Psicología del llunk’u


Psicología del llunk’u

Raúl Prada Alcoreza



(Este escrito fue publicado en octubre de 2015)








Los caballos negros son.
Las herraduras son negras.
Sobre las capas relucen
manchas de tinta y de cera.
Tienen, por eso no lloran,
de plomo las calaveras.
Con el alma de charol
vienen por la carretera.
Jorobados y nocturnos,
por donde animan ordenan
silencios de goma oscura
y miedos de fina arena.
Pasan, si quieren pasar,
y ocultan en la cabeza
una vaga astronomía
de pistolas inconcretas.

Federico García Lorca: Romance de la guardia civil española; en Romancero gitano.



Crecen a la sombra del caudillo. Paradójicamente viven opacados por el brillo del líder; quien, en vez de calor, los alimenta de frío. No son auténticos ni veraces; solo emulan los deseos del que vanaglorian como Dios o como padre de todos. Por eso, consideran “traición a la patria”, cuando escuchan críticas u observaciones, ya sea al caudillo o a su gobierno, que creen que es la cúspide de la política. Nuca argumentan, solo se resienten y hacen escuchar su resentimiento bulliciosamente, para que les escuche el caudillo y los tenga en cuenta. Creen que la lealtad es idolatrar todos los actos y rasgos del caudillo; para ellos no hay errores, ni contradicciones. Estos atributos son invento de los “traidores” o de los “conspiradores”, vengan de donde vengan, de las “derechas” o de las “izquierdas” radicales, que para ellos se les antoja que coadyuvan a los planes de la “oligarquía” o del “imperialismo”. No se sabe por qué, pero, así es, indiscutiblemente.

En el fondo, saben que dependen del caudillo; por eso, requieren que esté siempre presente, como en el cielo. Confunden la permanencia con la eternidad en el poder. Sin el patriarca otoñal no podrían ser algo, alguien, pues no tienen cualidades naturales, carecen de cualidades propias, pues han aprendido a simular bien. Incluso, cuando conviene que el líder se retire a sopesar, para evitar su desgaste, y volver más fuerte al escenario político, prefieren mantenerlo, como cuando a un enfermo terminal se lo mantiene artificialmente. Este es un ejemplo exagerado para ilustrar.  En este caso, si bien viven y sobreviven por el caudillo, al mantenerlo, de esta forma al jefe, le hacen pagar un costo alto, su desgaste continuo, después escabroso, para poder sostenerse ellos todo lo que se pueda estirar el elástico de sus dominios usurpados.

Como en las guerras sagradas de la celosas religiones, cuando se atenta contra su verdad o se la cuestiona, acudiendo al argumento de pecado con Dios, acusando de deicidio, usan el argumento de “traición a la patria”, pues el caudillo es la patria; por lo tanto, ellos son la patria, que hay que respetar sin miramientos, como devotos chauvinistas. La patria se les antoja una vitrina de adulaciones y peregrinas figuras de museo. Su imaginario llega donde llegan sus alabanzas; para ellos se ciega su visión en el espejo. El mundo es la imagen en el espejo de su devota entrega a las compulsiones delirantes del caudillo y a las pulsiones de muerte del poder.

No se dan cuenta que ocultan a su líder la efectiva realidad, compleja, profusa y paradójica. Por eso no atinan a resolver problemas sino a ocasionar más problemas con su actitud incierta, descomedida e indigna.  Al final son ellos los que entierran al caudillo, después de haber mirado con ojos claudicantes su cuerpo simbólico, que oculta el cuerpo humano.



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