No es el odio sino el amor


No es el odio sino el amor

Sebastiano Mónada









No es el odio lo que nos hace fuertes,
rocas cristalizadas en las profundidades,
espesuras oscuras insondables de la tierra,
fundida antes por el magma volcánico.

No es el odio lo que ayuda a conocer algo,
instrucción campechana de la experiencia.
No es el odio lo que abre las puertas
del porvenir luminoso, alborada boreal.
Telones del teatro descubriendo la escena.

No es el odio lo que colabora a lograr el alborozo,
cumbre escalada con esfuerzo por tenaz alpinista.
No es el odio lo que nos salva de amenazas,
enfermedades acechando ocultas en el cuerpo.
Lo que resuelve problemas y responde a desafíos,
invitaciones seductoras de territorios ignotos.

No es el odio la prolongación de la lucidez,
pulsación solar abarcando a su entorno.
Tampoco del afecto apasionado 
y honesto emergiendo 
manantial del fondo de peñascos.

El odio es justamente todo lo contrario,
es como el ensanche de la falta de agudeza,
dejándonos ciegos y mudos.
Atrofiados los sentidos.

Fuera de ser una exhibición clara de ausencia emotiva,
evidente inhibición de vitalidad y alegría,
sustituida por el rencor escarbando entrañas,
buitre picoteando insaciable
nuestro expuesto abdomen. 
Tormento de Prometeo 

Cargando la culpabilidad sorda, pesada carga,
llevada sobre la espalda de aparapita,
frustración agobiante de verdugos implacables.
Sin embargo, frígidos humanos desvalidos.

El odio causa más contrariedades desconcertantes,
como los fármacos curando y envenenando,
al mismo tiempo al convaleciente vulnerable.   
Ocasiona insistentes amenazas contendientes,
nubes borrascosas cargadas de rayos y furores.
Nos lleva a callejones de penumbra sin salida,
encrucijadas abriéndose a los abismos.

Convierte a cercanos y lejanos en enemigos,
perseguidos infieles convertidos en aberraciones.
Nos trueca en celosos vigilantes acechados.
Ciudades sitiadas por ejércitos invasores.
Fantasmas atormentados por sus desvaríos,
criminales perseguidos por las miradas
y el recuerdo inolvidable de sus víctimas.

Espectros dentro de sus oxidadas armaduras,
visitantes mudos de la noche,
inesperadas presencias exhibiendo viseras.
Ocultando a medias sus rostros.

El odio cierra los portones del porvenir,
telones del teatro clausurando la escena.
El odio nos ciega y ya no vemos nada,
sino íconos delirantes del resentimiento.

El odio interrumpe propagación de sabiduría,
los diques de las represas detienen los ríos.
Nos vuelve arrogantes hedonistas,
nos convierte en testarudos intolerantes,
repetidores de carencias miserables.
Ausencias de prolíficas cogniciones.
Agoreros tristes de lo mismo.

Al contrario, más allá, el amor
es el apego a la voluptuosa vida,
don desbordante de vigorosa energía.
Devoción a los minuciosos detalles,
componiendo resplandecientes paisajes.

Cariño de traviesas algarabías de especímenes,
inquietos en su festivo conglomerado musical.
Franqueza reposada esparcida en el aire,
diseminada en la atmósfera y los suelos.

Remontada por el agua de los afluentes,
trabada en las ramas de los árboles,
brisa aposentada en el refugio de las hojas,
donde se confeccionan nidos cobijando sueños.

Es el amor el impulso vital del entendimiento,
corriente o viento empujando las velas
de galeones navegantes en océanos soñados.
Puente sentimental transportándo a eventualidad.

Arco cruzando de una orilla a la otra,
senderos atravesando los bosques o las montañas,
rutas escondidas al lóbrego bilioso.
Ayudándonos a cruzar los laberintos,
sagaz periplo despejando el acertijo.

Primavera solicitante de la madrugada venturosa,
clima florido emprendiendo el ciclo de las estaciones.
Vivaldi interpreta en lenguaje de violines
frecuente rutina regulada del día.

Premonición escrupulosa descifrada
en jeroglíficos del pergamino conservado.
Desenvolviendo novicia iniciación adolescente.

Primavera cuajada en nuestras médulas,
sedimentos de regocijos hospedados
en las entrañas geológicas del cuerpo.
Después, las flores se van y nos abandonan.

Fragancia de pretéritos amores
son los sentimientos de gozo y asombro,
enseñando la relatividad de los aprietos.
Risueñas encuentran siempre las salidas.
Son las sensaciones, los empalmes trenzados
con los recónditos misterios del cosmos.

No es el odio sino el amor lo que nos hace humanos.
Por lo tanto apacibles animales mutantes, 
innovando en la metamorfosis del mundo.
El amor asiste, comunicativa colmada comprensión,
enlaza con el resto de los cuerpos del firmamento
y de las moléculas grumosas coaligadas
y los átomos compuestos por órbitas saltonas
y los núcleos detenidos en pesadas reflexiones.

Existimos ensamblados con el universo entero.
Tejidos hirsutos de sutiles hilos,
desde sus hebras minúsculas 
hasta sus colosales galaxias.

No es el odio sino el amor la energía de los organismos,
gravitación induciendo a danzar a planetas
y enmarañadas constelaciones deslumbrantes.

Aptitud creativa de nuestras habilidosas manos,
arte fecundo realizándose en cuadros
y primorosos poemas recobrados.

La corriente sanguínea rítmicamente circulando
por redes de venas y arterias confluyentes.
Flujo de versos melodiosos pronunciados,
ligazón social congregando mónadas agitadas.  

Convocatorias sinfónicas cautivando a los oídos,
aglomerando grupos, comunidades y sociedades,
aglutinando manadas en las lagunas de la selva.

No es el odio sino el amor diáfano,
coligando los ciclos diversos de vitales elipses,
desenvolviendo rauda el inaudito estallido inicial.

El humano no es el animal racional,
tampoco el animal con lenguaje,
ni siquiera el animal simbólico.
Es ante todo, primero el animal afectivo,
animal de imaginación exuberante. 
 
Naciendo en el plasma del apego
la ternura y la atracción arcanas.
Emergiendo la vida del caldo estelar
y en la inquietud de la explosión inicial.
Primera nota del concierto total.

Intrépida inventora de mundos prodigiosos,
estallido de sensaciones propagadas,
vuelos vibrantes de ondas
y estremecimientos melódicos de penetrante copla.
Canción primordial anterior a la materia.

No es el odio lo que ayuda a luchar y combatir,
no es el odio lo que ayuda emancipar y liberar,
no es el odio lo que da fibras e ímpetus.
El odio es lo que aprisiona en la cárcel,
rejas de angustias y de miedos. 
Debilitando el cuerpo atosigado por normas.

El odio es el huevo donde se incuba la serpiente,
donde germinan los bisoños despotismos,
aunque se insinúen con palabras aladas.

Es el amor y el afecto desenvueltos,
mariposas redimidas de sus capullos. 
Emancipando y liberando las profusas formas
de las memorias sensibles de la vida.  
La potencia creativa de los entrelazados cuerpos.
Proliferantes autonomías transversales e impetuosas.   







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