Los aparatos de captura y las máquinas de guerra

Los aparatos de captura 

y las máquinas de guerra

 

 

Raúl Prada Alcoreza

 

 

 





 

 


 

¿Qué es el Estado?

 

¿Qué es el Estado? Es obviamente más que un aparato de captura, que es la definición que dan Gilles Deleuze y Felix Guattari. En sus cursos publicados en dos tomos, titulados Derrames, uno y dos, Deleuze habla de forma-Estado y lo distingue de la forma-ciudad. Dice que ambas formas son distintas, vale decir, que la forma-Estado responde a una conformación territorial y la forma-ciudad, en cambio, no tiene territorio sino más bien circuitos. Puede tratarse de ciudades comerciales o ceremoniales o de otro tipo. El caso es de que la forma-ciudad se opone a la forma-Estado. Ahora bien, la forma-Estado puede conquistar a la forma-ciudad, el Estado conquistar ciudades. La forma-Estado aísla puntos y los conecta a otros agenciamientos, los conecta al territorio.  Ambas formas contienen poderes, ejercen poder, pero, lo hacen de manera diferente. Por otra parte, distingue estas formas, estas conformaciones del poder de las sociedades sin Estado y de las sociedades contra el Estado, para decirlo de manera simple e ilustrativa, hablaremos de sociedades nómadas o, en todo caso, de sociedades itinerantes.


Las sociedades contra el Estado, siguiendo a Pierre Clastres, tienen conciencia del peligro de la emergencia del Estado, por eso lo evitan. Tienen procedimientos para lograrlo, que son las jefaturas, en otras palabras, las rotaciones de mando. Cómo ocurre esto o, más bien, por qué ocurre esto. La respuesta se halla en la tesis de que se trata de coexistencias simultáneas.

 

En uno de los libros citados, en Derrames II, Deleuze dice:

“Aquí que ya tengo cuatro formaciones. Avanzamos. Aquí puedo reagrupar lo que buscaba, la especie de tipología social en la que todo coexiste. Tengo una formación llamada primitiva. Llamaría formación primitiva a la que descansa sobre mecanismos de anticipación-conjuración. Llamaría formación estatal a las formaciones que descansan sobre aparatos de captura transversales, verticales, recayendo la captura tanto sobre las territorialidades primitivas como sobre las redes de ciudades, sobre una parte de ellas. En tercer lugar, llamaría formación-ciudad a los instrumentos de polarización constitutivos de los circuitos. Todo eso que coexiste. Los estados llegan a recortar los circuitos, los circuitos atraviesan los estados, etc. Ven entonces que tengo: mecanismos de anticipación-conjuración, aparatos de captura, instrumentos de polarización. Hacen falta todos para hacer un mundo”[1].

 

Por otra parte, habla de formaciones ecuménicas. No olvidar que la ecúmene es el mundo habitado, entonces, hay formaciones que atraviesan el mundo habitado. Deleuze se refiere a las formaciones internacionales, que es mejor llamarlas formaciones ecuménicas; se trata de aquellas formaciones que traspasan todas las formaciones anteriores, que las atraviesan, que están como montadas, además de atravesarlas, sobre todo, que pasan por todas partes, que atraviesan todo.

 

¿Estas cuatro formaciones sociales que existen son las únicas o hay otras más? Por supuesto que hay otras más, por ejemplo, podemos hablar de las formaciones sociales de enclave, que son aquellas que se dan lugar a partir de la expansión ecuménica del sistema mundo capitalista en el interior de las geografías políticas nacionales, es decir de las geografías políticas de los Estados nación. Hemos hablado aquí de dos situaciones, que tienen que ver con la formación social ecuménica, correspondiente a las relaciones internacionales y la formación social devenida de la inversión de las empresas transnacionales extractivistas, en las geografías políticas nacionales de lo que se viene llamar la periferia del sistema mundo capitalista. Llamemos a estas formaciones sociales formaciones sociales de enclave, puesto que son enclaves conformados de una manera externa, de un modo exógeno, respecto a la formación social abigarrada de los países de la periferia del sistema mundo capitalista. 

 

Ahora bien, ¿qué implican estas formaciones sociales de enclave? ¿Cómo afectan a la propia formación histórico social del país en cuestión? ¿Cómo se relacionan con la formación social ecuménica? ¿Sobre todo cómo se relaciona con la forma-Estado? ¿De qué manera la afecta en su composición y en su desenvolvimiento, en su estructura de poder y en su despliegue político? 


Si revisamos la historia del continente de Abya Yala sabemos que el Estado moderno llega del exterior exógeno, ligado con la conquista y la colonización; aunque digamos que, en principio, con la conquista y la colonización se implantan estructuras estatales, que son la expansión de la monarquía absoluta o la expansión del imperio ibérico. Son las guerras de la independencia y las derrotas de los ejércitos realistas lo que trae como consecuencia política la instauración de los Estados modernos y las constituciones liberales. El punto aquí es que se trata de conformaciones políticas exógenas, pero también endógenas, en la medida que se produce una combinación con la forma social abigarrada colonial. 

 

Más tarde, sobre todo después de la revolución industrial británica, se da lugar a la demanda de materias primas para abastecer esta revolución industrial, también la demanda de fertilizantes para incorporarlos en la expansión agrícola y en la producción agrícola, que tiene que mantener a una población trabajadora en crecimiento, además de la población urbana, también en crecimiento. En este sentido, se pasa de la explotación de la plata a la explotación del estaño, más tarde, con la continua revolución industrial y sus consecuencias, con la sustitución de la energía del vapor por la energía fósil, la demanda va a situarse en la demanda de los hidrocarburos, sobre todo del petróleo. Todo este desarrollo del capitalismo en la periferia del sistema mundo capitalista va a traer como consecuencias la transformación de las llamadas formaciones sociales de enclave, su expansión, incluso su incidencia en la estructura económica nacional, a tal punto que se puede hablar de estructuras económicas dependientes, cuya composición básica es el extractivismo.

 

Las repúblicas independientes van a sufrir también su propia metamorfosis estructural institucional y política, además de jurídica. en pocas palabras, se han de convertir en dispositivos del desarrollo capitalista, cuya acumulación ampliada se da en los centros cambiantes del sistema mundo capitalista. En ese sentido, podemos decir, a diferencia de Deleuze, que las formaciones sociales no sólo coexisten, sino que se inbrincan, se entrelazan, conformando entramados abigarrados y barrocos en toda la estructura estatal. Primero, se convierte al Estado en un dispositivo de la acumulación ampliada de capital, al servicio de la expansión demoledora de las empresas extractivistas. Segundo, las formaciones sociales de enclave se imbrican con la formación histórica y social del país en cuestión, a tal punto que la formación histórica social se transforma, pareciendose más, para ilustrar figurativamente, a los enclaves que se han instalado en el país. En otras palabras, el país cada vez más se parece a un campamento minero o petrolero.

 

Desde hace un tiempo se ha venido usando la siguiente metáfora ilustrativa, la de entender al Estado como un campo de batalla. En la medida que las formaciones sociales de enclave se expanden al Estado, convirtiéndolo en un dispositivo de la acumulación ampliada de capital, al servicio de los centros cambiantes del sistema mundo capitalista. En la medida que se desenvuelven las contradicciones internas de la formación histórica-social del país, inciden en la composición, pero también en el comportamiento del Estado, a tal punto que este macro dispositivo institucional se convierte en un campo de batalla. Se modifica su composición y su inclinación política a hasta el punto de que se busca lo que se ha venido en llamar la independencia económica del país, que tiene como finalidad la soberanía. Es en este contexto espacio-temporal que podemos situar a los periodos de los gobiernos nacional populares, también al periodo inicial de la teoría de la dependencia, teoría crítica de la dependencia, que tiene como concepto global el concepto de sistema mundo, que conforma centros y periferias, centros dominantes y periferias dominadas.

 

Nuevamente la pregunta, ¿qué es el Estado? Es un macro-dispositivo que captura territorios, que captura poblaciones, que captura pueblos, que no es lo mismo que poblaciones, que captura ciudades, también captura sociedades, así como captura comunidades campesinas. 

 

¿Cuáles son las condiciones de posibilidad de la forma-Estado? ¿Si partimos de que el Estado es una máquina de captura, la máquina de captura es anterior al Estado o el Estado es el que construye la máquina de captura? Podemos suponer, desde una interpretación hipotética, que se va armando, poco a poco, la máquina de captura; en la medida que se va armando la máquina de captura se van creando las condiciones para el nacimiento del Estado. Para que el Estado funcione se requiere de la masa de funcionarios a su servicio, de escribamos a su servicio, de cobradores de impuestos y tributos a su servicio. ¿Cómo se forma esta masa de funcionarios? ¿Cómo aparece? ¿Qué lo hace aparecer? ¿Se trata de la ruptura de las jefaturas? Cuando un clan rompe el pacto entre clanes y se convierte en dinastía. Al pasar de la rotación a la retención del mando, a la centralidad, se requiere de una narración que justifique esta usurpación. Se requiere comenzar con el mito, el mito de la descendencia divina. Mito indiscutible que se impone sobre los súbditos y contra los clanes, para controlar a las jefaturas y hacerlas desaparecer. La dinastía captura la tierra y exige tributo por su posesión a las comunidades. Los funcionarios se forman en ese ínterin, son los eunucos que ayudan al control y ayudan a ejercer la usurpación, ayudan al viabilizar la tributación. El nacimiento del Estado radica en la usurpación. Se produce la primera gran desterritorialización al apropiarse de los territorios. Al sobre-codificar los códigos, que antecedieron en las sociedades territoriales. 

 

Estos funcionarios no pueden aparecer si no en las ciudades, en las urbes, son hijos de las urbes donde se producen una serie de mediaciones. También los escribas son hijos de las ciudades. Así como los sacerdotes aparecen en urbes, aunque tengan sus antecedentes en el sustrato de los chamanes, que en todo caso son algo distinto, son un perfil diferente, puesto que estos últimos están conectados con la magia. En cambio, los sacerdotes están conectados con la religión.

 

Desde esta persectiva, el Estado viene a ser una irrupción, que integra y articula varios procesos, que tienen que ver con la urbe, con las ciudades, que pueden ser ceremoniales o, más bien, de intercambio. El Estado es una irrupción sintética de una composición, que conecta varios procesos de mediación, de interpretación, de sobre-codificación, de reglas y leyes, de obligaciones tributarias. 

 

El Estado se corresponde también con una estructura imaginaria y una armadura cultural, sobre todo por la conjunción ritual de símbolos y simbolizaciones, así como de alegorías simbólicas. Se puede decir que no se toma conciencia inmediata del nacimiento del Estado. Esta conciencia es posterior, supone la experiencia del Estado. Es cuando se le da un nombre, como si este nombre escondiera todos los secretos, sin embargo, solo es un nombre, una configuración imaginaria que esconde sus procesos prosaicos y sus mediaciones burocráticas.

Nuevamente la pregunta, ¿qué es el Estado? Ahora lo vamos a hacer desde la perspectiva conceptual, no necesariamente desde el arqueología del concepto de Estado, sino desde un cuadro más restringido, que tiene que ver con el concepto vertido por la ciencia política y usado por la historia. El Estado es un concepto que se refiere a una institución ya constituida. El concepto de Estado se define según su estructura y funcionamiento, que puede entenderse también de acuerdo con la composición de sus funciones. El concepto ya supone la historia del Estado, también su genealogía. Pero, lo que se olvida el concepto es precisamente lo que corresponde a los procesos inherentes a la formación del Estado, procesos inherentes de su composición, que siempre se da de manera singular. Se podría decir que es un juego entre azar y necesidad. 

 

Los primeros Estados, seguramente los más antiguos, han tenido un recorrido más casual que causal, es decir, más casualista que causalista. Sin embargo, una vez constituidos, se reproducen por imitación, por así decirlo. Los pueblos que constituyeron estas máquinas de captura no eran conscientes de que conformaban un Estado. Seguramente la concepción que tenían era muy distinta a lo que le atribuye la historia como concepto de Estado, también la ciencia política. El problema radica que, en la actualidad, se le atribuyen a esas mega-máquinas antiguas el contenido teórico del concepto Estado, que es un concepto universal.

 

En la historia de las civilizaciones, los Estados se han dado de manera singular, como hemos dicho, de manera concreta, respondiendo a sus propios procesos articulados, adquiriendo un perfil propio en su propia trayectoria histórica. Incluso lo que decimos podemos afirmar respecto a los imperios antiguos, que, aunque sean definidos como imperios y tengan analogías, son distintos, son singulares. Esto no quiere decir, de ninguna manera, que son lo mismo, por ejemplo, no se puede comparar y decir que es lo mismo el imperio mongol de Gengis Kan con el imperio romano, tampoco se puede comparar y hacerlos parecer, hacerlos equivalentes, al imperio chino antes y después de la invasión de los mongoles. Y así sucesivamente, podemos llegar hasta los últimos imperios antiguos, incluso en la modernidad. Retrospectivamente compararlos con las sociedades de Mesoamérica y de la región andina. En la modernidad, por ejemplo, podemos citar al anacrónico imperio zarista, que se derrumba en 1917 con la revolución proletaria y campesina. Así mismo podemos contar como los últimos imperios antiguos, aunque en el contexto de la modernidad, con el imperio austrohúngaro y con el imperio otomano. Ninguno de estos imperios es equivalente, son singulares a pesar de sus analogías. Sus diferencias nos plantean la variabilidad histórica y las composiciones diferenciales. Las analogías, pueden mantenerse con fines comparativos, pero no de equivalencia.

 

Lo mismo podemos decir, y mucho más, respecto a los Estados, a la forma Estado. Para comenzar hay una gran diferencia entre la forma de Estado antigua y la forma de Estado moderna. Por otra parte, como hemos dicho, los Estados antiguos también son diferentes, son singulares, de la misma manera, lo son los Estados modernos, que se consideran repúblicas modernas. A pesar de que se parecen por ejemplo en su Constitución liberal, en la división de poderes, en los contrapesos entre poderes, aunque esto sea no otra cosa que un ideal jurídico político. Si acercamos la mirada a la historia política de cada uno de estos Estados, vamos a visualizar sus singularidades y diferencias. No escapan al condicionamiento de sus formaciones sociales y de sus propias trayectorias históricas. En consecuencia, como una vez dijimos, no se trata de interpretar teóricamente, de comprender, de entender y de conocer el acontecimiento estatal desde sus analogías, desde el carácter de sus regularidades generales, sino se trata de comprender, entender y analizar sus diferencias, sus excepciones. Se trata de algo distinto, para comprender y abordar la crítica del Estado es indispensable visualizar y explicar sus singularidades.

 

Más arriba, dijimos que al continente de Abya Yala la forma-Estado, como tal, llegó con la conquista y la colonización, que los Estados modernos, aunque derivaron de las guerras de la independencia, no dejan del ser exógenos, llegadas externas, obviamente matizando con lo que ocurre, de manera interna, en las formaciones sociales coloniales, que ya son barrocas. Sin embargo, de entrada ya vemos diferencias entre los Estados modernos, por ejemplo entre la República de los Estados de la Unión de Norteamérica y la repúblicas al sur del Río Grande, en lo que se va a conocer como América latina y el Caribe. No solo se trata de distintos periodos, siglo XVIII, en la conformación de la República de los Estados Unidos del Norte América, y el siglo XIX, en lo que corresponde a las flamantes repúblicas latinoamericanas, sino también se trata, sobre todo, de composiciones y de perfiles distintos, de acuerdo con sus formaciones sociales concretas, de acuerdo con sus propias trayectorias, económico, políticas y culturales, así como con las propias resoluciones de las correlaciones de fuerza. Para dar ejemplos, podemos decir que encontramos diferencias entre los Estados Unidos de México y la República Federal de Brasil. Yendo con los ejemplos federales, podemos ver que hay diferencia entre la República Federal de Brasil y la República Federal de la Argentina. ¿En qué radican estas diferencias? 

 

No solo se trata de la abdicación al trono del emperador de Brasil, si no a la historia, a la conformación de las repúblicas federales, que responden a distintas correlaciones de fuerza, a distintas resoluciones de estas correlaciones de fuerza, en distintos momentos y periodos. La guerra gaucha en Argentina contra Buenos Aires da una clave de las luchas entorno al federalismo, lo que se entendía por federalismo, también es clave para entender el alcance de lo que se consideraba que debería ser la patria. La proyección e irraadiación del ámbito geográfico territorial gaucho, el espacio de  relaciones de los gauchos de Argentina, de lo que es Uruguay hoy, de lo que es el sur de Brasil y el sur de Bolivia, además de lo que ocurría en Paraguay, nos muestra el alcance de la proyección de las guerras gauchas y de su concepción de federalismo, que es distinta a la concepción de la oligarquía bonaerense.

 

Algo parecido pasa con los estados no federales, las repúblicas no federales. Las diferencias saltan a la vista cuando comparamos la República de Bolivia con la República de Chile, la República del Perú y la República de Ecuador. También podemos hacer los mismo, encontrar las diferencias, respecto a la República de Colombia, lo mismo podemos decir respecto a la República de Venezuela. Saltan nuevamente a la vista las diferencias históricas, políticas y culturales, sobre todo económicas, a pesar de las analogías y parecidos, además de equivalencias estructurales. Las diferencias concretas son, por así decirlo, determinantes. Incluso ahora, si comparamos la Constitución plurinacional de Ecuador y la Constitución plurinacional de Bolivia; no solamente vamos a encontrar diferencias en sus constituciones, a pesar de que se declaran Estados plurinacionales, sino vamos a encontrar diferencias importantes en la composición de sus cartografías políticas, es decir, de sus perfiles institucionales políticos. Incluso si estas diferencias fueran de detalle, podemos decir que el secreto está en el detalle, el demonio está en el detalle. Hay que atender los detalles para comprender la incidencia en la situación, el contexto y la composición de cada uno de los Estado nación, incluyendo a los Estados llamados plurinacionales.

 

Si nos trasladamos de continente, vamos a encontrar también diferencias en la composición, perfil y resolución jurídico-política e histórica-política de los Estados nación. ¿Dónde apuntamos con todo esto? Para decirlo fácilmente y de manera simple, aunque ilustrativa, apuntamos a una interpretación diferencial de la conformación de los Estados, interpretación teórica que ponga atención en las singularidades.

 

 

La máquina de guerra y los aparatos de captura

 

En Capitalismo y esquizofrenia, tomo dos, Mil mesetas, de Gilles Deleuze y Félix Guattari, se proponen axiomas, proposiciones y problemas como composición narrativa de la estructura de la exposición. En el capítulo Tratado de nomadología: La máquina de guerra, al primer axioma dice: La máquina de guerra es exterior al aparato de Estado. La primera proposición dice: Esta exterioridad se ve confirmada, en primer lugar, por la mitología, la epopeya, el drama y los juegos. El primer problema dice: ¿Existe algún medio de conjurar la formación de un aparato de Estado o de sus equivalentes en grupo? La segunda proposición responde: La exterioridad de la máquina de guerra es igualmente confirmada por la tecnología. La tercera proposición establece: La exterioridad de la máquina de guerra también es confirmada por la epistemología, que deja presentir la existencia y la perpetuación de una ciencia menor o nómada. El segundo problema es planteado de la siguiente manera: ¿Existe un medio de sustraer el pensamiento al modelo de Estado? La cuarta proposición dice al respecto: La exterioridad de la máquina de guerra es confirmada finalmente por la noología. El axioma dos establece que: La máquina de guerra es una invención de los nómadas, en la medida en que es exterior al aparato de Estado y distinta de la institución militar. Como tal, la máquina de guerra nómada tiene tres aspectos, un aspecto espacial geográfico, un aspecto aritmético o algebraico, un aspecto efectivo. Al respecto, la proposición cinco responde: La existencia nómada efectúa necesariamente las condiciones de la máquina de guerra en el espacio. La proposición seis dice: La existencia nómada implica necesariamente los elementos numéricos de una máquina de guerra. La proposición siete dice: La existencia nómada tiene por afectos las armas de una máquina de guerra. El problema tres se plantea lo siguiente: ¿Cómo los nómadas, inventan o encuentran sus armas? La proposición octava responde: La metalurgia constituye, de por sí, un flujo que converge necesariamente con el nomadismo. El axioma tres establece que: La máquina de guerra nómada es como la forma de expresión, de la que la metalúrgica itinerante sería la forma de contenido correlativa. La novena proposición dice: La guerra no tiene necesariamente por objeto la batalla, y, sobre todo, la máquina de guerra no tiene necesariamente por objeto la guerra, aunque la guerra y la batalla puedan derivar de ellas necesariamente, bajo ciertas condiciones. 


Los autores mencionados, reflexionando sobre la comparación entre las máquinas de guerra y los aparatos de Estado, dicen: Que se constatará que la guerra no está incluida en este aparato. O bien el Estado dispone de una violencia que no pasa por la guerra: Más que guerreros, emplea policías y carceleros, no tiene armas y no tiene necesidad de ellas, actúa por captura mágica inmediata, capta y liga, impidiendo cualquier combate. O bien el Estado adquiere un ejército, pero que presupone una integración jurídica de la guerra y la organización de una función militar. En cuanto a la máquina de guerra en sí misma, parece claramente irreductible a aparato de Estado, exterior a su soberanía, previa a su derecho: Tiene otro origen.

 

Después escriben, retomando a Dumézil, que hay tres pecados del guerrero en la tradición indoeuropea: Contra el rey, contra el sacerdote, contra las leyes derivadas del Estado. Definiendo al guerrero, dicen que, atrapado entre los dos polos de la soberanía política, el hombre de guerra aparece desfasado, condenado, sin futuro, reducido a su propio furor, que vuelve contra sí mismo. Los descendientes de Heracles, Aquiles y luego Ajax, todavía poseen fuerzas suficientes para afirmar su independencia frente a Agamenón, el hombre del viejo Estado, pero no pueden nada frente a Ulises, el hombre del naciente Estado moderno, el primer hombre de Estado moderno. Ulises heredará las armas de Aquiles, para modificar su uso, someterlas al derecho de Estado, no Ajax, condenado por la diosa a la que ha desacatacado, contra la que ha pecado. 

 

En relación con las sociedades contra el Estado, recogiendo la lectura de Pierre Clastres, dicen que conjurar la formación de un aparato de Estado, hacer imposible esa formación, sería el objeto de un cierto número de mecanismos sociales primitivos, incluso si no tienen una conciencia clara de ellos. Es decir, que las sociedades contra el Estado tienen conciencia de esta posibilidad, de la emergencia del Estado, que está contenido como posibilidad inherente a las relaciones sociales. Por lo tanto, hay que conjurarlo, hay que impedir que nazca, por eso conspiran contra el Estado. Después dicen que Clastres considera que en las sociedades “primitivas” la guerra es el mecanismo más seguro para impedir la formación del Estado: La guerra, mantiene la dispersión y la segmentariedad de los grupos; el guerrero está atrapado en un proceso de acumulación de sus hazañas, que le conducen a una soledad y una muerte prestigiosas, pero sin poder. Clastres puede, pues, invocar un derecho natural, pero invirtiendo la proposición principal: Así como en Hobbes, donde claramente el Estado existía contra la guerra, la guerra se da contra el Estado, lo hace imposible. De esto, no debe deducirse que la guerra sea un estado natural, sino, al contrario, que es el modo de un estado social, que conjura e impide la formación del Estado. 

 

Contemporáneamente también se podría oponer, entre los hombres más cultivados, la forma de mundanidad y de sociabilidad: Los grupos mundanos no difieren mucho de las bandas y proceden por difusión de prestigio, más bien, que por diferencia a centros de poder, como sucede en los grupos sociales. 

 

Contra la historia del Estado y contra la teoría del Estado, desde la ciencia política, dicen: Parece evidente que el Estado surge de pronto, bajo una forma imperial, no remite a factores progresivos. Su aparición in situ es como un acto genial, el nacimiento de Atenea. También están de acuerdo con Clastres cuando muestra que una máquina de guerra está dirigida contra el Estado, deviene contra Estados potenciales, cuya formación conjura de antemano, sobre todo, contra los Estados actuales, cuya destrucción se propone. 

 

Hay que anotar que, en el mundo moderno, éste nos ofrece hoy en día imágenes, particularmente desarrolladas, de estas dos direcciones, hacia máquinas mundiales ecuménicas, pero también hacia un “neoprimitivismo”, una nueva sociedad tribal, tal como la describe Mac Luhan. 

 

Respecto de las máquinas de guerra y las sociedades contra el Estado, Deleuze y Guattari definen cuatro características importantes; primero, que su modelo sería sobre todo hidráulico, una característica inicial, de ser una teoría de los sólidos, que considera los flujos como un caso particular; en efecto, el átomo antiguo es inseparable de los flujos, el flujo es la propia realidad o la consistencia. En segundo lugar, se trata de un modelo de devenir y de heterogeneidad, que se opone al modelo estable, eterno, idéntico constante. En tercer lugar, ya no se va de la recta a sus paralelas, en un flujo, sino de la declinación curvo-línea a la formación de las espirales y torbellinos en un plano inclinado: La mayor inclinación para el ángulo más pequeño, de la turba al turbo: Es decir, desde todas las bandas o manadas de átomos a las grandes organizaciones turbulentas. El modelo es turbulento, en un espacio abierto, en el que se distribuyen las cosas, flujo en lugar de distribuir un espacio cerrado para cosas lineales y sólidas. En cuarto lugar, el modelo es problemático y ya no teoremático: Las figuras solo son consideradas en función de los afectos, que se producen en ellas, secciones, poblaciones, funciones, proyecciones. 

 

Ibn Khaldoun define la máquina de guerra nómada por las familias o linajes más el espíritu de cuerpo. La máquina de guerra mantiene con las familias una relación muy diferente de la que tienen respecto del Estado. En la máquina de guerra la familia, en lugar de ser una célula de base, es un vector de banda, por eso, una geología, pasa de una familia a otra, según la capacidad de tal familia, en tal momento, para realizar el máximo de solidaridad agnática. 

 

Respecto a la condición epistemológica, Deleuze y Guattari escriben: Husserl habla de una protogeometría, que se dirigía a esencias morfológicas difusas, es decir, vagabundas o nómadas. Después dicen: Que las esencias difusas entrañan las cosas, una determinación que es más que la cosa, que es la de la corporeidad, que quizás incluso implica un espíritu de cuerpo. ¿Pero, por qué Husserl concibe una protogeometría, una especie de intermediario, en el intervalo hacia una ciencia pura? ¿Por qué hace depender las esencias puras de un paso al límite, cuando todo pasó al límite pertenece como tal a lo difuso? Estamos ante dos concepciones de la ciencia, formalmente diferentes y ontológicamente un mismo y único campo de interacción, en el que una ciencia es Estatal, no cesa de apropiarse de los contenidos de una ciencia nómada difusa y en el que una ciencia nómada no sabe hacer huir los contenidos de la ciencia Estatal. 

 

Para Deleuze y Guattari la condición nómada atraviesa varios planos de intensidad, y podríamos decir también varios espesores de intensidad. No solamente se trata del espacio, de la tierra, de los territorios, sino también de ámbitos de relaciones, de distintos ámbitos de agenciamientos, que, cuando cruzado el límite, pasando el umbral, pasa a otro agenciamiento, por lo tanto, si se quiere, se pasa a otra composición de relaciones sociales. En lo que respecta a lo que sucede desde la perspectiva epistemológica, distinguen ciencia nómada y ciencia estatal. La ciencia nómada está íntimamente vinculada con la experiencia y la técnica, pero también con asociaciones que se forman como bandas, como bandas nómadas. No están apegadas a conceptos estables, institucionalizados, sino, más bien, se trata de configuraciones difusas, donde los conceptos pueden variar, incluso un mismo concepto puede variar de sentido. Estamos ante concepciones fluidas en constantes devenir.

 

La relación con los instrumentos y los materiales es distinta entre los nómadas y las organizaciones estatales. A la pregunta de dónde encuentran las armadas los nómadas, es decir, las máquinas de guerra propiamente dichas, no el ejército, no la organización militar, que supone el Estado, que se ha apropiado de la máquina de guerra y la ha reducido a una organización militar, sometida al Estado, Deleuze y Guattari dicen que: Las armas las construyen a través del dominio de la metalurgia, que requiere un tipo de asociación, un tipo de conocimiento de los minerales y los metales, un tipo de saber al respecto, que no supone el Estado, sino conocimiento en constante movimiento e interacción con la experiencia de los materiales. 

 

Dicen que se podría hablar de un filium o de una familia tecnológica, cada vez que nos encontramos ante un conjunto de singularidades, prolongable por operaciones, que convergen y las hacen converger en uno o varios rasgos de expresión asignables. Después dicen: Cada filium tiene sus singularidades y operaciones, sus cualidades y rasgos, que determinan la relación del deseo con el elemento técnico; los afectos del sable no son los mismos que los de la espada. En conclusión, en última instancia, no hay más que una sola y misma familia filogenética, un solo mismo filium, idealmente continuo: El flujo de materia-movimiento, flujo de materia en variación continua, portador de singularidades y de rasgos de expresión. Este flujo operatorio y expresivo es tanto natural como artificial: Es como la unidad del hombre y de la naturaleza. 

 

Viendo el panorama completo, asumiendo las tesis expuestas, dicen como aclaración, lo siguiente: Llamaremos, agenciamiento a todo conjunto de singularidades y de rasgos extraídos del flujo - seleccionados, organizados, estratificados – a fin de converger, consistencia, artificialmente, naturalmente: Un agenciamiento en este sentido, es una verdadera invención. Los mitos pueden agruparse en conjuntos muy amplios, que constituyen cultura, incluso edades, pero no por ello dejan de diferenciar el filium maquínico o el flujo, dividiéndolo en otros tantos filiums diversos, de tal orden a tal nivel, y de introducir discontinuidades selectivas en la continuidad ideal de la materia-movimiento. Los agenciamientos fragmentan el filium en familias distintas, y a la vez el filium maquínico los atraviesa a todos, abandona uno para continuar en otro o hace que coexistan. 

 

A propósito de la tecnología y de la relación con los materiales y los instrumentos, en lo que respecta a los saberes nómadas, Deleuze y Guattari anotan lo siguiente: Pues Simondon denuncia la insuficiencia tecnológica del modelo materia-forma, en tanto que supone una forma fija y una materia considerada como homogénea. La idea de ley asegura la coherencia de este modelo, puesto que las leyes someten la materia a tal o cual forma, e inversamente realizan en la materia tal propiedad esencial reducida de la forma. Pero Simondon muestra que el modelo hilomórfico deja fuera muchas cosas activas y afectivas. Por un lado, a la materia forma o formable, hay que añadir toda una materia energética en movimiento portadora, de singularidades o de haecceidades, que ya son como formas implícitas topológicas, más bien que geométricas y que se combinan con procesos de deformación: Por ejemplo, las ondulaciones y torsiones variables de las fibras de madera, sobre las que se ritma la operación de cerrar con cuñas. Por otro lado, a las propiedades esenciales que derivan en la materia de la esencia formal, hay que añadir afectos, variables intensivas, que unas veces derivan de la operación y otras, por el contrario, lo hacen posible: Por ejemplo, una madera más o menos porosa, más o menos elástica y resistente. De todas formas, se trata de seguir la madera y de seguir en la madera, conectando operaciones y una materialidad, en lugar de imponer una forma o una materia: Más que una materialidad sometida a las leyes, uno se dirige a una materialidad que posee un nomos. Más que una forma capaz de imponer propiedades a la materia, uno se dirige a rasgos materiales de expresión que constituyen afectos.

 

En consecuencia, en resumen, lo que Simondon reprocha al modelo hilomórfico es que considere la forma y la materia como dos términos definidos, cada uno por su lado, como las extremidades de dos semicadenas en las que ya no se ve cómo se conectan, como una simple relación de moldeado, bajo la que ya no se puede captar la modulación continua eternamente variable. La crítica del esquema hilomórfico se basa en la existencia, entre forma y materia, de una zona de dimensión media e intermedia energética molecular, - todo un espacio propio que despliega su materialidad a través de la materia, todo nombre propio que extiende sus rasgos a través de la forma.

 

A la pregunta qué es y quién es el nómada, se responden: El nómada no se define, en principio, como itinerante, ni como transhumante, ni como migrante, aunque lo sea por vía de consecuencia. Solo será por su cuenta transhumante e itinerante, en virtud de las exigencias impuestas por los espacios lisos, cualesquiera que sean las combinaciones de hecho entre nomadismo itinerancia y transhumancia. El concepto primario no es el mismo en los tres casos, espacio liso, materia-flujo, rotación. Pues bien, solo a partir del concepto preciso se puede juzgar la combinación, cuando se produce la forma bajo la que se produce el orden en el que se produce. 

 

Si hacemos un cuadro comparativo, donde tengamos, por una parte, en un eje, el contenido y la expresión, por otra parte, en el eje perpendicular, la sustancia y la forma, podemos encontrar, en el cruce entre sustancia y contenido, el espacio agujereado, es decir, el filium maquínico o materia de flujo correspondiente al artesano, correspondiente a los que se dedican a la minería y a la metalurgia. Si nos hallamos en el punto de encuentro entre expresión y sustancia, podemos ver que se trata del espacio liso, el contenido y la forma da lugar a la metalúrgica itinerante, como hemos dicho; en cambio, en el encuentro de expresión y forma se da lugar a la máquina de guerra nómada. Por eso se dice en el axioma tres que: La máquina de guerra nómada es como la forma de expresión de la que la metalúrgica itinerante sería la forma de contenido correlativa. 

Respecto a la última proposición citada, la novena, cuando se dice que la guerra no tiene necesariamente por objeto la batalla y sobre todo la máquina de guerra no tiene necesariamente por objeto la guerra, aunque la guerra y la batalla puedan derivar de ella necesariamente bajo ciertas condiciones, Deleuze y Guatrari escriben: Para comprender el carácter paradójico de semejante empresa, hay que recapitular el conjunto de la hipótesis: Primero, la máquina de guerra es la invención nómada, que ni siquiera tiene a la guerra como objeto primero, sino como objeto segundo, suplementario o sintético, en el sentido de que está obligada a destruir la forma-Estado y la forma-ciudad, con las que se enfrenta. Segundo, cuando el Estado se apropia de la máquina de guerra, ésta cambia evidentemente de naturaleza y de función, puesto que entonces está dirigida contra los nómadas y todos los destructores del Estado o bien expresa relaciones entre Estados, en la medida en que un Estado solo pretende destruir otro o imponerle sus fines. Tercero, cuando el Estado se apropia de la máquina de guerra, ésta tiende a tener la guerra como objeto directo y primero, como objeto analítico, cuando la guerra tiende a tener la batalla como objeto. En resumen, al mismo tiempo que el aparato de Estado se apropia de una máquina de guerra, la máquina de guerra toma la guerra como objeto, la guerra que se subordinada a los fines del Estado.

 

 

 

 

Ya no existe el Estado, es cosa del pasado

 

Lo grave sería dejarse llevar por el discurso, por las teorías, por las procedencias conceptuales de los discursos y las teorías. Lo que importa ahora es contrastar las teorías y los discursos con la realidad efectiva. Lo que ha pasado es que la realidad efectiva ha desbordado los discursos y las teorías. El referente de aquellos discursos y de aquellas teorías, por lo tanto, de aquellos conceptos usados, ha desaparecido, la realidad efectiva ha cambiado. Ahora se requiere de configuraciones conceptuales adecuadas a la transformación y cambios, desplazamientos y rupturas institucionales dadas en la realidad efectiva.

 

Cuando vemos que lo que se llama Estado de Derecho ha sido atravesado por otras relaciones de poder, relaciones de poder paralelas, que irrumpen, deforman y adulteran las propias prácticas estatales, podemos decir, con cierta certeza, que el Estado del que habla el discurso jurídico-político ha desaparecido. Lo que hay es otra cosa. Lo que corresponde a otras composiciones, a otras relaciones de poder, incluso a otros diagramas de poder, a otras resoluciones de las correlaciones de fuerza, que ya desbordan al propio mapa institucional.

 

Esto pasa en todas partes del orbe terrestre, del orden mundial de las dominaciones, de la geografía política de los Estados, en el contexto del sistema mundo político, donde los centros cambiantes y las periferias proliferantes y, sobre todo, las potencias emergentes han modificado la geografía política. En los Estados nación de las potencias dominantes se nota la evidencia insoslayable del deterioro institucional y del deterioro de la política. Podemos decir que asistimos a la decadencia, en pleno sentido de la palabra y de una manera generalizada. Esto se nota tanto en los discursos como en las prácticas políticas. También se nota en los actos electorales, que han dejado, hace tiempo, los rituales democráticos, para convertirse en espectáculos mediáticos, atravesados por inversiones millonarias de partidos duales, que rotan en el poder. Los millonarios invierten en candidatos, a los que los comprometen en futuras transacciones empresariales, el porcentaje de la gente que vota ha disminuido grandemente, la indiferencia electoral ha crecido. Si no fuese por los medios de comunicación, nadie se enteraría que hay elecciones, para decirlo de un modo anecdótico y de una manera burlesca, pero, que expresa fehacientemente lo que ocurre. Sobre todo, la decadencia se nota en los perfiles de los candidatos electorales; personajes histriónicos que emiten discursos vacíos, oquedad que se llena por el uso elocuente de la estridencia rutinaria y la inercia de los prejuicios. Por cierto, no expresan el contenido de ninguna estrategia a largo plazo. Solo emiten prejuicios, donde cada vez se nota el discurso de la pretensión de supremacía. Que esto se diga en plena tercera década del siglo XXI muestra los alcances de la decadencia política y cultural.

 

En las potencias menores se da algo parecido. La rutina de candidatos y de presidentes cada vez más grises. Lo grave es que, recientemente, se ha dado, lo que se vienen en llamar en los medios de comunicación, un giro derechista. Los partidos derechistas empiezan a ganar cancha, sobre todo con un discurso xenófobo, anti-inmigrante, demandando una opaca defensa de lo que consideran que es la cultura occidental. Hablar de este modo en pleno siglo XXI es desconocer la historia de la civilización moderna, que, en todo caso, es global, integrada y, también podemos decir, barroca. No solamente se trata de nostalgias de un pasado imaginado, que, en todo caso, sería anterior a la primera y la segunda guerra mundiales. Podríamos hablar de una nostalgia de las pretensiones imperialistas, correspondientes a una geopolítica compulsiva, la misma que ha sido derrotada por los resultados de la primera y la segunda guerra mundiales. 

 

En los Estados nación de las llamadas potencias emergentes se muestran otras características y otros perfiles, pero que no dejan de inquietar, sobre todo, porque expresan la decadencia de otra manera. En este caso, se da lugar una variedad de perfiles presidenciales. Lo que más o menos los une a estos políticos y a estos Estados nación de las potencias emergentes es el discurso del multilateralismo, de la apertura a la pluralidad, donde supuestamente se busca un equilibrio de las potencias, particularmente debido a la intervención e irradiación e importancia de las potencias emergentes. Sin embargo, cuando vemos que, en un caso reaparece la pretensión imperial, una suerte de retorno a un zarismo postmoderno, vemos claramente una nostalgia imposible a un pasado despótico. Por otra parte, cuando vemos a un presidente vitalicio de un partido único que comanda la primera potencia económica, y quizás la segunda potencia de un complejo tecnológico, científico, militar, económico y cibernético, vemos un anacronismo económico político, que se presenta como “socialismo de mercado”, que no es más que una combinación y un articulación barroca entre un capitalismo salvaje y las siguientes revoluciones industriales, tecnológicas y científicas de un capitalismo pujante. 

 

En Suramérica tenemos la presidencia de un partido de los trabajadores, que ya ha mostrado el manejo ecléctico del gobierno, que, lejos de cumplir con los programas contenidos en los movimientos sociales y en las organizaciones sindicales, sobre todo en el Movimiento sin Tierra, ha llegado a acuerdos políticos y económicos, con la oligarquía económica y la burguesía financiera, dejando relegada a la burguesía industrial, más aún, dejando de lado la perspectiva proletaria, campesina y popular. Entonces, vemos otra forma del fracaso político, donde los llamados “gobiernos progresistas” han sido atrapados en la marcha envolvente de la decadencia.

 

La potencia emergente del África, Suráfrica, no nos muestra la continuidad del legado de Nelson Mandela, de una política y de un perfil político, que es el resultado de una larga lucha de liberación contra el apartheid. Sino lo que aparece es una caída a prácticas de corrosión institucional y de corrupción, que mantienen tibiamente ciertas modalidades del gobierno de Mandela. En consecuencia, tenemos un variado espectáculo del teatro político.

 

En otra potencia emergente suramericana, ahogada en su propia crisis múltiple, aparece la figura anacrónica y estrafalaria de un personaje histriónico, que combina un supuesto liberalismo radical con los prejuicios arcaicos de una pretensión oligárquica y conservadora decimonónica. Combina un discurso esquemático, en extremo, de la búsqueda del equilibrio económico, imposible de encontrarlo en la dinámica desbocada del sistema mundo capitalista, con una apología desabrida y a destiempo de los "héroes empresariales", desaparecidos en las postrimerías de una modernidad inicial.  

 

En los países de los Estados nación de la inmensidad variopinta de la periferia del sistema mundo capitalista, asistimos a conocidos desenlaces del trajín político, bloqueado por mezquindades políticas y miserias humanas elevadas a la política patriarcal, localista y nacional, neopopulista y clientelar.

 

Sin pretender ser exhaustivos en la descripción, incluso panorámica, de los perfiles políticos de la decadencia del sistema mundo político y del sistema mundo cultural de la banalidad, requerimos incorporar la irrupción de lo que hemos venido en llamar el lado oscuro del poder, que se remite a las formas paralelas, opacas y oscuras del poder no institucionalizado, entre ellos de los cárteles, de los tráficos, de las redes de corrupción irradiantes, que constantemente se reproducen. Cuando el lado oscuro del poder ha tomado el lado institucional del poder, no solamente lo atraviesa, sino que lo controla y lo usa como máscara, entonces, estamos ya, definitivamente, para decirlo de una manera directa, en otros agenciamientos políticos, que no son los institucionales, ni corresponden al Estado de Derecho, ni al Estado Liberal, ni siquiera al perfil político de Estado nacional-popular. Dicho de una manera general, nos encontramos en otro espaciamiento, más allá del Estado, cuando el Estado ha desaparecido de manera efectiva; sólo queda la arquitectura ocupada de las instituciones, ocupada por otros y por otras prácticas, no necesariamente políticas, en el sentido tradicional.

 

Pregunta: ¿Qué es lo que hay más bien en vez del Estado? En primer lugar, podemos decir que se trata de una máscara. El Estado se ha vuelto una máscara, una máscara que esconde un rostro, es el rostro de otra forma de poder, constituida en la oscuridad, en las sombras y en los espacios opacos, pero, que, una vez, que ha sido atravesado el espacio institucional, se lo usa como máscara para esconderse y para ser más efectivas las formas paralelas y perversas del poder.

 

En segundo lugar, ya no se trata de gobernar, sino de no hacerlo, de no ejercer el gobierno, sino sustituirlo por un espectáculo, por un montaje continuo, por un teatro político recurrente. Como dijimos en otro ensayo, hace un tiempo, no se trata de que funcione la cosa pública, sino, más bien, de que no funcione. El secreto está en el no funcionamiento. Es, por cierto, un poder extraño, el ejercicio de un poder extraño, el ejercicio raro de un poder anómalo, podríamos decir. Cuando menos funciona el aparato de Estado es cuanto más beneficios se consiguen en términos de la corrosión institucional y de la corrupción galopante.

 

Respecto a la burocracia, hay dos comportamientos en la modernidad tardía. Uno tiene que ver con su crecimiento, con su masificación. Cuantos más funcionarios se tenga más estarán al servicio de un despotismo postmoderno. El otro tiene que ver con lo contrario, la disminución de los funcionarios, buscando, aparentemente, su desaparición que no lo logra, pues mientras haya Estado o lo que queda, habrá funcionarios. Pero quedan los fantasmas de los funcionarios ausentes. Sus prácticas que ya no tienen mediación. Son las jerarquías gobernantes las que de manera directa asumen el monopolio de todas las mediciones. Los empresarios, el capital financiero, las trasnacionales se relacionan de manera directa con las jerarquías, sin mediación de ninguna clase. Los acuerdos son directos. Comparando, se puede decir que hay dos maneras de corrosión institucional, una supernumeraria, la otra de escasez numérica. Una con mucha burocracia, la otra con una supuesta escasa burocracia. Los discursos son diferentes, en un caso, se asume el discurso de la justicia, que, por cierto, es un discurso demagógico; en el otro caso, se asume el discurso del equilibrio económico, que resulta también demagógico, pues los gastos que se ahorran son destinados a otros gastos, se cambia los agenciamientos. En en ninguno de los casos se escapa a la adulteración del Estado para otros fines, que no son los constitucionales.

 

En cuarto lugar, las formas paralelas de poder del lado oscuro y del lado opaco atraviesan y controlan el mapa institucional del Estado, lo usan como máscara; el Estado no solamente es su máscara, sino su instrumento de dominación. Los funcionarios del Estado se convierten en servidores de las mafias de los cárteles, de los traficantes. Ya lo eran como agentes de las trasnacionales extractivistas. Lo nuevo corresponde a que son también servidores de la burguesía mafiosa.

 

¿Ocurre eso tanto en la forma de gubernamentalidad clientelar y en la forma de gubernamentalidad liberal? Tal parece que sí, pero se lo hace con matices diferentes. En la forma de gubernamentalidad clientelar la burguesía rentista, que gobierna, se asocia a la burguesía mafiosa. En cambio, en la forma de gubernamentalidad liberal, los gobernantes no son exactamente directamente socios, sino, que se ven obligados a negociar con las mafias, los carteles, incluso las bandas, en los pasillos.

 

En quinto lugar, la formación social ecuménica, que corresponde a la globalización, que se encuentra en la etapa de la diseminación, que Peter Sloterdijk llama, en Las esferas, la etapa de la espuma, cuando se da lugar la condición espumosa de la civilización moderna, se ha tragado completamente a los ámbitos institucionales de las culturas nacionales. En plena vertiginosidad virtual de la globalización desenfrenada, la formación social ecuménica se ha convertido en el clima de atmósferas diversas e irradiantes, en plena difusión en tiempo real. El sistema mundo cultural de la banalización se ha convertido en el espectáculo cotidiano, a través de los medios de comunicación perturbadores. En consecuencia, asistimos a la diseminación de los controles de los Estados nación.

 

Como hemos dicho, ya no hay Estado nación, propiamente dicho, lo que hay y a lo que asistimos es a la transformación vertiginosa de los referentes locales y nacionales, convertidos en referentes dúctiles en la era de la globalización vertiginosa.

 

Esta virtualización generalizada es sostenida por prácticas de corrosión institucional, no solamente estatal, sino también sociales y culturales, es sostenida, por formas de dominación difusas, variadas, intermitentes y en constante fluidez. También por estructuras de poder perversas, que, si bien son provisionales, duran el tiempo que se requiere para la destrucción de los tejidos sociales.

 

Ya no hay Estado, lo que hay, lo hemos dicho, corresponde al diagrama de poder del panoptismo planetario. Esto se constató durante la crisis de la llamada pandemia del coronavirus. El ataque a las sociedades y a los pueblos se efectúa por fabulosas máquinas de captura, que corresponden a las estructuras de poder de la globalización vertiginosa. Se ataca al cuerpo, a los cuerpos de las poblaciones, de una manera molecular. La biología molecular se ha convertido en el arma sofisticada de la dominación global del orden mundial del poder planetario. 

 

El uso de la nanotecnología convierte a las intervenciones en no solo microscópicas, sino atómicas, hurgando en las asociaciones de las partículas infinitesimales. Entonces ya no podemos hablar solamente de diagramas de poder, esta figura ha quedado prácticamente obsoleta. Tenemos que hablar de los flujos de poder infinitesimales y moleculares, que atacan a la vida en sus propias condiciones de posibilidad biológicas, energéticas y atómicas.

 

A todo esto, acompaña lo que hemos venido llamando la decadencia, que corresponde a varias figuras de la adulteración de las composiciones sociales y de sus valores y transvaloraciones culturales. El control territorial de los cárteles nos muestra la capacidad destructiva de lo humano por parte de organizaciones, denominadas jurídicamente "criminales", que expresan de manera patente la perversión descomunal, donde el sentido humano ha desaparecido. Han desaparecido también los horizontes, no hay futuro ni porvenir.

 

Es cuando se requiere más que nunca parar la marcha desbocada del apocalipsis posmoderno. Se requiere más que nunca suspenderse sobre lo que hemos venido llamando historia, desandar el camino y comenzar de nuevo, después de haber aprendido de los errores, de los crasos errores y de las experiencias dolorosas. Sin renunciar a los grandes logros, de las tecnologías y de los saberes, humanistas y ecológicos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] Gilles Deleuze: De5rames II. Aparatos de Estado y axiomática capitalista. Editorial Cactus. Serie Clases. Buenos Aires 2023. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Desierto

Hermenéutica del concepto libertad