Crítica del esquematismo ideológico

Crítica del esquematismo ideológico

 

Raúl Prada Alcoreza

 

 

 



 


 

 

 

  

A estas alturas de la decadencia política, de la banalización de los conceptos y del deterioro de la retórica política, podemos preguntarnos, un poco irónicamente: ¿Para qué interpelar a una derecha si tenemos esta izquierda? Son complementarias. La izquierda se encuentra anquilosada en el delirio imaginario del esquematismo dualista, cada vez más pobre, cada vez más cerca del esquema religioso, que separa fieles de infieles, ángeles de demonios. La reiteración de la pregunta sería: ¿Para qué la derecha si hay una izquierda que hace su tarea? Banalizar los conceptos, trivializar la utopía, restaurar el Estado, revivir el poder, engrosar el capital y restablecer la estratificación social. Claro que no es justo del todo hacer estas preguntas y responderlas como si fueran totalmente abarcables. Si bien la izquierda y la derecha son complementarias en relación al círculo vicioso del poder, si bien son simétricas, no son del todo equivalentes. Funcionan de distinta manera, con distintos discursos, con diferentes retóricas, planteándose objetivos dicotómicos. La izquierda actúa a nombre de la justicia social, la derecha lo hace a nombre del orden conservador o, en su caso, a nombre de la libertad. Así como en la derecha hay perfiles distintos, los hay también en la izquierda, se puede hablar de una izquierda tradicional y de una nueva izquierda, distinguiendo épocas, contextos y hasta maneras de plantear la lucha y la política, las tácticas y las estrategias. Empero, lo que importa es lo que ubica a las expresiones políticas en el mapa del campo de fuerzas, es su relación con el poder. Es por eso que podemos decir que se trata de dos versiones del mismo círculo vicioso del poder.

 

Lo de la complementariedad entre ambas expresiones políticas, opuestas, contrastadas y hasta enemigas, incluso antagónicas, se llega a dar cuando contemplamos los ciclos políticos. En la coyuntura no es posible hacerlo, puesto que las diferencias retóricas, incluso los distintos comportamientos, los alcances del ejercicio político, aparecen en su distinciones y diferencias. En el momento se remarca la diferencia de estilos y de objetivos discursivos. 

 

No hay que olvidar que hablamos de tiempo en política, concretamente, de tiempo político, en este sentido se supone el movimiento, el cambio, tanto imperceptible como perceptible, el desplazamiento de las composiciones y de la distribución de los dispositivos y de los sujetos, en el transcurso en el periodo que comprende coyunturas singulares. No es lo mismo referirse a expresiones políticas, a organizaciones políticas, en un momento o en otro. Aunque sea imperceptible a la mirada del análisis político, que tiende a enfocar lo homogéneo, lo regular, lo que no cambia, lo que permanece, todo se modifica constantemente en el instante. La situación no es exactamente la misma, sobre todo cuando hablamos de periodos, incluso podríamos distinguir composiciones, distribuciones y mapas de desplazamientos en las coyunturas.

 

Se puede decir que el tiempo también altera el sentido de las palabras, el uso del lenguaje, sobretodo de formaciones discursivas y prácticas discursivas, que tienen pretensiones de verdad. En un análisis minucioso, que apunte a la observación de los detalles, hasta podríamos decir en un análisis micropolítico, articulado a un análisis político y, si se quiere, también macropolítico, los detalles, la ubicación de los detalles, la distribución de los detalles, modifica pues la situación y la condición de la coyuntura política.

 

Por lo que decimos es evidente que no es lo mismo hablar de izquierda y derecha en una época y en otra, incluso en un periodo u otro. Aunque podamos hacerlo en coyunturas próximas, vecinas, es indispensable tener en cuenta en el análisis minucioso los desplazamientos imperceptibles del acontecer político. Bueno pues en la tercera década del siglo XXI hablamos de izquierda y derecha en otros contextos, teniendo en cuenta la historia larga de esos términos y de sus referentes, la arqueología conceptual y la genealogía de sus acciones, comprendiendo también sus prácticas y sus organizaciones. Sobre todo, lo que ha ocurrido en la historia política moderna.

 

Ciertamente es más fácil decir lo que decimos en plena crisis de las ideologías, incluso en plena diseminación de las ideologías, cuando tanto los discursos como las prácticas y las organizaciones políticas se han deteriorado de una manera notoria. Entonces, parece que los dispositivos en cuestión y los referentes dados sufren y padecen las consecuencias de una decadencia compartida. Sin embargo, esto también ayuda evaluar las percepciones y las interpretaciones en otros periodos, inclusive en otras épocas, en las cuales no se ha visto precisamente la complementariedad y la concomitancia de los enemigos, de una manera tan clara como ahora se lo puede observar. Ciertamente esto no lo van a ver los ciegos, es decir los dogmáticos, los fundamentalistas, los que tienen fe en su dogma. Descartando a estos obstáculos discursivos, políticos y epistemológicos, podemos dar cuenta precisamente de la concomitancia y la complementariedad que se da entre los enemigos, vistos desde la perspectiva de las dinámicas del poder. 

 

No hay nada mejor que adentrarse en el conglomerado de hechos dados en una coyuntura. Tener en cuenta de manera abierta la descripción de los hechos, de los sucesos, de los eventos y de los mapas de desplazamiento. De alguna manera esto lo hemos venido haciendo, refiriéndonos a las características circulares de la crisis política, manifestadas de modo fáctico en contextos específicos. 

 

Al respecto hemos hablado de la complementariedad entre neopopulistas y neoliberales. Cuando se hace más patente la conexión complementaria de sus prácticas, de sus pretensiones de verdad, incluso de sus formas de gubernamentalidad, aunque distintas son equivalentes en lo que respecta a la reproducción del poder. Para decirlo de un modo simple, retomando la descripción de los hechos en la historia reciente, hemos notado que la gubernamentalidad neoliberal, basada en el ajuste estructural, ha ocasionado un costo social alto, que ha dado lugar a las condiciones de posibilidad de las movilizaciones sociales, incluso insurgentes, contra el modelo neoliberal. Esto ha dado lugar a la emergencia, desde la movilización social, a partir de ella o referida a ella, a los llamados “gobiernos progresistas”, que recogen las demandas sociales y populares en contra del modelo neoliberal, del ajuste estructural y del costo social, dando lugar a una forma de gubernamentalidad basada en el fortalecimiento del Estado, en políticas del Estado de amortiguamiento del costo social y de recuperación de lo que se viene llamar soberanía, tanto nacional como popular. Pero esta forma de gobernamentalidad se desplaza rápidamente a una forma específica de gubernamentalidad, que es la forma de gubernamentalidad clientelar, que perdura a lo largo del periodo neopopulista. Esta forma de gubernamentalidad no tarda en entrar en crisis política, sobretodo cuando el modelo subyacente, que hace de sustrato, tanto del proyecto neoliberal, así como del proyecto neopopulista, que es el modelo estructurante, hablamos del modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente, se consolida por el discurso, la práctica y ejecución de ambas y pretendidas distintas versiones políticas. Cuando ocurre esto, cuando se hace evidente que el cambio político más se parece a una demagogia o una imitación espectaculativa, basada en la propaganda y la publicidad, cuando se va perdiendo la convocatoria, cuando, se opta cada vez más por la expansión de las redes clientelares, se hace notorio nuevamente el costo político y el costo social después de un ciclo de la forma de gubernamentalidad clientelar. Es cuando se han creado las condiciones de predisposiciones políticas desencantadas, que devienen en nuevas protesta y movilizaciones,  que derivan en votos castigos, para que vuelva a resurgir la forma de gubernamentalidad neoliberal. En otras palabras, se da como un movimiento pendular en la sucesión y en la secuencia política. Sorprendentemente son los mismos enemigos los que preparan el terreno para llegada del otro, del enemigo. Irónicamente el enemigo resulta el ingrato y desconocido amigo. 

 

Como hemos dicho esto no ven los partidarios, que tienen una concepción deportiva de la política, puesto que basta ponerse la camiseta para fanatizarse por ella. Se pierde toda perspectiva de objetividad mínima. Entonces el enemigo es el el demonio abominable que hay que aniquilar. Cuando el mismo es el que ha abierto las puertas para que entre a la casa y se apodere de ella.

 

Asistimos al dramatismo político en su máxima intensidad cuando, en plena clausura de un ciclo político, los defensores del gobierno en crisis se arrancan las vestiduras, vocifera y se invisten de sacerdotes modernos, inquisidores, defensores de las escrituras sagradas. Es cuando tenemos la sensación de que esto ya lo vimos, de que la historia se repite, sólo que en distintos contextos, en distintas coyunturas, con distintos personajes, quizás cada vez de una manera más comediante, cayendo en lo grotesco.

 

En plena clausura de un ciclo político, los gobernantes convocan al mito, ya vaciado de sus contenidos, ya desgastado e inutilizado para movilizar al pueblo, en defensa de una revolución que nunca se dio. Las reformas dadas, sobre todo al principio, ayudaron a ilusionarse con las transformaciones estructurales e institucionales. Fueron sólo reformas edulcorantes, que mejoran las condiciones de la gente, pero que no cambiaron su situación desfavorable. Reformas que incluyen bonos de asistencia, como si todo se redujera a políticas asistenciales. Las reformas y las bonificaciones no tardan en encontrar sus límites y convertirse en irrelevantes, cuando se trata de las transformaciones estructurales institucionales del proceso de cambio, que no se dieron.

 

En relación a la interpretación que exponemos sobre el esquematismo dualista político, concretamente sobre el esquematismo elemental de izquierda y derecha, debemos recordar que tenemos como paradigma subyacente, por así decirlo, al esquematismo kantiano, que se refiere al papel de la imaginación en la integración de las facultades humanas, respecto a las condiciones de posibilidad de la experiencia y del conocimiento. En este sentido, la connotación del uso de los términos esquema y esquematismo adquiere como dos usos, un uso filosófico, que se remonta a Emmanuel Kant, otro uso relativo al sentido común, que usa el término esquema para hablar de croquis, diseño, bosquejo, esbozo, incluso gráfico. De manera más banal la significación se acerca al estereotipo de reducción, incluso maniquea.

 

Nuestra interpretación, la que hacemos, con la que construimos una narrativa, dando lugar al análisis y a la explicación, también es esquemática o hace uso del esquematismo en el sentido de boceto,  también en el sentido kantiano, pues recurre a la imaginación, que arma una composición a partir de recortes de realidad, que considera características fuertes, que hacen a regularidades y configuraciones en movimiento. Empero tratamos de escapar del esquematismo dado en el enfoque de sentido común, en el sentido de esquema dualista que criticamos. Esquematismo dualista al que apela el maniqueísmo ideológico.

 

Las características del esquematismo que usamos tienen que ver con los recortes de contrastes, con el movimiento pendular, con la complementariedad de los opuestos, que no es complementariedad de los contrarios, que en todo caso no darían lugar a una síntesis, sino, más bien, a un vacío. El esquematismo también usa la imagen del círculo, cuando se dice que la complementariedad de los enemigos forma parte del círculo vicioso del poder. Este esquematismo nos ayuda a construir la interpretación que hace hincapié en la complementariedad perversa del poder, en la concomitancia de los enemigos, en el eterno retarno a lo mismo, que, en este caso, sería el poder.

 

En el esquematismo usado falta aclarar lo que ocurre en el tiempo, a pesar de que el movimiento pendular supone el tiempo. Pero donde quisimos remarcar es en el transcurso del tiempo, que ocasiona desplazamientos en las composiciones y distribuciones, que hacen a la estructura y el mapa de la coyuntura. Así como a la modificación del sentido mismo de lo que ocurre, como también al desplazamiento del sentido mismo de las palabras y los conceptos. Esto es importante porque se trata de situarse en el momento de la relatividad de los referentes. En consecuencia, la interpretación depende del momento, de la ubicación del momento en la genealogía del poder y en la cartografía política.

 

 

El contexto mundial de las dominaciones 

 

La interpretación, que acabamos de hacer, de lo que hemos llamado el movimiento pendular político y la complementaria de los contrarios, quedaría en suspenso si no tenemos en cuenta el contexto mundial de las dominaciones. Desde la perspectiva temporal en lo que hemos llamado la simultaneidad dinámica del tejido espacio-temporal, territorial y social, el tiempo político es un supuesto en el esquematismo usado al modo kantiano. El contexto del que hablamos también es un recorte en la realidad efectiva planetaria, en la complejidad del mundo, que es inabarcable, en cierto sentido incognocible. El recorte del contexto nos ayuda a configurar un mapa planetario donde se dan los acontecimientos.

 

Maurizio Lazzarato nos habla de este contexto mundial de las dominaciones en la actualidad, en El imperialismo del dólar. En este contexto la guerra juega el papel de definición y determinación del imperialismo del dólar, que viene a ser la geopolítica planetaria de la hiperpotencia hipertrofiada de los Estados Unidos de Norteamérica. Dice:

“Lo que ilumina la centralidad del imperialismo y las funciones subordinadas ejercidas por el neoliberalismo es la guerra. Al igual que el liberalismo clásico, el ordoliberalismo y el neoliberalismo, después de una existencia corta y turbulenta, se ven obligados a rendirse al régimen de verdad de la lucha de clases, de las guerras civiles y de las guerras entre Estados que, así como en su momento aniquilaron al liberalismo clásico, pasan ahora sobre el cuerpo del ordoliberalismo y del neoliberalismo, sin ningún escrúpulo.”[1]

 

Es decir, es la guerra lo que caracteriza al imperialismo del dólar, que, dicho según nuestras palabras, sería el imperialismo de los Estados Unidos de Norteamérica. Interpretando, podríamos decir que este imperialismo nace en la guerra, se desarrolla a través de la guerra, se consolida a través de la guerra y resuelve sus problemas inherentes a su crisis orgánicas y estructurales mediante la guerra. Queremos remarcar esta tesis de Lazzarato en el momento presente, en un momento desbocado, se diría descoyuntado, que arrastra a los Estados nación a una guerra sin precedentes, a la tercera Guerra Mundial. 

 

En una exposición anterior cuestionamos el uso del término imperialismo, también el uso del término dólar. En el primer caso lo consideramos anacrónico, en relación a las transformaciones dadas en el orden mundial de las dominaciones, que ciertamente no llamamos imperio, como lo hacen Michael Hardt y Antonio Negri. En el cuestionamiento al concepto de imperio, que corresponde una metáfora de Polibio actualizada, estamos de acuerdo con Lazzarato, empero no compartimos el retorno al uso del concepto de imperialismo, expuesto y explicado por el marxismo austriaco, retomado por Lenin. Consideramos que el orden mundial de las dominaciones, impuesto después de la segunda guerra mundial por los vencedores de la guerra, con la incorporación posterior de la República Popular de China, ha desplazado a la geopolítica imperialista, convertida en un diagrama de poder panóptico del tamaño planetario, dadas las capacidades de las tecnologías de poder del sistema mundo capitalista. En la exposición aludida caracterizamos, como lo hicimos antes, en otras exposiciones, a este diagrama de poder mundial como panoptismo planetario. Respecto a las reminiscencias del imperialismo que corresponde a la geopolítica de los Estados nación, convertidos en potencias concurrentes, geopolítica circunscrita a la expansión del Estado nación beligerante, hemos dicho que la forma imperialista queda incrustada y subordinada al desplazamiento geopolítico mundial del panoptismo planetario

 

Más que volver al uso del concepto de imperialismo creemos necesario proponer un concepto más adecuado a las circunstancias, a los desplazamientos y transformaciones del sistema mundo capitalista y del orden mundial de las dominaciones. Provisionalmente usamos la configuración conceptual del panoptismo planetario, como diagrama de poder y como estrategia de dominación mundial. Donde juega un papel preponderante, incluso conductor, la hiperpotencia hipertrofiada de los Estados Unidos de Norteamérica. Aceptamos que puede que el diagrama de poder mencionado se tenga, contenida, circunscrita, una pretensión geopolítica imperialista, pero, dadas las condiciones de los desplazamientos y transformaciones de la geopolítica del sistema mundo moderno, no puede darse como se dio en la concurrencia de las potencias bélicas de la primera y la segunda guerras mundiales, incluso extendiendo, como se dio en la guerra de Corea y después en la guerra de Vietnam. Cuando decimos que la utilidad del concepto imperialismo acaba ahí, con la derrota en la guerra del Vietnam de la hiperpotencia, como lo expresan Hardt y Negri, solo coincidimos en esto. Sin embargo, no compartimos el concepto de imperio, que lo consideramos provisional, también inadecuado para explicar los desplazamientos y las transformaciones de las genealogías del poder del orden mundial de las dominaciones.

 

Hay que aclarar que no se trata de oponer conceptos, no se trata de la concurrencia conceptual. Sin renunciar a la necesidad de la construcción conceptual adecuada y de la interpretación correspondiente, decimos que podemos acordar que los conceptos de imperialismo del dólar, de imperio y de panoptismo planetario son configuraciones provisionales. Lo importante de estos conceptos usados es que dan cuenta de las transformaciones dadas. No se mantienen obsecuentemente  en el enquistamiento teórico, que supone que que nada habría cambiado desde la teoría de la crítica de la economía política de Karl Marx hasta el presente, pasando por las interpretaciones del marxismo austriaco y del uso operativo que le dio Vladimir Ilich Lenin. En todo caso, como lo sugiere Lazzarato, se trata de construir la estrategia revolucionaria de los pueblos y las sociedades contra el sistema mundo capitalista y el orden mundial de las dominaciones, que nos arrastran al Apocalipsis, utilizando una metáfora catastrófica.

 

Sobre el uso del término dólar en la concepción del imperialismo del dólar, mostramos nuestro desacuerdo, puesto que nos parece que cae en el fetichismo del dinero, concretamente en lo que criticó Marx como fetichismo de la mercancía. No hay relaciones entre cosas, sino relaciones sociales relaciones entre sujetos sociales. Hay que tener en cuénta lo que pasa con los sujetos. Sin embargo, no podemos desatender ciertos hechos que se convierten en hitos en el desenvolvimiento de la economía mundo. Uno de estos hitos tiene que ver con el cambio del patrón oro al patrón dólar. Obviamente esto no solamente corresponde a un procedimiento operativo en las transacciones del capitalismo financiero, sino, como dice Lazzarato, se trata de un procedimiento de la geopolítica de la hiperpotencia hipertrofiada de los Estados Unidos de Norteamérica. Este procedimiento subordina a Europa, al Japón y a la inmensa periferia de la geografía del sistema mundo capitalista a la dominación del capitalismo financiero, hegemonizado por los dispositivos de administración dineraria de la hiperpotencia. Esto es lo que importa en la descripción, que hace Lazzarato, de lo que acontece con la emisión, la difusión, la distribución, la exportación y el retorno del dólar a las arcas de la Reserva Federal (Fed). Se trata de la expropiación de la valorización abstracta, dada en el mundo, en beneficio de los dispositivos de la administración dineraria de la hiperpotencia. Por lo tanto, se trata de la reproducción del poder y de la dominación de la hiperpotencia, en el marco del orden mundial de las dominaciones. De este modo, se da lugar a la inducción de la inflación intermitente, de una manera constante, por parte de la dominación del capitalismo financiero. En consecuencia, como dice Lazzarato, se trata del saqueo de las arcas de los Estados nación subordinados. En conclusión, la dolarización de las economías nacionales, ya se dé de manera indirecta, que es lo que más ocurre, o se dé de manera indirecta, como ocurre en algunos casos, forma parte de la reproducción de las dominaciones de orden mundial y de la geopolítica en curso de la hiperpotencia. 

 

Lo que no se puede negar es que hay una crisis mundial, una crisis múltiple de la civilización moderna, del sistema mundo capitalista y del orden mundial de las dominaciones. Esta crisis trata de ser resuelta mediante la guerra. En este sentido hay un retorno anacrónico a la geopolítica imperialista, pero en el marco este del orden mundial, donde se disputa la jerarquía de la dominación entre las potencias beligerantes. 

 

Frente a esta estrategia de dominación mundial las sociedades y los pueblos deben oponer estrategias liberadoras, no solamente de resistencias, sino revolucionarias, que propongan la clausura de la civilización moderna, del sistema mundo capitalista y del orden mundial de las dominaciones. Una estrategia que aperture horizontes y mundos alternativos, sociedades ecológicas, que liberen la potencia creativa de la vida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas

[1] Maurizio Lazzarato: El imperialismo del dólar. Crisis de hegemonía estadounidense y estrategia revolucionaria. Tinta Limón. Buenos Aires 2023. Pág. 122.

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