Amor guerrero


Amor guerrero [1]





A Rosario del monte alto
De Sebastiano Mónada









Eres del Amazonas su brisa matutina,
también el fulgor candente del medio día.
Viniste con los densos vientos,
acopio de sueños guardados en la arena
que recorren los mares de llanos.
Océanos de árboles, ríos y coros de aves,
pictóricos verdores sembrados
por los brazos fuertes y tiernos de las amazonas.
Y trepan los cerros y nevados
como cabras glaciales olvidadas por las ciencias,
escalando sus rocosas nostalgias
detenidas en los aires helados.

Viniste con tu cabellera ondulada,
azabache mineral, diamante negro,
insinuante como el deseo
y cosido lentamente por el fuego.
Concavidad ondulante nocturna,
olas de afecto diletando en sus dudas,
de corazón percutiendo como tambor afro,
tocando canciones como el aceite de motacú,
que enciende las hogueras de amores transgresores.
Concavidad más larga que los meandros de los ríos
copiosos serpenteando con asombroso gesto
evasivo, estrategia larga de serpiente,
los afectos terrosos de bosques tumultuosos.

Llegaste como quien llega
a la ciudad alada, murmullo perpetuo,
de machetes filudos,
cobijada en las cumbres,
a depositar tú fuerza intrépida de la ribera alta.
Tu energía tropical felina y sigilosa
entregando los huesos de tus antepasados
en las grietas abiertas en la planicie inmensa
de la meseta extensa como estepa desnuda.
Con tu voz candente de atmósfera cargada,
constelaciones clamorosas,
vagando alborotada por los aires
por oleadas de papagayos y loros viajeros,
aprendiendo las leguas humanas
para hacerse bromas en sus fiestas de aves.
Colores proliferantes de tu tierra inolvidable,
la que llevas amando en tu corazón ardiente.

Amaste el estudio, los libros y las exposiciones,
archipiélagos de islas griegas,
en su intrépido comienzo,
o archipiélagos de ayllus en los mares terrosos
ondulantes lerdos de la cordillera.
Amaste el teatro y la consagración del cuerpo,
energía cambiante conservada
en el curso de sus transformaciones
al lenguaje basculante de las formas.
Éxtasis de gaviotas alumbradas
por los colores sangrientos de alboradas
o por celajes enmohecidos de los crepúsculos
y de las recurrentes tramas dramáticas,
tejidas como awayos o pinturas moxeñas.
Amaste la ciudad incrustada en la cordillera,
una nuez extraviada en los bramidos de toros
destinados a morir en las plazas inclementes
o en las lagunas nobles de los ojos de llamas
como si fuese más tuya que la de todos los paceños.
La amaste en sus noches iluminando secretos,
poemas no escritos por nadie
ni por los poetas borrachos,
amamantados por el vaho frío de la noche chucuta
de fantasmas errantes perdidos en el retorno,
sin llegar nunca al lugar de partida.

Ahora eres reconocida por fieles y por infieles,
por iconoclastas herederos de alquimias,
saberes descalificados por búsqueda tenaz
de las transvaloraciones sin ecuación de acero,
y las transustanciaciones sin teoría amordazada
de la materia dúctil como la miel de abeja,
también por sosegados perfiles somnolientos
que te quieren por tu ímpetu y tu gracia
del trópico rebelde y desbordante.

Ahora eres tú la reflexión constante,
iluminadora pregunta insistente,
rayos de sol como agujas de hielo
o como torrentes de agua resbalando en la espalda
de la blanca cordillera de los andes románticos,
que horada tercamente los espesores del tiempo,
preguntando no tanto por el sentido ausente
sino por la cosecha guardada,
depósitos de vino añejo,
en los tristes yacimientos de calcio,
sedimentados en sabios esqueletos,
en el deleite asombroso de venas y de nervios,
que cantan metálicas letras en fuga sinfónica,
que recorren el cuerpo como ríos copiosos
trasladando los peces ágiles y despiertos,
conceptos perdidos iniciales del tiempo.

Tu pasión por las causas transgresoras te arrastra
por caminos intensos de discursos llameantes,
incendiando edificios institucionales diversos
y certezas conservadas en vinagre y aceite,
disecadas para el consumo de los conformistas.

Destrozas al machismo con tu aliento mezclado
de cuerpos sin género y roles heredados,
demueles la patriarcal fortaleza de prejuicios impuestos,
arrojando al fuego sus arrogancias y verdades edificadas.
No aceptas la moral de las buenas costumbres,
alterando las tranquilas atmósferas, acordados pactos
de sumisión al verdugo, al patriarca y al macho,
quien pretende reinar como encargo divino,
cuando obra y reina por obra y gracia
de la porfiada aguda violencia,
desmedida como miedo ocultado
por inmóviles máscaras de mando,
descargando en los cuerpos sus ráfagas hirientes
como monstruosos látigos de los amos.

Escribes poesía y escribes ensayos,
te entregas a las letras rutilantes y nómadas
para inventar territorios de espesores sensibles,
que respiran sueños y brotan enjambres
de constelaciones vitales y ciclos navegantes.

Ahora viajas en la curvatura del tiempo
y del espacio taciturno,
recuperando todo lo que dejaste en el camino,
marcas que ayudan para volver
al lugar de los árboles que acarician las nubes.
Volver agitando el curso del camino
como si lo inventases de acuerdo con ansias
y pensamientos no resueltos,
buscando horizontes que huyen a tu paso.










RESPUESTA A SEBASTIANO MONADA…EL GUERRERO…

De Rosario Aquím Chávez



Sebastiano, el guerrero
de las bombas estelares
que dinamita mentes
en la oscura confusión del caos.
Tu escritura de palabras
que germinan en la aurora,
es metralla, es balacera
del arsenal infinito
de una guerra silenciosa
sin cuartel y sin soldados.
Luchador endemoniado
de abarca y poncho raído,
de flecha y arco olvidado,
de corbata y saco avergonzado…
en tu cuerpo
se hace carne
el insignificante poema
que reclama su reinado.
De la chuspa de los sueños
que se abraza de tu cuello
tu elegiste el rostro ajeno:
sombras vagas
fantasmales
que la historia no sepulta
que la vida tiene presas
deambulando sin descanso
con su aullido a los infiernos
implorando la venganza
de los siglos de los siglos.
Maestro, hermano
que guiaste mi camino sin orilla.
Sebastiano.
Sé que la muerte te habita
desde las praderas sin cielo
de tu inocente mirada.
Sé que el olor de la tarde
se cuela por tus pupilas.
Sé que el ocaso se duerme
en tu sonrisa de niño…
desde esa sabiduría
que me enseñaste
en el tiempo
sé que somos dos alas
que se funden en el éter
inventando con su vuelo
la eternidad del instante.



[1] Estos poemas han sido encontrados o, mejor dicho, re-encontrados, gracias a Fernando Guzmán Guzmán. Los hemos juntado y hemos titulado al dúo de poemas Amor guerrero.



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