Despertar
Despertar
Sebastiano Mónada
Antes del amanecer el frío humedo se pega a mi piel,
el sueño deja su huella en imágenes desbandadas,
mientras lentamente tomo consciencia de esta transición
vaporosa al mundo concreto de la exterioridad cenicienta.
Me desapego del mundo onirico que me cobijó
entre sus hercúleos brazos fantásticos
y su afectuosa imaginación delirante.
Abandonó mi interioridad como cuando se deja el barco,
hundiéndose en un mar embravecido por sus preocupaciones,
levantándo gigantescas olas enloquecidas, incontrolables.
Bramiendo como toros iracundos de tanto asedio
de ejércitos de toreros en espectáculos cobardes
y sanginarios, comercio inmisericorde de la matanza,
atormentados por la luna asesinada
en un cielo ensombrecido por la tormenta.
El cielo ensangrentado es el testimonio del crimen,
perpetrado por la conspiración acuática
de las corrientes enfrentadas en la conflagración,
mientras despierto asombrado por las evidencias
de la existencia del planeta abandonado a su suerte,
al azar del divino juego de dados cuánticos.
En la alborada se pronuncian los colores del incendio.
Impresionismo pictórico de la rotación de la tierra.
Anuncio de un día invadido por el tumulto de las cosas
y las muchedumbres laboriosas en sus faenas ordinarias.
Hormigueo de la invención del fetichismo de abalorios.
El sueño ya no está pero el frío sigue todavía,
van Gogh angustiado por la desaparición del molino,
mutando a criatura solar en el crisol de la consciencia.
Se transformará en la atmósfera tibia de los cuerpos,
que exhalan sus humores guardados en los espesores
de los tejidos vitales, alimentados por pulsaciones insólitas.
Comezará de nuevo el día en su esplendor matutino.
Apoteosis solar de la reproducción de la vida,
revelación cotidiana del acontecimiento múltiple,
de las actividades depiertas por los humanos.
Ciegos ante la consagración eterna del renacimiento
del envolvente Oikos plagado de seres exuberantes.
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