Sobre arenas deleznables y suelos insostenibles no se puede construir
Sobre arenas deleznables y suelos insostenibles no se puede construir
Raúl Prada Alcoreza
Sobre arenas deleznables
y suelos insostenibles no se puede construir[1].
Tampoco es una buena base la demagogia, mucho menos la especulación, convertida
en espectáculo mediático. Si se lo hace,
se está expuesto al inmediato peligro del derrumbe. Donde parece ocurrir esto
es en el campo político; campo donde se edifican proyectos sin
cimientos, en lenguaje apropiado, sin las condiciones
de posibilidad histórico-políticas-culturales. Sobre todo, en la modernidad
tardía las corrientes políticas confían en la base o plataforma que les brindan
los medios de comunicación de masa; prefieren entonces usar la compulsiva
propaganda y publicidad, dejando de lado la consistencia de las bases materiales de su construcción
política. Por eso, a pesar de los
primeros efectos impresionantes del espectáculo
político que asombra a las multitudes, después, el fabuloso montaje político, comienza a develar sus
inconsistencias, seguidamente mostrando sus incongruencias, para terminar de
derrumbarse la aparente y deslumbrante apoteosis del régimen como castillo de naipes.
Los periodos de la
modernidad tardía han hecho gala de la simulación,
a diferencia de lo que ocurrió hasta mediados del siglo XX, donde la simulación se compensaba con el
desenvolvimiento material de la tragedia
y también del drama. Las formas Estado y las formas de gubernamentalidad de aquel entonces, a pesar de sus
fanatismos y ultimísimos políticos e ideológicos, buscaban asegurar sus
proyectos con la incidencia en las condiciones
de posibilidad históricas. En cambio, a fines del siglo XX y comienzos del
siglo XXI la forma Estado y las formas de gubernamentalidad apuestan más
a la apariencia y a la simulación, a
las estrategias del montaje y el espectáculo. Esto no quiere que decir
que ha desaparecido toda materialidad
política e institucional del Estado;
cualquier proyecto político e ideológico, sobre todo cuando se implementa
tiene, de todas maneras, una materialidad
ineludible; lo que pasa es que el imaginario
político moderno se inclina más por las demostraciones teatrales que por
las consistencias institucionales.
Hay dos ejemplos
contrapuestos, que hacen, sin embargo, lo mismo, desplegar la simulación más que la verídica acción. Por una parte, está el proyecto neoliberal, por otra parte, se
encuentra el proyecto neopopulista.
Ambos proyectos, ciertamente diferentes, optaron, más bien por la especulación; el neoliberalismo difiriendo la crisis de sobreproducción del sistema-mundo capitalista,
mediante el diferimiento de las burbujas
financieras; el neopopulismo difiriendo la crisis de legitimación mediante la convocatoria del mito, la especulación
simbólica del caudillo. Ocurre como si el sistema-mundo político haya ingresado a los bordes del límite del mito del desarrollo y a los bordes del mito milenarista de la justicia patriarcal.
Los dos proyectos han
mostrado rotundamente sus fracasos, después de haber ingresado al escenario
espectacularmente con promesas
pretensiosas; por un lado, la del mercado libre, la libre empresa y la
competencia como condiciones naturales de las leyes de la economía, base
ineludible de la sociedad desarrollada;
por otro lado, la del socialismo, en la actualidad, el “socialismo del siglo
XXI” o, en su versión reductiva, el populismo,
en la actualidad, el neopopulismo,
como condición ineludible de la sociedad
justa. Ni el libre mercado, la empresa libre y la competencia han podido
eludir el decurso irrefrenable de la crisis
de sobreproducción; ni el socialismo
real, el “socialismo del siglo XXI”, y el populismo real, en la actualidad, el neopopulismo, han podido eludir el decurso irreversible de la crisis de legitimación. Después de ambas
experiencias políticas, la sociedad se encuentra desolada, pues las promesas no se han cumplido.
Para decirlo retrospectivamente, ambas promesas políticas e ideológicas no
podían cumplirse. Después de las experiencias primerizas y consistentes del proyecto liberal y del proyecto socialista clásico y realizado,
contando con la implementación, realización y materialización de la construcción estatal, los proyectos tardíos neoliberales y neopopulistas resultan inconsistentes. Sin embargo, se
experimentaron de manera altisonante, contando con la irradiación y eco de los
medios de comunicación de masa. Se trataba de la repetición desgastada de lo
que ya los pueblos y las sociedades experimentaron trágica y dramáticamente.
Las sociedades y los pueblos tuvieron que asistir a montajes de tramas
repetidos, que, en su segunda versión, eran desabridos. Lo que llama la
atención es que las sociedades asisten a estas comedias con la esperanza de que
esta vez se realicen las promesas.
Las frustraciones son grandes.
Por eso, en el momento presente los pueblos y
sociedades se encuentran desconcertados, buscando, desesperadamente cualquier
salida, aunque ésta ya no tenga promesa
de ninguna clase. Se explica entonces, el retorno a nuevas versiones degastadas
y descompuestas del neoliberalismo,
así como, peor, aún, el retorno escalofriante al conservadurismo más recalcitrante. Esta desesperación y su decurso
no puede llevar sino a ahondar más la crisis
civilizatoria del sistema-mundo y
del Estado. Solo se vislumbra un nuevo horizonte cuando los pueblos deciden
interpelar a todas las formas pendulares del círculo vicioso del poder, tal como se lo hace, por ejemplo, con la
asonada constante de los “chalecos amarillos”; otro ejemplo, como lo hacen las
naciones y pueblos indígenas, que resisten desde las territorialidades al avasallamiento y vorágine del capitalismo
especulativo y extractivista; un tercer ejemplo, como lo hacen los colectivos
ecologistas, que oponen la reinserción
a los ciclos vitales a las huellas ecológicas dejadas por el
desarrollo capitalista.
Sin embargo, los actores de la especulación, simulación y demagogia
persisten en sus prácticas y discursos. Están lejos de renunciar a estos
quehaceres y discursividades. Incluso, peor aún, los histriónicos personajes de
las hiper-potencias militares siguen jugando con las armas de destrucción
masiva – machos compitiendo a quien tiene el falo más largo -. En los dos
últimos “gobiernos progresistas” que quedan, los gobernantes siguen insistiendo
en la letanía de sus retoricas anacrónicas, que interpelan a enemigos inflamados, hace un tiempo
desaparecidos; por lo menos desde la culminación de la guerra del Vietnam. En
la práctica, efectivamente, lo que despliegan estos gobiernos, después de haber
agotado su convocatoria, después su
expansión clientelar, es la escalada exponencial de la violencia y la represión. Enceguecidos, prefieren dejar paisajes de
cementerios y de desiertos antes de rendirse y retirarse, como se debe, cuando
ya no va más.
En Bolivia y en Venezuela ya se ha hecho
patente la imposibilidad de la continuidad de los llamados “gobiernos
progresistas”, que, singularmente,
son formas de gubernamentalidad
clientelar singulares; sin embargo, las estructuras palaciegas, las
estructuras de poder, una combinación barroca entre el lado luminoso y el lado
oscuro del poder, los partidos oficialistas, persisten en continuar con una
aventura política que no tiene perspectivas ni horizonte. ¿Por qué lo hacen? Se
puede conjeturar una especie de enajenación
ideológica, así como también un apego compulsivo a la costumbre placentera
de administrar el poder. Mejorando las conjeturas, se puede suponer que, en el
fondo, sobre todo en el substrato económico-político,
se trata de dispositivos políticos de
legitimación del mismo orden mundial
que comparten con los neoliberales. La diferencia con los neoliberales es que
éstos se presentan como los gladiadores técnicos de una “realidad” que se
circunscribe al esquema simple de la economía;
en cambio los neopopulistas se presentan como los salvadores de la patria, los
mesías del pueblo, los justicieros. A pesar de estas diferentes expresiones
políticas e ideológicas, incluso de políticas económicas diferentes, ambas
expresiones políticas ideológicas forman parte de los engranajes complejos de las máquinas
de poder del sistema mundo
capitalista extractivista.
La crisis
política e ideológica y de legitimación la comparten estas expresiones
ideológicas y políticas mencionadas. No es, una vez más, solo la crisis de los
“gobiernos progresistas”, se identifiquen como del “socialismo del siglo XXI” o
del “socialismo comunitario”, sino también la crisis de las proyecciones
neoliberales; es más, la crisis del Estado nación, en todas las formas de gobierno que se ha
experimentado y se pueda experimentar. Yendo más lejos, es la crisis del sistema mundo capitalista, por
lo tanto, crisis de la civilización
moderna.
La responsabilidad
de los pueblos y sociedades es afrontar y enfrentar estas crisis en su
integralidad y complejidad. Tomar consciencia
de que la desesperación y su desemboque en la acción y prácticas o decisiones
improvisadas no lleva a otra cosa que a un mayor hundimiento en el abismo.
También que no es salida, de ninguna
manera, un desenlace pendular; salir
del esquema dualista – neoliberales o neopopulistas -, escogiendo uno de los
polos de la misma dualidad, que, en
el fondo, es complementaria. La
salida, no vamos a cansarnos de decirlo, se encuentra en salir del círculo vicioso del
poder, en liberar la potencia social,
la potencia creativa de la vida, en
inventar otros mundos posibles; esta vez como reinserción de las sociedades humanas a los ciclos vitales del
planeta.
La apertura a estas alternativas, con la
invención social desenvuelta en los horizontes
nómadas, no es, ciertamente, tarea fácil. Requiere de la deconstrucción de las ideologías heredadas, de los diagramas de poder inscritos en el
cuerpo; de la des-constitución de sujetos constituidos por las genealogías del poder. Sobre todo, de la
diseminación de las mallas institucionales del Estado, de
las máquinas de poder, las máquinas económicas y las máquinas extractivistas. Empero, aunque
esta tarea no sea nada fácil es responsabilidad
de los pueblos y sociedades intentar desandar el camino recorrido e inventar
caminos alternativos.
Lo que decimos se sustenta en un contexto dramático, que puede convertirse en trágico; la crisis ecológica ha llegado a niveles altamente peligrosos para la
sobrevivencia humana. Ya no hay tiempo; no se puede esperar más, a no ser que
se quiera desaparecer. La responsabilidad
ecológica, planetaria y vital de las sociedades humanas es detener esta
marcha desbocada a la muerte del planeta y la vida en el Oikos. Este detente no está en manos de los gobernantes, tampoco de
los estados, así como no lo está en manos de las organizaciones internacionales
del orden mundial. Está en manos de
los pueblos y las sociedades, si son capaces de comprender a cabalidad el peligro en el que se encuentran, además
de la inutilidad de las instituciones construidas en la modernidad, así como de
la extravagancia de los mitos modernos.
Para decirlo de manera operativa, aunque todavía muy general y abstracta, los pueblos y
sociedades tienen la responsabilidad
de conocerse, comprenderse, comunicarse, comprometerse en la reflexión social, entablar debates
colectivos sobre la coyuntura crucial
que experimentan; lo que equivale a decir, teniendo en cuenta los espesores del presente. La responsabilidad conlleva a lograr consensos entre los pueblos y las
sociedades para efectuar transiciones
consensuadas, que las lleven a decursos creativos e inventivos. Ya no son
herramientas apropiadas los instrumentos institucionales construidos en la modernidad;
ni Estado, ni gobierno, ni partidos, tampoco pretendidas vanguardias o pretendidos tecnicismos. Esas son y fueron las
herramientas que nos llevaron a la encrucijada,
a la encrucijada que experimentamos
en el momento presente. Las nuevas
herramientas deben ser construidas por el intelecto
general, los saberes colectivos
acumulados, la experiencia y las memorias sociales, sobre todo por la potencia social liberada. Es así como
entre las herramientas se encuentran las ciencias y las tecnologías liberadas
de las camisas de fuerza que les impuso la acumulación
ampliada del capital, convertidas en meros instrumentos de esta acumulación, entonces empobrecidas en
sus contenidos y posibilidades.
Construir en terrenos fértiles es lo que
corresponde a las sociedades y pueblos. Pero esto solo se puede hacer cuando
las sociedades humanas se reinserten
a los ciclos vitales, se integren y
sincronicen con las dinámicas complejas
del planeta y el universo. La enajenación
ideológica en la que se encuentran atrapados hace de obstáculo epistemológico para que puedan abrirse a las fenomenologías de la percepción de los cuerpos y las comprensiones integrales de las dinámicas
de la complejidad, sinónimo de realidad.
Por otra parte, los habitus están
cristalizados en los huesos, de tal manera que lo que se hace en la vida cotidiana parece natural. En tercer lugar, los esquematismos duales se han convertido lógicas operativas de conductas y comportamientos,
de tal forma que cuando se tiene que tomar decisiones se “razona” como si se
tuviera que escoger entre dos opciones aparentemente contrapuestas. La deconstrucción colectiva de las
sociedades de las ideológicas, la diseminación de las mallas institucionales de los diagramas
de poder, la des-constitución de
sujetos, llevara tiempo; sin embargo, estas tareas hay que tomarlas o
retomarlas, entendiendo, que de alguna manera se efectuaron en la crítica
radical.
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