Analogías perversas y virtuosas en las genealogías de los Estado-nación
Analogías perversas y virtuosas en las
genealogías de los Estado-nación
Breve genealogía del Estado-nación de
Chile en los espesores de la coyuntura
Raúl Prada Alcoreza
Las analogías
perversas entre los gobiernos neoliberales y los “gobiernos progresistas”.
Lo asombroso es que se parecen en las modalidades represivas, el Estado,
monopolio de la violencia legal e institucional, es usado tanto por formas
de gubernamentalidad neoliberal como también formas de gubernamentalidad
neopopulista. Lo que habla de por sí de que estas formas de gobiernos, si
bien son distintos en los discursos y en los estilos políticos, no lo son en lo
que respecta al impacto del uso de las estructuras de poder. Forman
parte del círculo vicioso del poder, son formas, mas bien complementarias; por
ejemplo, tanto gobiernos de “derechas” así como gobiernos “izquierdas” usan la acusación
de “terrorismo” y de lucha “contra el terrorismo” cuando tienen que enfrentar a
su enemigo, que los unos tipifica como “izquierdista”, que los otros
tipifican como “derechistas”. Otra analogía es que ambas formas de
gubernamentalidad son dispositivos, a su modo, de la acumulación del
capital, forman parte, a su manera, de la geopolítica del sistema-mundo capitalista.
Entonces, se puede comprender que los gobiernos de Lenin moreno, Sebastián Piñeira,
Jaír Bolsonaro, por un lado, y Nicolás Maduro y Evo Morales Ayma, por otro
lado, se parecen en el ejercicio del poder, en cuanto efectuación de la
represión, en cuanto al apoyo que brindan al modelo colonial extractivista
del capitalismo dependiente, en plena dominancia financiera en el ciclo
largo del capitalismo vigente. Lo acontecido en Venezuela, a diferencia de los
otros casos, nos muestra una confrontación entre un pueblo movilizado que se
engruesa, que enriquece su gama estratificada social, al ir incorporando
sectores populares, desencantados del chavismo; lo triste de los desenlaces de
las correlaciones de fuerza adversas es ya los casi diez millones de
venezolanos que migraron fuera de su país.
El levantamiento
social y popular en Chile contra el gobierno se Sebastián Piñeira se desata con
la subida del transporte y, prácticamente, de los servicios, como efecto; sin
embargo, es la gota, como se dice, que ha hecho rebalsar el agua del vaso. Se
trata de un modelo, el neoliberal, compartido por los gobiernos de
coalición, que han cargado el peso del crecimiento y del desarrollo económico
sobre las espaldas del pueblo trabajador. En el reciente gobierno de Piñeira retoma
impulso este modelo, en parte continuando el carácter privatizador y de transnacionalización
de la economía, y en parte profundizando determinados aspectos de lo que se
nombra costo social. El presidente de Chile se ha visto obligado a decretar
Estado de Sitio, sin embargo, ni la salida de los militares a las calles, en
condiciones de Estado de excepción, pudo detener el levantamiento
popular. Incluso, derrotado, a pesar del incremento de la violencia represiva,
se vio obligado al derogar el decreto impopular, acudiendo al Congreso. Una vez
ocurrido esto y con los militares en las calles, retrotrayendo no solo la
remembranza de la dictadura militar, no desaparecida sino sumergida, latente,
el levantamiento social, la persistencia de las movilizaciones, de las
concentraciones y de las manifestaciones se han incrementado. Por una parte,
estas circunstancias muestran la facilidad con la que reaparecen las estructuras
represivas de la dictadura militar, sino también, en contraste, la potencia
como emerge la fuerza social, cuya memoria e intuición subversiva
se desenvuelve, se despliega y se irradia como demanda, reivindicación, esperanza
y proyecto político-social-cultural del porvenir.
Hay también analogías
virtuosas. Los pueblos se movilizan simultáneamente, independientemente del rostro
que presente su gobierno, pretenda, éste, ser de “izquierda” o sea, éste, de
conocida afiliación de “derecha”. Se movilizan contra las medidas y políticas que
asumen; esto acaece en los casos gubernamentales mencionados, sean formas de
gubernamentalidad clientelar, como en el caso de Bolivia y Venezuela, o
sean tipificados como neoliberales, claramente en el caso de Chile, con menos
intensidad en el caso de Ecuador, y en el caso de Brasil, tipificado como gobierno
de expresión fascista criolla. Llama la atención esta coincidencia,
donde las características de la movilización no son atribuibles a ningún
partido político, ni de izquierda ni de derecha, aunque el discurso
gubernamental acuse a los enemigos “extranjeros”, usando la teoría de
la conspiración, de la manera acostumbrada; que es analogía compartida tanto
por gobiernos de “izquierda” como por gobiernos de “derecha”. ¿Este es un
síntoma del hartazgo de los pueblos respecto de la casta política gobernante, se
pretenda de “izquierda” o sea de afiliación de “derecha”? ¿Se tratará del hartazgo
de los pueblos respecto a sus Estado-nación, que implica también un cansancio
abrumador del orden mundial que sostienen? Estas son preguntas que hay
que responder. Así como hay que atender el contenido mayoritario, peculiar, de
la población movilizada, abrumadoramente joven. En el caso de Ecuador, la
movilización se núcleo alrededor de la central indígena CONAIE, en el resto de
los casos, el perfil es de una participación asociada y espontánea de
diferentes colectivos y organizaciones de la sociedad civil, pero mayoritariamente
jóvenes. También en Bolivia, la CIDOB auténtica, la que marcha en defensa de la
Chiquitanía, el Chaco boliviano, participa, haciéndolo en una marcha que ya
llegó a Santa Cruz de la Sierra; lo mismo ocurre con la participación de
organizaciones y pueblos indígenas amazónicos en el caso de Brasil. Estas
analogías virtuosas nos muestran desplazamientos en el perfil de las movilizaciones
sociales antigubernamentales, dejando atrás las conocidas formas de
convocatorias y organizativas políticas.
En el caso de Bolivia
y Brasil la coincidencia es asombrosa en lo que respecta a la inclinación
compulsiva de sus gobiernos por el ecocidio. Tanto el gobierno de Evo
Morales así como el gobierno de Jaír Bolsonaro han coincidido, incluso en la
coyuntura, con una demoledora extensión de la frontera agrícola, sobre
todo en la forma planificada del despliegue horroroso de las extensas quemas de
bosques amazónicos, chaqueños y del pantanal, aunque no solo de estas zonas
geográficas. En el caso de Brasil esta compulsión depredadora y destructiva
adquiere ribetes racistas, cuando se declara anti-indígena y estar en contra de
los derechos de los pueblos indígenas. Aunque no ocurre lo mismo en Bolivia,
porque estamos ante un gobierno que se reclama “indígena”, aunque en efecto en
la práctica se ha comportado sistemáticamente como anti-indígena, a pesar de la
demagogia, cada vez más desgastada, de mostrarse ente el mundo como gobierno “indígena”.
Las políticas gubernamentales en Ecuador y en Chile son también anti-indígenas.
Esta es la razón por la que los pueblos indígenas se confrontan con sus
gobiernos. Lo mismo podemos aseverar del “gobierno progresista” de Venezuela
que, al hacer concesiones mineras en territorios indígenas, ha desplegado políticas
etnocidas. Entonces, con relación a esta inclinación etnocida, podemos señalar
otra analogía perversa entre los gobiernos de los países mencionados de Sur
América.
¿En el contexto
histórico político, qué es lo que comparten estos países sudamericanos, sus
Estado-nación y sus gobiernos? Hemos dicho, en anteriores escritos, que
asistimos a la crisis múltiple de los Estado-nación; la forma peculiar
de esta crisis adquiere singularidades, dependiendo de las historias políticas de
los estados mencionados y de sus singulares formaciones sociales. En la
coyuntura, en Bolivia la crisis múltiple del Estado-nación se manifiesta como
crisis constitucional, adquiriendo expresiones dramáticas con el fraude
descomunal, escandaloso y craso que ha perpetrado el régimen clientelar
del gobierno de Evo Morales. En Brasil la crisis mencionada se manifiesta como
crisis de gobernabilidad, en el caso de Ecuador como crisis de legitimidad, así
mismo ocurre en el caso de Venezuela, solo que, en este caso la crisis es
dilatada por el desenvolvimiento claro de un terrorismo de Estado. En el caso
de Chile la crisis múltiple del Estado-nación aparece como una crisis social,
como efecto del costo social del modelo neoliberal implementado durante
décadas, que esconde, a pesar de lo que muestran los datos macroeconómicos, una
crisis latente económica.
En el ciclo
mediano del Estado-nación de Chile se está ante una genealogía del poder
que tiene como substrato a la dictadura militar, que se extendió durante diecisiete
años (1973-1990) de manera explícita, aunque se sumergió de manera latente
desde su culminación formal. La Constitución fue escrita durante la dictadura
militar. La Constitución de 1980 establece
la disminución de las facultades del Congreso; la creación del Tribunal
Constitucional; se considera al Estado subsidiario en lo económico, social y
cultural; se conformó el Concejo de Seguridad Nacional, regido por el
presidente de la República; se sustituyó el sistema proporcional electoral
por uno binominal; se implantó el sistema de segunda vuelta electoral,
cuando no se consiga mayoría absoluta en las elecciones presidenciales; se fijó
el período presidencial en 8 años, después se modificaría a seis y luego a
cuatro años. Se estableció un plazo de transición a la democracia; es
decir, durante ocho años Pinochet gobernaría como presidente, cuando terminase
ese período la Junta pondría un candidato, que sería Pinochet posteriormente, para
que lo aprobase en un nuevo mandato de 8 años o lo rechazase, luego de este lapso
podía ser reelecto otros 8 años. Luego, en el año 2005, bajo la presidencia
de Ricardo Lagos se aprobaron una serie de reformas a la constitución
de 1980, que, de acuerdo a la jerga política de entonces, se decía que tuvieron por finalidad
democratizar y modernizar la Constitución pinochetista; algunas reformas
afectaron a las atribuciones de los funcionarios públicos, sobre todo en lo que
respecta al plazo durante el cual ejercen sus cargos; se redujo el período
presidencial de seis a cuatro años, excluyéndose la posibilidad de ir por un
segundo mandato consecutivo.
Ahora bien, en la crisis de Estado-nación, que se
manifiesta como crisis social y también, como dijimos, como latente crisis
económica, aunque encubierta con indicadores macroeconómicos, por más
paradójico que suene, el substrato no resuelto de la dictadura militar emerge
elocuentemente, incluso en sus formas más horrorosas de represión. Se han hecho
denuncias de torturas, de vejámenes sexuales, incluso rapto de mujeres jóvenes
movilizadas, con el fin de aterrorizar a la sociedad y al pueblo movilizado. La
presencia militar en las calles, después de declarado el toque de queda, ha
activado la memoria social del pueblo chileno, lo que, a su vez, ha
provocado una actitud más decidida y de coraje en las movilizaciones,
acrecentándolas e intensificándolas. Ahora ya no solamente se pide la derogatorita
del decreto que alza el costo del transporte y por ende el costo de la vida,
sino también la renuncia del presidente. Otro síntoma del despliegue de la
dictadura militar latente es la escalada de muertes, que ya llegan cerca de la
veintena o ya sobrepasan esta cifra, dependiendo de la fuente de información. En
consecuencia, se puede decir que la crisis múltiple del Estado-nación de Chile supone
esta crisis profunda de carácter psico-social que la sociedad chilena no ha
terminado de resolver, la irradiación en tiempos “democráticos” de la dictadura
militar.
El ciclo largo de la genealogía del Estado-nación
de Chile tiene como substrato la conquista y la colonia, como todos los
Estado-nación del continente. Después la geopolítica regional de
expansión, que cobra espacio al sur y al norte, al sur con la nación Mapuche,
al norte con los países vecinos, Bolivia y Perú. La irradiación de la
revolución industrial llega desenvolviendo el ciclo del guano y del salitre,
recursos naturales que explota para abastecer las necesidades de acumulación
ampliada del ciclo largo del capitalismo vigente, de hegemonía británica. Después
viene el ciclo del cobre, que corresponde al siguiente ciclo largo del capitalismo,
de hegemonía norteamericana. En este ciclo largo de explotación de los recursos
naturales se da lugar a una retención significativa en propio suelo de la
acumulación ampliada de capital del sistema-mundo capitalista, que
concentra la valorización en los centros de la economía-mundo. Lo
que los neoliberales denominan apresuradamente el “milagro chileno”, que datan
su comienzo en la dictadura militar de Pinochet, en realidad comenzó mucho
antes, durante el ciclo largo del cobre. Lo que ocurre durante la
dictadura de Pinochet, con la implantación temprana, respecto a Sud América, del
modelo neoliberal, es la concentración de la parte de la acumulación de
capital retenida en Chile en los estratos más conservadores y momios de la
burguesía nacional, además, respondiendo a la orientación del modelo, a la
transnacionalización de la economía. Es un equivoco considerar que el cifrado crecimiento
y desarrollo económico de Chile se debe al modelo neoliberal. Lo que ha
ocurrido en el mediano ciclo político-económico del modelo neoliberal
es una redistribución de la riqueza en pocas manos.
Las otras genealogías de los Estado-nación del continente
están también vinculadas a los ciclos largos de la explotación de los
recursos naturales, salvo lo que ocurre en los Estados Unidos de Norte-América,
que se convierte en el centro hegemónico al ciclo largo del capitalismo
vigente, siguiendo a la clausurada hegemonía británica. En este nuevo centro
hegemónico del ciclo largo del capitalismo se dan lugar revoluciones
industriales, tecnológicas-científicas, administrativas y comunicacionales. La
globalización adquiere una integralidad mayor, sobre todo después de la segunda
guerra mundial, cuando Estados Unidos de Norte América se convierte en
superpotencia económica-tecnológica-militar-comunicacional-cibernética,
acompañada, en principio por la otra superpotencia, la URSS, que empero, se
hunde en sus propias contradicciones, al formar parte del mismo sistema-mundo
capitalismo transformado. Por lo tanto, los Estado-nación, al sur del Río
Grande, forman parte de la gama variopinta de las periferias de la geopolítica
del sistema-mundo capitalista, convirtiéndose Brasil momentáneamente, en una
de las llamadas potencias emergentes, el nuevo estrato espacial de la
cartografía política de la economía-mundo.
En los espesores de la coyuntura presente de Chile,
las dinámicas moleculares y las dinámicas molares sociales,
configuran la complejidad espaciotemporal-social-política-económica-cultural
en base al eje de las movilizaciones sociales, cuya característica expresa la imaginación
y el imaginario radicales, en el sentido de Cornelius Castoriadis.
El pueblo chileno movilizado, mayoritariamente joven, donde se integra dinámicamente
e incidiendo en el acontecimiento la nación y los pueblos mapuches, deconstruye
las narrativas fosilizadas de las ideologías, que construyeron formaciones
enunciativas y discursivas parciales de su historia política y social, sobre
todo diseminan las mallas institucionales anacrónicas, petrificadas, que
obstaculizan la potencia social. El pueblo chileno se abre a su porvenir
creativo luchando, inventando, rompiendo con los anacronismos rezagados ideológicos,
políticos e institucionales.
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