Melodía nocturna
Melodía nocturna
Sebastiano Mónada
En el lado nocturno del planeta
la desnudez brillante del cosmos,
la piel diseminada del universo,
muestra multitud de luces viajeras
en la inmensa concavidad donde navegan
las galaxias y constelaciones soñadoras.
Dentro de la esfera la ciudad duerme,
dejando que sus fantasmas deambulen,
sueltos de espíritu,
llenos de ímpetu,
sin rumbo,
sin tumbo,
sin buscar nada,
salvo el placer de levitar,
suspendidos en el vagar,
sobre los tejados sin recuerdos,
cuyas huellas se llevó el viento.
El frío de invierno obliga acurrucarse,
la escarcha se esparce por el pasto
entumecido
y somnoliento.
Los durmientes se cubren con colchas,
mientras olvidan el motivo de su existencia
y las piedras esperan pacientes la llegada solar,
en plena melancolía de la civilización crepuscular.
La Tierra danza al ritmo lento de la sinfonía
compuesta por el genio musical de la letanía,
en rotación insomne
y traslación constante
de su cuerpo orbitante,
mientras cobija en su seno la vida
proliferante,
lúbrica y pura.
La brisa suave de sonidos múltiples imita
al silencio que no se calla,
a la memoria perdida en sus laberintos,
a la inscripción jeroglifica de los ancestros.
Topo subterránea que busca descifrar
el olvido
y la nada
para encontrar el origen de todo.
Las ventanas de las casas miran desde el fondo
de la intimidad familiar del hogar apagado,
extrañadas de la apoteosis de la exterioridad,
que acontece sin inmutarse de la interioridad
reflexiva,
curiosa,
preocupada.
La noche es solo un movimiento de rotación,
que tiene su complemento en el día,
cuando se observa despierta,
vestida de colores y formas,
que bailan alegres la danza solar,
preparada por la nostalgia lunar.
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