Proceso desconstituyente
Proceso desconstituyente
Raúl Prada Alcoreza
Lo que hay que
explicar es por qué la Constitución no se cumple, nada más ni nada menos por el
“gobierno de los movimientos sociales”. Se puede decir que este comportamiento desconstitutivo de parte del “gobierno
progresista” ya estaba contenido en el comportamiento del gobierno durante la Asamblea
Constituyente. El gobierno de Evo Morales Ayma, incluso durante su primera
gestión, cuando se convoca a la Asamblea Constituyente, no estaba a la altura
de este acontecimiento fundacional. Se
trata de un gobierno electo por amplia mayoría en las elecciones de 2005;
elecciones que son como el desenlace de
la movilización prolongada
(2000-2005). No era el único desenlace
posible, había otros, como comentamos. Tampoco el partido que llegó al gobierno
era el más representativo de las movilizaciones desatadas en el quinquenio
mencionado; se podría decir incluso que era el que menos expresaba las voluntades singulares de los movimientos sociales anti-sistémicos,
que caracterizaron al periodo de la movilización
prolongada. Sin embargo, en la medida que la tendencia práctica al desenlace fue electoral, el Movimiento
al Socialismo (MAS) se ubicó en situación privilegiada para cumplir con la
competencia electoral.
Como describimos en
otros textos[1], sobre todo los relativos
a la experiencia de la movilización prolongada, los ejes
primordiales de la movilización emergieron de la guerra del agua, de la
movilización indígena-campesina, de la guerra del gas, con el desemboque en la
toma de Sucre por parte de los movimientos sociales. En estos acontecimientos sociales y políticos de
la movilización, el MAS no jugó un papel protagónico, mas bien, fue como
colateral o anexo su desenvolvimiento, circunscrito más a la defensa de la hoja
de coca en la región del Chapare. Las nueve marchas de la Federación del
Trópico de Cochabamba atravesaron la geografía política y llegaron a la sede de
gobierno; empero, este desplazamiento, innegablemente valeroso, no las
convierte en un eje primordial de la movilización
prolongada. Si bien es cierto que el MAS apoyó a la Coordinadora en Defensa
del Agua y de la Vida, lo hace colocándose como actor secundario de la movilización,
siendo la Coordinadora el actor principal. Lo mismo sucede con los eventos
cardinales de la movilización prolongada. Esto explica que cuando llega al
gobierno no estaba equipado de la experiencia
social y la memoria social de la
movilización. El partido gobernante va a actuar de acuerdo con su propio paradigma heredado, paradigma barroco, conformado por los resabios del nacionalismo-revolucionario, así como
también por los resabios de la izquierda
tradicional, marcadamente acrítica.
El MAS en el gobierno
hace lo que hace la organización política, que llega al poder empujada por la
movilización social, aunque no haya sido la organización que expresa
fidedignamente las voluntades singulares
de los movimientos sociales anti-sistémicos.
Un ejemplo para ilustrar; mientras los movimientos sociales incursionan
abiertamente en el proyecto
autogestionario, el MAS tenía una imagen paternalista del Estado. El gobierno
lo que hace es repetir lo que se encontraba en el almacén de la historia: la convocatoria nacional-popular. Ciertamente esta convocatoria esta apoyada en el entusiasmo de las multitudes, de la
gente, del pueblo, que considera que la victoria electoral es una victoria política.
No cabía en sus mentes, en ese momento de
disponibilidad de fuerzas inicial, que la victoria electoral del MAS podía
convertirse en la derrota política de los movimientos
sociales anti-sistémicos.
En lo que respecta a
la Asamblea Constituyente, el MAS hace lo que sabe hacer, a partir de la
herencia política que señalamos, busca controlar
el desenvolvimiento de la Asamblea. No le entra en la cabeza que lo mejor era
que los movimientos sociales, representados en la Constituyente, se desarrollen,
organicen y funcionen libremente. Un celo estatal, sobre todo, patriarcal, la
del caudillo, imprime la incidencia de un control
que buscaba ser totalitario. Las decisiones que se tomen deberían corresponder
a los mandatos de la cúpula política; no cabía en la mentalidad gubernamental
la idea de la construcción colectiva de
las decisiones políticas. Empero, como en toda relación, no solamente una parte de la misma relación es la responsable
de lo que ocurre; la otra parte, es decir, los constituyentes devenidos de los
movimientos sociales, tampoco opuso gran resistencia a este celo estatalista,
gubernamental y patriarcal, salvo en lo que respecta a las organizaciones indígenas,
de tierras altas y de tierras bajas, que intentaron incidir en las decisiones
que se tomaban en la Asamblea
Constituyente. Sin embargo, la representación
indígena era minoritaria en la Asamblea; la representación mayoritaria era
campesina y de otras organizaciones sociales, básicamente de trabajadores,
preponderantemente cooperativistas mineros. El MAS tenía sus representantes directos, del
partido, principalmente en los constituyentes de Chapare y también en los
constituyentes de las ciudades. En estas circunstancias, la mayoría de los
constituyentes estaban más propensos a la obediencia
que a la decisión y actuación propias.
Entonces, tal parece,
ocurrió como que los dados estuvieran echados; con un gobierno paternalista, un
partido de gobierno patriarcal y caudillista, además con una mayoría de
constituyentes más propensos a la obediencia,
la iniciativa en la toma de las decisiones quedaba a cargo de la estructura
palaciega del “gobierno progresista”. Por otra parte, no hay que olvidar que en
ese entonces el gobierno gozaba de gran prestigio ante las masas. El pragmatismo de la mayoría de los
constituyentes del campo popular les
hacía pensar que, en todo caso, lo que haga el gobierno no estaría mal, y si
había errores, eran “nuestros errores” y se podían enmendar. Este pragmatismo fue una trampa en el
funcionamiento de la Asamblea Constituyente. Gobernantes y constituyentes de la
mayoría cayeron en la trampa de este pragmatismo.
La suma de los errores fue socavando la fuerza misma de la Asamblea; peor aún,
la falta de organización propia, en lo que respecta a las estructuras
organizativas de la Asamblea, derivó en una dependencia agobiante, a tal punto
que los constituyentes de mayoría no atinaban hacer nada solos sin contar con
no solo con el visto bueno del gobierno, sino, sobre todo, sin contar con la
decisión misma gubernamental.
Este es el contexto
en el que se desenvuelve el proceso
desconstitutivo. Una vez promulgada la Constitución, el gobierno y los órganos
de poder tenían la tarea de realizar y materializar, jurídica, política e
institucionalmente la Constitución. ¿Cómo lo hacen? De la única manera que
sabían hacerlo, de acuerdo con la herencia
nacional-popular y de la izquierda
tradicional; optando por un desarrollo
legislativo vertical. La comprensión
de la Constitución fue desechada; se prefirió la interpretación rápida,
improvisada, aunque con amplia difusión y propaganda, además de la compulsiva publicidad.
En estas condiciones, donde la iniciativa colectiva es inhibida, los
ministerios cobran peso operativo y
encaminan los primeros pasos del desarrollo
legislativo. Aquí, el saber de los ministerios, que es un saber burocrático, vinculado a la
herencia de los aparatos del Estado, va no solamente empobrecer los alcances
del desarrollo legislativo, sino que
incluso va a impedir un desarrollo
legislativo de acuerdo con el paradigma plurinacional, comunitario y
autonómico de la Constitución. En consecuencia, se va a tener un desarrollo legislativo que deriva del espíritu anacrónico de la antigua Constitución.
Entonces, el proceso des-constituyente se desata de
este contexto histórico-político, de
esta correlación de fuerzas, de esta composición política y social. Todos los
engranajes de la maquinaria estatal
estaban armados para des-constituir la
Constitución, que es la expresión del pacto
social logrado dramáticamente, conllevando la configuración de los deseos,
esperanzas, pasiones y proyectos de las multitudes.
Crítica a la “razón” constituyente
Usamos “razón” en
sentido metafórico, haciendo paráfrasis políticas a las críticas kantianas. Como
dijimos en Crítica de la ideología
jurídico-política[2],
se trata de una ideología, no así
exactamente de una razón. Por lo
tanto, no se hace mención de ninguna sin-razón,
sino a un uso de la razón instrumental,
que ayuda a construir una de las formas de la legitimación, concretamente, la estatal. La Constitución, tal como
fue concebida en el periodo inicial liberal, corresponde a la construcción del
Estado-nación, mejor dicho, la república.
En las comisiones de la Asamblea Constituyente no se planteó este problema, que era fundamental: ¿El Estado
Plurinacional requiere de una Constitución? La Comisión Visión de País presentó un documento,
de “minoría de izquierda”, conformada por lo que se consideró inapropiadamente
una astucia de la mayoría de la comisión, evitando un documento de minoría de “derecha”
– no era otra cosa que una maniobra burda -. En el documento de “minoría de
izquierda” se cuestionó el carácter unitario
del Estado Plurinacional; proponiendo, mas bien, que el Estado Plurinacional
corresponde a una Confederación de naciones.
A pesar de la burda maniobra de la mayoría, el documento de “minoría de
izquierda” es altamente sugerente y apropiado. Quizás fue el único documento
reflexivo y pertinente de la Asamblea. Sin embargo, lo que faltó reflexionar
fue si un Estado Plurinacional, es más, Comunitario y Autonómico, requería de
una Constitución.
En los términos del
discurso liberal, sobre todo jurídico-político, la Constitución es la Carta
Magna, la matriz de las leyes del Estado. Al hablar del Estado-nación, el
Estado moderno, liberal por excelencia, la Constitución supone el mito del Estado, la genealogía de la nación. Cuando se trata de varias naciones,
reconocidas no solo constitucionalmente, sino desde distintas perspectivas,
enfoques y acepciones histórico-culturales, no parece adecuado poner como
cimiento jurídico-político una Constitución, sino, en todo caso, podría decirse,
varias; es decir, por lo menos, una pluralidad de constituciones. Este parece
ser un problema crucial histórico-político-social-cultural. Si
consideramos que la movilización prolongada
fue característicamente de inclinación autogestionaria,
entonces, se puede concluir que los imaginarios
radicales, en el sentido de Cornelius Castoriadis, de los movimientos sociales anti-sistémicos
fueron traicionados por la ideología jurídico-política estatalista
subyacente.
La “razón”
constituyente corresponde, en su despliegue, a la razón de Estado. En otras palabras, para decirlo figurativamente,
recordando a una película, el huevo de la serpiente, de Ingmar Bergman, se encontraba ya en
la misma Asamblea Constituyente. Exagerando, atendiendo a la explicación del proceso des-constituyente, podemos interpretar
de que la Asamblea Constituyente, cuya tarea era la de establecer las bases jurídicas-políticas del Estado
Plurinacional Comunitario y Autonómico, nace des-constituida.
Volviendo a las
reflexiones anteriores, no solo se trata de la repetición reiterativa del círculo vicioso del poder, que es la
tesis principal de nuestra crítica del
poder y de las dominaciones,
tampoco solo de la responsabilidad gubernamental
en la conducción del proceso de cambio, compartida
con la responsabilidad de las
organizaciones sociales, sino también de que el acto mismo constituyente está ya preñado del proceso des-constituyente, cuando se trata de ir más allá del
Estado-nación.
Como dijimos antes,
no se trata, de ninguna manera, de que los gobernantes eludan su responsabilidad, tampoco de que lo hagan
las organizaciones sociales, así como no puede hacerlo el pueblo, sino de comprender
de cómo funciona el poder. En el crepúsculo
de la modernidad, dadas las experiencias
sociales acumuladas, así como las memorias
sociales, es sumamente pertinente e indispensable preguntarse sobre este
apego de las sociedades institucionalizadas
al círculo vicioso del poder. Esta crítica,
de ninguna manera propone el fracaso de la utopía,
que es el principio esperanza de las sociedades humanas; mucho menos unge de
valor a los escepticismos, pragmatismos y voluntades
de nada conservadoras y liberales. Sino que busca comprender las condiciones de
posibilidad, así como las condiciones
de imposibilidad, históricas-política-culturales,
de la realización de la utopía en la
civilización moderna.
Sabemos que no es
exactamente una razón, ésta la de la “razón”
constituyente; se trata, más bien, de habitus,
de prácticas, de esquemas de
conductas y comportamientos. Sin embargo, estas prácticas y estos esquemas de conducta vienen acompañadas
por formaciones discursivas, prácticas
discursivas, imaginarios heredados, es decir, por la ideología. La razón abstracta
es usada como instrumento operativo
en la construcción ideología, en la pretensión de legitimación. La “razón”
constituyente fue como la operación
ideológica que le jugó una mala pasada a los movimientos sociales anti-sistémicos que llegaron a la Asamblea
Constituyente.
[1] Ver Cuadernos Activistas, Serie Acontecimiento político. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/stacks/715dbb6b8faf4b70bef012832f796319.
[2] Ver Crítica de la ideología ii. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/cr__tica_de_la_ideolog__a_ii_de57ea240bb751.
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