¡Cobardes!

¡Cobardes!

 

 

Sebastiano Mónada

 

 

 

 

 


 

 




 

 

 

 



 

 

Desde sus profundos miedos

y sus vernaculares cavernas, 

donde anidan sus fantasmas,

emerge la violencia desmesurada,

furia desbocada de grotescos verdugos 

e inclementes torturadores.

 

Desde el pantanoso tormento

de consciencias culpables

emerge el odio a la vida

de gobernantes sin imaginación, 

ministros sin escrúpulos

y funcionarios de la inercia.

Lamentables figuras de la política.

 

Desde la más caótica decadencia,

diseminación institucional,

corrosión de los cimientos 

y las columnas podridas

de la arquitectura infernal,

emerge la disolución de la humanidad.

El odio mediocre a la creatividad.

 

Composición pestilente de la dominación

y del conglomerado barroco de las castas.

Alianza de gamonales, antiguos y nuevos ricos,

sagaces captoras aves de rapiña

de la renta de los recursos naturales,

mafias de la modernidad envejecida.

“La muerte pone huevos en la herida”

Como dice el poeta andaluz asesinado.

 

Descomposición generalizada en el mundo,

sin rotación, sin eje, de su órbita desvinculado.

La configuración bizarra coloniza el planeta,

sembrando destrucción e incinerado bosques,

extendiendo demoledoramente

sus fronteras de muerte,

la agrícola, la minera, la petrolera,

consumiendo la energía fósil.

Herencia del exterminio de plantas y animales.

 

Pacto tenebroso de sangre

entre asesinos de mujeres,

consorcios de abogados y jueces,

redes secretas de policías 

y empresarios de tráficos rentables.

Contando con el cuidado del Estado 

y gobernantes de turno o repetidos

de toda la gama cromática a disposición.

 

Hacen teatro para ocultar sus crímenes,

atrapan a truculentos personajes solitarios, 

encubriendo sus enrevesados tejidos secretos.

Cuenta la conivencia de funcionarios internacionales,

figuras de triste estampa,

y de homólogos sistemas de extorsión, 

de máquinas siniestras de muerte.

 

Los pueblos están desamparados,

las mujeres expuestas a su captura 

y consecuente genocidio acumulado.

El planeta martirizado espera su último suspiro,

mientras la burocracia se congratula por el desarrollo.

 

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