Dinámicas en la coyuntura en crisis constitucional
Dinámicas en la coyuntura en crisis constitucional
Raúl Prada Alcoreza
El develamiento del fraude electoral, en las
elecciones apócrifas impuestas, desconociendo la Constitución y el referéndum
de febrero de 2016, ha desatado olas de protestas e interpelaciones, después ha
ocasionado movilizaciones y bloqueos, el llamado “bloqueo de las mil esquinas”.
Todo el país está atravesado por marchas, concentraciones, cabildos y bloqueos.
Los cabildos de las distintas ciudades capitales ya han determinado que ya no
se trata de una segunda vuelta sino de anular las elecciones. Ante el
incremento de la cohesión, articulación y coordinación de la movilización
contra el fraude electoral, el gobierno, después que el TSE dio los resultados
electorales, se proclamó ganador, haciendo caso omiso al lo concluido por la
OEA, realizar una auditoria de las elecciones, de carácter vinculante, antes
que se den los resultados definitivos. Actitud que muestra patentemente la manera
dolosa con que el gobierno y sus apéndices, los tribunales electorales, manejan
la crisis constitucional y crisis institucional.
Subiendo el tono el MAS ya declaró, prácticamente, la
guerra civil contra el pueblo, cuando da un plazo de 48 horas a La Paz para
desbloquear, amenazando con dinamitar la misma ciudad para desbloquear. En
consecuencia, el gobierno ha decidido derramar sangre para perpetrar en el
poder al caudillo, que se entrona con un escandaloso y craso fraude electoral.
El dirigente minero servil Juan Carlos Huarachi, haciendo desparpajo de una
prepotencia inaudita, dijo que el ataque a dinamitazos y las agresiones físicas a la gente
por parte de mineros que defienden a Evo Morales, el lunes 28 de octubre, en La Paz, "sólo
fue una pasadita" o "un calentamiento", aludiendo que después del
plazo no será una “pasadita”. Dejando de lado las connotaciones
espantosas de esta declaración delirante, lo que tenemos que hacer es analizar
este alarido de “guerra” de un dirigente corroído hasta las entrañas por el
gobierno clientelar y corrupto. ¿Qué tenemos?
Si el gobierno estuviera seguro de
lo que dice, que no ha hecho fraude y que acepta una auditoria, entonces no
tendría necesidad a recurrir a semejantes medidas de violencia para imponer la
presidencia de Evo Morales Ayma. Esta actitud, más bien muestra que se hace
evidente el mentado fraude y de lo que se trata es de encubrir la fechoría con
violencia. Ahora bien, si la policía no interviene para evitar la masacre que
se anuncia, será cómplice de los asesinatos. Por otro parte, ante esta declaración
de guerra, los movilizados y bloqueadores se ven obligados a defenderse, recurriendo,
por lo menos a los mismos instrumentos de detonación. ¿Qué es esto? Una guerra
civil.
Por otra parte, esta declaración
prepotente, abusiva, y de declaración de guerra, nos muestra claramente que el proyecto
es una dictadura descarnada. Obviamente,
nada que ver con la democracia o algo que la recuerde o se asome a un parecido.
Esto se lo hace ente el mundo, con la mayor desenvoltura, sin darse cuenta de
que confiesan el crimen cometido, el fraude y el proyecto dictatorial. Que lo
hagan a nombre del “pueblo” y de la “democracia” expresa la desfachatez de su propósito,
también la torpeza con la que se desnudan con un discurso bélico. Este discurso
que alude a su carácter “popular” y “democrático” se ha desgastado hace tiempo,
después de la serie asombrosa de conflictos del gobierno de Evo Morales contra
el pueblo, que menciona servir. Mucho peor cuando se trata de la democracia,
la cual ha desaparecido, primero con el desmantelamiento de la Constitución, después
con el ejercicio inconstitucional, discrecional, clientelar, del poder.
Posteriormente a de estas
declaraciones tan desatinadas y bravuconas, el pueblo enfrenta no solamente un
fraude sino a una dictadura descarnada y a sus huestes corroídas hasta
el tuétano por la prebenda y el clientelismo. Esta es la situación de la
coyuntura y del campo de la correlación de fuerzas. Con esta
confesión y declaración de guerra el presidente del fraude acaba de destruir
toda aparente legitimidad, de la que no queda nada, ni sus brumas. Ya no es el resultado
apócrifo el que unge al caudillo con una aparente legitimidad, ya no hay nada
de esto. Es el develamiento del recurso a la guerra civil lo que cuenta ahora.
Es la desnudez de la violencia la que reclama por su desmesura, la que se
muestra como evidente y trágica verdad. En ensayos anteriores tipificamos a
este régimen como Estado policial[1],
ahora, después de la declaración, es un Estado del Terror, ni más ni
menos.
Si esta es la coyuntura, el análisis
político corresponde hacerlo reconociendo este desplazamiento de la
configuración de fuerzas, de sus disposiciones y dispositivos, sobre todo del carácter
mismo de la coyuntura. Dicho claramente, no es ya una coyuntura agitada por la
crisis constitucional y el fraude electoral; es una coyuntura en los umbrales
de la guerra civil, ya declarada por los portavoces “sindicales” de un
régimen perdido en su laberinto, aterido a sus cavernas, empujado por sus
miedos a la violencia criminal.
¿Por qué se ha llegado tan lejos? ¿Por
qué la forma de gubernamentalidad clientelar, en plena crisis
constitucional y política, se ha visto empujado a retornar al origen mismo del
Estado, la violencia inicial, la guerra inicial? En pocas palabras, el armazón
de legitimidad fue lo primero en caerse, cuando se comenzó a desmantelar la
Constitución, al no cumplirla y violarla sistemáticamente. Lo segundo en caer
fue el armazón de la convocatoria del mito, el caudillo, cuando
se devela lo aparente de su expresión simbólica, lo lejano que es de lo que
connota el simbolismo político. Lo tercero en caer fue el armazón institucional
mismo, cuando se reduce lo institucional a mera mascara del lado oscuro del
poder. Ahora, lo cuarto en caer es el armazón discursivo democrático
que aparenta seguir en los marcos de la democracia.
Entonces se inicia otra coyuntura, la
de la crisis descomunal del Estado-nación, mal nombrado “Estado Plurinacional”,
que de plurinacional tiene solo el nombre, sin haberse realizado la aplicación
de la Constitución. Ciertamente, el contexto es, como dijimos, el de la
crisis múltiple del Estado-nación; sin embargo, ahora, el Estado-nación se
desvencija, pues al desarmar todos sus armazones mencionados, el Estado
retorna a su crudo acto constitutivo, el de la violencia descarnada y
desmesurada. Por lo tanto, ya no hay Estado, no hablamos aquí jurídicamente, de
que no hay Estado de Derecho, lo que comenzó a acontecer desde el 2009, tampoco
hablamos jurídica y políticamente, que no hay República o su sustituto “Estado Plurinacional” Comunitario y
Autonómico, sino que hablamos taxativamente de que no hay Estado como tal, el
retorno a la violencia descarnada lo ha hecho desaparecer.
Esta es la cruda situación, de la cual
y en la cual no hay que perderse. No
tenerla en cuenta, es como actuar en otro mundo u otra realidad, no la que se
está viviendo y se está asistiendo. La pregunta es: ¿Qué se hace cuando se
enfrenta a una dictadura a secas, descarnada? No vamos a responder a esta
pregunta; se supone que los que luchan lo saben, está inscrito en la memoria
social y política. Tampoco se trata de discutir convocatorias, ni evaluar
estrategias y tácticas de lucha. Estas discusiones tienen un acervo en la historia
política de los pueblos y sociedades. De lo que se trata, ahora, en este
escrito, es de comprender las dinámicas sociales y políticas que han llevado a
esta situación y coyuntura.
En primer lugar, se trata de una forma
de gubernamentalidad barroca, que hemos identificado como clientelar.
Lo que equivale a una mezcla saturada de convocatoria populista en el
marco de un Estado liberal adulterado, trastrocado, convertido en instrumento político
de la burguesía rentista. Hablamos de un Estado-nación restaurado, que
se coloca la máscara de “Estado Plurinacional”, un Estado-nación cuya genealogía
del poder arranca en las oleadas de conquista y colonización, con una malla
institucional administrativa colonial. Este es el substrato histórico-político;
frente a la guerra de conquista se le opone, unos tres siglos después,
la guerra de la independencia. La guerra de la independencia se propone
liberar a los pueblos del yugo colonial, como se dice, sosteniendo básicamente
una ideología liberal, en boga. De la guerra de la independencia emerge la
República; pero se trata de una República restringida al tamaño, por así
decirlo, de las haciendas y las minas de la oligarquía, heredera de la economía
colonial. Una tercera guerra, la guerra federal, ha de otorgarle al
Estado una aparente institucionalidad liberal. Con lo que el Estado adquiere
un contenido institucional liberal sin, empero, salir de las restricciones de
la convocatoria colonial; estaban excluidas las mayorías indígenas.
Ya no será una guerra, sino una revolución
nacional (1952), la que modificará nuevamente la estructura y la
organización institucional del Estado, además de ampliar la convocatoria a toda
la población, incluyendo a la República a toda la población, a las mayorías indígenas,
a las mujeres, con el voto universal. Sin
embargo, el Estado-nación no logra desembarazarse de su herencia colonial; la estructura
social preservara una forma racial en su configuración piramidal, a
pesar de la campesinización de las mayorías indígenas. Con todo, la República
adquiere un carácter popular; la ideología que expresa este carácter es
la del nacionalismo revolucionario. El reciente desplazamiento estatal
tiene que ver con la movilización prolongada (2000-2005), que abre el proceso
constituyente y el proceso de cambio, truncado en la primera gestión
de Evo Morales Ayma. La forma aparente es la máscara de “Estado
Plurinacional”, siendo nada más que el mismo Estado-nación solo que con otro
nombre. Como dijimos antes, interpretando la genealogía del poder de este
Estado-nación, la revolución nacional populariza el Estado-nación, continuando
con esta vertiente, las gestiones de gobierno de Evo Morales Ayma “indianizan”
el Estado-nación.
La convocatoria de la forma de
gubernamentalidad clientelar se nuclea en la convocatoria del mito,
el caudillo, que conforma una narrativa simbólica barroca, la
remembranza del mesías y la memoria de Tupac Katari. Este simbolismo
barroco es el que hace de eje ideológico en la formación discursiva neopopulista
de la forma de gubernamentalidad clientelar boliviana. El problema de la
ideología es que su narrativa de exaltación, que imita toscamente la epopeya,
que convierte en héroe de pacotilla al caudillo, es una apología; es
decir, una desmesura de los juegos de representación respecto a lo que
realmente ocurre. En consecuencia, rápidamente se pasa del entusiasmo de
la “revolución democrática cultural” al desencanto, cuando los
contrastes saltan a la vista. Por eso, los aparatos ideológicos y
partidarios se ven obligados a inflar el globo que se desinfla, la apología
estridente del caudillo; esto lo hacen recurrentemente. A la larga, la
plasticidad del globo se desgasta, ni insuflándole aire publicitario y propagandístico
compulsivos se puede subsanar la endemia y el arrugamiento del globo
ideológico. Por lo tanto, se explica que al pasar del entusiasmo al desencanto
se recurra a la extensión intensiva de las redes clientelares, para controlar la
retención de la convocatoria. Cuando ya no se puede obtener resultados con
insuflar aire al globo ideológico, cuando la propia convocatoria ingresa a su
crisis terminal, entonces se recurre al núcleo oculto del Estado, el Estado
de excepción, es decir, a la violencia inicial.
Después del ciclo de
desmantelamiento de la Constitución, de regresiones, una vez promulgada la
Constitución, de restauraciones inverosímiles del modelo colonial
extractivista del capitalismo dependiente heredado, después de una larga
secuencia de conflictos sociales, que enfrentó el “gobierno progresista”, después
de cruzar límites, que lo colocaban del otro lado de la vereda, enfrentando al
pueblo, el conflicto del “gasolinazo”, el conflicto del TIPNIS, el conflicto del
Código penal y ahora el conflicto de la crisis constitucional y del fraude electoral,
el gobierno de Evo Morales Ayma no tiene más que el recurso a la violencia
descarnada, al desnudo terrorismo de Estado, para imponer una dictadura a secas.
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