Desentrañando el paisaje

Desentrañando el paisaje

 

Sebastiano mónada

 

 

 




 

 

 

 

 


 

Un acuarelado grupo de nubes flota en el aire,

con la lentitud parsimoniosa, 

se mueve imperceptible.

Define una frontera invisible en atmósfera templada.

El adentro y el afuera de la densidad vital,

del nicho ecológico que cobija.

 

Ha llegado el otoño después de un viaje esférico,

o nosotros hemos avanzado a esa estación del desprendimiento.

La luz se expande por la inmensa bóveda, 

encendiendo un celeste curioso.

Las montañas, debajo las nubes, asisten asombradas

al espectáculo elocuente de la luminosidad.

Mientras los techos de las casas 

sostienen sus sueños imposibles.

 

Más cerca, desde donde miro,

desde donde hablo, 

desde donde existo,

la arboleda verde todavía oscila lentamente

sin que pueda ser capturada por las máquinas

en su movimiento imperceptible.

 

Las sombras se reparten por el territorio,

buscando refugio, 

intuiciones tímidas.

Alrededor de estos lunares navegantes

el fuego solar pinta de colores el paisaje.

Una textura de imágenes se manifiesta,

se pronuncia de todas maneras, 

a pesar de mi intervención mundana.

 

Yo, dentro de la casa, detrás de la ventana, 

admiro la tolerancia del planeta.

Reflexiono sobre el silencio olvidado,

sobre el más acá y el más allá de la mirada humana.


No me convence la presencia de este reparto espectacular 

de la trama del teatro de la crueldad.

La de un mundo plagado de monstruosidades

agobiantes, aposentándose en la piel,

incrustándose en la carne,

marcando el cuerpo como propiedad.

 

En la lontananza incipiente

los jinetes del apocalipsis cabalgan en el horizonte,

arrasando con todo en invasión intempestiva.

La ira implacable del Dios del desierto,

colérico y solitario,

abandonado por el pueblo elegido.

 

El contraste es evidente,

el devenir de la vida acontece alegre,

espontáneo e indiferente, 

a las maquinaciones de los funcionarios

de la desvencijada arquitectura

de las fortalezas destruídas

y de los palacios de espejos,

construida hace milenios,

para que rijan, desde sus aposentos, 

los sátrapas de todos los tiempos.

 

Las huellas indescifrables de la memoria 

obsequian mensajes encriptados 

en sus hendiduras profundas.

El acontecimiento ancestral se transforma

en un largo viaje hacia la nada.

Desde un comienzo incalculable,

incógnita de la rebelión afectiva

de la potencia musical creativa

de la polifonía universal.

 

Vuelvo a mirar, desde la ventana, el cuadro, 

el paisaje urbano contenido en el rural.

En vano la ciudad orgullosa se pavonea 

con sus fachadas de multicolores

y sus edificios sin resplandor.

 

Sus calles turbulentas no consiguen comprender

la condena de la fosilización de las cosas.

Se petrificarán en el espesor de los tiempos,

mientras el hogar planetario rota 

y se traslada con todo el séquito solar

en la curvatura envolvente de la galaxia,

que amamanta de energía a todos los seres que cobija.

 

Ha transcurrido un lapso,

ha pasado algo imperceptible.

El tiempo es producto del desgarramiento 

dado en el nacimiento de la energía primordial.

Ha pretendido liberarse de la convulsión inicial,

desprendiéndose de insondables turbulencias cuánticas.

Al hacerlo, ha quedado vacío. 

Sólo le queda vagar sin destino.

 

 

 

 

 

 

 

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