Laberinto y soledad

Laberinto y soledad

 

Sebastiano Mónada

 

 

 




 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Altazor ¿por qué perdiste tu primera serenidad?

¿Qué ángel malo se paró en la puerta de tu sonrisa con la espada en la mano?

¿Quién sembró la angustia en las llanuras de tus ojos como el adorno de un dios?

¿Por qué un día de repente sentiste el terror de ser?

Y esa voz que te gritó vives y no te ves vivir

¿Quién hizo converger tus pensamientos al cruce de todos los vientos del dolor?

Se rompió el diamante de tus sueños en un mar de estupor

Estás perdido Altazor

Solo en medio del universo

Solo como una nota que florece en las alturas del vacío

No hay bien no hay mal ni verdad ni orden ni belleza

¿En dónde estás Altazor?

 

Vicente Huidobro: Altazor

 

 

 

 

  

Humano, demasiado humano,

animal moral, sacerdote crepuscular.

Aterido en virtuales fronteras y descarnadas paradojas,

refugiado en concha de calcio, coraza de caracol,

o atormentado Hamlet en ontológico dilema:

¿Ser o no ser? ¿Es este el problema?

Mono dramático convertido en cometa de escena,

Cruzando, socavado firmamento, buque fantasma,

arañando concavidad curvada de vibraciones sonoras.

Mono simbólico mutando en ángel caído.

 

Humano, demasiado humano,

carente y vulnerable, arbusto en despeñadero de ladera.

Desafiando teatralmente lo desconocido,

como si bastara la restringida ciencia alcanzada.

Frágil desprendimiento del tronco y las ramas

y de las raíces de árboles tupidos ancestrales,

como una hoja perdida en la tormenta.

 

 

Tu horizonte es valla marcando términos insostenibles,

pudorosos gestos que son insinuaciones

de provisorias sapiencias, proliferantes certezas,

extravíos de aves estrellándose en ventanas,

donde se refleja exuberante tarde de verano.

¡Terrible cinco de la tarde en todos los relojes!

 

 

Resguardo infructuoso evitando intrépidas miradas,

aves volando tan alto, ya saben no hay horizonte,

sino esfera girando en eje de recuerdos moribundos.

Miradas nómadas inventando territorios mutantes,

Atravesando fortificaciones agobiadas, cansadas de defenderse.

Afanosos cinturones policiales cumpliendo órdenes paranoicas,

impidiendo entrar en plaza de armas,

considerada prerrogativa de castas dominantes.

 

Tu orgullo entorpece reconocer en otros

analogías donde te repites como mecánico modelo.

No puedes comprender en plebe aludida,

en discursos desgarbados y envejecidos por repetirse,

potencia y capacidad de autogobierno del pueblo.

 

 

A unos miras como leales condescendientes

de tus petrificados caprichos incongruentes.

Hay otros a quienes consideras enemigos,

como en guerras santas se juzga a infieles,

a las mayorías observas como ingratas masas

y desmemoriadas muchedumbres.

Olvidaron tus notables sacrificios políticos.

Ya no tienes relación humana con los humanos

sino relación del que manda a sus súbditos.

 

 

Has reducido la revolución a un canto a ti mismo.

Cambio no puede ser sino tu glorificación,

como si fueses el mesías esperado

por iglesias monoteístas provenientes del desierto,

conservando las escrituras sagradas en baúles enmohecidos.

Tu epidermis simbólica ha absorbido

la energía de las movilizaciones, sismos en suelos deteriorados,

agujeros negros tragándose al universo fugitivo.

Succionadora colosal ciénaga

de cadáveres extinguidos en flácida comedia. 

Tu cuerpo alegórico ha engullido,

como el otoño devora los frutos del verano,

la autonomía de heroicas rebeliones.

Ha tragado agitadores gestos interpeladores

y transgresiones irreverentes de multitudes potentes,

a quienes convertiste en tu sombra.

 

Estás solo.

Solo en desierto de aplausos plañideros,

rodeado de alargadas caravanas serviles,

procesiones arrastradas al llanto por martirio del santo.

Estás solo.

En camino a soledad más grande,

infinito vacío sin contornos,

abismo insondable sin fondo.

Alejado como anacoreta en la cumbre,

imaginada por chamanes y brujas, yatiris ñustas, 

sin contacto con contrastantes asperezas

de itinerantes eventos prófugos,

escapando a vigilancia del régimen celoso.

 

Solo.

Acompañado por tus preguntas sin respuesta,

salvo sentencias complacientes de consejeros,

quienes se adelantan a darte las buenas nuevas.

Acompañado por tu angustia inmensa,

creciendo como enredadera en empalizada de apatías.

 

Solo

con tus convalecientes recuerdos ahogados,

niños migrantes muertos en naufragio.

Lo único innegable tenido a mano.

 

Solo

con tu poder indiscutible como palabra de oráculo

y hedonista narciso en estanque mirándose en reflejo.

No sirve para salvarte de soledad inconmensurable.

Solo

con patrimonio furtivamente atesorado,

botín del político por el oro aguijoneado.

Solo

con tu fama barata

de revolucionario fraguado.

Solo

en tu palacio mil veces quemado.

 

Las voces sumisas de entornos palaciegos

no ayudan a vencer tus atroces miedos.

Te persiguen cuando despierto codicias

sosiego no tenido ni puedes alcanzar con manos propias,

ni montones de manos aplaudiendo como si bailaras cueca.

Y cuando duermes acurrucado en alucinaciones apremiantes

sin tampoco entonces escapar a tu suerte.

 

 

Solo

con tu soledad a cuestas,

cargándola a tus espaldas como Sísifo en la montaña.

Buscas una salida y no la encuentras.

Aprisionado en laberinto enrevesado,

buscas reconciliarte contigo mismo.

Reminiscencia de lo que alguna vez fuiste,

dirigente sindical en resistencia duradera,

en guerra de baja intensidad inventada,

por el abrumado imperio globalizado.

Titánica máquina de guerra,

Aterradora, pero inservible ante despertar emancipatorio

de pueblos descubriendo su creadora potencia.

Estas tan lejos de aquélla evocación disuelta

por el viento de las instituciones en desvencijado mando

de aquéllos perfiles perdidos en la bruma,

en niebla al amanecer cuando te reúnes

con cofradías cómplices.

 

Buscas en tu organismo un consuelo tierno,

pero encuentras tu cuerpo quebrado

por la penuria inútil que demanda la farsa.

Despedazado por jaloneo de ávidos séquitos,

como en Peñas el de Tupac Katari descuartizado.

Esta vez no por conquistadores sino por prosélitos,

por leales y zalameros entornos cortesanos.

 

Un vacío incontenible asciende despavorido,

gases de efecto invernadero,

envenenando el aire, el agua y los suelos.

Asciende depósito desechable como vaho pestilente,

enfermando la atmósfera y ciclos climáticos,

desde las profundidades de tus huesos calados,

donde se depositaron sufrimientos antiguos.

Memoria cristalizada de la colonización.

 

Piélago hambriento devorando todo

lo hallado en su demoledor alcance.

Te traga a ti también llevándote al recóndito remolino

triturador de vidas diseminadas en cascajos apagados.

El torbellino toma presas incautas,

creyentes de encantos fabulosos,

de seducciones prometedoras como canto de sirenas.

Pero, cuando estas en el ciclón monstruoso

para escapar de la destrucción ya es demasiado tarde.

El embudo te arrastra con fuerza gravitante,

Irreversiblemente a decadencia y hundimiento.

Barco con las luces encendidas ahogándose en mar turbulento.

Así pinta Vicente Huidobro sus cuadros imaginados.

 

¿Cómo has llegado tan lejos?

Repitiendo conductas aborrecibles, torpezas abominables;

antes se daban profusas corrosiones,

oxidaciones de la maquinaria del dominio administrada,

aterida en normas y prácticas anacrónicas.

Condena cruel de despojadas periferias

en los tiempos de gobiernos mercaderes.

 

¿Cómo te pudiste convertir en lo mismo?

En semejante hábito de arrogancia,

menosprecio petulante, sin asidero

al sentido común de la gente,

creyendo puedes ocultar secretos de Estado,

secretos a voces rumoreados,

ocultando compromisos sinuosos.

 

¿Cómo has podido convertir la esperanza del pueblo

en recurrente burla espantosa?

En trampa donde te atrapas a ti mismo.

¿Cómo te perdiste en meandros de espectáculos descoloridos

y penosamente estridentes en teatros montados?

 

Tu poder, como de todo devoto del destino,

se sostiene en ilusión absoluta y monárquica antigua

de maquinada inducción de voluntades.

Buscas convencer de bondades gobernantes,

ilusión delirante extraviada en ansias,

enjambres de mosquitos alborotados,

después de la lluvia y el sol pegado a los charcos,

evaporando sus llantos consumados.

Creer dominar con retóricas extravagancias

a propios y ajenos, a crédulos y a incrédulos.

También manejar secuencia de hechos,

como si fuesen decretos regidos por el Estado,

al antojo del otoñal patriarca parapetado.

 

Tu poder en un gigantesco bluff se sostiene,

un bluff metódicamente instaurado,

juego de poquer en cantina.

No se puede hacer bluff sino en pocas ocasiones,

sorprendiendo en la mesa a agotados contendientes.

La persistencia en fragua acaba engatusando al audaz

jugador en el reino de la nada,

cayendo en su propia treta confiscada.

 

¿Crees poder seguir trazando esquemático mapa

de gélidas diferencias políticas?

La izquierda buena a un lado, la derecha mala al otro lado.

Los que te señalan con el dedo son derecha,

los que te respaldan con marrullera mano son izquierda.

Este mapa ingenuo ya no convence a nadie,

no persuade fábula navideña a los niños.

Pues tanto unos como los otros se parecen tanto,

que ya es difícil distinguirlos con la mirada,

como cuando no se distingue mar y cielo,

a lo lejos vistos desde la proa del barco.

O cuando no se distinguen policías y ladrones,

cuando de tanto perseguirse y escaparse

terminan semejantes en mimesis perversa.

No es posible distinguir alborada de aurora,

tampoco crepúsculo de ocaso.

No es posible distinguir robo de hurto,

salvo cuando unos u otros se encuentran gobernando,

juzgando desde el balcón a proscritos del palacio.

 

Tienen las mismas abrumadoras costumbres,

adoran el fetiche monetario,

adoran el fetiche del Estado,

adoran la magia de la artimaña

de medios adormecedores como el opio.

Creen suplantar indomable existencia

desplegando caricias fantásticas

de programas no cumplidos,

de cambios no habidos,

de transformaciones no comenzadas,

de desigualdades no igualadas,

a pesar de aritmética metafísica.

 

Las inequidades no se resuelven con números,

como si fuesen de la misma inmaterial médula.

La de magnitud estirando y contrayendo cantidades,

como plásticas abstracciones vaciadas de contenido,

sino con disolución de procedencias de disparidades.

Diseminación necesaria de jerarquías perdurables

y de instituciones sostenedoras de distinciones forzadas

y presuntuosas clasificaciones inmóviles,

cuadros de ciencia general del orden, abolida,

botánica coleccionista de plantas cuajadas,

zoología acopiadora de animales disecados.

 

Disolución y diseminación del zócalo de dominaciones.

Tarea ésta lejos de ser asumida por entornos palaciegos,

prefieren la propaganda, la pantalla, sustitutitos del mundo,

remplazado por pasajeros espectáculos insólitos,

lúdico juego de ilusiones,

por compulsivas especulaciones financieras,

aposentando deuda infinita en pueblos indefensos.

 

Se acostumbra, como todo funcionario cosmopolita o nativo,

hablar de pobreza y disminución, midiendo proporciones

de cohortes artificialmente cercenados.

Podando árboles de bosques convertidos en jardines,

comparados con totalidad sumada sin distinguir cualidades,

como si los árboles hubieran nacido para deleite ostentoso.

 

Cuando arquitectura de discriminaciones persiste,

habitus de albañiles constructores de andamios,

estructura arcaica mantenida cambiando fachada.

Paradigma de constructores de edificaciones nuevas,

ateridas conservadoramente a diseños añejos.

Es otra de tus redes donde quedas atrapado.

 

 

 

Cuando llega cruel día,

cuando el propio pueblo te desaloja

del palacio donde te hospedó.

¿Te darás cuenta que viviste una alucinación placentera?

Atrapado en cobijos de burbujas ceremoniales,

donde el mundo ya no es mundo efectivo,

sentido al tacto como lenguaje de espesores,

escuchado por los oídos como sinfonía de cuerdas,

olfateado por la nariz como navegantes aromas,

saboreado por catador paladar y gustosa lengua,

figurado por la imaginación juguetona,

concebido por la razón constructora de ideas,

sino es orbe inventado por tus divagantes ojos.

Mirando detrás del cristal,

rey por la plebe asediado

y por desenlaces como monarca asustado.

 

 

 

 

 

 

 

 

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