Sorata

Sorata

Sebastiano Mónada

 

 


 


 



Cobijado en los brazos de la cordillera 

el valle extiende su exuberancia,

desplegando su frondosa arboleda 

y elaborados cultivos.

Arriba el Illampu observa el acontecimiento 

de la proliferante floresta 

y de los cíclos agrícolas.

Racimos de eucaliptos comparten el paisaje 

con frondosos pinos ensimismados

y abultados ceibos extrovertidos,

con prometedores árboles de palta 

y árboles de deleitosa chirimoya.

El pueblo se pronuncia con su arquitectura de ladrillo, 

alargando brazos de pulpo por las montañas colindantes.

 

Lóngevas sociedades vegetales 

y recientes sociedades humanas comparten

la convexitud geográfica de la hondonada valluna,

la concavidad imponente de los cerros,

la recurrente lasitud rural 

y la ambiciosa pretensión urbana.

La atmósfera es atravesada por vuelos de áves

y a veces sus trinos viajan por el aire,

acariciando sinfónicamente los oídos,

esparciendo sus cortas melodías,

hasta recuperar la memoria del tiempo perdido.

 

Algún par de vacas observa con ojos melancólicos 

la inmensidad de historias replegadas

en las profundidades del cuerpo,

en la meditación de calcio de los huesos,

el olvido indescifrable de las multitudes.

Las tormentas desgarradoras de la culpabilidad.

 

En islas de terrenos, aledaños a las casas,

flores campanitas, rosadas y rojas,

árboles frutales y arbustos de rosas, 

otorgan colorido a los patios, 

ofreciendo una textura variopinta,

a la vez hermética e indescifrable.

 

Los acantilados se abren dando paso a los ríos, 

que brotan del sueño de las cumbres.

Briosos resbalan por la espalda de las rocas,

empujan su caudal acumulado inventado riveras,

caminos fluidos buscando la Arcadia. 

 

En las faldas del Illampu Sorata se cuelga 

en el lomo curtido de la montaña,

cabalgando, jinete inmóvil,

sobre el caballo insomne de la cordillera.

Otros pueblo menores 

y porfiadas comunidades 

se dispersan en las extensiones curvadas

de las pendientes vegetales.

 

Las familias campesinas cultivan choclo,

también la papa florece en pintura lila,

- alba y crepúsculo en simbiosis -,

otorgando un orden geométrico a espesores 

del metiuloso tejido espacial 

y la laberíntica memoria temporal.

Composición narrativa cultural, 

acumulando mitos y leyendas

en el archivo de las transmisiones orales, 

en novelas olvidadas y ensayos guardados.

 

La estratificación de la geología social

hunde los recuerdos sedimentados 

en las profundiades del olvido.

La memoria ancestral queda petrificada, 

artesanalmente labrada en piedras.

La memoria colonial queda hendida,

terrible marca de la ocupación,

en las profundidades del cuerpo,

notoriamente subyugado

y elocuentemente torturado.

La marca republicana se expone a la mirada,

demandando reconocimiento estatal.

Las haciendas se prolongaron copiosamente,

plegándose en la administración local.

La revolución nacional repartió la tierra, 

metamorfosis campesina, 

democracia de tenencia minimalista 

de la posesión proliferante.


Ahora, las cooperativas mineras ocupan la plaza,

desplegando una transformación arquitectónica.

El ladrillo se hace vistoso en edificios,

que ascienden verticales, escalando demostrativame,

la algarabia de la feria, la ostentación del derroche,

la contaminación del azogue y la depredación del Oikos.

 

El nevado observa iluminando con su blancor

la atmósfera difusa de los ciclos vitales.

El desenvolvimiento gravitatorio de los territorios,

la invención serrana de la fertilidad del paisaje 

en constante movimiento.

La rutina envolvente de los poblados,

la esperanza nocturna en el encuentro 

del añorado paraíso perdido. 

 

 

 

 

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