Genealogía de la crisis del Estado-nación
Genealogía de la crisis
del Estado-nación
Raúl Prada
Alcoreza
Depende
de la percepción la apertura y la internalización de la relación con la realidad
efectiva. Pero, de manera operativa, depende de la interpretación, que se constituye sobre la experiencia de la percepción,
la relación que se establece prácticamente con el mundo efectivo. En la modernidad se llama a esta interpretación recurrente, conformada
como sentido común, ideología. La ideología define una relación operativa con el mundo
recortado por el imaginario social
hegemónico. Entonces, en definitiva, la relación
que se establece con el mundo, en una
coyuntura específica, depende del enfoque
ideológico, que interpreta el acontecimiento
desde los códigos establecidos por la idea,
como finalidad, de la razón práctica e instrumental heredada. En
lo que respecta al acontecimiento
político, la ideología en acción
es la que recorta la realidad
experimentada desde los parámetros de los intereses que entran en juego. Concretamente,
lo que pasa en Venezuela, interpretado desde la ideología, es asumido como relación
en el conflicto político; se reduce
lo que ocurre a las opciones binarias
de los que están a favor o en contra de las fuerzas enfrentadas. Como si no
hubiera otras salidas.
Ante
todo, hay que comprender las dinámicas de la crisis política. No se
reduce al “mal gobierno”, al que hay que oponerle, como opción, el “buen
gobierno”. Pues el “mal gobierno” emerge de un substrato histórico-político del que también puede emerger el “buen
gobierno”. Entonces, los límites del “buen gobierno” están acotados,
dependiendo de las condiciones de
posibilidad que anidan en el substrato.
Este substrato devela la crisis estructural del Estado
nación.
La
realidad efectiva está más allá de la
ideología; lo que ocurre en los espesores del presente se ocultan a la interpretación ideológica y a la mirada
política. El acontecimiento político
no es captado por la mirada política, menos estatal y mucho menos
gubernamental. La crisis múltiple del
Estado-nación de la República Bolivariana de Venezuela desborda a las versiones
ideológicas en pugna, así como a las versiones políticas. El campo político de las fuerzas, enfrentadas en el conflicto
sobre la legitimidad, es desbordado
por el espesor de los planos de
intensidad involucrados en las dinámicas
del acontecimiento político. Como dijimos antes, la crisis no se reduce al
conflicto entre “chavistas” y “no chavistas”, entre “oficialismo” y “oposición”.
La crisis no solamente corresponde a
la crisis de la forma de
gubernamentalidad clientelar de los gobiernos chavistas, sino que
comprenden al mismo Estado-nación, que sufre de una crisis múltiple; de tal manera que podemos hablar de la genealogía de la crisis política.
Si
bien ahora la crisis política se
presenta como crisis de legitimidad:
el reclamo de legitimidad de la
Asamblea Nacional frente a las pretensiones de legitimidad del Gobierno de Nicolás Maduro, electo en elecciones
dudosas, y de la Asamblea Constituyente, que parece, más bien, apócrifa. Que,
además, enfrenta al Tribunal Supremo Judicial en exilio con el Tribunal Supremo
Judicial que avala el gobierno. Sin embargo, la crisis de legitimidad se circunscribe a los límites de la crisis ideológica, incluso a la crisis institucional. Pero, en el fondo,
en el substrato, se trata de la crisis orgánica y estructural del
Estado-nación. Sea cual sea el desenlace
de la crisis política, la solución al
problema no parece encontrarse en un
cambio de gobierno; mejorando, tampoco con nuevas elecciones, que se den en condiciones
de posibilidad democrática, aunque esto ya sea una ganancia. La crisis orgánica reaparecerá en otras
situaciones y contextos, en singulares coyunturas.
Para
afrontar la crisis orgánica del
Estado-nación es menester comprender
la genealogía de la crisis y la genealogía del Estado-nación. La genealogía del Estado-nación se puede
resumir de la manera siguiente: Se constituye por la victoria de la guerra de
la independencia; empero su conformación es solamente jurídica-política, no logra plasmarse una institucionalidad del
Estado-nación. En otras palabras, solo
era República en la Constitución, mientras la vida institucional se movía en
las condiciones del barroquismo
heredado de la colonia, mezclado con
el barroquismo criollo liberal, con pretensiones de modernidad. La guerra de la
independencia llevó a la conformación de la Gran Colombia, que, sin embargo,
sobrevivió de 1924 a 1930, derivando las luchas intestinas a la secesión de
Venezuela. En mayo de 1830
se instaló el Congreso de Valencia, donde se toman decisiones políticas
con lo que respecta al Distrito de Venezuela, teniendo en cuenta el
distanciamiento y las diferencias con el Gobierno Central. El desenlace fue la
secesión de Venezuela de la Gran Colombia, con el corolario del nacimiento
del Estado de Venezuela, asumiéndose cono tal en la una nueva
Constitución.
Lo que viene después es algo parecido a lo que ocurre en
el resto de América Latina; lucha entre conservadores y liberales por el
gobierno, buscando preservar los privilegios de casta, los primeros, o, en contraste, buscando reformas liberales,
los segundos. Los enfrentamientos intermitentes derivaron en la guerra federal, cuando los liberales
lograron significativas victorias. En 1863 se
firmó el Tratado de Coche, que significó el acceso al poder de los
liberales, poniendo fin a la guerra que martirizó a la población. Sin embargo,
no se aquietaron las aguas, las turbulencias siguieron removiéndolas.
Describiendo sucintamente una breve narrativa histórica,
se puede exponer el drama político recurriendo a los personajes de la trama. Antonio
Guzmán Blanco, hijo de Antonio Leocadio Guzmán, urdió
el retorno al poder de los liberales. Organizó en Curazao una invasión
apoyada por caudillos regionales como Joaquín Crespo y Francisco Linares Alcántara.
En 1870 desembarcó en la costa; ocupó lugares por el centro-occidente del país,
mientras acumulaba fuerzas. Conquistó Caracas en abril; su llegada al poder se
conoce como la Revolución de Abril. Legó el mando a Francisco Linares
Alcántara en 1877. La ruptura de Linares con y la interrupción de la línea “progresista”,
derivaron en la Revolución Reivindicadora, la que le derrocó en 1879.
Guzmán Blanco se vio obligado a regresar al país, de este modo, retomar la
conducción del gobierno. En su gestión se denominó al bolívar como moneda nacional; decretó como himno nacional el Gloria al Bravo Pueblo. Por otra parte, continúo con las medidas
político-económicas que habían tenido éxito. Después del quinquenio, transfirió
el mando a Joaquín Crespo. En su gobierno se desató una creciente
oposición estudiantil, que cobró fuerza; por eso, Crespo cerró la Universidad.
Se puede decir que estas contingencias obligaron a un segundo regreso de
Guzmán. Fue elegido por el Congreso para presidir entre 1886 y 1888; sin
embargo, se retiró en 1887, designando a Hermógenes López para la
transición.
En la secuencia presidencial, le siguió Juan
Pablo Rojas Paúl, quien se alejó de la línea centralista mantenida hasta el
momento. Éste fundó la Academia Nacional de Historia; por otra parte, en
lo que corresponde al conflicto social, enfrentó disturbios anti-guzmancistas.
En 1890 fue elegido Raimundo Andueza Palacio. El intento de extender su
mandato de dos años ocasionó la Revolución Legalista de 1892, encabezada
por Joaquín Crespo; quien llegó al poder, estableciendo la presidencia por
cuatro años, además del voto directo. En su presidencia se malversaron los
recursos públicos, además de incrementar el endeudamiento; en contraste, fue
popular entre los soldados. El caballo del corregidor fue Ignacio Andrade, quien
venció en las elecciones de 1897; pero su rival José Manuel Hernández,
alias el Mocho, lo acusó de fraude; se rebeló en Queipa. Crespo murió
al mando de sus tropas, a pesar de que el alzamiento fue derrotado. Haciendo un
balance sucinto, el resultado evidente del siglo XIX fue el desenlace de la recesión
económica, aunque denotando adelantos fragmentarios en cultura moderna,
tecnología y urbanismo.
La crisis política adquirió ribetes
anecdóticos. El militar y exdiputado Cipriano Castro acusaba a
Andrade de violar la Constitución de 1893; conspiró y organizó
desde Táchira un levantamiento militar de carácter restaurador, junto
con Juan Vicente Gómez. Castro accedió al poder en octubre. Sorprendentemente
ratificó a algunos ministros del derrotado gobierno, incluyendo en el gabinete
a Andueza Palacio. En 1901, fue elegido presidente por la Asamblea
Nacional Constituyente. De la misma manera que sus antecesores, desplazándose
en la herencia autoritaria, combatió sediciones. La más sobresaliente de éstas
fue la Revolución Libertadora, que descolló con el triunfo de Castro en
1903, cerrando el capítulo de las grandes rebeliones caudillistas. Caracterizando
a su gestión, se puede decir que prosiguió con el perfil antiimperialista,
negándose a cancelar la deuda con el Reino Unido y Alemania; esto ocasionó el
bloqueo naval, que impusieron estos países.
Continuando con la breve descripción de la resumida historia política, Castro
enfermó en 1908; salió del país para someterse a tratamiento. Al poco tiempo,
su vicepresidente, supuesto amigo Gómez, perpetró un golpe de Estado, prohibiendo
su regreso a Venezuela. Gómez fue oficialmente presidente desde 1910;
ulteriormente designado por períodos de siete años, señalados en una nueva
Constitución. Se dice que no tuvo misericordia con sus enemigos. Los presos
políticos se convirtieron en trabajadores forzados, construyendo
carreteras por todo el país. Para enfrentar la convulsión estudiantil cerró la
Universidad Central de Venezuela durante diez años. Paradójicamente, promulgó
la primera Ley del Trabajo, creó bancos para obreros, inició la explotación
petrolera y canceló la deuda externa. La resistencia y la oposición más destacada
del periodo fue efectuada por estudiantes universitarios en 1928. Entre sus
destrezas, se puede decir que aplacó un golpe militar, además de la invasión
del general Román Delgado Chalbaud, embarcado en el vapor alemán Falke en 1929. En el balance se puede
anotar que su contribución colateral fue la pacificación definitiva del país; exterminó
a los caudillos; fundó la Academia militar de Venezuela, como plataforma de
un Ejército Nacional. En el campo económico, se puede decir que la dinámica
económica, destacada por la inauguración de la explotación petrolera, desata migraciones a
los grandes centros urbanos, desde la década de 1930. Gómez falleció en
1935; el General Eleazar López Contreras fue designado encargado de la
Presidencia hasta 1936, luego presidente por siete años. Se dice que con él se
inicia la transición a la democracia;
por ejemplo, decreta amnistía para los prisioneros políticos y restablece la
libertad de prensa. El mismo año, como desafío, una gran manifestación
pública frente al Palacio de Miraflores demandó mayores libertades
civiles; López accedió en parte con su Programa
de febrero. Redujo el período presidencial a 5 años, además de focalizar
sus políticas en la creación de programas asistenciales de salud pública. Por
otra parte, consolidó el perfil del Estado recurriendo a la conformación de los
dispositivos de emergencia, como la Guardia Nacional de Venezuela. En otro
campo, inauguró el Museo de Bellas Artes y el Museo de Ciencias en
1938; en el campo económico conformó el Banco Central de Venezuela en
1939.
Al término de
su mandato en 1941, el Congreso designó presidente a Isaías Medina
Angarita; militar que promulgó la Ley de Hidrocarburos en 1943; mejorando, con
esta medida, el erario nacional; llevando más dividendos monetarios al país,
así como limitando su expansión a las trasnacionales. En su gestión se
decretó el sufragio femenino y la legalización de partidos, se
permitió el regreso de todos los exiliados y la liberación de los presos
políticos restantes. Creó el primer plan de cedulación venezolana, activó
una reforma agraria, apoyó a los aliados de la segunda guerra
mundial, intentó la anexión de las Antillas Neerlandesas y firmó
el Tratado de Límites de 1941 entre Colombia y Venezuela. Abrió el camino
a la democracia de manera
contradictoria; enfrentando a adversarios como Rómulo Betancourt y su
partido Acción Democrática. En la coyuntura culminante, se fraguó un golpe
militar en 1945, con ayuda de un grupo militar dirigido por los Tenientes
Coroneles Marcos Pérez Jiménez, Luis Llovera Páez y Carlos Delgado Chalbaud,
quienes disentían con el tipo de elección presidencial empleada y con muchas
medidas de Medina[1].
Como puede verse, el periodo
liberal se caracteriza por la secuencia de gobiernos interrumpidos por
asonadas políticas y militares; si bien, la continuidad “liberal” se mantuvo,
sobreponiéndose a los percances conspirativos y golpistas, lo hizo haciendo concesiones
o, si se quiere, retrasando o ralentizando su programa. El periodo liberal fue interrumpido abruptamente por un golpe militar
y el inicio del periodo llamado militar,
por el dominio de los militares en este periodo, que comprende interregno
“democráticos. Se aprobó una nueva
Constitución en 1947, que otorgó el sufragio directo y sufragio
femenino. En unos nuevos comicios, el connotado escritor Rómulo
Gallegos trascendió como el primer presidente
venezolano electo de esa forma, asumiendo el mando en 1948. Sin
embargo, Gallegos no completó su período; un golpe de Estado, efectuado
meses después, pasara el poder a una Junta Militar, integrada por los
mismos rebelados de hace tres años; esta Junta derogó la Constitución.
En este entramado político laberíntico,
en 1957 se dispuso un plebiscito para delimitar su permanencia para
otro lapso de cinco años en el poder. Los boletines oficiales le dieron la
victoria, pero era voz populi que se trató de un fraude. Esto produjo un
fraccionamiento en las Fuerzas Armadas, dando lugar a una rebelión fallida en
el día de Año Nuevo de 1958. La crisis política desestabilizó las bases del
régimen, concluyendo con su deposición por un movimiento cívico-militar el 23
de enero, obligándole a huir hacia República Dominicana para trasladarse a
España. Triunfada la rebelión, se organizó una Junta Cívico-Militar de Gobierno,
presidida por el Contralmirante Wolfgang Larrazábal. Meses después se
firmó el Pacto de Punto Fijo, que disponía la alternancia en el poder
de Acción Democrática, COPEI y URD, para encauzar la futura política del
país, excluyendo a los partidos de izquierda como el PCV. La elección
a presidente derivó en Rómulo Betancourt.
Es indispensable anotar que tampoco, como era de esperar,
en el periodo militar, la crisis del
Estado-nación se resuelve; mas bien, transcurre de manera más patente. Haciendo
retrospección, ni en los momentos
constitutivos, de la fundación de la República, en las condiciones
histórico-políticas-geográficas de la Gran Colombia, ni después de la secesión,
en su periodo conservador, después en su periodo liberal, la crisis política se resuelve; más bien,
se manifiesta en sus distintas formas
singulares, dependiendo de la coyuntura, el perfil político y el contexto
de la correlación de fuerzas. Ocurre
como si la reproducción del poder, en
la forma de Estado, se efectuara de la única forma que lo puede hacer: la crisis orgánica y estructural del
Estado-nación.
La nueva era democrática
trajo consigo cambios a nivel político y económico. Desde el gobierno no se otorgaron
más concesiones a trasnacionales petroleras; se constituyó la Corporación
Venezolana del Petróleo, además de conformarse la OPEP en 1960, por iniciativa
de Juan Pablo Pérez Alfonzo. Se concretó una Reforma Agraria y se sancionó
una nueva Constitución en 1961.
Si se puede hablar así, en el contexto nacional, en
el nuevo orden se manifestaron los antagonismos. Betancourt sufrió un atentado,
planeado por el dictador dominicano Rafael Trujillo. La izquierda, excluida del
Pacto, emprendió una insurgencia armada; se conformaron las Fuerzas Armadas de
Liberación Nacional, secundadas por el Partido Comunista. En 1962 se
desencadenaron actos de desestabilización, por la ruta de los cuerpos
militares, con fallidas revueltas en Carúpano y en Puerto Cabello. En este
contexto complicado y saturado, Betancourt impulsó una doctrina
internacional, en la que solo reconocía a los gobiernos electos por votación
popular.
En las elecciones de 1963 resultó
electo Raúl Leoni. Su plataforma residió en una coalición de partidos
de Amplia Base, integrando a AD, URD y el FND. Su gobierno se
pretendió de concordia y entendimiento general, empero, tuvo que lidiar con la
guerrilla. Sobresale la invasión a las playas en 1967, con la
participación de columnas guerrilleras. Esta guerra de guerrillas no prosperó
como se esperaba; la mayor parte de los guerrilleros abandonaron la lucha
armada.
Siguiendo la secuencia, Rafael Caldera ganó los
siguientes comicios. Antes de tomar posesión en 1969, estalló la rebelión
Rupununi en Guyana, leída como una oportunidad para anexar el Esequibo,
reclamado por Venezuela. Se firmó el Protocolo de Puerto España en 1970.
Se pactó la tregua definitiva con la guerrilla, garantizando su reintegro a la
vida política, además legalizando al PCV. En 1974 asumió la
presidencia Carlos Andrés Pérez. En ese entonces se incrementó enormemente el
ingreso de divisas, como derivación de la crisis del petróleo de 1973,
cuando el precio del barril de petróleo pasó bruscamente de 3 a 12 U$. En
1975 la industria del hierro fue nacionalizada; al año siguiente la del
petróleo, creando a Petróleos de Venezuela, S.A. (PDVSA). Tanto Caldera
como Pérez rompieron parcialmente con la Doctrina Betancourt.
En 1979, Luis Herrera Campins es
investido como presidente. Inauguró múltiples instalaciones culturales y
deportivas. Aunque los ingresos petroleros siguieron en alza, no pudo impedirse
el endeudamiento en las finanzas internacionales, forzando el apego a los
dictámenes del FMI. En 1983 se devaluó el bolívar en el llamado Viernes
Negro, desatando una fuerte crisis económica. En el gobierno de Jaime
Lusinchi, se haría poco para contrarrestarla. La corrupción se incrementó, la
política económica alimentó la vía rentista. En el terreno internacional, en
1987 el incidente de la Corbeta Caldas generó uno de los mayores
momentos de tensión internacional con Colombia, debido a la disputa por la
soberanía sobre golfo de Venezuela entre ambas naciones.
Carlos Andrés Pérez es nuevamente elegido en
1988; durante su mandato buscó solventar la recesión adoptando medidas
restrictivas, que provocaron colosales protestas sociales; la más grande es
conocida como el Caracazo de
1989. Ese mismo año tuvieron lugar las primeras elecciones directas de
gobernantes y alcaldes regionales. Como consecuencia del Caracazo, en este contexto convulso, se produjeron dos intentos de
golpe de Estado en febrero y en noviembre de 1992 encabezados
por Hugo Chávez. Pérez fue finalmente destituido por el Congreso en 1993. Octavio
Lepage fue nombrado presidente provisional por pocos días, hasta que el
historiador y parlamentario Ramón José Velázquesz fue designado como
presidente interino.
En la cadena de hechos políticos, Caldera llega al
poder por segunda vez en 1994, enfrentando una impetuosa crisis
bancaria. El derrumbe e intervención de una decena de bancos culminó con la
fuga de capitales, provocando el quiebre de empresas. Para frenar la crisis,
inició una política de privatizaciones, que no detuvieron la crisis económica;
la grave situación económica se proyectaría en el decaimiento de los partidos
políticos, que habían estado activos desde mediados del siglo XX[2].
En el periodo “democrático” también se hace notoria la crisis del Estado-nación. Se puede decir
que el despliegue de la democracia formal
transcurre sorteando la crisis política,
beneficiada por la bonanza económica del petróleo, de ese entonces. Quizás lo
más referencial de este periodo es la conformación de PDVSA y la organización
de la OPEP, fuera de otras instituciones del Estado, que le van dando una
configuración más definida. Sin embargo, a pesar de este estado de cosas, por así decirlo, la crisis social se ahonda y estalla. El Caracazo
va a ser la expresión profunda y manifiesta del pueblo venezolano, que se
rebela ante no solo medidas de austeridad, que hacen pagar la crisis económica
y financiera al pueblo, sino contra un régimen que los excluye y discrimina. En
el Caracazo debemos encontrar el substrato de lo que va a ser la llamada revolución bolivariana. La ideología populista suele construir el mito del Caudillo, reduciendo el acontecimiento político a la convocatoria del Caudillo al pueblo;
pero esto es un mito, el mito de la ideología, en este caso, neopopulista
o del llamado “socialismo del siglo XXI”. El caudillo es un constructo del imaginario colectivo, es
una interpretación ideológica del barroco populista, pero también del imaginario milenarista del pueblo. No se
puede reducir el acontecimiento político
a esta narrativa; la narrativa populista funciona como chantaje o, si se quiere, convocatoria emocional al pueblo.
Empero, no puede considerarse como una interpretación
histórica-política, sino como una mitología
moderna. La explicación hay que buscarla en el acontecimiento político mismo, en sus dinámicas complejas. En este sentido, el Caracazo, la sublevación popular, se convierte en el substrato histórico-político-social-cultural
del periodo que sigue, que es conocido como el de la revolución bolivariana.
Al respecto, del periodo de la revolución bolivariana, nos remitimos a los escritos que tratan su genealogía de poder[3].
Retomando las conclusiones de estos escritos, diremos, siguiendo la tonalidad
del ensayo, que tampoco en el periodo de la revolución
bolivariana se resuelve la crisis
del Estado-nación. Tal parece que se ahonda, sobre todo porque se propone
concluir la tarea pendiente de la constitución
material del Estado-nación, como ha ocurrido en otras revoluciones
nacional-populares en América Latina. La
pregunta pertinente: ¿Por qué justamente cuando se propone concluir con la
tarea de la constitución material del
Estado-nación, esta tarea no se concluye, sino, más bien, se hace como
imposible? Al respecto lanzaremos algunas hipótesis
de interpretación, que ciertamente tienen que contrastarse con
investigaciones histórico-políticas en profundidad.
Hipótesis
interpretativas sobre la crisis múltiple del Estado-nación
1.
Los Estado-nación en el
continente nacen en las guerras de la independencia, que se presentan como
anticoloniales, sin embargo, continúan la conquista
interminable y las oleadas de
colonización, en la era poscolonial, que no es otra cosa que la efectuación
de la colonialidad en repúblicas barrocas.
2.
Las repúblicas criollas y sus sociedades
institucionalizadas se conforman sobre cementerios
indígenas. No se puede constituir una república
auténtica sobre la guerra de exterminio de las naciones y pueblos indígenas;
esta es una impostura de “república”. Solo vale como nombre usado en el
discurso ideológico de legitimación.
Para decirlo metafóricamente, estas repúblicas
criollas se instauran objetivamente
sobre cementerios indígenas y subjetivamente emergen de la consciencia culpable de los
conquistadores y sus herederos.
3.
La historia moderna de las repúblicas
criollas en el continente es la historia
de la incongruencia política del Estado-nación en el continente de Abya Yala.
Solo ideológicamente se puede sostener la narrativa
de la legitimidad del Estado-nación
en el continente conquistado. La ideología
de la que hablamos ha sido, primero liberal,
después populista, incluso socialista
y, en su contra parte, neoliberal.
Las expresiones conservadoras no llegan a elaborar una propuesta política,
tampoco ideológica, pues son las expresiones atormentadas del conservadurismo recalcitrante, que
conforma un imaginario atiborrado de prejuicios y miedos, devenidos de la
perplejidad del conquistador y la sorpresa del colonizador.
4.
Para decirlo de alguna
forma, las expresiones ideológicas, que acompañaron a los proyectos políticos
en el continente, se encuentran muy lejos de poder comprender el acontecimiento
político desbordado en el continente. Sus esquemas ideológicos se reducen a dualismos simples, donde cada
expresión ideológica y cada perfil político, se coloca en el lado del bien, en contraposición de sus enemigos, que se encuentran condenados
en el lado del mal.
5.
Ninguna de las expresiones
ideológicas y políticas modernas, sean de “derecha” o de “izquierda”, ha interpretado la complejidad de lo acontecido, si se quiere, para decirlo
fácilmente, históricamente. Lo que
han hecho es reducir el mundo efectivo
a los límites y códigos de sus prejuicios inherentes.
6.
Para resolver la
problemática inherente de la crisis
múltiple, orgánica y estructural del Estado-nación, es menester tocar, como
se dice, las raíces del problema. Los pueblos y las sociedades,
sobre todo las sociedades alterativas,
es decir, no institucionalizadas, tienen la responsabilidad
de salir del círculo vicioso de la
ideología y del círculo vicioso del
poder. Es menester desandar el camino. Para decirlo de algún modo, des-conquistar, descolonizar, contraponerse a la genealogía del poder, ser contra-poder;
es decir, resolver el problema
inicial, generado por las guerras de conquista y las oleadas de colonización.
En pocas palabras, utilizando un término apropiado, propuesto por Silvia Rivera
Cusicanqui, indianizarse.
7.
Indianizarse
implica, en la coyuntura y periodo álgido de la crisis ecológica, reinsertarse a los ciclos vitales que dan vida al planeta.
8.
Indianizarse
implica salir del círculo vicioso del
poder, renunciar a la voluntad de dominio, en cambio, liberar la potencia social, que es creativa.
9.
Indianizarse
es comunicarse con los seres orgánicos y las sociedades orgánicas con las que
compartimos el planeta.
10.
Indianizarse implica
defender los bienes comunes, defender
la vida, defender a los seres y
sociedades orgánicas, defender los territorios y los ciclos vitales del
planeta.
11.
Indianizarse significa
compartir el planeta con todos, logrando consensos
no solo entre los pueblos y sociedades humanas, sino también con los seres y
las sociedades orgánicas.
12.
Indianizarse,
en plena crisis ecológica y de la civilización moderna, implica liberar
las potencias sociales de los
pueblos, también, en este sentido, la potencia
de la vida.
13.
Indianizarse
implica reírse, aunque también, interpelar, denunciar y deconstruir, las
pretensiones demagógicas de los liberalismos
pluralistas, de los populismos
chantajistas, de los socialismos
religiosos y eclesiásticos, de los indigenismos
que hablan en nombre de las naciones y pueblos indígenas, buscando ser sus
representantes.
14.
Indianizarse implica
resolver los problemas pacíficamente, pero defenderse contundentemente cuando
se es atacado por estructuras, diagramas y cartografías de poder.
15.
Indianizarse implica
convocar a todos los pueblos y sociedades del mundo a asociarse, construir
consenso y conformar una Confederación de Pueblos Autónomos y de Autogobierno
del Mundo.
Corolario
Las
salidas a la crisis política y de legitimación de Venezuela no se encuentran,
obviamente, en lo que ofrecen el “oficialismo” y la “oposición”. Mucho menos en la descabellada intervención
militar, que expresa, de manera patente, la recurrencia en la anacrónica opción
militar, en tiempos cuando ésta devela sus inutilidades, en plena clausura de
la modernidad tardía. Las salidas están contenidas en el campo de posibilidades
que contiene la potencia social del
pueblo. El pueblo, es decir, las multitudes
singulares que componen a la sociedad concreta, tiene la responsabilidad de
consensuar una salida democrática, que permita transiciones consensuadas hacia la democracia plena, es decir al autogobierno
del pueblo.
[1] Bibliografía:
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Española de E. Denné Schmitz. Enciclopedia Libre: Wikipedia: Venezuela. https://es.wikipedia.org/wiki/Venezuela.
[3] Ver Defensa
crítica y crítica de la apología. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/defensa_cr__tica_y_cr__tica_de_la_a.
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