La perspectiva ecológica y la perspectiva compleja
La perspectiva ecológica y la perspectiva
compleja
Raúl Prada Alcoreza
La perspectiva
ecológica corresponde a las dinámicas de los espesores territoriales y planetarios,
la perspectiva compleja corresponde a las dinámicas de la simultaneidad
dinámica del tejido espacio-tiempo. La perspectiva ecológica requiere sea
configurada por lo menos en las cuatro dimensiones desplegada, ancho,
altura, profundidad y tiempo; la perspectiva compleja requiere ser
configurada en las cuatro dimensiones desplegadas anteriores y en siete
dimensiones plegadas, según la teoría de las cuerdas. Ambas
perspectivas nos ayudan a comprender el planeta y el multiverso desde la complejidad
ecológica y desde la sincronización de los tejidos del
espacio-tiempo. Estos cambios de referentes y de perspectivas son
indispensables al momento de buscar la comprensión de la problemática que se presenta
como crisis ecológica, lo que eufemísticamente se nombra “cambio
climático” y que implica una resincronización planetaria, dada la
magnitud apocalíptica de la contaminación, de depredación y la destrucción de
los ecosistemas, ocasionados por las sociedades humanas modernas. La
comprensión de esta problemática es urgente, puesto que esta en cuestión la
sobrevivencia humana en el planeta. No se trata de ninguna especulación, mucho
menos de una profecía bíblica, sino de las consecuencias deducibles de los
informes científicos sobre la situación planetaria en la actualidad. Entonces,
de los que se trata es de saber sobre el funcionamiento complejo de la crisis
ecológica. Tal parece que el planeta se encuentra perturbado en lo que
respecta a los ciclos vitales, los mismos que no logran reproducirse sincrónica,
integral y armónicamente, sino que, rotos los equilibrios, se desbocan en
secuencias perturbadas, generando lo que se ha venido en llamar “calentamiento
global”.
Se puede decir,
figurativamente, que el planeta ha cambiado, que es otro planeta, precisamente
debido a la crisis ecológica generada. Pregunta: ¿En el planeta, que se
transforma, es posible la sobrevivencia humana? Desde los ensayos sobre la imaginación
y el imaginario radicales, además del ensayo de Más acá y más
allá de la mirada humana[1], afirmamos, que en
las condiciones de la crisis ecológica y del planeta, crisis que se ahondaría
después, ya no es posible la sobrevivencia humana, que la vida continuaría,
pero sin el ser humano. Esta aseveración viene dada en una interpretación
apocalíptica, pero también, sustentada en esa posibilidad y probabilidad.
También se trata de la construcción de una narrativa convocante a los pueblos y
las sociedades humanas, exigiendo cambios radicales de sus esquemas de
conductas y comportamientos. Lo que implica definitivamente cambio
civilizatorio. En todo caso, lo que vaya a ocurrir depende de la voluntad de
potencia del ser humano, para hablar de una manera universal, sobre
todo ontológica. Para decirlo fácilmente, de una manera resumida y
esquemática, si el ser humano no logra liberar su potencia social y
queda, mas bien, atrapado, en las formas genealógicas de la voluntad
de nada, entonces, su desaparición del escenario planetario es una posibilidad
bastante probable. Como pueda vivir después o durante el desenvolvimiento
intenso y expansivo de la crisis ecológica, va a parecerse a una
dilatada agonía.
Ciertamente, hay como
hipótesis de ciencia ficción que pronostican la sobrevivencia humana,
suponiendo una perversión mayor de la civilización moderna, llevando a extremo
las características más vertiginosas, sobre todo aquéllas que tienen que ver
con las revoluciones tecnológicas. Sin embargo, estas hipótesis apócrifas, para
calificarlas de alguna manera, no son sostenibles, salvo en la imaginación
delirante. En primer lugar, porque bajo el supuesto del desencadenamiento de la
crisis ecológica en niveles desbordantes o de una guerra nuclear, la
civilización moderna, como civilización de la valorización abstracta y
de la transformación vertiginosa, basada en las revoluciones científicas y
tecnológicas, no podría darse, sustituida, mas bien, por lo que podríamos
llamar regresiones barrocas. En este caso son más coherentes las hipótesis que
se imaginan un barroco medieval y moderno anémico. En otras palabras, no habría
cabida al desarrollo científico y tecnológico, así de simple.
Una deducción de este
panorama tiene que ver con que no son sostenible las tesis conservadoras
elitistas, que apuestan a un mundo altamente jerarquizado y estructurado,
basados en la supremacía. Las burguesías actuales, la hiper-burguesía de
la energía fósil, que domina el mundo, no podrán dominar, tampoco subsistir,
pues no contarían con las condiciones de posibilidad histórico-políticas-culturales
para su dominación; tampoco contarían con una estructura social basada en la
diferenciación de trabajadores no propietarios y propietarios no
trabajadores, que se genera gracias al monopolio de los medios de
producción. Medios de producción que suponen la revolución
industrial y las posteriores revoluciones científicas y tecnológicas,
cibernéticas, informáticas y comunicacionales, además de administrativas. Al
haberse quebrado la posibilidad de la continuidad de este desarrollo
civilizatorio, se regresaría, figurativamente, usando una metáfora discutible,
pero ilustrativa, usada antes, a la barbarie.
Teniendo en cuenta
estas condiciones de posibilidad estructurales estructurantes de lo que
se parece a un apocalipsis, usando la metáfora, lo que llama la atención es la
persistencia en el mismo modo de producción, mejor dicho, modo de
acumulación abstracta, que se sustenta en la muerte del planeta, de parte
de las élites que dominan el mundo. No logran entender, que tampoco ellas
podrán subsistir, ni reproducirse como tales. Entonces, en consecuencia, su
comportamiento testarudo y persistente no significa otra cosa que un suicidio.
Ahora bien, lo que es
aconsejable, es tratar de aplicar lo que decimos en la comprensión de un
fenómeno local y regional de la crisis ecológica. Ya lo hicimos respecto a la
Amazonia y al Chaco[2]. Retomando estas
descripciones e interpretaciones, intentaremos configurar el mapa dinámico de
lo que ha ocurrido y lo que ocurre en estos ecosistemas, y lograr una
interpretación ecológica y compleja.
Crisis ecológica
local
La expansión de los
incendios en la Chiquitanía abarca casi todas sus zonas, su distribución
geográfica; es decir, todas las zonas han sido afectadas, aunque no se hayan
quemado completamente. De acuerdo con los últimos datos, los incendios dados en
Bolivia el 2019 se han concentrado y han asolado más a la región denominada la
Chiquitanía. De los más de 5,3 millones de hectáreas de bosques y pastizales
incinerados, la mayor parte corresponde a la Chiquitanía.
El año 2013, el Ministerio de Medio Ambiente
y Agua, a través de la Dirección General de Gestión y Desarrollo Forestal,
determinó que en Bolivia existen nueve tipos de bosque: amazónico, chiquitano,
seco interandino, tucumano boliviano, chaqueño, de llanuras inundables,
pantanal, yungas y andino. De éstos, la mayor superficie boscosa corresponde a
los de tipo amazónico con un 37,8% de los bosques bolivianos, chaqueño con
17,6% y de tipo chiquitano con el 16,8%. Más del 80% del total de bosques en el
país se encuentra en Pando, Beni y Santa Cruz, además del norte de La Paz. El
restante 20% en la vertiente oriental de la cordillera de los Andes, en los
valles interandinos y en menor grado, en el altiplano. Según registros de la
Autoridad de Bosques y Tierras (ABT), entre 1998 y 2018 se ha desmontado 1.518.669
hectáreas de forma legal, evidenciándose un ascenso brusco desde el año 2013.
Desde el año 2015 es posible hablar de un incremento del 200% de la
deforestación. El año pasado, Bolivia reportó más de 259 mil hectáreas
deforestadas con autorización de la ABT. La cifra de los desmontes sin autorización
es incierta. No obstante, se estima que es de al menos un 40% adicional a la
cifra oficial[3].
Según datos, aún más drásticos, proporcionados
por PROBIOMA, Bolivia pierde 300 mil hectáreas por año; entre el 2001 y el 2017
el país deforestó 4,5 millones de hectáreas. Posicionándose, con esta cifra, es
el quinto país más depredador del continente, luego de Brasil, Estados Unidos,
Argentina y Paraguay. El año 2015, una investigación publicada por la Revista
Nature posicionó a Bolivia como uno de los países del mundo con más árboles por
persona, 5.465 árboles per cápita. Sin embargo, el actual modelo de desarrollo
pareciese estar enfocado en reducir esa riqueza. Según el Instituto de Estudios
Avanzados en Desarrollo (INESAD), Bolivia tiene una tasa de deforestación per
cápita de 310 metros cuadrados anuales. Esa cifra es muy superior a la del
promedio mundial, que es de nueve metros cuadrados anuales por persona.
Según la Fundación Tierra, la degradación de
los bosques y la deforestación se han incrementado, debido principalmente a la
expansión agresiva de la frontera agrícola y pecuaria, así como a la
colonización de nuevos asentamientos en tierras de vocación forestal. El investigador
de la Fundación Tierra, Alcides Vadillo, dice que: “Desde el año 2013 hemos
evidenciado una tasa muy elevada de desmonte que va en ascenso. Esto tiene
relación con la Ley 337, conocida como el “perdonazo” de los desmontes
ilegales, que sacó el gobierno de Morales”. Se refiere a la medida legal que
“perdonó” las 1.582.807 hectáreas deforestadas sin autorización. Vadillo agrega
que “adicional a ello, el 2015 se amplió la cantidad de hectáreas, que se
autorizan para desmonte, de cinco a 20, sin mayores trámites (Ley 741).
Entonces, lo que vemos hoy no es otra cosa que el resultado de todas esas
políticas públicas”. El “paquetazo” de políticas públicas identificadas como
favorecedoras del extractivismo a costa de los bosques, de acuerdo a PROBIOMA,
son Ley 337 (2013) de apoyo a la producción de alimentos y restitución
de bosques; la Ley 741 (2015), que autoriza el desmonte de hasta 20
hectáreas para pequeñas propiedades destinadas a actividad agrícola y ganadera;
la Ley 1098 (2017) de agrocombustible etanol y biodiésel; y la Ley
1171 (2019), que autoriza quemas para actividades agropecuarias. A estas se
suman el Decreto Supremo 3973 (2019), que autoriza el desmonte en
Santa Cruz y Beni para actividades agropecuarias; el Decreto Supremo 26075,
modificado el 2019 para la ampliación de fronteras de producción del
sector ganadero y agroindustrial sobre áreas de bosque. Pablo Villegas,
investigador del CEDIB, afirma que “toda esta destrucción, que hoy vemos, es
resultado de una política nacional, que para implementar ganadería y
agricultura intensiva no le queda otra opción que arrasar con los bosques
bolivianos”[4].
La provincia Chiquitana cuenta con una
geografía de 31.429 kilómetros cuadrados, lo que
equivale a un poco más de 3,1 millones de hectáreas. No se ha quemado toda la
provincia, como dijimos de las más de 5.3 millones de hectáreas de bosque y
pastizales incinerados en el país la mayor extensión corresponde a la
Chiquitanía. Quizás esto se deba a las características de su bosque, así como a
las características de sus llanuras, también, a su geografía próxima a la
geografía de los mercados. Estas tierras de vocación forestal han sido
convertidas en tierras arrasadas por el fuego, destinadas al monocultivo y
quizás a la ganadería. En otras palabras, los nichos ecológicos se convierten
en espacios agroindustriales y pecuarios, destinados al mercado, es decir a la
valorización abstracta. La multidimensional vida es reducida a la
unidimensional economía de la ganancia, a costa de la muerte de los espesores
ecológicos.
Después de lo acontecido, de
la catástrofe ecológica en el Chaco y la Amazonia, desatada por las políticas
de un gobierno que, apuesta a la expansión desbordante de la frontera agrícola,
el ejecutivo, en plena coyuntura electoral, pretende ocultar su responsabilidad,
de la que no puede escapar, a pesar de la compulsiva propaganda que destila. Lo
que importa no es en señalar al culpable, con lo que no se gana nada,
salvo la catarsis de la denuncia e interpelación, sino de entender el
funcionamiento de estas máquinas atroces de la destrucción ecológica.
Las máquinas de la
destrucción ecológica engranan dispositivos políticos y dispositivos
económicos. Los dispositivos políticos tienen que ver con el gobierno
y el Estado, los dispositivos económicos tienen que ver con las empresas
involucradas, los mercados, los rubros y los espacios territoriales
transformados para que sirvan del desarrollo agroindustrial y pecuario. Cuando
el modelo económico corresponde a las demandas de la geopolítica del
sistema-mundo capitalista, parece que no se puede escapar a la compulsión
tanática de la acumulación ampliada de capital, en la etapa de
dominancia del capitalismo financiero y especulativo. El gobierno de Evo
Morales Ayma, por más que se proclame “progresista”, del “socialismo del siglo
XXI”, del “socialismo comunitario”, no puede escapar a esta determinación
geopolítica del sistema-mundo y de la economía-mundo. Lo que
llama la atención es su premura salvaje por cumplir con las metas de manera
apresurada. El vicepresidente se propone llegar a más de 13 millones de
hectáreas de frontera agrícola. ¿Por qué esta premura?
Hay como una desesperación
implícita en las políticas del gobierno, sobre todo en aquellas que tienen que
ver con la ampliación de la frontera agrícola. Como si se acabara el tiempo,
pero, qué tiempo, cuál tiempo. ¿El de gobernar? ¿El tiempo
de los compromisos con el lado luminoso del poder y la economía,
así como con el lado oscuro del poder y la economía? No lo sabemos con
exactitud, empero, lo que ha acaecido en el Chaco y la Amazonia boliviana,
expresa patentemente esta premura gubernamental.
Una hipótesis interpretativa
al respecto sugiere que el gobierno y el Estado ya son dispositivos del
despliegue de la crisis ecológica misma, no solamente los
desencadenantes; son parte de la composición de la crisis ecológica
misma. Que haya un gobierno y un Estado que apuestan compulsivamente al desarrollo
los convierte en parte de la composición de la crisis ecológica misma. Es pues
ya un cataclismo el hecho que haya gobiernos y estados que apuestan, se
disponen, y precipitan el desarrollo. En otras palabras, el problema
radica en la conformación misma de estos gobiernos y estados. Es el decurso que
tomaron, a partir de determinados momentos, las sociedades humanas. El decurso
por el fetichismo institucional, por el fetichismo ideológico,
por el fetichismo de la economía. Es cuando, en sus nacimientos, las
sociedades modernas, eligieron el mundo de las representaciones, en vez
del mundo efectivo.
Este es el camino a la
desaparición de la humanidad y de las sociedades humanas. La manera, la
actitud, de cambiar este decurso a la nada, para decirlo de esa manera,
es, como dijo, Walter Benjamín, parar la locomotora desbocada de la historia,
suspenderse en esta detención, liberar al ángel que mira despavorido lo que ha
ocurrido y lo que ocurre, que deje de mirar al pasado, que pueda darse
la vuelta y mire el futuro, lo encare, y construya un porvenir que no
sea el del apocalipsis.
[2] Ver La Amazonia y el Chaco arden, también Los
síntomas del Apocalipsis, sí como Máquinas del ecocidio y
de la subalternidad.
[3] Leer Con 200% de deforestación, Bolivia cambia bosques por
la agroindustria. https://www.paginasiete.bo/sociedad/2019/9/29/con-200-de-deforestacion-bolivia-cambia-bosques-por-la-agroindustria-232500.html.
[4] Ibídem.
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