Mapas sin centro, espaciamientos rizomáticos del lado oculto
Mapas sin centro, espaciamientos rizomáticos del lado oculto
Raúl Prada Alcoreza
¿Cómo funciona el lado oculto de la economía y el lado oculto
del poder? Al respecto hay que tener en cuenta que ha fracasado la “guerra
contra el narcotráfico”. ¿Por qué? Si se tiene en cuenta una descripción somera
de a quienes se atrapa, se puede observar que la gran masa demográfica de los
presos por narcotráfico son lo que podemos considerar, metafóricamente, pequeños
peces, en Bolivia denominamos ispis.
Incluso cuando se llega a atrapar a lo que se denominan los grandes “capos”,
además de desmantelar, por lo menos, parte de la red y de los circuitos,
afectando a la organización clandestina, el funcionamiento de los tráficos ilícitos persiste, fuera de
parecer que, mas bien, se expande y hasta se fortalece. ¿Por qué? Uno de los
errores de la “guerra contra el narcotráfico” parece ser el mismo enfoque o lo que podemos llamar el pre-supuesto
o pre-formato de mapa arborescente, centrado y con troncos que sostienen el enramado,
además de sostenerse en rizomas de raíces. Tal parece que las dinámicas del
lado oculto de la economía y el poder
no funciona de esa manera, pues cuando se afecta a sus supuestos centros y troncos, el tejido de
estos funcionamientos vuelve a reproducirse.
Por lo tanto, no es
lo más adecuado creer que las economías políticas
de los tráficos ilícitos forman mapas
centrados y arborescente; mas
bien, habría que enfocar el fenómeno del lado
oscuro de la economía y del poder desde una perspectiva rizomática. No hay centro,
ni ejes, ni troncos, sino flujos
rizomáticos, capaces de reconstruir los tejidos afectados, por más destrozados
que se encuentren; nuevamente lo roto o quebrado reaparece como si nada. En consecuencia,
habría que sugerir que los famosos “capos” no son exactamente los centros de las formas de organización, desorganización
y reorganización de lo que se denomina
cárteles; así como tampoco, hay que
considerar ejes de sus formas de organización. Al contrario,
habría que pensar que cualquier punto
puede ser el centro virtual. Por eso, cuando se atrapa a “capos”
o se desmantela parte de la organización “criminal”, el tejido de espaciamientos rizomáticos
vuelve a recomponerse. Puede ocurrir esto en la misma organización “criminal” o
sino en cualquier otra u otras que emergen.
Lo que decimos nos
lleva insólitamente a conclusiones sorprendentes, que son ilustrativas, aunque
solo sirvan como hipótesis interpretativas de aproximación. Una de estas hipótesis
diría que los llamados “capos” no son tan “capos”, como se cree. Estos
personajes dramáticos y convertidos en monstruos
del crimen parecen, mas bien, atrapados
en las propias redes del narcotráfico
y en los juegos de la competencia
despiadada por el control territorial.
Parecen ser, mas bien, personas, por más carismáticas que sean, provisionales y
cambiables. La cualidad y la fuerza de las formas del lado oculto de la economía y del poder parece radicar en
flujos autónomos o semiautónomos, que
pueden asociarse y formar grandes cadenas y organizaciones eficientes, tanto de
producción ilícita, así como de distribución ilícita, también consumo ilícito.
El Estado tiene una estructura arborescente, centrada, con tronco y ejes, que
sostiene enramadas. Lo mismo pasa con las organizaciones internacionales que
intervienen en la “guerra contra el narcotráfico”, ni que decir del orden mundial. El Estado, la policía,
los dispositivos nacionales e internacionales de “lucha contra el narcotráfico”
son mapas arborescentes. Se enfrentan
a formas de organización, desorganización
y reorganización no arborescentes
ni centradas, formas que ya hemos
llamado rizomáticas. Una primera
conclusión, que podemos sacar de esta interpretación es que la guerra del
Estado y los organismos internacionales lleva las de perder, pues se enfrenta a
flujos a-centrados, que pueden reproducir
sus tejidos afectados, precisamente
por asociaciones de mónadas, que actúan autónomamente y de
una manera imprevista. Estos dispositivos
de la interdicción se concentran en centros,
en troncos de la organización “criminal”;
creen que, atrapando a los “capos”, destruyendo estos centros y destruyendo sus troncos,
pueden desbaratar al narcotráfico. Se equivocan, pues no hay exactamente centros ni troncos imprescindibles, tampoco “capos” fundamentales; los centros, los troncos, los “capos” pueden ser remplazados. Es más, son remplazados
no porque sean exactamente necesarios, sino por que es la forma de presentarse
y representarse ante el Estado y el orden
mundial, ante los imaginarios oficiales, que creen que la única forma de organización
posible es arborescente. Por eso, las
estructuras centradas del Estado y
del orden mundial, de las
organizaciones internacionales de interdicción, quedan asombradas y derrotadas,
cuando, después de dar golpes certeros contra los “capos” y cárteles, vuelven a observar la
regeneración de lo que consideran la monstruosidad
del mal.
Bueno pues, no solo
que la “guerra contra el narcotráfico” ha fracasado, sino que el enfoque que supone esta guerra, que deriva
del paradigma centrado y arborescente,
ha mostrado su completa inutilidad. Para
decirlo en términos del lenguaje militar y policial en boga, los dispositivos de la “guerra contra el
narcotráfico” no visualizan al enemigo;
creen que se mueve de la misma forma que las instituciones estatales, cuando no
es así; se mueven de otra manera.
Lo que más se ha acercado
a una aproximación más pertinente, a tener información adecuada sobre los cárteles y a tener una contigua comprensión de lo que ocurre, sean los
métodos de “infiltración” de los organismos internacionales de interdicción.
Sin embargo, a pesar de contar con información empírica y cercana, la forma de
procesar esta información, que no deja de ser centrada y arborescente,
limita la utilidad de los datos que acumulan. Terminan interpretando de la
misma manera acostumbrada, centrada y
arborescente. En consecuencia, las interpretaciones
a las que llegan derivan en las mismas tácticas y estrategias de la “guerra contra
el narcotráfico” fracasada.
Estamos ante una
guerra perdida de antemano. Que solo persiste, con grandes recursos y
presupuestos, por la tozudez de los Estados, la policía, el ejército, cuando
interviene, los organismos internacionales de interdicción. ¿Entonces, de qué se trata? ¿De continuar la “guerra
contra el narcotráfico”, empero con estrategias y tácticas distintas, que
cambien el enfoque centrado y arborescente, por un enfoque rizomático? Puede ser plausible
esta opción; sin embargo, esto equivale a una transformación profunda de los dispositivos,
organismos, máquinas de guerra
involucradas; lo que no parece realizable, dada las genealogías del Estado y del orden
mundial. Pero ¿Qué significa cambiar a un enfoque rizomático y derivar en acciones
también rizomáticas? En primer lugar,
parecerse a las formas de funcionamiento
y de organización del enemigo
declarado. El riesgo constatado de estas analogías es que policías y “delincuentes”
terminan confundiéndose, organismos de interdicción y cárteles terminan pareciéndose, dispositivos de “lucha contra el
narcotráfico” y mafias se hacen
similares. Se acercan tanto que ya no se sabe quién es quién.
La segunda conclusión
de esta interpretación hipotética y aproximativa es: no tiene sentido esa “guerra
contra el narcotráfico”; la mejor manera de acabar con el narcotráfico no es la
guerra, sino la búsqueda de acuerdos y consensos que pongan fin al entramado dramático, fin compartido por
todas las partes. Puede esto parecer altamente romántico y hasta inocente,
cargado de buenas intenciones, en un mundo donde el camino al infierno está
empedrado de buenas intenciones. Sin embargo, al recurrir o desplazarse al enfoque rizomático, lo que sobresale a
la fenomenología de la comprensión es
que los flujos rizomáticos, en su
condición de mónadas, no son, en sí
mismos, inclinados a la asociación o asociaciones del lado oscuro de la economía y del poder. Que esto ocurra es por los
condicionamientos de las estructuras de
poder dominantes y las estructuras
económicas hegemónicas. Si las mónadas
de los flujos encuentran otras asociaciones posibles, se conformarían
otras composiciones, con mejores
irradiaciones y alcances, más armónicos socialmente.
Las formas del lado oscuro de la economía y el
poder emergen de la misma sociedad
institucionalizada, que ha construido al Estado, las mallas institucionales
estatales, sociales y culturales. Entonces, el problema se encuentra en el mismo marco de las relaciones sociales de las sociedades modernas. Si se dan las
famosas mafias y otras estructuras de poder paralelas a las
institucionales es porque la semilla se encuentra en la misma sociedad que se
defiende de estos males. La tercera
conclusión que sugerimos es la siguiente: se requiere que la sociedad institucionalizada se enfrente
a sí misma. Deje la catarsis
acostumbrada para expiar imaginariamente los males que enfrenta; deje de buscar culpables y se encamine a comprender
las dinámicas sociales que producen
esta dualidad, para decirlo esquemáticamente,
entre bien y mal.
La sociedad institucionalizada debe
retornar a su substrato, a la sociedad alterativa; tiene que enfrentar
sus propias contradicciones. Sobre todo, está obligada a deconstruir sus propios imaginarios
y enfrentarse a sus ilusiones, a sus fetiches. La felicidad no se encuentra
en la acumulación, tampoco en el enriquecimiento
ilícito. La angustia humana se
desenvuelve tanto en los ámbitos de la sociedad
institucionalizada, así como en los ámbitos de la diseminación de esta sociedad, donde la decadencia social no se expresa ya en la reiteración de la banalidad cultural y la cultura de la
banalidad, sino en comportamientos desesperados, que derivan en las formas de violencia más intensas.
Lo que las sociedades
modernas contemporáneas enfrentan es la propia decadencia de la civilización
moderna. La decadencia puede
expresarse en la rutina del sistema-mundo
cultural de la banalidad, así como en la explosión de violencias proliferantes
del a-sistema-mundo del lado oculto de la economía y del poder. Esta
angustia no se resuelve ni por un
lado u otro, ni por la rutina tradicional de la recurrencia consumista, tampoco
por la descarnada violencia de la dominación grotesca, que reclama para sus
actores, desesperadamente, el reconocimiento
que no lo tienen. La angustia tiene
que ser atendida de manera directa, hurgar en su genealogía y arqueología,
comprender su generación y sus arquetipos. Las sociedades humanas
cuentan con capacidades liberadoras, por así decirlo, la comunicación y la reflexión,
colectiva e individual. Por eso es menester darse la oportunidad de realizar
esta comunicación y estas reflexiones. No parece sostenible decir
que se apostaría por mantener el despliegue de la angustia; es, mas bien, de esperar, que se opte por la posibilidad
de suspender la angustia heredada y
congénita.
La última conclusión
de este ensayo es: es racional que las sociedades y pueblos se den la
oportunidad de escapar a la fatalidad, al dramatismo de lo que parecen ser
destinos inscritos. Salir del esquematismo
dualista religioso y moralista de que hay mal y hay bien, como sustancias o esencias del acontecer humano. Por lo tanto, salir de la trama sencilla y esquemática del
enfrentamiento entre buenos y malos. Volver a la pregunta que la hemos
repetido, una y otra vez: ¿Cómo hemos llegado a ser lo que somos en el momento presente?
Es menester dejar hablar a todos los actores de los dramas modernos contemporáneos;
preguntarles: ¿Por qué hacen lo que hacen? Si se pudiera acudir colectivamente
a esta pregunta, se podría acudir a otra: ¿Qué hacer para llegar a acuerdos y
transitar a sociedades que no aniden la angustia,
que cultiven la confianza?
Comentarios
Publicar un comentario