Breve genealogía de la crisis múltiple del Estado-nación
Breve genealogía de la crisis múltiple del Estado-nación
Raúl Prada Alcoreza
Un caudillo déspota a la altura de una masa
elocuente de llunk’us, sumisos y sin soberanía, apegados a sus miedos y
prejuicios, a su deseo de ser amos. La dialéctica del esclavo. No llegan a
comprender que la libertad se encuentra cuando se desligan de los mitos, la ideología,
sobre todo, en este caso, la relativa al milenarismo de la espera del mesías,
que popularmente adquiere su deformación en el mito del caudillo. Todo este drama o comedia se realiza en el
ámbito de la decadencia misma de la política y la política misma de la decadencia.
Lastimosamente la rebelión ha sustituido un amo por otro, porque la masa
elocuente de eunucos no cree en sí misma, no creen, cada uno, en sí mismos.
Prefieren, subordinarse a una nueva imagen simbólica encarnada en el caudillo,
que no es más que la concentración del imaginario esclavo, amante de sus
miedos o del objeto de sus miedos, que se entrega al Gran Déspota, al amo
y señor de todos los territorios del imperio o de la imitación de imperio,
el Estado-nación. El Gran acreedor, propietario absoluto de todos los bienes y
riquezas del país, apropiadas y administrada por su burocracia de funcionarios
serviles.
Hay que diferenciar entre el guerrero
y la víctima, diferenciar entre el que combate y el que muestras sus
heridas como demanda de conmiseración o chantaje emocional. El primero
es temido por las estructuras de las genealogías del poder, el
segundo es cómplice de los amos de turno, de la oligarquía, de la burguesía,
de la burocracia, de los sátrapas que acompañan al caudillo déspota. El
camino del guerrero o thakhi lleva a la liberación,
incluso más allá, a la soberanía, en términos políticos, a la autonomía,
autogestión, autodeterminación y autogobierno. En cambio, el camino de la víctima
lleva a la subordinación, a la sumisión a las formas de poder y a las formas
de gubernamentalidad recurrentes en las genealogías del círculo vicioso
del poder.
Las historias políticas de la modernidad
nos han mostrado una gama de formas recurrentes del círculo vicioso del
poder, incluso si se presentan opuestas y hasta antagónicas. En el contexto
espacio-temporal-territorial-social de las genealogías, las
oposiciones y los antagonismos se complementan, pues se trata de la
reproducción del poder, de la máquina fabulosa de las dominaciones. En los
transcursos de estas reproducciones, las formas pueden variar, incluso oscilar,
esquemáticamente, de expresiones conservadoras a expresiones progresistas, de
expresiones liberales a expresiones socialistas, de expresiones neoliberales a
expresiones neopopulistas. Sin embargo, forman parte de los mismo, de la fabulosa
maquinaria de las dominaciones. También de la fabulosa máquina de la
fetichización, la ideología. Por lo tanto, en consecuencia, forman
parte de las máquinas concretas de poder, las máquinas económicas, las
máquinas extractivistas, las máquinas de guerra.
El caudillo déspota es una síntesis
morbosa del poder, una síntesis barroca; mezcla estratificaciones antiguas,
relativas al milenarismo misionero, con estratificaciones modernas de las
promesas políticas. Se trata de una oferta política asombrosa que mezcla la
esperanza de salvación con la figura del padre político, el perfil de hombre
del Estado. Convierte al pueblo en masa delirante de creyentes y en público de espectadores
del teatro político. Entonces, lo que se desenvuelve es la densa comedia
de un mesías político exaltado por apologistas, monjes modernos de una
narrativa mítica, aunque desgastada.
Las comunidades originarias eran sociedades
sin Estado; se organizaban en Confederaciones, que es la forma dinámica de
las asociaciones colectivas y territoriales. A lo largo del continente de Abya
Yala se han desenvuelto y desplegado variadas formas de comunidades
originarias y de Confederaciones, dependiendo de los tejidos
eco-sociales-culturales que se dieron lugar. Cuando comenzaron a aparecer formaciones
de poder, ligadas a la supremacía de un clan, que se convirtió en dinastía,
superponiéndose a la asociación acordada de clanes, a los mandos rotativos, a
la confederación social y territorial, las comunidades originarias
entraron en conflicto con esta superposición dinástica. El poder se erigió sobre
la base de la encarnación simbólica del hijo del sol, por lo tanto, ungido
de lo sagrado o cosmológico, el poder se edificó sobre la narrativa del gran
acreedor, el déspota, que era propietario absoluto de la deuda inoculada
en los cuerpos y los territorios. El primer acto de dominación es precisamente
el nacimiento de la deuda, si se quiere de los vasallos del gran
dador de tierras. El clan dominante se convirtió en endógeno, por lo tanto,
en incestuoso. La excepción de la prohibición del incesto se permitió en
el clan supremo.
Las comunidades originarias, bajo
la exigencia del clan supremo, la dinastía, adquirieron
obligaciones impuestas, basadas en la deuda inicial, inoculada por el
naciente poder. Entre los compromisos con el supremo se encontraba el control
y la circulación de mujeres; el hijo del sol tenia derechos
consuetudinarios y potestad sobre las mujeres. Las comunidades adquirieron un nombre:
Ayllu, que deriva de ullu, que quiere decir pene. En otras
palabras, se nombra Ayllu porque connota que esta entidad forma parte de
la diseminación del semen del hijo del sol. Sin embargo, a pesar de esta
denotación, las comunidades originarias preservaron su facultad de
asociación en formas confederadas, incluso enfrentando a la
administración burocrática y de sacerdotes del poder del clan supremo.
Cuando llegaron los españoles, iniciando
las oleadas de conquista y las oleadas de colonización, se asentaron y
afincaron en la malla institucional inca. Se puede decir, que se
aposentaron en la cúspide de la pirámide administrativa y burocrática de poder,
con lo que sustituyeron colonialmente al Inca, empero, ocasionando un
trastrocamiento descomunal del imaginario cultural, subsumiéndolo a la
religión monoteísta cristiana; ocasionando lo que se puede nombrar privatización
de riquezas, bienes, territorios y “almas”. En consecuencia, las mallas
institucionales precoloniales fueron subordinadas al régimen colonial o
fragmentadas para ser incluidas a la genealogía de poder colonial. El
poder colonial, toda la administración política colonial, se centraba en la
Corona, extraterritorial, visto desde el continente, distribuyendo una extensa cartografía
yuxtapuesta a las territorialidades precoloniales, a las territorialidades de Ayllus
y comunidades originarias, a los espacios desterritorializados del
incanato.
La nobleza incaica, descabezada, fue
incorporada a la estructura de poder colonial, aunque de una manera subordinada
a la geopolítica racial colonial, hasta el levantamiento de Tupac Amaru
y Tupac Katari. Cuando se dominó y controló el levantamiento pan-andino del
siglo XVIII, incluso esta nobleza subsumida al poder colonial cayó en desgracia.
La borbonización de la administración colonial implicó una segunda privatización
de territorios, de comunidades, de cuerpos, de riquezas, llevándolas a la
monetización. La modernización de la incipiente revolución industrial llegó
a los inmensos territorios del continente de Abya Yala, bautizada como América.
La victoria de la guerra de la
independencia convierte a la administración de la Audiencia de Charcas, primero
dependiente del Virreinato del Perú, cuando se la conocía como Alto Perú, después
dependiente del Virreinato del Río de la Plata, en la República de Bolívar, cambiando
el nombre a República de Bolivia. El Estado-nación nace con la declaración
constitucional, siendo, en principio un Estado-nación en el ámbito jurídico-político,
sin lograr todavía una materialidad institucional como tal. La condición
de materialidad institucional comienza a adquirir forma después de la
guerra federal (1899-1900), cuando se muñe de las primeras instituciones
propiamente liberales; sin embargo, la condición de posibilidad de
materialidad institucional solo lo logra con la revolución nacional de
1952.
Con la independencia nace una república
oligárquica, que, aunque tiene una Constitución liberal, se excluye taxativamente
a las mayorías poblacionales indígenas. Esta república oligárquica se
consolida con la victoria liberal de la guerra federal, después se populariza
con la revolución nacional, mediante la nacionalización de las minas, la
reforma agraria, el voto universal y la reforma educativa. El Estado-nación
nació con su propia crisis orgánica de manera congénita, esta crisis estructural
no se resuelve con la república liberal del siglo XX; en gran parte se
dan las condiciones para comenzar a resolver la crisis orgánica del
Estado-nación con la revolución nacional, que incorpora al campo político a las
mayorías indígenas y a las mujeres, además de ocasionar efectos estatales, es
decir de consolidar la construcción efectiva del Estado, con la nacionalización
de las minas, e incorporar a la economía a la población campesina con la
reforma agraria. Sin embargo, la crisis múltiple del Estado-nación no
termina de resolverse; la revolución nacional populariza la república
oligárquica, otorgándole un contenido nacional-popular, pero las
estructuras sociales y culturales de la colonialidad persisten, aunque
se modifican y mutan, abriéndose a una amplia gama abigarrada.
Con la victoria de la movilización
prolongada (2000-2005) se abre un proceso constituyente, que se
plasma en la Constitución de 2009. Sin embargo, las transformaciones
estructurales e institucionales no llegan, el Estado Plurinacional
Comunitario y Autonómico queda trunco. El gobierno de Evo Morales Ayma solo
barniza al antiguo Estado-nación, dándole el nombre de “Plurinacional”, sin que
tal condición se realice y se materialice. Tampoco se plasma institucionalmente
el sistema de gobierno establecido por la Constitución que es el de la democracia
participativa. Al contrario, lo que se afinca es la forma de
gubernamentalidad clientelar, que adquiere un perfil desmesurado y
demoledor, sobre todo debido a la extensión de las prácticas del ejercicio de formas
paralelas del poder, ligadas al clientelismo, a la corrosión institucional
y a la galopante corrupción. En este caso, se puede decir dos cosas, que se “indianiza”
la república oligárquica, después de haberse popularizado, y que se completa la
consolidación del Estado-nación, ampliando su convocatoria a la amplia gama de
las tonalidades “indígenas”, sosteniendo también la amplia gama del mestizaje.
La crisis constitucional de la
coyuntura presente (2016-2019) se dilata desde el referéndum de febrero de
2016, cuando pierde la consulta del gobierno que pretende modificar la
Constitución para habilitar a Evo Morales Ayma a la reelección, prohibida por
la carta magna, hasta la crisis electoral de las elecciones apócrifas de 2019,
cuando, mediante un fraude escandaloso y craso el TSE trucho impone, en la práctica,
una dictadura a secas, adornada torpemente con ribetes seudo-democráticos. En
el contexto histórico-político se puede decir que la crisis múltiple del
Estado-nación se manifiesta, en la coyuntura, como crisis constitucional.
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