Más allá del bien y el Mal
Más allá del bien y el Mal
Raúl Prada Alcoreza
Se pierden en la anécdota, en lo que llama la
atención, de acuerdo con las costumbres sensacionalistas. Se ahogan en el
suceso brillante, llamativo, estridente; no son capaces de ver el contexto. Les interesa el drama, sobre
todo de las personas involucradas en la noticia;
no en el hecho. Convierten a los
protagonistas o en demonios o en ángeles, cuando son víctimas de eventos que no controlan, de efectos de masa que no mandan.
Buscan culpables, para descargar sobre ellos su propias frustraciones y miedos.
Los enemigos enfrentados se acusan
mutuamente como que encarnan el mal;
ambos recurren al sensacionalismo para resolver sus problemas que no solucionan
y sus preguntas que no responden. Si se lograra observar detenidamente, sin
prejuicios, se podría ver que estamos ante fenómenos desencadenados por juegos de poder que conspiran, empero
son ineficaces para conseguir sus objetivos geopolíticos, pues no controlan
todas las variables bullentes de la realidad
efectiva.
No hay mal
ni bien, tampoco ni malos ni buenos. Lo que hay es actores en entramados entrelazados que no
controlan, aunque se hagan la ilusión de hacerlo. Lo que hay son pretensiones de verdad que no se
corroboran. También poblaciones crecientes de víctimas de estos juegos de
poder; así como listas interminables de culpables, sobre los que se
descarga la furia justiciera de los que se colocan como jueces inmaculados. A
esta altura de la historia de las sociedades modernas no se ha aprendido que el
castigo no es otra cosa que el
autoflagelo de consciencias culpables,
la búsqueda de la catarsis del espíritu
de resentimiento. Con esto se logra la ilusión provisional de que se ha conseguido
separar, recluir, demarcar o hacer desaparecer al que encarna la culpabilidad, que, por cierto, no puede
ser individual, sino social; es la culpabilidad
que arrastra la sociedad atormentada por sus demonios y también por sus ángeles.
El problema
de los que se creen santos y atacan a
los que consideran demonios es que
requieren de esos demonios para ser santos. Hay pues un matrimonio morboso
entre ángeles y demonios. Ambos son cómplices de su relación perversa; se necesitan, se requieren y se convocan; por
eso se atacan. El santo puede estar
en un lado u en otro, se reclama del sitio donde está y sugiere que su lugar es
el de bien, en contraposición al de
su enemigo, que es el sitio del mal.
Lo anecdótico es que los distintos enemigos
se reclaman de santos y acusan al
contrincante de demonio. Esta
simetría de la acusación, del enfrentamiento y de la guerra nos muestra la complementariedad de su dualidad contrastada.
En cualquier plano donde se pueda observar este
fenómeno reiterativo del esquematismo
dualista del amigo y enemigo se repite esta trama, por lo tanto, también el fracaso
del desenlace pregonado, que seria el
fin del mal, la muerte del demonio y la victoria del bien, de los santos y de los ángeles.
Tanto en el plano de la circunferencia mundial, como en los recortes
nacionales, donde se repite la misma trama,
tanto en el plano político, como en el económico, así como en otros planos
menores, como los relativos a lo ilícito, la trama esquemática dualista se repite. Empero, esto es la
reiteración del mito. A lo largo de
la historia moderna, el mal no ha
sido vencido por el bien, cualquiera
sea el referente de este mal o de
este bien. El mal resurge como el ave fénix. Lo primero que demuestra esta constatación
es que los relatos emitidos están pues equivocados.
El mal no
puede ser vencido existencialmente pues el bien
desaparecería inmediatamente. El bien
existe porque el mal existe, así de
simple en el imaginario del esquematismo
dualista. De lo que se trata entonces, en estas narrativas, es de tener presente el mal como permanente amenaza. Si nos mantenemos en este esquematismo
no hay salida, sino el eterno retorno de
lo mismo; la salida se encuentra en el ir más allá del bien y el mal.
¿Qué es ir más allá del bien y el mal? Lo obvio:
salir del esquematismo dualista. Lo
que implica ingresar a la experiencia de la perspectiva
de la complejidad. Pero, estos horizontes se mueven en la reflexión teórica
o, mejor dicho, en la reflexión de la crítica
teórica. Sin embargo, en este documento buscamos responder a las formas del
esquematismo dualista de la
contrastación moralista entre el bien
y el mal, sobre todo, concretamente,
liberarse de esas formas singulares anecdóticas
sensacionalistas y chantajistas mencionadas. Confesión: no es esta una tarea
fácil; es más, desde las condiciones de
posibilidad del presente hasta puede sugerirse su imposibilidad. De todas maneras, como se dice, no hay peor derrota
que no haber intentado, fuera de la alternativa de recurrir a ensayos teóricos
sobre el tema, donde abordamos la posibilidad desde la perspectiva del
pensamiento complejo. Además de tener a mano los escritos de Friedrich
Nietzsche al respecto[1].
Dejar a los buenos
y malos, a su guerra interminable,
cuyos orígenes se pierden en la memoria, en el mito religioso de su comienzo cosmológico. No es que se tenga que
sustituir por una narrativa auxiliar, que cree superar el esquematismo dualista diciendo que los buenos pueden volverse malos
o los malos volverse buenos, cuyo
enunciado se expresa como que el mal
está contenido en el bien, así como el bien
está contenido en el mal. Esta
supuesta superación dialéctica no es
otra cosa que otra versión del esquematismo
dialéctico. Sino que se trata de
salir de estos contrastes esquemáticos y dualistas, de tener la comprensión de
que no solo se trata del devenir,
sino de que no hay ni bien ni mal, tampoco ni buenos ni malos.
¿Qué es lo que hay? Composiciones múltiples y
singulares subjetivas, basadas en fenomenologías
de la percepción, sustentadas en fenomenologías
corporales. Composiciones que se han invisibilizado u ocultado debido a la
predominancia de la episteme del esquematismo dualista. En este sentido,
se trata de la constitución de sujetos
y de subjetividades en ámbitos de
estructuras, diagramas y cartografías de poder, que se inscriben en las superficies de los cuerpos y se hunden
en los espesores corporales. Estas
constituciones de sujetos no son ni de buenos
ni de malos, aunque el imaginario
institucionalizado así los clasifique. Se trata de subjetividades conformadas en un bullente caldo de contradicciones,
para decirlo de una manera resumida. Al respecto, hay que tener en cuenta que
las subjetividades no se reducen al
perfil de las finalidades, objetivos e intereses que persiguen; esto no solo
sería un esquematismo simple, sino que, al no tener en cuenta la dinámica y compleja arqueología del sujeto,
solo da cuenta de rasgos aparentes y provisionales, entre muchos otros
posibles.
Los sujetos corresponden a espesores de la experiencia
singular y a perfiles de la memoria
singular, que logran configurarse en un momento de la constitución del sujeto. Como dijo Michel Foucault, hay
distintos posicionamientos del sujeto. Lo importante de esta definición estriba
en la complejidad dinámica del sujeto;
es decir, en su composición variable, a pesar de las lecturas de las
clasificaciones institucionales. Para decirlo de una manera ilustrativa,
podemos sugerir que el sujeto,
teniendo en cuenta el referente emocional, psicológico y cognitivo de este
concepto, no es interpretable, incluso teniendo en cuenta las interpretaciones
del psicoanálisis. No se puede interpretar lo complejo y lo abigarrado;
el límite posible se encuentra en la fotografía, es decir, en la imagen transversal,
en un momento dado; en el mejor de los casos, en la secuencia de imágenes de la
imagen-movimiento, que es el cine.
Pero, ni la fotografía ni el cine pueden darnos una idea compleja de lo que es el sujeto,
tan solo pueden figurarlo, de una manera estática y repetitiva, o de una manera
secuencial y cambiante, en la linealidad de un decurso.
Volviendo a las consecuencias concretas de las
aseveraciones hipotéticas e interpretativas que emitimos, recogemos un
posicionamiento crítico, que hicimos conocer en otros escritos: no se puede juzgar salvo desde la posición del poder. No se puede juzgar a un individuo como bueno o malo, porque nos es ni bueno
ni malo, sino mucho más. Es el
decurso del drama que desatan sus
acciones, que a partir de un determinado momento de la trama ya no controla. En el marco de la malla institucional donde habita y se mueve, sus acciones van a ser
clasificadas y valoradas desde la perspectiva
moral y legal del bien y el mal. Esté o no de acuerdo el sujeto singular, inculpado, con estas
clasificaciones y definiciones sobre lo qué es, la ley o el poder terminan
definiendo su destino; como delincuente
tiene que ser castigado o en su caso, por los atenuantes ser exonerado.
Para decirlo directamente, en realidad, el problema de toda esta trama y este drama
no radica en el delincuente o en el criminal, sino en el juez, el acto de juzgar. Siguiendo con
el leguaje directo, lo que se juzga
no es tanto el objeto explícito y el sujeto señalado del juicio, el delito, o el sujeto del delito, el delincuente,
sino, de manera, velada y opaca, el juez
se juzga a sí mismo. Transfiere su
propia culpabilidad a la culpa
desmesurada del delincuente o criminal. Como dijimos antes, se trata
de una catarsis.
No se trata de juzgar,
de castigar, de penar, si se busca una solución radical al problema – asumiendo lo radical como relativo a la raíz -; sino de resolver la problemática
que sostiene este tipo de prácticas sociales, denominadas ilícitas o prohibidas. Lo que no se puede perder de vista, si que
quiere ser objetivo, como se dice, es
que buenos y malos emergen de la misma sociedad. Entonces, ¿qué pasa en la
sociedad para que se den perfiles tan contrastados? Una hipótesis aparentemente
dura diría que la sociedad requiere de buenos
y malos para reproducirse. Esta tesis es insostenible incluso en el caso
de que se dijera que la sociedad requiere clasificar a buenos y malos,
separarlos y distinguirlos, para reproducirse. Desde nuestra premisa, si no hay
ni buenos ni malos, entonces todo apunta a que la sociedad no se quiere conocer,
no quiere comprender y entender lo que es. Prefiere tener una imagen o secuencia de imágenes, una trama, una narrativa, que le ayuda a simplificar el problema y la permite no solo calificar sino desatar acciones.
Se trata de una sociedad que no quiere conocerse, sino
que prefiere suponer que se conoce. En resumidas cuentas, una sociedad que
asume la imagen en el espejo de sí
misma, desembarazándose de la tarea urgente de conocerse tal como es. En este sentido, se puede hablar de
una sociedad que tiene miedo a conocerse. En consecuencia, la clave está en el
miedo no confesado de esta sociedad. ¿Por qué tiene miedo a conocerse? En pocas
palabras, a la sociedad moderna, le aterra sentirse,
sentir su corporeidad; le aterra asumirse. Se trata de una sociedad que
prefiere el mundo de las representaciones
y rechaza el mundo efectivo.
Volviendo a la pregunta: ¿qué es ir más allá del bien y el mal? Desde Friedrich Nietzsche sabemos que se
trata de ir más allá de la perspectiva
moral. Plantear los problemas, mas bien, desde una perspectiva estética, sobre todo teniendo en cuenta la voluntad de potencia, que es fuerza creativa vital. En términos concretos,
que es lo que buscamos, se trata no de juzgar,
que parte de la perspectiva moral o,
considerando un alcance mayor, que parte de la perspectiva filosófica. Sino de apreciar, analizar, comprender y
hacer la crítica de las fuerzas en juego y en concurrencia, que definen campos complejos y entrelazados de fuerzas.
Estamos
entonces ante formas singulares de composiciones
de fuerzas. Estamos ante el acontecimiento
que contienen dinámicas de múltiples singulares composiciones y combinaciones
de fuerzas. Un hecho cualquiera
responde al devenir de singulares composiciones de fuerzas. Si
se quiere interpretar entonces un hecho
o un conjunto afín de hechos, que se
deben descifrar, por así decirlo, hay que hacerlo por su sintomatología de las fuerzas. Los hechos, entonces, nos muestran
el entramado de fuerzas, sus tramas inherentes y sus desenlaces posibles. Cuando se juzga los
hechos desde una perspectiva moral se pierde la riqueza de las dinámicas inherentes a sus contenidos y espesores; la mirada se
queda en el perfil sencillo de una interpretación esquemática y dual, reducida
a la teología del bien y del mal. Entonces, a pesar de que se satisface el deseo de una
explicación cualquiera, se está muy lejos de una interpretación adecuada, que
requiere de la hermenéutica de la
complejidad.
Por
ejemplo, los hechos calificados por
el enfoque moral, el enfoque jurídico
y el enfoque policial, como delincuenciales
y criminales; desde la perspectiva genealógica o crítica de la genealogía de la moral se
convierten en constelaciones y configuraciones de composiciones de fuerzas.
Desde la perspectiva de la dinámica de
las fuerzas, de la crítica de las
dominaciones, de la crítica del poder,
los hechos nos muestran lo que
producen las fuerzas. La producción avasalladora
en la historia moderna es las genealogías de las dominaciones. Cuando estamos
ante hechos calificados por delincuenciales
por el discurso jurídico-policial estamos
ante composiciones de fuerzas singulares donde las fuerzas separadas de su potencia,
por lo tanto, también de su voluntad,
las fuerzas vaciadas de lo que pueden, convertidas en fuerzas nihilistas, definen configuraciones de dominación, en este
caso, de la dominación de las fuerzas
decadentes.
La
pregunta: ¿En estas condiciones de
imposibilidad es posible el triunfo de la lucha contra la delincuencia y el
crimen, por ejemplo, es posible la
victoria de la lucha contra el narcotráfico? Cuando los hechos nos muestran
descarnadamente la dominancia de las fuerzas vaciadas de su contenido, por lo tanto,
nihilistas, sobre todo decadentes, la respuesta a esta
dominancia, por ejemplo las respuestas jurídicas, política y policiales parecen
estar destinadas al fracaso. Estas respuestas estatales, institucionales,
también del orden mundial, parecen
ser, mas bien, simétricas, es decir,
el espejo del referente, contra lo
que se lucha. Entonces, lo perverso de esta lucha, es que repite, en códigos
institucionales lo que ocurre en códigos
no-institucionales. Dicho de manera directa y brutal diríamos que las
respuestas jurídicas, políticas y policiales repiten, como hermanas gemelas, los
hechos de la perversión del poder.
No
se trata pues solo de una fatalidad,
tampoco de una tragedia, en el sentido griego, así como tampoco se trata solo
de una paradoja, sino que estamos
ante el secreto mismo del misterio del poder y de las dominaciones. Dicho de manera simple,
cuando la fuerza es separada de su
potencia, de lo que puede, de su voluntad
inherente, cuando se convierte en una fuerza vaciada, en una fuerza nihilista, entonces el decurso de
estas fuerzas dominantes deviene en la dialéctica
de la decadencia. Lo extraño, aunque explicable, es que estos desenlaces
nihilistas son expresados en discursos aparentemente contrastados, opuestos,
antagónicos y enemigos. Este compartir de la legitimación de la decadencia,
por una versión u otra, por ejemplo, una versión de “derecha” o una versión de
“izquierda”, evidencia la concomitancia de estas ideologías encontradas con la autocomplacencia
de la decadencia.
Estas
autocomplacencias ideológicas, pueden adquirir alocuciones más pedestres, por
ejemplo, jurídicas, políticas y policiales, menos filosóficas, pueden
esforzarse ser “verdaderas” en la recurrencia del monopolio de las
instituciones y de los medios. En la provisionalidad de una coyuntura tienen
estos procedimientos y metodologías de montaje la ventaja de presentarse en el espectáculo virtual de la cultura banal. La sociedad institucionalizada es vulnerable ante la proliferación de chantajes emocionales, ideológicos y
morales del Estado; se rinde ante estos chantajes; entonces los acepta por
miedo, sin embargo, no por convencimiento.
Por
cierto, evidentemente, lo que decimos, nada tiene que ver con la apología de la
delincuencia, del crimen, del narcotráfico; algo que esta más cerca de los medios de
comunicación, así como paradójicamente, de las instituciones estatales. Lo que
decimos es crítica de las pretensiones de
verdad de la moral, de la ideología
jurídica-política, de los prejuicios operativos policiales. Lo que decimos
es que esta ideología, estos
prejuicios, estas acciones operativas, no son más que la repetición simétrica
de lo que dicen que combaten.
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