La fuerza del acontecimiento


La fuerza del acontecimiento

Raúl Prada Alcoreza



 






El acontecimiento es el acaecimiento complejo de la existencia y de la vida; contiene a multiplicidad de singularidades, es decir, de procesos singulares, de asociaciones y de combinaciones de asociaciones, que hacen a la compleja articulación e integración dinámica del acontecimiento. Ahora bien, el acontecimiento político[1], que es como un recorte del acontecimiento, en sentido figurativo, pues el acontecimiento como tal no permite recortes, contiene multiplicidades de singularidades de juegos de fuerzas, de campos de correlaciones de fuerzas, de tendencias y de resultantes de estos juegos de fuerzas. Solo que, en el acontecimiento político, las fuerzas no se desenvuelven en su desnudez, sino que vienen vestidas e investidas por los discursos políticos y la ideología. Ocurre como que las fuerzas, en su desnudez física siguieran los decursos inscritos en las dinámicas moleculares y molares materiales, en tanto que los discursos y la política siguieran la secuencia de las narrativas preestablecidas en los imaginarios culturales. En pocas palabras, no coinciden. Empero, de alguna manera se atraviesan e inciden. Cuando se cree en la narrativa ideológica la voluntad política intenta modificar las dinámicas de las fuerzas concurrentes, buscando el cumplimiento de la utopía o, en menor calidad y alcance, de los objetivos perseguidos. Puede lograrlo parcialmente, en la medida que la voluntad es también una fuerza incidente, no del mismo carácter que las fuerzas desnudas, pero sí articulada o concretada en el deseo de los cuerpos.

Sin embargo, no dejan de entrar en conflicto, la lógica de las fuerzas desnudas, por así decirlo, y la narrativa ideológica y política. Los contrastes y contradicciones pueden ser tomados en cuenta, e ingresan a la reflexión y a la crítica y autocrítica; esto ocurre muy escasamente. O pueden ser justificadas y ocultadas por la demagogia política, que encuentra hipótesis ad hoc para justificar las notorias diferencias entre lo que se dice y se hace; esto ocurre de manera aplastante, reiterativa y recurrente. Cuando ocurre lo primero, los actores, protagonistas e involucrados en la correlación de fuerzas y en los juegos discursivos, pueden corregir los errores y tienen la oportunidad de encausar sus actos, teniendo en cuenta el peso de las dinámicas de las fuerzas desnudas. Pero, como esto es como la excepción, que confirma la regla, las más de las veces, los actores, protagonistas e involucrados se pierden en laberintos políticos, de los que no encuentran la salida; entonces, se hunden en sus contradicciones.

Cuando la crisis política ingresa a coyunturas de alta intensidad, las fuerzas concurrentes adquieren mayor desmesura, muestran su desnudez, por ejemplo, se llega a altos niveles de violencia desatada. El perfil y la estructura cambia rápidamente, sin que puedan los actores tomar conciencia de lo que pasa, pues están todavía atrapados en la memoria de las coyunturas anteriores. Cuando esto ocurre, hay que tener en cuenta, mucho más que antes, lo que no hay que olvidar, que la fuerza del acontecimiento sigue fundamentalmente los decursos que abren los juegos de fuerzas. Sin embargo, es asombrosa la circunstancia de que los actores creen que controlan los engranajes del desenlace. Su sorpresa va a ser dramática cuando son golpeados por la cruda realidad, los actores son como hojas en la tormenta, cuando la virulencia de la intensidad del acontecimiento se desata.

En la coyuntura política boliviana de la crisis constitucional y del fraude electoral, hay predisposiciones políticas que se anclan a un pasado inmediato, al periodo de coyunturas anteriores, y actúan de una manera anacrónica, cuando la coyuntura ya es otra. Estas predisposiciones debilitan la fuerza acumulada del bloque político-social que interpela al gobierno y ha entrado en movilización. Piden comportamientos “pacíficos”, incluso cuando los sectores movilizados y desplazados son atacados por las otras fuerzas, que ha podido reunir el bloque político interpelado, atacados de manera agresiva y violenta. No se trata de llamar a la violencia ni hacer apología de la violencia, si la movilización, que considera que sus demandas son justas, logra expresarse “pacíficamente” es un logro elocuente y ponderable; sin embargo, cuando esta forma de expresión y movilización es atacada, lo recatado es defenderse y tener capacidad de defesa. Si no se lo hace, se desarma al bloque social de la interpelación política. Lo que da grandes ventajas al bloque político interpelado. El bloque interpelado, que ha recurrido a la violencia, yendo más lejos, al terrorismo de Estado, no va a tener contemplación cuando se trata de defender y retener el poder, no va a detenerse ante el perfil “pacífico” de la movilización.

Por otra parte, la fuerza del acontecimiento ha adquirido tal intensidad, que ya no se puede retroceder, sino seguir adelante; de lo contrario, si no se lo hace, se tiene el peligro de caerse ante el empuje de las olas agitadas. Las posiciones timoratas son un peligro para el despliegue del bloque político-social interpelador. Que se pueda explicar este temor por su ideología reformista, incluso conservadora, o por su posición de clase, corresponde a la interpretación del análisis político, que en este caso es ilustrativo. Lo que importa es tener en cuenta que el desborde de las fuerzas sociales del bloque político interpelador ha adquirido tal intensidad, incluso expansión, que se requiere de acompañarla con la voluntad política correspondiente, llamemos, provisionalmente, voluntad de cambio. Si esta voluntad no aparece, si es, mas bien, llenado su vacío por una voluntad nihilista, una voluntad de nada, una voluntad que se inviste de “pacifista”, entonces, el bloque politico-social interpelador está construyendo su derrota.

La coyuntura política boliviana ha llegado a un alto grado de intensidad con las resoluciones de los Cabildos de los Comités Cívicos. La autoridad de la movilización son estos Comités Cívicos, la voluntad puesta en escenario es la de los Cabildos. Dado que las resoluciones desconocen al gobierno de Evo Morales Ayma, de manera lógica, en la lógica política, no necesariamente en la efectividad misma de la desnudez de las fuerzas, los Comités Cívicos se han convertido en el Gobierno Provisional; las resoluciones de los cabildos son mandatos para el Gobierno Provisional y son también mandatos para las instancias e instituciones que recaen en el ámbito de gobierno del Gobierno Provisional, por ejemplo, los aparatos de emergencia del Estado, las Fuerzas Armadas y la Policía. En pocas palabras, todas las instituciones y los dispositivos estatales tienen que ser entregados al Gobierno Provisional. Pero, el Gobierno Provisional, como su nombre mismo lo indica, tiene vida corta, tiene que cumplir tareas puntuales en un lapso corto de transición. En el caso de Bolivia, convocar a elecciones nacionales y garantizar su realización y cumplimiento, garantizar la logística y sobre todo la idoneidad de los tribunales electorales.

Sin embargo, esto es pura teoría, para que pueda acaecer, se requiere tanto de la voluntad política de los Comités Cívicos, así como de la correlación de fuerzas. De la teoría a la práctica hay un trecho que cumplir, que puede ser grande o corto, dependiendo de las capacidades inherentes en el bloque social de interpelación política, dependiendo de la adecuación o no de las otras fuerzas a la convocatoria y mando del Gobierno Provisional. Puede decirse que no hay condiciones de posibilidades histórico-políticas para hacerlo, puede decirse lo contrario, que hay estas condiciones de posibilidades; empero, lo que importa es corroborar una u otra alternativa. No se puede lograr la corroboración sino se intenta. Esto no solamente en el sentido de que no hay peor derrota que no haber intentado, sino en el sentido de que las condiciones de posibilidad no son visibles, se hacen visibles cuando las posibilidades se realizan.  

El acontecimiento político acontece como potencia social desenvuelta, en plena dinámica creativa. Acontece con las producciones de la potencia social, con sus manifestaciones, con sus movilizaciones, la gramatología de las multitudes y los cuerpos en acción. El acontecimiento político expresa también la potencia cultural, en pleno despliegue, inventando a partir de la memoria cultural, en interacción con la experiencia social en curso, en pleno aprendizaje y en el desenvolvimiento de la pedagogía política. El acontecimiento político está vinculado a la imaginación y al imaginario radicales[2]. Cuando desarrollamos esta idea lo hicimos para referirnos al acontecimiento Brasil, también al acontecimiento México[3]. Las conclusiones de esos ensayos remarcan que la formación social brasilera y la formación social mexicana no se reducen a la historia del Estado-nación, que, mas bien, es la historia oficial, reducida, relato de las dominaciones, visto desde la mirada del poder; esta historia oficial no solamente descarta la historia de los vencidos, por lo tanto, la mirada de los vencidos, como se ha remarcado en la historia crítica y en la crítica de la historia, sino que  no comprende los substratos genealógicos del poder, tampoco los substratos contra-genealógicos del contrapoder, no comprende las arqueologías del saber inherentes a las manifestaciones sociales, así como también a las instituciones sociales e instituciones culturales, incluyendo a las instituciones estatales. No comprende las hermenéuticas de los sujetos involucrados, la constitución de sus subjetividades. Por eso, cuando se busca comprender el acontecimiento político se lo hace desde las dinámicas de las complejidades inherentes, que abarcan las composiciones inmanentes y las composiciones trascendentes.

Analizar la fuerza del acontecimiento político corresponde al análisis desde la perspectiva de la complejidad. Perspectiva que supone la simultaneidad dinámica del acontecimiento, la dinámica de sus tejidos espaciotemporales-territoriales-sociales, que supone los espesores del presente, donde, hablando de la manera acostumbrada, aunque no adecuada, pasado presente y futuro se entrecruzan inventándose constantemente[4]. La experiencia social entra en juego con la memoria social; la memoria social se sumerge en los olvidos de la experiencia social, para hacerlos presente. Este análisis nos permite una interpretación compleja del presente, del momento y de la coyuntura.

Por ejemplo, la coyuntura presente boliviana se hace comprensible cuando nos abrimos a sus espesores, que se encuentran en constante dinámica, articulación e integración, arrojando emergencias singulares. La movilización, que se concibió como democrática, como defensa de la democracia y de la Constitución, que ya tiene su trayectoria significativa durante las gestiones de gobierno de Evo Morales Ayma, sobre todo marcando hitos en los conflictos sociales que se han desplegado a lo largo del periodo gubernamental. Iniciándose esta trayectoria con el conflicto entre trabajadores mineros y cooperativistas, continuando, reapareciendo intermitentemente en otros conflictos; podemos mencionar los relativos al proceso constituyente, donde no solo estallaron conflictos con la denominada “derecha” y “media luna”, sino conflicto entre las organizaciones indígenas y la dirección de la Asamblea Constituyente.  Uno de los conflictos sintomáticos fue el llamado “gasolinazo”, cuando se propuso suspender la “subvención a los carburantes”; el pueblo se levantó literalmente contra la medida, cuestionando e interpelando al gobierno de Evo Morales. Otro conflicto sintomático y de alta intensidad fue el conflicto del TIPNIS, cuando el gobierno, contraviniendo totalmente la Constitución interviene un territorio indígena, cuyos derechos, el de los pueblos indígenas, están consagrados en la Constitución. El conflicto médico y el conflicto del Código Penal puso en evidencia el propósito del gobierno de criminalizar la protesta y controlar judicialmente los estamentos de la sociedad. En el transcurso de estos conflictos sintomáticos se puede describir y mapear un conjunto de conflictos, quizás de menor escala, pero que también alumbran sobre las dinámicas moleculares y molares sociales en confrontación con el Estado. El reciente conflicto, relativo a la crisis constitucional y del fraude electoral, tiene su propia trayectoria y temporalidad, data del referéndum de febrero de 2016 y se extiende hasta el álgido momento del desconocimiento de las elecciones apócrifas de 2019, además del pedido de renuncia de Evo Morales y la renuncia de los vocales de los tribunales electorales. A lo que vamos, al mencionar este mapa de conflictos, es ha decir que el conflicto reciente tiene que ser interpretado en correspondencia con los otros conflictos. El conjunto de los conflictos adquiere una singularidad propia en la composición del conflicto de referencia.

El espesor de la coyuntura, por lo tanto, abarca la presencia del conjunto de conflictos, los hace presente de una forma singular en el conflicto de la crisis constitucional y del fraude electoral. La singularidad radica en que la crisis de la forma de gubernamentalidad clientelar aparece, ahora, en la forma de crisis de legitimidad, debido a la vulneración sistemática de la Constitución. Que esto se refleje en el cuestionamiento a las elecciones y sobre todo de sus resultados, señalados como fraguados, expresa que la pugna por el voto y del voto se ha convertido en la expresión electoral de la crisis misma de legitimidad y de gubernamentalidad. La defensa del voto por parte de los ciudadanos, también de las organizaciones sociales involucradas en la movilización, de los Comités Cívicos, expresa no solo el malestar político, sino recoge el conjunto de malestares acumulados a lo largo de las gestiones del “gobierno progresista”.

Desde esta perspectiva, lo que está en juego no solamente es la demanda de nuevas elecciones, sino el porvenir de un pueblo y una sociedad, de una formación social compleja y abigarrada, que se articula y se integra en la experiencia social y política que le toca vivir y experimentar. Ahora bien, si entendemos que el contexto de la crisis de la gubernamentalidad clientelar, la crisis múltiple del Estado-nación, el pueblo boliviano, con toda su composición rica social y culturalmente, asiste al dilema existencial, histórico-político-cultural-ecológico, que le plantea como desafío la crisis. Esto es salir del círculo vicioso del poder, lo que implica salir o comenzar a salir de los horizontes de la civilización moderna, civilización de la muerte, abriéndose por nuevos decursos y hacia otros horizontes civilizatorios.

    







  

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