“Revolucionarios” de pacotilla


“Revolucionarios” de pacotilla


Raúl Prada Alcoreza













Un tango cantaba “Siglo XX cambalache”; cantaba al siglo de la simulación, cuando el espectáculo se impone a la realidad, por lo menos, imaginariamente e institucionalmente. En el siglo XXI parece que asistimos a la emulación estridente de consagrados héroes, de los imaginarios populares y de las narrativas, por parte de fantoches, que creen que el hábito hace al monje. Deducen entonces que el disfraz de “revolucionario” hace al revolucionario. Incluso, a ratos, la estridencia pretende llegar más lejos, cuando se emiten discursos radicaloides, no radicales, que es bastante distinto – lo radical significa llegar a la raíz del problema-, donde se pretende ser más “revolucionarios” que los referentes originales, más “revolucionarios” que la revolución misma. Por ejemplo, cuando se propone una Asamblea Constituyente espuria,  que no emerge de la movilización social anti-sistémica, sino de la desesperación de burócratas en decadencia, del fracaso de la gestión gubernamental, de haber hundido a la revolución bolivariana en la peor crisis política. Se dice, para justificar una convocatoria jalada de los cabellos, deschavetada, que elegir asambleístas por sectores sociales "rompe los esquemas de la democracia formal, burguesa".  

Históricamente conocemos que la forma de representación social y popular que “rompe los esquemas de la democracia burguesa” fue y es la asamblea popular, como cuando se dio la Comuna de París; que fueron los Consejos de soldados, obreros y campesinos, cuando se desató la revolución proletaria de 1917; también los Consejos campesinos y los consejos proletarios en la revolución china;  que en las movilizaciones sociales anti-sistémicas  recientes, fueron los Cabildos, como cuando se dio la guerra del agua, en Cochabamba; que en las tradiciones de las  comunidades indígenas son las asambleas comunitarias, como ejercicio de la democracia comunal. ¿De dónde se saca que la convocatoria espuria a una Asamblea Constituyente derivada y una elección no concertada popularmente, donde las reglas de la convocatoria no emanen del conceso popular, de la deliberación participativa y la construcción colectiva, sea “romper con los esquemas de la democracia burguesa”? En primer lugar la Asamblea constituyente, que no puede ser sino originaria, salida de las entrañas de las luchas sociales y de la revolución, es burguesa. Se basa en el prejuicio jurídico-político, en la ideología jurídico-política[1]; que es la ley, la norma, la Constitución, lo que constituye a la república y lo que hace de cimiento al Estado-nación. Este fetichismo jurídico-político es propio de la ideología burguesa. A ningún revolucionario se le ha pasado por la cabeza que la Asamblea Constituyente no es “esquema de la democracia burguesa”, mucho menos a Vladimir Ilich Lenin, quien tenía muy claro el sentido y la condición histórica-política de la Asamblea constituyente; tanto en la revolución de 1905, así como en la revolución de 1917, solo que la posición revolucionaria fue distinta den los contextos histórico-políticos mencionados. Esto no quiere decir que bajo determinadas circunstancias, cuando la Asamblea Constituyente emerge de la eclosión social, no haya que participar en ella, aunque sea burguesa. Se trata no solo del condicionamiento ineludible de las transiciones, sino también de la complejidad política y  de la profundización democrática. La Constitución Bolivariana de Venezuela establece la democracia participativa y la autogestión comunitaria[2]. Estos son logros de profundización democrática; que lastimosamente la burocracia “chavista”, que usurpó al pueblo movilizado en el Caracazo y al pueblo movilizado en defensa del Gobierno de Hugo Chávez, de la Asamblea Constituyente y de la Constitución bolivariana, desechó en la práctica, teniéndolas como adorno o como enunciación discursiva. En cambio, cuando se pretende abolir la Constitución Bolivariana de Venezuela, producto de la potencia constituyente del pueblo, hacer reformas constitucionales, para beneficio de la perduración en el poder del presidente, de la “burocracia deschavetada”, no es, de ninguna manera “romper los esquemas de la democracia burguesa”, sino caer en las maniobras más burdas de la clase política, formada en la ideología burguesa. 

El problema de la burocracia en decadencia es que no solo usurpó al pueblo el proceso de cambio de la revolución bolivariana,  sino que tira al basurero los valores, los símbolos, las narrativas de la revolución, al manosearlos de una manera tan trivial y elocuentemente desvergonzada. Entonces asistimos no solamente a los síntomas más descuajeringados de la era de la simulación, sino a los síntomas más burdos de la decadencia política.  Pretender que estas maniobras sinuosas son “defensa de la revolución” es confundir la defensa desesperada de la burocracia decadente y corrupta con la defensa de la revolución. Como dijimos antes, la defensa de la revolución no puede ser sino crítica, evidenciando los errores, denunciando las restauraciones subrepticias,  despojando a la burocracia de las decisiones políticas, empoderando al pueblo, mediante la democracia participativa, logrando la construcción colectiva de la decisión política.
Nada de esto lastimosamente ha ocurrido; a las primeras críticas, los voceros de las mismas fueron descabezados; cuando las comunas buscaban hacer autogestión, como manda la Constitución, fueron boicoteadas por la burocracia; la cual se apoderó de los recursos, los difirió largamente, los fue entregando en migajas, haciendose de una parte de los mismos, de una manera privada. Es la misma burocracia “chavista” la que se convirtió en el obstáculo político e institucional para el decurso de la revolución; la que finalmente, luego de escarbarla por dentro, de boicotearla, usándola en beneficio propio, terminó con la revolución misma. Ahora quiere presentar el funeral de la revolución como una “ruptura de los esquemas de la democracia burguesa”. 


El pueblo venezolano se encuentra en un dilema exigente. Parte del pueblo, que apoyó el proceso de cambio, la revolución bolivariana, se ha desplazado y se encuentra descontenta movilizándose contra el gobierno de Nicolás Maduro; parte del pueblo se encuentra desencantado e inerme ante las circunstancias de la crisis política;  quizás una parte del pueblo, todavía esperanzada, aunque angustiada por las grandes dificultades, todavía defiende lo que un día fue el entusiasmo popular, la revolución bolivariana en marcha. El dilema se puede resumir: ¿Qué hacer? ¿Escoger entre una burocracia decadente o una oposición que recuerda a los tiempos anteriores a Hugo Chávez?  ¿No hay otra opción? La opción no puede salir sino de las entrañas del mismo pueblo, de su deliberación abierta y sin tapujos, del aprendizaje político, de la pedagogía política, sobre todo, de la potencia social.  

Sin embargo, lo que no se puede permitir es que la comedia grotesca continúe. Que la revolución bolivariana siga siendo manoseada por la burocracia decadente, para cubrir su fracaso gubernamental, además de la usurpación de las voluntades populares, la usurpación del erario estatal, mediante la corrosión institucional y la corrupción. Si hay algo que salvar, fuera de la memoria de la revolución bolivariana y los logros que quedan, es su Constitución bolivariana, participativa y autogestionaria. 


El balance de los llamados “gobiernos progresistas” es negativo. Emergieron de movilizaciones sociales anti-sistémicas; en dos casos, de movilizaciones indígenas y nacional-populares; en los mismos casos, de procesos constituyentes que culminaron con Constituciones que establecen el Estado Plurinacional. En un tercero, el proceso constituyente instituyó una Constitución de Estado-nación pleno, cuyo propósito es concluir la construcción del Estado-nación, que quedó inconcluso, restringido a la enunciación jurídica liberal; sin que la misma pueda realizarse efectivamente, pues la clase política, sobre todo, gobernante, se encargaba de hacer que la Constitución sea un referente jurídico-político y el ejercicio político otro, más bien conducido por los intereses de casta. Una Constitución bolivariana que incorporó profundizaciones democráticas como la democracia participativa y la autogestión comunitaria. 

Estos nacimientos vigorosos, de los que se esperaba transformaciones estructurales e institucionales, fueron obstruidos por fuerzas conservadoras, al interior mismo “proceso de cambio”, por parte de las organizaciones y partidos involucrados, que se asimilaron al proceso desde perspectivas pragmáticas y oportunistas. Estas fuerzas conservadoras lograron la incidencia, que no se merecían; conducir el “proceso de cambio”. Lo condujeron de la manera restauradora; primero, limitando los alcances de la Constitución; después, sustituyendo las transformaciones requeridas por montajes teatrales; tercero, se enfrentaron a las fuerzas más vitales del “proceso de cambio”, a las naciones y pueblos indígenas, interviniendo en sus territorios para concederos a empresas trasnacionales extractivistas. También se enfrentaron, en una larga y desgastante guerra de posiciones, con las Comunas, que constituyen lo más vital y proyectivo de la revolución bolivariana. Cuarto, terminaron haciendo, en mayor escala, lo que hacían las élites gobernantes anteriores; convertir al Estado en un botín. Por último, en plena decadencia, buscan perpetuarse, a pesar de su contundente fracaso, abusando del leguaje y del discurso; aferrándose desesperadamente, como náufragos, de las tablas del barco desecho, de los valores, símbolos, enunciados, de la revolución.        

Lo más grave es que estos “gobiernos progresistas”, al presentarse como “gobiernos revolucionarios” y ejercer, mas bien, la restauración del viejo Estado-nación, con otros discursos y otros personajes, además otro guion, terminaron castrando las capacidades de lucha de los pueblos; desmantelando sus organizaciones sociales, convirtiéndolas en apéndices del ejecutivo y del partido oficialista. Estos resultados catastróficos, desde la perspectiva de las luchas sociales, de las luchas emancipadoras, es alarmante; pues los “gobiernos progresistas” destruyeron más a las organizaciones sociales de resistencia y de combate que lo que hicieron los gobiernos neoliberales. 

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