de las nuevas elecciones, además de la renuncia del presidente.
Se entiende, que dada la magnitud del escandaloso fraude y del
desencadenamiento de la violencia, sobre todo del despliegue atroz del
terrorismo de Estado, es consecuente exigir la renuncia del presidente. Empero,
si hubiese hipotéticamente la predisposición cierta a dialogar y a buscar
acuerdos, entonces lo que se pone en mesa, como solución evidente, son estos
acuerdos y renuncias.
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