Los síntomas del Apocalipsis
Los
síntomas del Apocalipsis
Raúl Prada Alcoreza
El Apocalipsis de San Juan, conocido como el libro de las Revelaciones, último texto
del Nuevo Testamento de la Biblia cristiana, también conocido
como Revelaciones de Jesucristo, se
ha convertido en una de las metáforas más usadas para expresar la premonición
del cataclismo o de la catástrofe planetaria. El Apocalipsis es considerado como
escritura del Nuevo Testamento de carácter elocuentemente profético. Hemos
usado en varios ensayos esta metáfora para configurar la crisis de la
civilización moderna y del sistema-mundo capitalista.
En la actualidad o el presente álgido que vivimos, el
relativo a la crisis ecológica, el Apocalipsis
está presente, es el ahora de la crisis múltiple, civilizatoria, social, política,
económica y ecológica. Entre los múltiples síntomas de este catastrófico
acaecer, los incendios en la Amazonia y en el Chaco evidencian esta descripción
e interpretación. Los informes científicos dan evidencia de la gravedad de la
situación.
El Instituto Nacional de
Investigación Espacial (INPE) de Brasil ha detectado más de 76.620 focos en lo
que va de año, casi el doble que en el mismo periodo de 2018 (41.400), pero una
cifra no tan alejada de los 70.625 registrados en 2016. El presidente
francés, Emmanuel Macron, dijo literalmente que “nuestra casa está en llamas. La selva
amazónica - los pulmones que producen el 20% del oxígeno de nuestro planeta -
está en llamas. Es una crisis internacional”. En cambio algunos expertos
consultados son cautos al respecto, dicen que “lo que muestran nuestros datos
es que hubo una intensidad diaria de incendios por encima de la media en
algunas partes de la Amazonia, durante las dos primeras semanas de agosto”.
Mark Parrington, de Copérnico, el programa europeo de observación de la Tierra
anota: “Pero, en general, las emisiones totales, de CO2 generado por los
incendios, estimadas para agosto han estado dentro de los límites normales: más
altas que en los últimos seis o siete años, pero más bajas que a principios de
la década de 2000”. El Instituto Nacional de Investigación Espacial (INPE) de
Brasil ha detectado más de 76.620 focos en lo que va de año, casi el doble que
en el mismo periodo de 2018, cuando fueron 41.400 focos, sin embargo, una cifra
no tan alejada de los 70.625 registrados en 2016. Alberto Setzer, investigador
del INPE, explica que “el número de incendios ha aumentado con respecto a los
últimos años y está cerca del promedio a largo plazo”. Asimismo la NASA también es cautelosa: "No es inusual
ver incendios en Brasil en esta época del año, debido a las altas temperaturas
y a la baja humedad. El tiempo dirá si este año es un récord o simplemente está
dentro de los límites normales". La NASA recuerda que los incendios en la
cuenca amazónica son rarísimos el resto del año, pero su número aumenta a
partir de julio, durante la estación seca, cuando muchas personas utilizan el
fuego para mantener sus cultivos o para despejar la tierra para pastos u otros
fines. Los incendios suelen alcanzar su pico en septiembre y desaparecen en
noviembre. “Es cierto que el bosque amazónico sufre incendios regularmente,
pero de ninguna manera esto significa que sea normal. La Amazonia no evolucionó
con incendios frecuentes. La bióloga brasileña Manoela Machado advierte que los
fuegos recurrentes no son un elemento natural en la dinámica de la selva
tropical, como sí lo son en otros entornos, como El Cerrado - una región de
sabana ubicada principalmente en Brasil -”. Machado, investigadora de la
Universidad de Sheffield, Reino Unido, que estudia los impactos de las
actividades humanas en las selvas tropicales, es explícita cuando dice que “la
Amazonia arde durante las sequías, pero no por las sequías. Se quema porque hay
una demanda de pastos y tierras de cultivo, y el Gobierno actual, presidido por
Jair Bolsonaro, no solo no incluye el desarrollo sostenible en sus planes, sino
que alienta la deforestación y restringe las acciones sistémicas contra ella”. El
ecólogo David Edwards, jefe del mismo laboratorio de la Universidad de
Sheffield, opina al respecto: “Creo que este año, hasta ahora, es normal en
promedio, aunque la gravedad de los incendios varía por regiones. La diferencia
es que este año los medios de comunicación se han hecho eco de la quema de la
Amazonia, lo cual es genial”. El investigador David Edawards recuerda que los
incendios en la cuenca amazónica son especialmente graves cuando ocurre El
Niño, un fenómeno meteorológico natural y cíclico, vinculado a un incremento de
las temperaturas en la parte oriental del Pacífico tropical. Los 70.625 focos
registrados en 2016 coincidieron con un evento de El Niño potente. Este año,
sin embargo, el fenómeno es débil y, pese a ello, se han detectado más
incendios. De acuerdo a los cálculos de la Universidad del Estado de Oregon (EE
UU), La selva amazónica alberga el 10% de todas las especies conocidas de
animales y plantas y almacena 100.000 millones de toneladas de carbono, una
cantidad 10 veces superior a la emitida cada año por el uso de combustibles
fósiles. Edwards advierte de que es una pescadilla que se muerde la cola. El
ecólogo David Edwards apunta que “el problema es que los bosques incendiados
pierden carbono a medida que los árboles quemados van muriendo lentamente, lo
que provoca un mayor cambio climático y una mayor pérdida de la biodiversidad”.
La progresiva 'sabanización' de la selva es una amenaza real, según alertó en
2016 un equipo de científicos brasileños, encabezado por el climatólogo Carlos
Nobre, de la Academia Nacional de Ciencias de EE UU. El neerlandés Pepijn
Veefkind, que dirige el instrumento Tropomi, un sensor a bordo del satélite
europeo Sentinel-5P, que es capaz de identificar puntos calientes de gases
contaminantes en la atmósfera, dice: “Es cierto que los incendios a gran escala
en la región amazónica ocurren todos los años. Aunque las condiciones
meteorológicas puedan desempeñar un papel, hay que recalcar que la mayoría de
estos focos están provocados por el ser humano”[1].
Si bien, las magnitudes y los
indicadores no se distancian demasiado de lo que ocurría antes, lo que queda
claro es que hay un incremento en intensidad y en extensión, como una
continuidad en crecimiento de lo que en la historia reciente del planeta venía ocurriendo.
Pero, lo que es más evidente, es que los incendios se deben más a la mano
humana que a la espontaneidad de los ciclos climáticos. Para sostener lo que
decíamos al principio, aquello del Apocalipsis en el momento presente, podemos
comenzar anotando que el solo incremento de lo que pasó y pasa, en términos de
depredación y destrucción ecológica, ya es un dato alarmante, que nos autoriza
hablar de la metáfora trágica y dramática del Apocalipsis.
Por otra parte, la segunda anotación,
que apoya nuestra hipótesis interpretativa, que puede parecer exagerada, es que
lo que acontece, en términos de destrucción de bosques y contaminación de
cuencas, es decir, de demolición de ecosistemas, es más consecuencia de la mano
humana. Esto quiere decir, que el llamado “desarrollo” avanza sembrando
hogueras, por así decirlo, recurriendo a una metáfora de la poesía de Federico
García Lorca.
El tercer argumento que corrobora de que
estamos en el Apocalipsis es que debemos tener en cuenta lo que ocurre en el
conjunto ecosistémico del planeta, en el impacto no solo de la desforestación
de la Amazonia, sino con la depredación sistemática de ecosistemas en la
totalidad misma del planeta. Entonces podremos sostener lo que ya sostienen los
informes científicos sobre el “cambio climático” y el “calentamiento global”,
esto es, que si sobrepasamos los 2 grados más de calentamiento, ingresamos
literalmente al Apocalipsis.
El cuarto argumento tiene que ver con la
descripción de lo que ya acontece en el mundo, los desbordes migratorios, que
deberían ser nombrados como climáticos, relativos al llamado eufemísticamente
“cambio climático”; la exacerbación de las crisis sociales, acompañadas por las
crisis económicas, además de las crisis políticas, con su sucedáneo de crisis
ético-morales. Al respecto no se puede ocultar el incremento alarmante del
desborde de la decadencia generalizada.
El quinto argumento tiene que ver con la
ausencia fatal de horizontes, que no asoman en los límites mismos de la
civilización moderna, que llamamos civilización de la muerte. En el estrecho
campo de posibilidades del sistema-mundo, en todas sus versiones, tanto
liberales o socialistas, tanto neoliberales o populistas, de “derecha” o de
“izquierda”, no se encuentra ningún horizonte promisorio, salvo la repetición
de lo mismo, en distintas versiones y guiones, el círculo vicioso del poder.
Como conclusión argumentativa, estamos
en condiciones de afirmar que nos encontramos en pleno despliegue del Apocalipsis,
que, a diferencia, de las interpretaciones evangélicas, no implican
necesariamente el fin del mundo y la llegada
del mesías, sino la muerte de la vida
en el planeta, en el contexto de la civilización moderna. Esta otra
interpretación no religiosa, sino
histórico-político-cultural-social-civilizatoria, es contundente, en lo que
respecta al destino de la humanidad, sino cambia de comportamientos y conductas
suicidas, en otras palabras, modernas, consumistas, capitalistas, pero,
también, da la alternativa de otro decurso de posibilidades, si es que las
sociedades humanas son capaces de reinsertase con los ciclos ecológicos vitales
del planeta.
En Bolivia,
el chaqueo es una costumbre arraigada
que, a pesar de los daños que ocasiona, así como que es sancionada por ley, no
ha podido ser frenado. Al contrario, las recientes decisiones políticas lo han
alentado, en lugar de controlarlo. El 9 de julio, el presidente Evo Morales
aprobó la modificación del Decreto Supremo 26075, sobre Tierras de Producción
Forestal Permanente, para ampliar las áreas de producción del sector ganadero y
agroindustrial de los departamentos del Beni y Santa Cruz. La norma autoriza el
desmonte para actividades agropecuarias en tierras privadas y comunitarias, que
estén concebidas bajo un sistema de manejo integral sustentable de bosques y
tierras. Esta modificación también permite la “quema controlada”, de acuerdo
con la reglamentación vigente. El mandatario remarcó que “tenemos la tarea y la
misión de que Bolivia crezca económicamente, no solo en base a los recursos
naturales no renovables sino también en base al tema agropecuario”, resaltó la
apertura de importantes mercados para los productos nacionales, como lo que
corresponde a la carne. Asimismo, planteó al sector ganadero del Beni construir
frigoríficos certificados y modernos en la ciudad de Trinidad, para garantizar
la exportación de la carne boliviana a otros continentes.
En lo que
respecta a la geografía política de Bolivia, las situaciones y condiciones de las
tramas y las tragedias ecológicas no son tan distintas, sino que parecen la
repetición de determinados parámetros de la destrucción ecológica del planeta. Como
patentizando el papel depredador del gobierno el presidente Evo Morales Ayma dijo que:
“Tenemos la tarea y misión de que Bolivia crezca también a través del
desarrollo agropecuario. Otra responsabilidad con Beni es la construcción de un
matadero industrial a través de un acuerdo público y privado. Beni tiene que
prepararse para exportar carne directamente a China”.
En un artículo sobre la situación de los incendios en el sudeste de
Bolivia se escribe:
Roboré y las comunidades aledañas, que son 33, están en
emergencia. Si bien son ocho las comunidades que han sido afectadas
directamente por el fuego, ninguna se libra del humo, del calor y por supuesto
del temor. Roboré es un municipio del departamento de Santa Cruz que tiene
bosque, pero es un bosque seco y hace tres meses que no llueve, lo que ha
agravado la situación y ha convertido a la región en material combustible. Una
pequeña chispa es suficiente. La normativa actual; los chaqueos indiscriminados
y descontrolados; el uso de vegetación local como combustible; y las
condiciones climáticas adversas son, según un documento enviado a los medios de
comunicación por expertos de entidades técnico-académicas, los factores que
provocaron el desastre ambiental en el oriente del país. Al lugar han llegado
bomberos desde la Gobernación de Santa Cruz, también la Policía, y han traído
cisternas. Pero es complicado acceder al área de los incendios. Todo es bosque,
no hay senderos. La gente carga mochilas y bidones con agua para apagar el
fuego, mientras las cisternas deben quedarse a la vera del camino. Con todo, el
fuego es más rápido y mientras se apaga de un lado se aviva del otro. Se maneja
la cifra de que el 50 % del incendio se ha controlado. Es difícil saberlo. El
trabajo intenso ha permitido apagar muchos focos, pero no se ha conseguido
controlar ni mitigar el resto, que atenúa y se expande a momentos. El temor
ahora son los intensos vientos que se pronostican para estos días. La gente
está preocupada.
En la ciudad de Roboré, en medio del humo, la espera
parece eterna, pero en las comunidades la situación es más grave, pues las
familias se proveen del agua que cae de las serranías que rodean la región y
que transportan por unas tuberías de goma, como mangueras. Ahora, estas se han
quemado y no reciben agua para beber. Además, el agua que les llega está llena
de cenizas y se están reportando problemas digestivos, infecciones, tos y
conjuntivitis. No hay actividades, y las labores escolares se han suspendido.
Las autoridades del lugar piden una declaratoria de emergencia. El Gobierno
dice que no es necesario.
El activista Pablo Solón, que fue parte del Gobierno de
Evo Morales hasta el 2011, lleva un recuento de las cifras de deforestación.
Según sus registros, el 2012 la deforestación en el departamento de Santa Cruz
bordeó 100.000 hectáreas, el 91 % era deforestación ilegal. Cinco años más
tarde, un tercio de esta pérdida de bosque fue legalizada por el gobierno. En
el 2015, de las 240.000 hectáreas deforestadas en Bolivia, 204.000 pertenecían
a Santa Cruz. El año 2016 se deforestaron 295.777 hectáreas en el país, según
datos oficiales de la Autoridad de Fiscalización y Control Social de Bosques y
Tierra (ABT) en Bolivia. Hace unos días, la misma ABT habló de 953.000
hectáreas de bosques quemados en lo que va de 2019. La deforestación es el tema
de mayor preocupación en relación con la naturaleza y la biodiversidad en el
país. La soya, el modelo del agronegocio, la extensión de cultivos de coca, la
ganadería, los biocombustibles, los asentamientos ilegales y el chaqueo son los
factores que alientan el gran flagelo a la naturaleza. Los datos de la gráfica
de la ABT son de deforestación de bosques, no de áreas quemadas, que siempre
son más porque incluye pastizales, matorrales y otros terrenos no boscosos. Pablo
Solón sostiene que “si tomamos como año base el 2012, donde se habrían deforestado
128.043 hectáreas, la deforestación de este año sería más de siete veces mayor;
y si tomamos solo la deforestación de la Chiquitanía, sería tres veces mayor”. Los
expertos y organizaciones ambientales que siguen el incendio calculan que un
millón de hectáreas de bosques se han quemado en estos días: un área seis veces
más grande que la mancha urbana de la ciudad de La Paz o casi toda la
superficie del TIPNIS. La razón es ampliar la frontera agrícola. El etanol y el
biodiesel requieren cientos de miles de hectáreas de caña de azúcar y soja,
a lo que se suma la exportación de carne a la China, que necesita millones de
hectáreas de pastos para el ganado. Por último, hay que añadir las dotaciones
de tierra en áreas forestales y los asentamientos ilegales. La región afectada
por el incendio reúne cultivos de soya y cría de ganado en grandes
proporciones. Pablo Solón dice que “lo que está pasando no es un accidente. El
vicepresidente hace cinco años desafiaba a los agroindustriales a ampliar la
frontera agrícola en un millón de hectáreas por año. Ahora ha llegado a esa
cifra, pero no de tierras agrícolas productivas sino de tierras devastadas por
las llamas”. El tema de la deforestación masiva este año por incendios no solo
se explica por razones económicas sino político-electorales. En sus primeros
años, el MAS se opuso a los biocombustibles, pero en su proyecto continuista
pasó a promover el etanol y el biodiesel, argumentando que se ahorrarían muchos
recursos en la importación de gasolina y, en alianza con los sectores
agroindustriales del oriente del país, presentó a los biocombustibles como
energía “verde”. “Hay responsables directos de este desastre ambiental y el
primero es el Gobierno que ha aprobado consistentemente en los últimos años
leyes de ‘perdonazo’, promoción e impulso de la frontera agrícola.
La ambientalista Cecilia Requena resume: Luego han hecho
una cumbre agropecuaria donde se han juntado el gobierno, el sector
agroindustrial del oriente y campesinos aliados al MAS. En esa cumbre han decidido
aprobar los organismos genéticamente modificados, los agrocombustibles, la
expansión de la frontera agrícola, la exportación de carne a China y finalmente
este decreto del 9 de julio que permite la deforestación con fines
agropecuarios de superficies forestales”.
Alcides Vadillo, director regional de la Fundación
Tierra, ONG que se dedica a investigar sobre el acceso, uso y gobernanza de la
tierra y el territorio y los recursos naturales en Bolivia, señala que el
Gobierno ha estado disponiendo de tierras fiscales que antes eran de uso
forestal permanente. Todo lo que antes servía para concesiones forestales las
ha devuelto al Estado y las está repartiendo a los colonizadores, creando
comunidades falsas de personas que en realidad habitan en la ciudad. Dice que “hay
mucho dinero que está en juego”. Según Requena, esto expresa una visión de
desarrollo que ya no corresponde al siglo XXI y que se agrava con el cambio
climático, la mega-extinción de especies y la pérdida masiva de bosque
tropical. Requena dice que “el Gobierno trata de culpar al cambio climático
diciendo que esto ocurre en otros países también, efectivamente pero justamente
si reconoces la existencia del cambio climático no contribuyes a él alentando
las quemas”. “Este daño es irreversible, inconmensurable.
No tenemos idea de la dimensión de las consecuencias, pero podemos decir que
esperamos que esto sirva, como otras desgracias, para hacer un alto en esta
deriva suicida. Necesitamos una visión de desarrollo que valore el bosque en
pie, porque además de ser vital para el agua, se puede traducir en una economía
que se abra hacia el post extractivismo”. La contaminación en aire, agua
y suelos, además de la extinción de especies, son algunas de las principales
consecuencias que dejan los incendios. Según los expertos, se necesitarán años
de trabajo para “recuperar una parte del bosque que se quemó”.
Cecilia
Requena lamento el alcance dramático de los incendios, dice: “No entendemos muy bien lo que perdimos, pero sabemos que es
enorme. Debido a la enorme biodiversidad, conocemos apenas una parte de su
riqueza, pero esta es inabarcable”. El área que ahora está en cenizas era hogar
y lugar de origen, por ejemplo, de la Frailea chiquitana, una planta endémica del
lugar. Como esta quedaron calcinadas especies grandes, pequeñas y únicas. “Los
daños ambientales son elevados a la máxima potencia. La bióloga Kathrin Barboza
dice que: De las especies de flora y fauna que son afectadas, algunas son de
reproducción lenta y si estas mueren en grandes cantidades pueden tardar muchos
años en recuperarse”. Agregó que como se trata de un bosque de características
únicas en el mundo, hay especies que pueden extinguirse o pueden catalogarse
como amenazadas.
El Bosque Seco Chiquitano es un complejo de biodiversidad
endémico donde también está la Reserva Natural Tucavaca. Allí existen 554
especies distintas de animales, distribuidas en 69 especies de mamíferos, 221
de aves, 54 de reptiles, 50 especies de anfibios y 160 de peces. En Tucavaca
hay, además, 35 especies de fauna y más de 55 plantas endémicas que solamente
hay en este lugar en todo el mundo. De acuerdo con la investigadora Barboza, todas estas especies, entre plantas
y animales, cumplen un rol importante en el equilibrio del bosque. “Por
ejemplo, con el tema de la polinización, la dispersión y el control natural de
plagas e insectos”. Barboza acotó que una vez que cese el fuego se necesitará
una evaluación del daño ambiental. “Desde cuántas hectáreas de bosque han sido
dañadas, hasta ver si hay especies que se pueden rescatar”, agregó que
además se debe hacer un monitoreo para evaluar cuánto tiempo puede tardar en
recuperarse el bosque y el fortalecimiento de las plantas. La ingeniera
ambiental, Cecilia Tapia, asegura que el principal daño fue a los suelos, la
biomasa boscosa, y la biodiversidad que se albergaba. “Habrá que acudir a
estudiar y hacer un inventario del área quemada. Pero entre los impactos de
consideración tenemos suelos, aire, aumento de gases de efecto invernadero, y
contaminación de agua, además de la pérdida del paisaje que igual es de impacto
socioambiental”.
La reforestación de la zona afectada por los incendios en
la Chiquitanía demorará unos 200 años, de acuerdo con datos del presidente del
Colegio de Ingenieros Forestales de Santa Cruz (CIF-SC), Ever Durán. “El bosque
que se ha quemado es duro; en ese sentido, se calcula que necesitará
aproximadamente 200 años para restablecerse”. Durán agregó que es imperativo
que el Gobierno active el protocolo de declaratoria de desastre nacional por
los incendios y recurra a ayuda internacional, no solo para apagar el fuego,
sino también para que se refuercen las tareas de reforestación y mitigación de los
efectos de los incendios sobre la zona afectada y la salud de los habitantes. Representantes
de los colegios profesionales de ingenieros agrónomos, ingenieros forestales y
veterinarios del departamento de Santa Cruz exigieron ayer al Gobierno que
detenga la ampliación de la frontera agrícola en zonas sin esa vocación.
“Exigimos e instamos al Gobierno a pensar que los recursos naturales no son
generación de recursos económicos para unos cuantos, sino generación de calidad
de vida para todos los bolivianos y esto solo se logrará con un marco
sostenible de estos recursos”. En el mismo documento, además, exigen a las
autoridades que se derogue la Ley 741, los Planes de Desmonte iguales o menores
a 20 hectáreas (PDM-20) y el Decreto Supremo 3973, que legaliza las quemas en
los departamentos de Santa Cruz, Beni y Pando sin tomar en cuenta los planes de
uso de suelos (PLUS).
El presidente de la Asamblea Departamental de Santa Cruz, Hugo Salmón,
pidió que el Instituto Nacional de la Reforma Agraria (INRA) paralice la
dotación de tierras y la otorgación de permisos de asentamiento en las zonas
protegidas o que no tienen una vocación productiva o agrícola. De acuerdo con
el legislador departamental, la información del Sistema de Alerta Temprana
Contra Incendios Forestales (SATIF) indica que la mayor cantidad de quemas y
chaqueos en el departamento se llevan a cabo en áreas de producción forestal y
en áreas de uso silvo-agro-pastoril. “Eso quiere decir que se está
chaqueando en zonas que tienen vocaciones completamente diferentes al uso que
se les está dando”. La tragedia no puede ser medida, las pérdidas tampoco. Y,
mientras tanto, nadie todavía ha puesto sobre la mesa de debate la suspensión
de los permisos para “las quemas controladas”[2].
Como se puede
observar si nos situamos en un enfoque más local, por ejemplo, de una geografía
política, correspondiente a un Estado-nación, como Bolivia, la denominada crisis
ecológica adquiere perfiles propios y singulares, empero, forma parte de la
crisis integral ecológica del planeta, en el momento presente. Lo que nos
obliga a evaluar lo que ocurre nacionalmente, lo que ocurre localmente, tomando
en cuenta el contexto global de un mundo en crisis múltiple. Pero, también,
situándonos en el contexto mundial, mejor dicho, planetario, podemos observar
que el acontecer nacional y local no es sino el despliegue de la misma crisis
ecológica planetaria, solo que expresada en sus singularidades.
Desde esta
perspectiva, no se trata de culpar a personas, que tampoco controlan el decurso
de sus propios destinos, por más que se presenten como dignatarios, sino de
entender que estos personajes forman parte de tramas desplegados en los tejidos
sociales y políticos, donde las estructuras y substratos del poder se hallan en
la base de la estructura social, además de en la transversalidad de
denominaciones polimorfas persistentes. Estos personajes se ilusionan con
manejar el poder, por lo menos el gobierno, sin embargo, no son más que
marionetas en una constelación de concurrencias de juegos de poder. Entonces,
el problema efectivo no son estos aborrecidos personajes en el imaginario
colectivo, sino los entramados de hilos que los mueven. En el caso de Bolivia y
Brasil, a pesar de la dicotomía entre los presidentes disímiles, los entramados
subyacentes parecen ser los mismos, los relativos al modelo colonial
extractivista del capitalismo dependiente, con la diferencia de que Brasil
experimenta las revoluciones industriales, tecnológicas-científicas y
cibernéticas, y Bolivia se mantiene en el perfil primario exportador. Los
entramados histórico-político-culturales tienen que ver con la subordinación y
sumisión a la geopolítica del sistema-mundo capitalista, con la diferencia que
un país cumple los roles de potencia emergente y el otro de indudable país periférico.
Apocalipsis en Bolivia
Siguiendo con la
metáfora del Apocalipsis, queremos ahondar en el análisis de los síntomas del
Apocalipsis a escala nacional. Los síntomas del Apocalipsis ecológico han
cobrado magnitudes catastróficas en Bolivia, en un año, 2019, que parece aciago,
en comparación con los años anteriores, o la continuidad incrementada del fenómeno
depredador de los incendios. Los síntomas de los que hablamos adquieren impacto
e incidencia no solamente en lo que respecta a la depredación ecosistémica sino
también en lo que respecta a las formas del ejercicio político. En este
sentido, los jinetes del Apocalipsis se presentan descomunales, galopando
desbocados, encendiendo hogueras en los bosques, pero también desorbitados,
incluso desorientados en el desencadenamiento de la catástrofe.
En lo que sigue
intentaremos situarnos en la coyuntura caldeada y calcinada por los incendios,
en los efectos, no solo ambientales, sino también sociales, económicos, políticos
y culturales de la destrucción ecológica de la Amazonia y del Chaco húmedo. Buscando
entrever los alcances de la destrucción ecológica, así como los alcances de la
degradación política, institucional, ideológica y cultural. Pues el fenómeno de
la crisis ecológica es un fenómeno integral o, mejor dicho, se trata de
procesos de desintegración articulados y de incidencia en la totalidad, por así
decirlo de la realidad efectiva. En lo que respecta a la formación social boliviana, en una coyuntura precisa, la del momento
álgido de la catástrofe ecológica, es indispensable interpretar lo que pasa no
solamente con los campos de fuerza, no solamente relativos a la sociedad, sino
también las fuerzas físicas, territoriales y ecológicas, así como lo que sucede
con el Estado-nación, mal llamado Plurinacional, la diseminación de sus
estructuras institucionales, lo que sucede con la forma de gubernamentalidad,
que hemos llamado clientelar, en un momento de crisis política, de merma en su
convocatoria y, por lo tanto, en su recurrencia generalizada a las formas
perversas del recurso a la violencia, se presente ésta abiertamente, de manera
descarnada, o de manera opaca, hasta latente o, incluso disimulada, por
ejemplo, mediática.
El periodista e historiador Rolando
Carvajal dice:
Génesis de la depredación forestal inducida: las
quemas para el desmonte son un mal crónico, e irresoluble con el actual enfoque
oficial que busca ampliar la frontera agrícola para los agroempresarios. La
aparatosa y publicitaria, pero tardía, respuesta oficial ante del desastre en
el bosque chiquitano, no oculta que la verdadera razón de la catástrofe natural
es la política pública continuadora de un modelo de producción agropecuaria que
no ha cambiado en los últimos 30 años; y no tanto por factores como el cambio
climático y sus efectos en el calor, la baja humedad, la falta de lluvias y los
vientos cambiantes. Al paso que se va ‒ sin afrontar el problema por la vía de
la productividad de los suelos y tecnología moderna ‒ y sólo alentando desde el
Estado los chaqueos, el Supertanker que comenzó a sofocar el fuego, volverá más
pronto de lo que pudiera suponerse. Su anunciada compra, prueba que persistirán
los siniestros. “Continuarán los incendios”, dijo el presidente Morales,
censurado por la sociedad civil debido a que decretó el modo de deforestación
que deja los llanos en llamas y 1,2 millón de tierras devastadas[3].
Carvajal hizo un análisis somero de la coyuntura relativa a la catástrofe
ecológica, escribió:
Según diversos expertos consultados por Bolpress pese a regir desde 2015
una pausa en su verificativo, la función económica y social (FES) de las
tierras, requisito para evitar su reversión al Estado, se ha convertido, junto
con la dilatación de la superficie agrícola, en uno de los factores de política
pública generadora de los incendios que asolan a las tierras bajas de Bolivia. Forma
parte de una política de tierras corrompida que, asimismo, genera un tráfico de
éstas destinado a intensificar el mercado de suelos, en un contexto donde el
INRA (Instituto de Reforma Agraria) y otras instituciones que gestionan la
dotación del recurso tierra, están plagadas de acusaciones sobre negociados y
acciones ilegales. Se trata, aseguran, de un inflamable incentivo normativo que
induce al desmonte mediante quemas, chaqueos o desbrozado de bosques chaqueños
y amazónicos, en procura de ampliar la frontera agrícola, ensanchando las
tierras de cultivo, objetivo gubernamental para producir biocombustibles,
incluso por la vía de transgénicos y agrotóxicos, con el fin de exportar
productos agropecuarios (carne, especialmente), debido la nueva demanda china y
del mercado internacional.
La respuesta sorprendente y descolocada del presidente fue: “Si las
pequeñas familias, pequeños productores, no chaquean, ¿de qué van a vivir?”. En
una especie de primer descargo de su administración, fustigado desde la sociedad
civil por reaccionar a destiempo ‒ casi un mes después de que comenzaran las
quemas ‒ y no cuando estaban en su punto alto, hace tres semanas, con unos
8.000 focos de calor en la etapa crítica, según informó este martes el
Gobierno, de un total de 33.000, en lo que va del año, de acuerdo con el Observatorio
de la Autoridad de Bosques y Tierra. La Gobernación de Santa Cruz, reveló hoy
que emitió hace un mes la alerta naranja y la alarma roja el 7 de agosto,
pidiendo a la ABT se frenen los chaqueos.
Mientras el jefe de Estado apuraba una respuesta tardía a las quemas y el
hollín que los vientos no tardan en trasladar desde las tierras bajas
hacia la cordillera de los Andes ‒ acelerando el deshielo de las cumbres
nevadas y glaciares, en desmedro de las reservas de agua en Bolivia, como
demostraron exposiciones de Juan Carlos Guzmán y otros expertos (Silvia Molina, 2019) sobre la conmoción de restos
contaminantes y su impacto en los acuíferos cordilleranos ‒, su gobierno
anunció la compra y cotización del Supertanker que incursiona desde el viernes
sobre la superficie en llamas. En un anticipo de las derivaciones de un mal ya
crónico con el que cohabitan el Gobierno y la sociedad, como el narcotráfico,
el contrabando y otros flagelos en Bolivia, el mandatario sostuvo el domingo
que, a futuro, “continuarán los incendios”. Sin embargo, pese a su reticencia
inicial, Morales dio visos de activar por fin la ayuda internacional,
aunque su ministro de la Presidencia, sin pruebas fehacientes, acusó a “la
derecha opositora” de causar un incendio “deliberado” de pastizales en un punto
de la Chiquitanía, mientras, cuando se ingresaba la octava semana de incendios
a partir del decreto del 9 de julio, se decidió por una “pausa ecológica” y la
prohibición de reventa de tierras, aceptando los 650 mil dólares de ayuda
ofrecida por la banca de desarrollo (CAF, BID) y el sistema de Naciones Unidas.
El mandatario y su administración afrontaban, asimismo, hogueras internas
que ponían a prueba la fortaleza electoral oficialista, a dos meses de las elecciones, como la
declaración del ministro César Cocarico, quien, en contradicción con su jefe,
descartó la abrogación de cualquier norma que permita las quemas bajo al
argumento de que si no hubiera desmontes, Bolivia podría quedarse sin
alimentos; “el agricultor tiene dos caminos, uno ampliar, quemar, chaquear, es
lo que siempre se hace, no hay otra tecnología”[4].
Como se puede ver no
solamente estamos ante una coyuntura de crisis ecológica, a nivel nacional, sino
ante los avatares de una crisis política, que cobra su singularidad, en lo que
podemos llamar una suspensión peculiar de la realidad efectiva para embarcarse
en los atolladeros de la burbuja ilusoria que conforma la propaganda y la
publicidad compulsivas, una burbuja que parece atrapar a los gobernantes. Los
gobernantes parecen ver en el espejo de las burbujas lo que su propio imaginario
delirante les muestra, que no pasa nada, salvo la eterna conspiración de la “derecha”
y del “imperialismo”. Indudablemente, en el contexto de la crisis ecológica,
que llaman eufemísticamente “cambio climático” o “calentamiento global”, las políticas
económicas del gobierno han atizado el fuego de los incendios en la Amazonia y
en el Chaco húmedo, además de los focos aparecido en el Pantanal, incluso en
zonas del Chaco seco. Al reducir su enfoque el gobierno al mero conflicto de la
concurrencia electoral, se cierra la visibilidad para ver lo que ocurre en
cuanto a impacto ambiental, que ha adquirido magnitudes de catástrofe
ecológica. Entonces, en vez de coadyuvar a buscar soluciones, por lo menos
paliativas, al insistir en una versión insostenible sobre los incendios, se convierte
no solamente en parte del problema sino, sobre todo, en un obstáculo a la
resolución del problema.
En ensayos anteriores
hablamos del modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente[5], que continúa el “gobierno
progresista”, solo que lo hace bajo el perfil político del discurso
neopopulista y el estilo de la forma de
gubernamentalidad clientelar, pero, sobre todo, de una manera más intensa y
expansiva que antes, cuando los gobiernos neoliberales implementaban, a su
manera, el mismo modelo. Ahora asistimos
a desenlaces catastróficos de políticas económicas altamente extractivistas,
desforestadoras y compulsivamente inclinadas por la ampliación desmesurada de
la frontera agrícola. También en ensayos anteriores hablamos de la decadencia política e ideológica a la
que asistimos en la modernidad tardía[6]; ahora, a nivel nacional,
asistimos a desenlaces singulares de esta decadencia,
los relativos a lo que podemos llamar a la suspensión casi absoluta de valores
y de escrúpulos.
El balance de
Carvajal continúa con la consideración de las leyes, la normativa, las regulaciones,
además de las políticas efectuadas por el gobierno:
La Ley 741, vigente desde 2015 y que define la pausa en la certificación de
la FES, es una de las piezas legislativas y normativas dictadas en los últimos
años para estimular la ocupación de tierras fiscales por deforestación. Otra es
el reciente y cuestionado decreto supremo 3973 (julio 2019), que modifica (en
favor de la deforestación actual) el artículo 5 del DS 26075, que, a su vez,
data de 2001 y se remonta a los tiempos del expresidente neoliberal Hugo
Banzer, autorizando ahora el desmonte ‒ hasta 20 hectáreas ‒ para propiedades
agropecuarias en tierras privadas y comunitarias no sólo de Santa Cruz sino
también del Beni. Subsiste, asimismo, sin que el partido en el gobierno la haya
abrogado, la ley 1745 del INRA (Instituto Nacional de Reforma Agraria),
promulgada en 1996 durante el primer gobierno del expresidente Gonzalo Sánchez
de Loza, cuyo segundo artículo establece la FES.
Cuatro días después que Morales “optimizara”, hace unas seis semanas, el
decreto banzerista con otro suyo ‒ observado desde el Colegio de Biólogos
porque incentiva al chaqueo “en un contexto de anarquía y tráfico de tierras
para justificar su posesión y aumentar los monocultivos industriales, sin
evidencia de sostenibilidad” ‒, los empresarios privados de Beni anunciaron sus
planes de habilitar de 4,5 a 6 millones de hectáreas para desarrollar
agricultura y ganadería intensiva. Para ello preparaban inversiones por más de
2.000 millones de dólares en los próximos diez años, según el líder regional de
la Federación de Empresarios Privados, Jorge Núñez del Prado.
El especialista del CIPCA, Carmelo Peralta, inmediatamente a que fue
promulgado el decreto, se preguntó: “¿No será que más bien la modificación
del DS 26075 es una manera fácil de legalizar la deforestación en estos dos
departamentos en los cuales urge la expansión de la agroindustria y así
consolidar el corredor agroindustrial, que se expande desde Santa Cruz y tiene
como horizonte en Beni?”. ¿Era imprescindible abrir el candado para que la
ganadería se expanda por la demanda actual de carne para el mercado de la
China?; también cuestionó: “una visión economicista que no considera los potenciales
problemas en materia socioambiental para diferentes grupos que habitan la
región”.
El presidente de la Federación de Ganaderos del Beni, Abdón Nacif, sostuvo
en descargo del sector que los ganaderos, por la experiencia que tienen, saben
controlar las quemas y están al margen de responsabilidades por los incendios
en la llanura beniana, con cerca de tres millones de reses. Sin embargo, otras
organizaciones de la sociedad civil, entre ellas 21 instituciones privadas
de desarrollo social agrupadas en UNITAS, censuraron la aprobación de medidas
normativas y administrativas “atentatorias a los derechos de la Madre Tierra y
de la vida” y reprocharon la “actitud indolente” de las autoridades al no
actuar de manera diligente contra el desastre natural.
UNITAS (Unión Nacional de Instituciones para el Trabajo de Acción Social)
consideró que las autorizaciones de chaqueo en el bosque seco chiquitano y sus
cercanías, constituyen actos de “flagrante negligencia”, atribuyó especial
responsabilidad a la estatal Autoridad de Bosques y Tierras (ABT), que
debió rechazar los desmontes. Las instituciones de la sociedad civil exigieron
al Estado boliviano “cumplir con su deber de garante de los derechos
medioambientales y de la Madre Tierra” y a los altos funcionarios “garantizar
políticas públicas adecuadas para prohibir la deforestación”. Contra las argumentaciones
gubernamentales, remarcaron que las quemas controladas y su autorización
vulneran “los derechos de la Madre Tierra y de la ciudadanía”, puesto que
afectan al ecosistema y el medioambiente en que todos nos desarrollamos.
De acuerdo con datos del Censo Agropecuario (Instituto Nacional de
Estadística, 2005-2006), lo que se considera como frontera agrícola abarcaba
2.508.923 millones de hectáreas (ha). Según proyecciones del INE al 2016-2017 había
subido 3.498.203 ha, lo que muestra un crecimiento a 989.281 hectáreas que,
dividido entre doce años resulta en unas 82.416 ha anuales, promedio, de
ampliación de la frontera agrícola por la vía de la deforestación. Sin embargo,
en los últimos tres años alcanzó niveles de 350 mil hectáreas por año, de acuerdo
con la fundación Friedrich Ebert Stiftung. El especialista chiquitano Alex
Willka reclamó en entrevista de la cadena RTP: “aunque solo en cinco días se ha
consumido medio millón, en un bosque que es único en el mundo; no hay otro como
él en todo el planeta”.
El ministro de Defensa, Javier Zabaleta, dijo en la zona de desastre, horas
antes de que el Supertanker estadounidense sobrevolara los incendios para sofocarlos
con descargas de agua, que el total de las hectáreas afectadas por las quemas
era de 774 mil hectáreas solo en Santa Cruz y fundamentalmente en la Chiquitania. El director de Manejo de Bosques y Tierras de la ABT, había
informado un día antes a la red PAT, fuera de la cifra señalada por el
ministro, que se estimaban en 280 mil las hectáreas afectadas en el Beni, en la
amazonia boliviana.
El jefe de Estado oficializó que la superficie afectada por incendios
alcanzaba hoy a 1,2 millón de hectáreas, 500 mil en bosques y 700 mil en
chaqueos agropecuarios. “Casi el 20, 30 por ciento de bosque, lo demás son
aéreas de chaqueo”. La frontera agrícola bordearía, entonces, los 5,4, millones
de hectáreas, si se añaden las 700 mil de los años 2017 y 2018, calculadas por
otros organismos.
De acuerdo los datos del Censo Agropecuario 2013 (INE), la superficie total
cultivada de 6,2 millones de hectáreas comprendía una superficie agrícola
cultivada de casi 3,8 millones de ha (incluidos los cultivos de verano e
invierno), pastos cultivados por 2,3 millones de ha y 150.219 ha de cultivos
forestales maderables. De ese total, unos 5 millones se encontraban en los
llanos o tierras bajas, menos de 588 mil ha en los valles y poco más de 617 mil
ha en el altiplano. De la superficie agrícola cultivada de 3,7 millones de
hectáreas, 2,7 se hallaban en los llanos, unas 457 mil en los valles y 564 mil
en el altiplano.
En la Cumbre Agropecuaria “Sembrando Bolivia”, de 2015, el Gobierno y los
agroempresarios anticiparon el inicio de un proceso agresivo de ampliación de
la frontera agrícola, con metas de un millón de hectáreas por año que, para
beneficio de la Madre Tierra, no se alcanzaron. Mitigadas las proyecciones, de
3,5 a 4,7 millones de hectáreas, a través del plan de Desarrollo Económico y
Social 2016 -2020, por estos días las previsiones gubernamentales parecen
haberse cumplido, sin embargo, sobrepasando los límites con el 1,2 millón de
hectáreas deforestadas, según el reporte presidencial[7].
Los dispositivos
normativos forman parte de la maquinaria estatal, la misma que es engranaje en
la heurística de la geopolítica del
sistema-mundo capitalista. El desarrollo capitalista se ha basado y
sustentado en las condiciones de
posibilidad económicas que generaban los mecanismos y las técnicas
extractivistas; es decir, en la destrucción de los ecosistemas, que implican,
por lo menos, determinadas consecuencias, entre las que podemos citar las
huellas ecológicas, la ampliación depredadora de la frontera agrícola, de una
agricultura devastadora, habiendo la posibilidad de agriculturas
complementarias o en armonía con los ecosistemas, incluso agriculturas
ecológicas. Entre los efectos destructivos del planeta también podemos
mencionar el deterioro de las estructuras sociales, sobre todo de sus
capacidades de cohesión. A largo plazo, podemos también señalar el deterioro de
las capacidades culturales de la sociedad, pues la contaminación, la
depredación y la destrucción de los ecosistemas, por lo tanto, de los ciclos
vitales planetarios, incide, a largo plazo, en el deterioro de los sistemas
culturales. Por ejemplo, en la modernidad tardía se asiste a la banalización del
sistema-mundo cultural.
A lo largo de la historia
del capitalismo, que, en el contexto integral, se trata del sistema-mundo
moderno, de la civilización moderna, la condición inicial o básica del modo de
producción capitalista es la posibilidad de convertir a los recursos naturales en materias primas, antes convertir a los bienes naturales, por así decirlo, en recursos naturales. Los distintos ciclos
largos del capitalismo se han desarrollado a costa de la extracción de recursos naturales, convertidos en materias primas, es decir,
mercantilizados. Esto ha implicado horadar suelos y subsuelos, así como también
convertir a los cuerpos en mercancías, entre ellos a los cuerpos humanos. La mercantilización generalizada es el
horizonte propio del sistema-mundo
capitalista, dentro de éste, en su composición dinámica, de la economía-mundo capitalista. La mercantilización generalizada implica la
fetichización generalizada, es decir,
la emergencia, conformación y consolidación de la ideología.
La ideología no solo es la economía, como
pretendida ciencia social de la producción, distribución y el consumo, sino
también la política y otras ciencias sociales, que se conformaron sobre los
mecanismos de un saber útil a la valorización
abstracta, mecanismos que funcionan como instrumentos de la división del
trabajo, en un mundo que avanza a la especialización sofisticada. Por lo tanto,
recurriendo a las tesis de Karl Marx y Friedrich Engels y ampliándola, la ideología no solo abarca a la economía,
sino, proyectando las consecuencias teóricas y críticas, a las ciencias sociales
de la modernidad, además de a las
formaciones discursivas políticas, declaradamente ideológicas. En la
modernidad tardía, los aparatos ideológicos, que no solo se circunscriben a ser
aparatos ideológicos del Estado, sino
son también aparatos que atraviesan los sistemas
culturales, los de-culturalizan y los subsumen al fabuloso sistema-mundo cultural de la banalización.
Los instrumentos más apropiados para los efectos de la fetichización generalizada son los medios de comunicación de masa. Los
medios de comunicación, monopolizados por grandes empresas trasnacionales y también
por empresas públicas o estatales, son las máquinas
ideológicas por excelencia de la modernidad tardía, sobre todo cuando el
ciclo del capitalismo vigente es dominado por el capitalismo financiero y
especulativo.
La agricultura industrializada
o la agroindustria ha dejado muy atrás las formas de la agricultura de
comienzos del capitalismo que alimentaba a las poblaciones. La agroindustria no
solo ha convertido los suelos en espacios inmensos del monocultivo, sino que ha
intervenido o los ha modificado genéticamente. Las grandes industrias alimenticias,
que además forman cadenas concatenadas e integradas, han transformado el perfil
de la alimentación de las sociedades, homogeneizando los consumos y los
comportamientos del consumo. Los animales domésticos para la alimentación se
han convertido en cosas vivas serializadas, encerradas o enceldadas, desde que
nacen hasta que mueren. También son modificados genéticamente o engordados
artificialmente. La alimentación de grandes contingentes poblacionales se ha
convertido en una industria y un mercado altamente rentables, controlados por unos
cuantos monopolios. Las poblaciones humanas se han venido convirtiendo cada vez
en más dependientes de las grandes cadenas de la industria alimenticia. No se
puede considerar a ninguna parte o momento de estos procesos de la industria
alimenticia como independiente, forma parte de los procesos de transformación
alimenticia a escala mundial. Por ejemplo, la ganadería es uno de los dispositivos
y disposiciones de las cadenas alimenticias de la carne. Si bien hay todavía
mercados nacionales que definen localmente el precio de la carne, cada vez más,
en la medida que se internacionaliza, los precios son regidos por la demanda y
oferta de carne internacionales. Empero, lo más importante de esta descripción no
tienen que ver con los precios sino con las cadenas mismas, con la conformación
de un sistema-mundo de la alimentación.
En consecuencia, se
explica que el desarrollo del capitalismo venga acompañado por la ampliación de la frontera agrícola. Sin
embargo, en la división del trabajo de la economía-mundo,
los países se especializan, no solo en donadores de materias primas tradicionales, sino también en donadores de materias primas de la alimentación. Una
de las consecuencias de esta división del trabajo es que zonas y hasta regiones
del orbe, bajo los códigos y distribuciones de la geopolítica del sistema-mundo, son las que son convertidas en
espacios de expansión de la frontera agrícola. Se trata de países que tienen
que pagar con el costo irreparable de la destrucción de sus bosques. La tesis
estrafalaria del ideólogo del extractivismo[8] es que los países en
desarrollo, por así decirlo, tienen derecho a destruir sus bosques porque de
esta manera ingresan al desarrollo industrial. Al contrario, en la modernidad
tardía, este costo irreparable tienen que pagar los países en desarrollo de la periferia del sistema-mundo capitalista, incluso los que se encuentran en la
transición a potencias emergentes, otro eufemismo de la ideología posmoderna
del capitalismo tardío. La destrucción de los bosques en las periferias del
sistema-mundo capitalista es el costo irreparable que se transfiere a los
ecosistemas de los países involucrados, en esta desigual división del trabajo.
Podemos observar que
este fenómeno de globalización y de monopolización en la industria alimenticia
no solo ocurre con la carne, sea o no vacuna, sino también con los vegetales,
los cereales, las frutas, incluso las flores. Estos bienes son convertidos en recursos
naturales, después en materias primas de cadenas industriales alimenticias.
Esto ha ocurrido notoriamente con la quinua, que se consideraba un bien de la
agricultura nativa, con grandes propiedades alimenticias. La demanda mundial de
la quinua, el control de cadenas monopólicas de la transformación alimenticia,
la ha convertido en una mercancía altamente cotizada, convirtiendo a las tierras
donde se cultiva en espacios de monocultivo, donde los suelos son degradados. Con
esto las oikonomías comunitarias y
las oikonomías campesinas se han
transformado y convertido en economías empresariales, que experimentan la
jerarquización piramidal de la estructura social. La soja es otro ejemplo de la
mercantilización generalizada, del encadenamiento en procesos industriales de
la alimentación, además de sufrir el control de grandes monopolios
trasnacionales. Con todas las diferencias, dado el caso, además de los
singulares procesos de transformación que sufren los bienes alimenticios, se
puede citar también el ejemplo de la castaña. Aunque en un principio pueden
participar agricultores familiares, campesinos, incluso trabajadores de la cosecha,
en la medida que se desarrolla la industria y el mercado, el trastocamiento de
la estructura social, volviéndose piramidal, es un destino ineludible. Lo que
hay que remarcar en todos estos procesos singulares de la industrialización
alimenticia, es que los lugares de siembra y de cosecha se convierten en zonas
de economías dependientes en las cadenas globalizadas de la economía-mundo.
¿A dónde apuntamos
con esta exposición? A la tesis de que la ampliación de la frontera agrícola está
en función de la geopolítica del
sistema-mundo capitalista, que diferencia países periféricos, exportadores de materias
primas o donadores de materias primas
de la alimentación, de países centrales
de concentración de tecnologías sofisticadas de transformación alimenticia
industrial de última generación. En otras palabras, la expansión de la frontera agrícola es el costo no pagado, es decir
la destrucción de sus ecosistemas, que deben pagar los países periféricos al desarrollo del
capitalismo, en la etapa del ciclo largo del capitalismo que compete. Dicho de
otra manera, paralelamente a lo que ocurre con las materias primas mineras e hidrocarburíferas,
la explotación de los bosques resulta en la reproducción del círculo vicioso de la dependencia, solo
que a costos tan altos que son irreparables ecológicamente.
Conclusiones
Lo que llama la
atención es que, a pesar de los síntomas del Apocalipsis, los Estado-nación
persistan precisamente con políticas-económicas que desataron la crisis ecológica.
Esta persistencia habla de la perduración enfermiza en el círculo viciosos del
poder, también en el círculo vicioso de la dependencia, convertido en el círculo
viciosos de la muerte planetaria.
La ampliación de la
frontera agrícola es un fenómeno más de los fenómenos depredadores,
extractivistas y destructivos que genera el desarrollo capitalista. Se requiere
entonces una mirada compleja de las dinámicas integradas del sistema-mundo
moderno, cuyo eje es el sistema-mundo capitalista.
En Sud América, con descomunal
expansión, el fenómeno de la ampliación de la frontera agrícola, se ha desbocado
en Bolivia y Brasil, empujado por las políticas extractivistas e incendiarias
de los gobiernos de Evo Morales y Jair Bolsonaro, aunque de distinto perfil
ideológico y político, son presidentes coincidentes en esta ingrata tarea de
destruir los ecosistemas y desforestar los bosques.
[1] El Amazonas devorado por los incendios, en imágenes: https://elpais.com/elpais/2019/08/24/album/1566645226_292535.html#foto_gal_1.
[2] Carolina Méndez, Isabel Mercado: Desastre
ambiental en Bolivia: incendios forestales arrasan bosques de la Chiquitania. https://es.mongabay.com/2019/08/incendios-quemas-bolivia-chiquitania/.
[3] Leer de Rolando Carvajal Incendios develan la madre
oculta del desastre. https://www.bolpress.com/2019/08/27/incendios-develan-la-madre-oculta-del-desastre/.
[4] Ibídem.
[5] Ver
Nudos
y tejidos socioterritoriales. También Capitalismus versus vida; así como Subalternidad y máquinas del sistema.
[7] Ibídem.
[8] Álvaro García Linera.
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