El fantasma de Montevideo
El fantasma de Montevideo
Sebastiano Mónada
Dedicado a Ezequiel Fascioli
Montevideo, nombre de una exclamación,
dada en la marinera expedición
del explorador Fernando de Magallanes,
cuyo nombre dio al estrecho turbulento
entre el quinto continente
y la Antártida de los confines
de la Tierra atrapada en su relato.
Dirigió la primera larga vuelta al planeta,
inventando la esfera con la navegación,
abriendo rutas para barcos y veletas,
en sus viajes y aventuras de odisea.
Un marinero estupefacto,
miró lejos en la bruma
vió el cerro como espuma
desde la atrevida carabela,
voceando en latín Montem vídeo,
quien te vio y te recuerda
en el viaje legendario.
Ciudad del copioso río plateado,
por el encanto de la luna agitado.
Desembocadura de afluentes
de la acumulada cuenca,
devenida de sus fuentes,
donde fluyen sueños de sus aguas
aglomerando cursos del Chaco Boreal
y de la serpenteante cordillera,
que lerdamente ondea sincera
una densa melodia astral.
Monte visualizado desde el barco,
centro capitalino de la República Oriental,
de historia legendaria y confrontacional,
bordeada por río brillante como plata,
ancho raudal somnoliento,
que medita en silencio.
Urbe levantina,
anunciando el mar,
memoria del interior charrúa
y del coraje gaucho,
llevando el poncho en el tronco,
montando caballos como vendabal.
Puerto de desembarco africano,
heredando el candombe
y la sonora guitarra criolla.
Metropoli centenaria,
antes colonial, luego libertaria,
recordando a José Gervasio Artigas,
jefe de los rudos orientales
y Protector de los Pueblos Libres,
heraldo y paladín del federalismo,
referente político del anarquismo.
Libertador y prócer de los gauchos,
jinetes intrépidos de llanos y chacos,
protector del pueblo nativo charrúa,
itinerante en sus recorridos de fuga.
Presencia y ausencia simétricas,
misterioso fantasma de Montevideo.
Guerrero y revolucionario,
luchador consecuente
del continente barroco.
Temprano promotor de la reforma agraria
y de la añorada democracia comunitaria.
En rebelión permanente,
coraje de la verdad,
ejemplo de dignidad.
Traicionado por la oligarquía rioplatense,
lumpenburguesía incipiente.
Obligado a refugiarse en Paraguay,
territorio misionero de lenguaje guarani.
Amigo de José Gaspar Rodríguez de Francia,
polémico bastión de la Patria Grande.
No dudó en liberar a Joaquín Lezina,
afrodescendiente esclavizado por los lusos,
camarada de armas y cronista,
quien lo acompañó hasta su muerte,
lealtad y fidelidad encomiables,
simbólica narrativa de los mitos.
Fundador de la perdida Batovi,
resplandeciente como un rubí,
actual Saõ Gabriel de Rio Grande do Sul,
región gaucha del cono sur
de las Misiones Orientales,
huella hendida en los memoriales.
Eterno comandante guerrillero,
continuamente levantado en armas,
siempre en guerra contra el poder
y sus repetidas dominaciones,
que busca la potencia social
para gobernar despóticamente.
Movilizado con los suyos
contra los constantes usurpadores
y reiterados cínicos impostores,
en combate contra las coronas
y los estados centrales,
paranoicos en sus fortalezas,
suspendidas en sus terrores.
Expulsando al ocupante luso
del antiguo imperio del Brasil,
impuesto por portuguesa aristocracia,
de la melindrosa monarquía senil,
que huía del emperador corso,
termidor en plena extravagancia.
Se enfrentó a la conspiración
de los unionistas porteños,
que no escatimaron esfuerzo
para truncar la revolución
y los objetivos de la independencia.
Perseguido y arrinconado,
por la confabulación portuaria,
cruzó el Paraná para encontrar refugio
en fecunda tierra guaraní,
donde lo llamaron Karay Guazú,
con afectuoso respeto a su trayecto.
Ancestral recorrido que perdí
en la busqueda de la tribu.
Es la triste historia repetida
de la donación de los héroes,
en el gasto sin retorno,
de la guerra de liberación,
inspirada melodiosa composición,
que no tiene textura de pergamino,
ni de manuscritos del Mar Muerto.
Es la narrativa repetida de la trama,
consabida representación del drama
de los revolucionarios del siglo
de las luces de la alborada moderna
y ensangrentado crepúsculo avizorado.
Traicionados por las oligarquías criollas,
sus grises verdugos y siniestros asesinos,
quienes, hipócritamente, después de matarlos,
los nombraron héroes domesticados,
colgando oficialmente sus fotografías,
en las paredes inhóspitas
de las oficinas burocráticas,
a nombre de la república apócrifa.
El fantasma anuncia su retorno
en las nuevas generaciones de luchas
de los jovenes rebeldes iconoclastas,
destructores de imperios
y de repúblicas falsas.
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