El descalabro e implosión de la forma de gubernamentalidad clientelar
El descalabro e implosión de
la forma de gubernamentalidad clientelar
Raúl Prada Alcoreza
Contra
la Constitución, contra la democracia, contra el voto popular, sin ninguna
vergüenza, el susodicho Tribunal Constitucional avala un nuevo atentado contra
el ejercicio y contra la institucionalidad democrática. Al avalar la reelección
del presidente y de otras autoridades, sin contar con los atributos ni la
competencia para hacerlo; destrozando las reglas del juego y las normas, además
de desechar flagrantemente la voluntad
popular, un Tribunal sin competencia resume en este acto toda la
pestilencia de una forma de
gubernamentalidad, la clientelar,
y todo el engranaje y el funcionamiento
de la máquina del chantaje[1].
Es eso lo que son, los magistrados del Tribunal, los gobernantes, los
funcionarios de gobierno y del aparato de Estado, además de la masa elocuente
de llunk’us, la degradación política llevada a fondo, la decadencia llevada al extremo, el derrumbe ético y moral más patético y sin precedentes.
Ya
no hay un ápice de institucionalidad, ha desaparecido todo vestigio de la
democracia, fuera de haberse hundido, hace un tiempo, todo comportamiento que
guarde, por lo menos, las mínimas apariencias. Asistimos al desborde grotesco
del desquicio de la política más vil. Esta calamitosa situación descalabrada no puede cubrirse
con nada, menos con discursos demagógicos, que, además, se pretenden de
“izquierda” o de “representar” algo así como un “proceso de cambio”; proceso que desapareció una vez
promulgada la Constitución. Ocurre como si la promulgación hubiese sido hecha
para encubrir toda la cadena deleznable de fechorías que se iban a cometer y
ya fueron cometidas.
La delincuencia política cree que la
decadencia, la degradación, el derrumbe ético moral es pasable con espectáculos
de mal gusto y discurso estridentes que brillan por su elocuencia banal y sin
sentido[2].
Estos espectáculos son solo parte de
la festividad del desahogo bochornoso con pretensiones “ideológicas” autocomplacientes[3].
La brutalidad de lo cometido, que acompañan a la lista larga de brutalidades,
no menores, es la expresión evidente de las miserias humanas más atroces y
frustradas, que creen que pueden compensar con la algarabía demostrativa de
enriquecimientos apresurados e ilícitos. La forma
de gubernamentalidad clientelar
ha buscado mantener la cohesión política
- una vez perdida la convocatoria,
desaparecido el entusiasmo de la
gente, con el temprano desencanto, al
ver prácticamente lo mismo en los comportamientos de los nuevos políticos, en
realidad la nueva élite y los nuevos ricos, que la anterior élite y la
burguesía anterior dominante - por medio de la expansión delirante de las redes clientelares, a través de mallas y
circuitos de complicidades y concomitancias, que forman parte de la economía política del chantaje y del lado oscuro del poder.
Posiblemente
los “ideólogos” de semejante patraña consideren esta delincuencia política contra la Constitución, la democracia y la voluntad popular, como una “victoria”.
Se trata de una “victoria” pírrica, sustentada en la violencia descomunal del Estado, del monopolio de los dispositivos
estatales; por lo tanto, de una “victoria” hecha a empellones, sin gracia
ni estilo, de la manera más explícita, exacerbando el uso del poder descarnado.
Es esta la gente que gobierna, la que funge de “representantes del pueblo”, la
que se toman como magistrados y tribunales; que solo tienen el título logrado
también a empellones, con trampas, de la manera forzada mas explícita y sin
ningún pudor. Esta gente esta podrida como todas las columnas que sostienen a
la forma de gubernamentalidad clientelar
y al Estado-nación en crisis múltiple,
disfrazado de “Estado plurinacional”.
Es
absurdo pretender “analizar” esto desde el esquematismo
anacrónico de “izquierda” y “derecha”, tomados como opuestos. No se sostiene tal empleo esquemático, pues en esto no hay ni
“izquierda” ni “derecha”, sino el mismo método del círculo vicioso del poder, solo que, llevado a sus formas más
descomunales, grotescas y descarnadas. Solo se distinguen de las anteriores formas de gubernamentalidad, por
ejemplo, la neoliberal, por los
tintes discursivos, aunque el contenido del discurso es igualmente pobre y
ostentosamente banal. El análisis
solo se hace posible si se atiende las formas, expresiones y síntomas de la decadencia. Si se observa la crisis política e institucional en el chirrido de los engranajes de la maquinaria
estatal, en las formas elocuentes del disfraz y de la simulación, del montaje y
del espectáculo trivial, aunque
bullicioso. Se trata de la economía
política del chantaje, de la economía
política de la cocaína, del funcionamiento
espantoso de la máquina de poder del
chantaje, en tus proliferantes manifestaciones[4].
Se trata, en definitiva, del derrumbe de la civilización
moderna; en el Norte de unas formas
singulares, en el Sur de otras formas singulares; pero, en ambos casos,
expresando el más espectacular vacío, que apenas fingen hombres de poder en el dramatismo de inacabamientos y demandas
exacerbadas de reconocimiento. Lo que
muestra patentemente sus frustraciones profundas, inseguridades soterradas y
vulnerabilidades expuestas, que tratan de cubrir desesperadamente con máscaras
de mármol, que pretenden mostrar el rostro despótico de caudillos caídos y sin
convocatoria.
El proceso de cambio, abierto por el pueblo
boliviano, en décadas de lucha, convergiendo heroicamente en la movilización prolongada (2000-2005)[5],
desapareció en el interregno de la primera gestión de gobierno (2006-2009),
sellada con la desnacionalización de los hidrocarburos, perpetrada con los
Contratos de Operaciones, que entregan el control técnico a las empresas
trasnacionales, que quedaron vivitas y coleando, supuestamente nacionalizadas[6].
Lo que vino después es la regresión,
incluso no disimulada; primero, con compras de acciones, que los voceros
denominaban, si ningún sustento, “nacionalizaciones”. Después, con medidas al
mejor estilo neoliberal, incluso, extremadas, como las del “gasolinazo”; para
rematar con disposiciones y arremetidas crueles como la intervención del gobierno extractivista contra el
Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure (TIPNIS), donde el
supuesto “gobierno indígena” se sacaba la máscara y mostraba el mismo rostro de
la permanente conquista y de la reiterada colonización, al efectuar la
continuidad de las políticas anti-indígenas del Estado boliviano[7].
No
es pues sorprendente asistir a la debacle de una forma de gubernamentalidad hundiéndose en su implosión, en su derrumbe interno. Esto no sorprende; lo que llama
la atención no es ni siquiera el cinismo con que se lo hace, sino el descaro que pretenden mostrar quienes
fungen, en el teatro político, como
gobernantes, “representantes”, funcionarios, magistrados y tribunales. Esto es
muestra de que todavía se consideran impunes, como si la máquina del chantaje pudiera sostenerlos eternamente. No se dan
cuenta que lo que hacen es cavar su tumba con muecas agresivas y de desplante
al pueblo boliviano.
[1] Ver La máquina del chantaje.
[2] Ver Abolición de la democracia y banalización de
los conceptos.
http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/abolicion-de-la-democracia-y-banalizacion-de-los-conceptos/.
http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/abolicion-de-la-democracia-y-banalizacion-de-los-conceptos/.
[3] Ver Crítica de la Ideología I y II.
[4] Ver Cartografías
políticas del chantaje.
[5] Ver Movilización prolongada.
[6] Ver La
paradoja conservadurismo progresismo.
[7] Ver Convocatoria de la
vida.
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